Título de la obra:
El árbol de las lises. Poema que describe los festejos con que el Real Cuerpo de la Maestranza de Granada celebró la paz con la Gran Bretaña y el nacimiento de los dos serenísimos infantes gemelos don Carlos y don Felipe, en los días 25 y 26 de septiembre de 1784.
PREVENCIÓN DE LOS EDITORES AL LECTOR
Las dilaciones, de que no ha sido culpable la Real Maestranza de Granada, que se interpusieron a la ejecución de las funciones proyectadas han motivado también que este
papel
no haya salido a la pública luz en el tiempo oportuno que pudo, y
sale
ahora cuando, acaecida la desgraciada pérdida de los reales gemelos, falta uno de los objetos principales de este
poema,
del que algunos pasajes parecerán que han sido puestos a mano después de aquella desgracia; especialmente en la «Silva» desde el verso, pag. 25, que empieza: «que a tu poder vendrán etc.» hasta el de la 26 que dice: «te dará en su lugar etc.». Pero
protesta
el autor por cuanto sagrado hay que protestar, y de que pudiera poner testigos calificados, que, estando ya concluyendo su poema, vino la noticia de aquella fatalidad.
Esta enfrió los ánimos para publicar el poema, por no suscitar sentimientos renovando aquella memoria, pero, visto el
manuscrito
por algunos apasionados e inteligentes, se dolieron de que quedase oscurecido y se determinaron a que viese la pública
luz,
considerando,
por una parte, que no falta el otro principal objeto del poema, cual es la
paz;
y, por otra, que
Virgilio,
habiendo muerto el joven Marcelo, hijo de Octavia, hermana de Octaviano, a quien este su tío y toda Roma miraban como sucesor del Imperio, no tuvo inconveniente el gran poeta de leer delante de la madre y del tío aquel famoso pasaje del libro sexto de su
Eneida,
«Tu Marcelus eris etc.», que tan patéticamente renovó la triste memoria; lo que, lejos de adquirirle la
censura
de aquellos augustos, le ganó el aplauso de ellos, el de toda Roma y, hoy, el del orbe literario; y, últimamente, ha parecido justo que sean notorias las leales demostraciones que ejecutó en tiempo un cuerpo tan adicto a sus reyes y tan amante de sus príncipes como la Real Maestranza de Granada.