Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El maestro fray Luis de Granada”
Autor del texto editado:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Título de la obra:
Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones
Autor de la obra:
Pacheco, Francisco (1564-1644)
Edición:
Sevilla: 1599-¿1644?


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EL MAESTRO FRAY LUIS DE GRANADA


Doce años habían pasado después de la gloriosa conquista del reino de Granada por los católicos reyes, nunca dignamente alabados, don Fernando y doña Isabel cuando nació en aquella ilustre ciudad el insigne maestro fray Luis de Granada, clarísima lumbre de España. Honrose con el nombre de su patria, y ella se honrará mucho más con el suyo. Y, por que no careciese de alguna señal quien había, con su dotrina, de hacer guerra a los herejes, cayó aquel año, no sin particular Providencia, un rayo del cielo a los pies del malvado Lutero.

Sus padres fueron pobres, aunque limpios y de cristianas costumbres. Faltole el padre a los 5 años, y la madre con el trabajo de sus manos le sustentaba en sus estudios, pero con tanta estrecheza, que le obligaba a pedir todos los días en la portería del convento de Santa Cruz de la Orden de Predicadores. Salió en breve tan gran latino y elocuente retórico, que mereció adelante el honroso título de Cicerón cristiano. A los 16 años tomó el hábito en aquel convento, donde estudió lógica y filosofía, y, como virtuoso y abstinente hijo, pidió licencia al prior para partir cada día la mitad de la ración con su madre. Esta piedad le causó mil prósperos sucesos; el primero fue nombrarlo por colegial de San Gregorio de Valladolid. No admitió cátedras por poder correr más desembaraçado en el ejercicio de la predicación. Disponíase para él en el silencio de la noche, no solo con fervorosa oración, pero con ásperas disciplinas; y una en que acompañaba el riguroso castigo con ardientes suspiros pasaban cerca del dormitorio dos caballeros llevados por la pasión sensual, y fueron poderosamente detenidos.

Concluido su tiempo y curso de teología, y graduado de maestro, se volvió a su convento de Granada, en la cual predicó de manera que se llevaba el mundo tras sí. Aventajose mucho en lo espiritual con la comunicación del maestro Juan de Ávila, ilustre varón de aquel tiempo. Salió de allí el año 1534 a reedificar el convento de Escala Celi, cerca de Córdoba, donde compuso El libro de oración y meditación. Fue a fundar a Badajoz, hizo en ella gran fruto y escribió el libro que más estimó, llamado Guía de pecadores. Vivía en esta sazón en Évora, ciudad de Portugal, el cardenal don Enrique, hijo del rey don Manuel, que quiso tenerlo a su lado, y no solo fue admitido por hijo de aquella provincia, pero elegido por padre de ella. Tradujo a san Juan Climaco y dedicolo a la reina doña Catalina, abuela del rey don Sebastián. Fue tres veces acometido por las mayores dignidades, y siempre con más aumento: la reina le ofreció el obispado de Viseu y después el arçobispado de Braga, y el pontífice Sixto Quinto, el capelo de cardenal; de todas salió vitorioso, valor tanto más digno de estima cuando menos imitado de los hombres. Pasó de Évora a Lisboa.

Lo que escribió, demás de los tres libros referidos, en nuestra lengua fue el Memorial, otro de las Adiciones, la traducción del Contemptus mundi, el Símbolo de la fe, la vida del arçobispo de Braga, la de don Enrique, rey de Portugal, y la del maestro Juan de Ávila. Sacó en latín cuatro tomos de sermones de todo el año (dos de santos, otro de varias sentencias, otro de oración y contemplación), un tratado de penitencia, otro de sentencias de Séneca y Plutarco y otro tomo de retórica. Han sido tan bien recebidos sus libros, que muchos de ellos se han traducido a varias lenguas.

Callo lo que sintieron y escribieron de él los mayores sujetos de su tiempo; callo la estimación de su persona y escritos por cartas de los grandes príncipes y más graves prelados de la iglesia. Basta la del santo pontífice Gregorio Decimotercio, que puede ser elogio del patriarca santo Domingo o de san Juan Crisóstomo, pues, entre otras, dice estas grandiosas palabras: “Cuantos han aprovechado por vuestros sermones y escritos tantos hijos habéis engendrado para Cristo, y les habéis hecho mayor beneficio que si, estando ciegos o muertos, les recobrárades de Dios la vista o la vida, porque mejor es vivir devota y santamente que gozar de esta vida mortal”.

Callo sus heroicas virtudes, dignas de tan alta honra; el referir la pobreza en que se crio, comiendo de limosna; la que guardó siempre, vistiendo un solo hábito, que le duraba 12 años; no faltar a maitines a media noche en 40, ni volver a su celda hasta haber dicho misa; su modestia y recogimiento, su oración de tres horas cada día y, al cabo de una larga disciplina, su castidad, su obediencia y caridad, porque todo se dice en una palabra: su vida fue igual a sus escritos, en sus libros se pintó al vivo, obrando lo que enseñó.

¿Cómo le pagó Dios después de tan gloriosas hazañas? Como a sus mayores amigos: con dos grandes trabajos, uno corporal y otro espiritual. Víspera de la Magdalena del año 1586, abriéndosele una pequeña rotura, se le cayeron súbitamente las tripas, no pudiendo volver al lugar, y, viendo que vivía, se las ligaron con una banda de lienço. Vivió así dos años con admirable paciencia y conformidad con la divina voluntad, no dando de mano a ninguno de sus santos ejercicios ni al soberano sacrificio de la misa. Cosa espantosa que, pasando de los 80 años y las tripas más debajo de las rodillas, con la grandeza de su espíritu vencía todas estas dificultades. El otro trabajo (no sé si mayor) fue el grande sentimiento del escándalo general que causó la santidad fingida de la monja de Lisboa, que nuestro señor permitió que se le encubriese para acrisolarlo más.

El día, pues, que dio principio al famoso sermón para animar a los siervos de Dios en semejantes caídas fue el de su postrera enfermedad. Violo estampado, alegrose mucho, recibió el santísimo sacramento, con gran devoción y regaladas palabras ayudó al de la estremaunción, hizo una devota exhortación a los novicios, rogó que lo dejasen solo y estuvo más de una hora en oración; pidió le leyesen la pasión de san Juan y, tomando la candela en su mano, como hijo de luz, se apartó su bendita alma del cuerpo y subió a recebir el premio de sus heroicas obras a la patria soberana último día del año 1588, de edad de 84 años. Sepultáronlo en el convento de Predicadores de Lisboa, como se puede pensar, y Francisco Duarte, que era proveedor de las armadas de su majestad, le mandó poner en una hermosa piedra grabado este epitafio que pongo aquí. Predicó el siguiente día a sus exequias el maestro fray Antonio de Sousa, que había sido vicario general y después obispo de Viseu.

El epitafio que está en Lisboa es este:

Frater Ludovicus Granatensis ex Predicatorum familia (cuius doctrinae maiorae extant miracula, Gregorii XIII, pontificis maximi oraculo, quam si cecis aspectum mortuis vitam Deo impetrasset) pontificia dignitate sepius recusata clariori, mira in Deum pietate et pauperes misericordia, insigniumque librorum ac concionum varietate toto orbe illustrato, aetatis suae anno octuagesimo quarto Olisiponae moritur magno Republicae Christianae desiderio, pridie Kalend. Iannuarii anno 1588.

En la muerte del padre fray Luis de Granada hizo Baltasar de Escobar este grave soneto:

[E]l justo que de vida un siglo largo
pasó la brevedad de ella midiendo
murió siempre al vivir, vivió muriendo
por ensayarse para el paso amargo;

y, del justo juez tomando el cargo,
él mismo, ante sí mismo pareciendo,
contra su gran miseria procediendo,
se fulminó el proceso y hizo el cargo;

y en la mental contemplación de pena
su culpa condenó, bajó al infierno,
probó el horror de aquel oscuro suelo.

Libre de la mortal prisión terrena,
le dio en su tribunal el rey eterno
la merecida posesión del cielo.


Y don Juan Infante de Olivares, noble ingenio de Sevilla, ofreció al retrato el presente soneto:

Tú, que del lauro y siempre verde grama,
cual triunfador de la ciudad gloriosa,
entretejida de una y otra rosa
ciñes la frente en dilatada fama,

ilustra, pues, la floreciente rama
del firme tronco donde así reposa,
con la voz y la pluma la olorosa
materia renaciendo de la llama.

Dos veces inmortal, dos veces miró
ocuparse Pacheco en tus progresos,
y esas mesmas y más siempre te admiró.

Si maestro de todos, con excesos
de luz superior en alto giro,
si en esta efigie, en carne y duros güesos.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera