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Título del texto editado:
Historia de la literatura española. Primera parte: Desde fines del siglo XIII hasta principio del XVI (I)
Autor del texto editado:
Bouterwek, Friedrich (1766-1828) Gómez de la Cortina, José, Conde de la Cortina (1799-1860) Hugalde Mollinedo, Nicolás
Título de la obra:
Historia de la literatura española, traducida al castellano y adicionada por José Gómez de la Cortina y Nicolás Hugalde y Mollinedo
Autor de la obra:
Bouterwek, Friedrich (1766-1828)
Edición:
Madrid: Imprenta de D. Eusebio Aguado, Impresor de la Real Casa, 1829


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PRIMERA PARTE

Desde fines del siglo XIII hasta principiodel XVI


Aunque el verdadero origen de la Poesía castellana se pierde en las tinieblas de la Edad Media, no puede dudarse que los primeros acentos poéticos que resonaron en el Norte de la España fueron romances y canciones populares. Cuando el Cid aseguraba en las sienes de Fernando I la nueva corona de Castilla, 1 ya se repetía tal vez en incultos versos el nombre de aquel héroe, ídolo de su nación (A): a lo menos nadie ha probado hasta ahora que no se cantasen en su tiempo algunos de los romances en que se celebraban sus hazañas, como podría indicarlo la misma naturaleza de esta especie de poesía caballeresca tan revestida del carácter de antigüedad (B): no obstante, si atendemos al estado en que se conservan estos romances, parece que los más antiguos no alcanzan al siglo XII; 2 pero existen otras poesías castellanas, anteriores a todos ellos, 3 y de las cuales parece la más antigua una Crónica en verso intitulada Poema del Cid el Campeador (C), cuyo asunto es el destierro y regreso de este héroe a su patria, aunque nunca podrá dársele con justicia el título de poema, por no ser más que una historia rimada, en alejandrinos bastante incorrectos. Es muy difícil fijar con precisión la antigüedad de esta Crónica si se atiende a que existe otra en prosa sobre el mismo asunto, muy antigua, y que coincide con la primera en la relación de los hechos principales (D); mas prescindiendo de que el autor existiese a mediados del siglo XII, como pretende su editor Sánchez, o posteriormente, es indudable que no se la debe mirar como principio de la Historia de la Poesía española. Considerada como curiosidad literaria, es muy digna de aprecio; pero si se la considera como producción poética, se hallará que las vislumbres de poesía que se descubren en ella, dependen solamente del carácter nacional y del interés que inspira su mismo asunto; pues los sucesos se hallan referidos cronológicamente sin ninguna invención ni adorno, y lo único que da a ciertos pasajes de la obra un colorido algo poético, es la sencillez caballeresca de su estilo, realzada por algunas situaciones bien descritas. 4

Menos poesía se halla aún en la Crónica fabulosa llamada Poema de Alejandro Magno, cuyo autor y fecha aún no han podido averiguar los literatos (E); pero es indiferente para la historia de la poesía española que esta producción pertenezca al siglo XII o al XIII; que sea original o traducción de una crónica francesa, o lo que parece más probable, de una obra latina compuesta por algún religioso; todas estas cuestiones son poco interesantes, aun cuando sea cierto que los versos alejandrinos, como pretenden algunos literatos, tomaron el nombre de los de esta crónica. El autor empieza ponderando la dificultad de rimar 5 y según parece se propuso hacer de Alejandro un caballero de la Edad Media. Refiere en seguida circunstanciadamente que Alejandro (cuyo nacimiento habían anunciado muchos prodigios) vino al mundo como un nuevo Hércules, que sabía leer a la edad de siete años, que más adelante aprendió las siete artes liberales, dando una lección y sosteniendo una disputa diariamente, etc. 6 Los caudillos de Alejandro tienen títulos de Condes, Barones, etc.; finalmente, apenas se perciben algunos rasgos de la verdadera historia del héroe en aquella confusión de invenciones insípidas y ridículos disfraces (F).

A mediados del siglo XIII fue sin duda cuando Gonzalo Berceo, religioso benedictino, compuso en versos alejandrinos coplas ascéticas y vidas de Santos. Los literatos españoles no han omitido diligencia alguna para averiguar los años del nacimiento y muerte de este religioso (G), y dar sus obras al público; pero, no obstante, este periodo ofrece pocas aclaraciones al historiador de la poesía española. 7 Así que, sin detenernos a examinar las producciones de algunos otros autores obscuros, de igual mérito y del mismo tiempo, pasemos a tratar del impulso que debió la literatura al Rey don Alonso el Sabio. Este hombre extraordinario para el siglo en que vivía (H), quiso merecer también el título de poeta; pero no puede decirse compuso ninguna obra verdaderamente poética, pues en ellas mismas se advierte que su principal objeto fue poner en verso todo el caudal de conocimientos que poseía, hasta los misterios de la alquimia, que era su ciencia favorita, y si hemos de creer lo que él mismo dice en estas coplas, logró hacer oro varias veces, y aumentar por consiguiente su riqueza. 8 No faltan a las producciones de don Alonso armonía, corrección ni pureza, pero no se descubre en todas ellas el más ligero rasgo de verdadera poesía; así es que no colocamos a este rey, al frente de los poetas castellanos por el mérito de sus obras, sino porque tal vez sin ser poeta contribuyó poderosamente a los progresos de la poesía, tanto por el empeño con que trabajó en la perfección de la lengua castellana, como por la feliz emulación que necesariamente debía excitar el ejemplo de un monarca que por su grande reputación de sabio era la gloria de sus reinos. Castilla y León le fueron deudores de un idioma más puro, mas fijo, y que proporcionó desde entonces al ingenio poético los medios de desarrollarse con más libertad y energía; hizo traducir al castellano la Biblia, parafraseando o comentando los libros históricos que contiene; mandó escribir una Crónica general de España y una historia de la conquista de la Tierra Santa, conforme al texto de Guillermo de Tiro, y finalmente introdujo en los tribunales el uso de la lengua vulgar. Lo único que no fomentó fue la poesía popular de los castellanos, tal vez por parecerle demasiado simple y destituida de arte; y esta persuasión, más bien que ningún estímulo de vanidad, fue probablemente la que le hizo favorecer a los trovadores que cantaban a porfía sus alabanzas en tonos más difíciles y elegantes. 9 Su muerte, acaecida el año de 1284, no detuvo el movimiento que había dado a la literatura, pero debió ser poco sensible a los romancistas reducidos a cantar en los desiertos.

NOTAS DE LOS TRADUCTORES


(A) En efecto, tal vez ya se celebraba su combate con el Conde don Gómez; su victoria contra los cinco reyes moros que hizo prisioneros, las circunstancias de su casamiento con doña Ximena, y otras muchas acciones que, según refiere su Crónica, le merecieron el título de Cid, honor tanto más lisonjero para el héroe, cuanto se lo tributaban sus mismos enemigos. Pero sin necesidad de recurrir a la fábula, es muy probable que ya en su tiempo se cantasen romances, puesto que este género de poesía fue introducido en España por los árabes, y éstos llevaban más de trescientos años de difundir por toda la península su erudición y sus costumbres.

(B) Sirva de prueba el siguiente, tomado del Romancero del Cid.

Fablando estaba en el claustro
de San Pedro de Cardeña
el buen Rey Alfonso al Cid,
después de misa una fiesta.
Fablaban de las conquistas [5]
de las mal perdidas tierras,
por pecados de Rodrigo
que amor disculpa y condena.
Propuso el buen Rey al Cid
el ir a ganar a Cuenca, [10]
y Rodrigo mesurado
le dice desta manera:
«Nuevo sois, el Rey Alfonso,
nuevo sois Rey en la tierra,
antes que a guerras vaya [15]
dessosegad las vuesas tierras.
Muchos daños han venido
por los Reyes que se ausentan,
que apenas han calentado
la corona en la cabeza. [20]
Y vos no estáis muy seguro
de la calumnia propuesta
de la muerte de D. Sancho
sobre Zamora la vieja.
Que aún hay sangre de Bellido [25]
maguer que en fidalgas venas,
y el que fizo aquel venablo
si le pagan, fará treinta».
Bermudo en lugar del Rey
dice al Cid: «Si vos aquejan [30]
el cansancio de las lides
o el deseo de Ximena,
id vos a Vivar Rodrigo,
y dejad al Rey la empresa,
que homes tiene tan fidalgos [35]
que no volverán sin ella».
«¿Quién vos mete, dijo el Cid,
en el consejo de guerra,
fraile honrado, a vos agora,
la vuesa cogulla puesta? [40]
Subid vos a la tribuna
y rogad a Dios que venzan,
que non venciera Josué
si Moisés no lo ficiera.
Llevad vos la capa al coro, [45]
yo el pendón a las fronteras,
y el Rey sosiegue su casa
antes que busque la ajena;
que non me farán cobarde
el mi amor y la mi queja, [50]
que más traigo siempre al lado
a Tizona que a Ximena».
«Home soy, dijo Bermudo,
que antes que entrara en la regla
si non vencí Reyes moros [55]
engendré quien los venciera;
y agora en vez de cogulla
cuando la ocasión se ofrezcame
calaré la celada
y pondré al caballo espuelas». [60]
«Para fugir, dijo el Cid,
puede ser, Padre, que sea,
que más de aceite que sangre
manchado el hábito muestra».
«Calledes, le dijo el Rey, [65]
en mal hora que no en buena,
acordársevos debía
de la jura y la ballesta.
Cosas tenedes, el Cid,
que farán fablar las piedras, [70]
pues por cualquier niñería
facéis campaña la Iglesia».
Pasaba el Conde de Oñate
que llevaba la su dueña,
y el Rey por facer mesura [75]
acompañola a la puerta.


Es cierto que el lenguaje de este romance y de todos los del mismo Cancionero, no parece propio del siglo a que se refiere el asunto; pero no sabemos las vicisitudes que sufriría en un tiempo en que, faltando la imprenta, no había más medios de conservarlo que la memoria, pues siendo este género de poesía enteramente popular, no es extraño que el lenguaje de los romances se acomodase en cada época al del pueblo que los cantaba. No pudo suceder lo mismo a otras composiciones poéticas, como el poema del Cid, el de Alejandro, varias de Berceo, etc., porque siendo muy difusas y de mayor artificio, tanto en el asunto como en el plan y medida de los versos, solo circulaban entre los eruditos, y conservaron necesariamente la integridad del idioma en que fueron compuestas. Exceptuando el lenguaje, todo es del tiempo del Cid en el romance que insertamos. Las situaciones, la osadía luchando con el respeto, la enérgica ingenuidad de las respuestas, la respetuosa y obligatoria urbanidad del Monarca con el bello sexo, finalmente todas las circunstancias de este y de otros muchos romances de su especie, prueban su venerable y preciosa antigüedad. Mas para probar que no nos faltan romances que hayan conservado el lenguaje del siglo XIII, copiaremos el siguiente que insertan también los PP. Berganza y Andrés Merino casi con el mismo objeto:

En San Peidro de Cardeña
do yace el Cid enterrado
con la su Doña Ximena,
que buen poso han entrambos;

yacen también muitos reyes, [5]
e muitos omes fidalgos
cuyos fazañosos fechos
los ficieron afamados.

Entre otras muitas grandezas
una habrá en tanto grado, [10]
que aun a los cielos almira
la grandosidad del caso.

E fue que doscientos monjes,
que al gran Beito semejaron
en el hábito, e en la vida, [15]
morieron mártires santos.

Otras órdenes benditas
uno a uno dan los Santos,
mas tú doscientos por uno,
señal, que en ti fincan tantos. [20]

¡Oh, Cardeña venturosa!
Maguer en tierra has quedado,
con la sangre de tus fijos
fasta el cielo has llegado.

Toda tu gente es de guerra: [25]
maguer que si guerrearon,
unos vencieron moriendo
otros vencieron matando.

Que si los infieles moros
en tu casa santa entraron, [30]
cuidando fallar un Cid,
doscientos Cides fallaron.

E vos Beito glorioso
bien podéis estar ufano,
viendo que en la vuesa gente [35]
hay tan famosos soldados.


(C) Somos deudores de esta rarísima composición a la diligencia del erudito don Tomás Sánchez, Bibliotecario del señor don Carlos III, que la publicó el año de 1779 (y no de 75, como dice Bouterwek) en el primer tomo de la colección que cita nuestro autor (nota 3). La impresión se hizo por la copia exacta de un códice antiquísimo, escrito en pergamino (cuyo carácter de letra copiamos en la estampa primera, aunque con algunas variantes, según el que nos ha servido de original), que se conservaba sin el título que le da Bouterwek en el archivo de Vivar, cerca de Burgos, patria del mismo Cid. El P. Sarmiento no vio más que una copia bastante defectuosa de un trozo del original, y de ella inserta diez versos, que son los que copia Bouterwek. He aquí como se leen en la colección de Sánchez:


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De los sos oios tan fuerte mientre lorando
tornaba la cabeza e estábalos catando:
vio puertas abiertas e uzos sin cañados,
alcándaras vacías sin pielles e sin mantos
e sin falcones e sin adtores mudados. [5]
Sospiró mío Cid ca mucho avié grandes cuidados:
fabló mío Cid bien e tan mesurado:
«Grado a ti Señor Padre que estás en alto:
esto me han vuelto míos enemigos malos».
Allí piensan de aguijar, allí sueltan las riendas, etc. [10]


Ignórase absolutamente el año en que fue compuesto este poema, o por mejor decir, esta historia rimada; pero tanto el lenguaje como el carácter de letra en que está escrito, y algunas otras circunstancias, prueban que pertenece a la mitad del siglo XII. Es ciertamente inútil buscar en esta composición imágenes poéticas, elegancia de estilo, ni pensamientos brillantes; pero tiene rasgos que indican lo que hubiera podido hacer el autor en siglo menos inculto. Sirva de ejemplo la siguiente relación de un combate.

Espolonó el caballo, e metiolo en el mayor haz:
moros le reciben por la seña ganar.
Danle grandes colpes, mas no le pueden falsar.
Dijo el Campeador: «valelde por caridad».
Embrazan los escudos delant los corazones, [5]
abajan las lanzas apuestas de los pendones,
enclinaron las caras desuso de los arzones,
íbanlos ferir de fuertes corazones,
a grandes voces lama el que en buen hora násco,
feridlos caballeros por amor de caridad: [10]
«Yo so Rui Díaz el Cid Campeador de Vivar».
Todos fieren en el haz de está Pero Bermuez.
Trescientas lanzas son, todas tienen pendones,
sendos moros mataron todos de sendos colpes,
a la tornada que facen otros tantos son, [15]
veriedes tantas lanzas premer e alzar
tanta adarga a foradar e pasar,
tanta loriga falsa desmanchar,
tantos pendones blancos salir bermejos en sangre.
Tantos buenos caballos sin sos dueños andar. [20]
Los moros laman Mafomat: los cristianos Santiague.
Cayen en un poco de logar moros muertos mil e trescientos ya.
¡Que lidia bien sobre exorado arzón
Mío Cid Ruy Díaz el buen lidiador! etc.


El poema parece dividido en dos partes, según advierte el mismo Sánchez, pues después del verso 2285 dice el poeta:

Las coplas de este cantar aquí se van acabando:
el Criador vos valla con todos los sos Santos.


Véase la colección citada de don Tomás Sánchez, tomo 1º.

(D) Sin embargo, don Tomás Sánchez en la introducción al poema del Cid, prueba que es anterior a la crónica, y aun hace ver algunos de los errores en que incurrió el autor al copiar sus principales pasajes.

(E) Sánchez en el tomo 3º de su citada colección, dice expresamente, que el autor de este poema fue el clérigo Juan Lorenzo Segura de Astorga, y de varias observaciones deduce que floreció a mediados del siglo XIII. Sánchez tuvo en su poder el original que se conservaba en el archivo de los Duques del Infantado, y añade: «No dudo que este códice rarísimo y apreciabilísimo es el mismo que tuvo en Guadalajara el Marqués de Santillana, al cual llamó en su carta libro de Alexandre».

(F) Pero en estas invenciones insípidas y ridículos disfraces, y en otras muchas inverosimilitudes e impropiedades que abundan en el poema de Alejandro, y que pasa en silencio Bouterwek, no hizo Juan Lorenzo más que acomodarse al tiempo en que vivía, obligándole tal vez a excederse en ellas el deseo de ser más fácilmente entendido. «En cuanto a la calidad y mérito de este poema (dice don Tomás Sánchez) así por el héroe y sus hazañas como por el género de metro, no puede negarse que es un poema épico aunque histórico, como lo son la Odisea de Homero y la Eneida de Virgilio. Como la lengua castellana apenas había salido de la infancia cuando se cree que se compuso, como el estilo de los escritores de aquel tiempo era desaliñado respecto del nuestro, y como la nación estaba llena de costumbres poco civilizadas, y resabios de la literatura africana, era forzoso que la composición no saliese con aquella tal cual perfección y mejor gusto que el poeta le hubiera dado si hubiese alcanzado tiempos más claros y despejados. Por lo demás no puede dejar de confesarse que el poeta tenía talento para la poesía, como se echa de ver en muchas imágenes y adornos poéticos, que brillarían más si la barbarie en que las gentes estaban sumergidas, y la que ahora nos parece rudeza del estilo y grosería del lenguaje, no sirvieran como de nube que no deja ver, o hace que parezca soez y feo lo que de suyo es hermoso y brillante. No de balde he dicho nos parece; porque verdaderamente no debe llamarse bárbaro ni tosco el estilo de nuestros castellanos antiguos mientras no lo fuese, comparado con el estilo y lenguaje mejor que se usaba en aquellos tiempos, aunque lo parezca ahora, comparado con el que se usa en los nuestros. Las metáforas de que usa con frecuencia son por lo común propias, y a veces tienen elevación y gracia. Por ejemplo, para decir que ya iba amaneciendo, se explica de esta suerte:

Ya iba aguisando Don Aurora sus claves,
tollía a los caballos Don Febus sus dogales,
despertó Alexandre al canto de las aves,
que facíen por los arboles e los cantos suaves.


Por lo demás nuestro poeta se deleitaba mucho con las pinturas, como se puede ver en el sepulcro de Patroclo, en las armas de Darío, en el sepulcro de este rey, en la descripción de Babilonia, en la pintura de la tienda de Alejandro, en la de su palacio, y en otras que omito. En todas las cuales, ya la exageración poética, ya la misma grandeza de las cosas, dieron a la poesía un cierto lustre que la hicieron magnífica y hermosa. No luce menos en este poema la mitología, que parece era familiar a nuestro poeta, según que usa de ella con frecuencia y oportunidad. También hace frecuente uso de la sagrada Escritura y ciencias naturales. De todo lo cual se deduce que Juan Lorenzo era un eclesiástico de una literatura no vulgar para aquellos tiempos».

Para mayor comprobación de este juicio de Sánchez, copiaremos la siguiente descripción de las armas de Darío, que empieza al verso 942 del poema:

Conviene que fablemos entre las otras cosas
de las armas de Darío que fueron muy preciosas,
de obra eran firmes de parecer fremosas,
pora traer levianas mas non bien venturosas.
Avié en escudo mucha bella estoria, [5]
la geste que fecieron los Reys de Babilonia:
yacié hy de los gigantes toda la estoria
cuando los linguages prisieron la discordia.
Sedié del otro cabo el Rey de Judea
Nabucodonosor que conquisó Caldea, [10]
cuemo prisó Tribol e Tabarea
et cuantas ontas fizo sobre la yent Ebrea.
Cuemo destruyó el templo de la Santa Cidade
cuemo fueron los Tribos en su captividade,
cuemo sobre el Rey fizo gran crueldade, [15]
que le sacó los oios, ca así fue verdade.
Por amor que las armas non fuesen macelladas
unas estorias vueltas hy fueron encerradas:
non quiso el maestro que hy fuesen notadas
caserien las derechas por esas desfeadas. [20]
Non vio por seso que y fuese metido
Nabucodonosor cuemo fue enloquecido.
Ca andido VII años de memoria salido
pero tornó en cabo muy bien en su sentido.
Non quiso y meter el fijo periurado [25]
que fue sobre su padre crudo e denodado;
lo que peor le sóvo ovol desmembrado
ca querié reinar solo el que haya mal fado.
Mas en cabo estaba sotilmente obrado
el buen reino de Persia cuemo empezado: [30]
la mano que feciera el escudo dictado.
Lo que Don Baltasar ovo determinado
la estoria de Ciro fue deredor echada,
gran conquista fizo todo por su espada:
cuemo fue la compaña de Israel quitada, [35]
Ereus en su guerra que non ganó nada.
Cuemo fue ennos montes en ascirso criado,
de cual guisa fue aducho a poblado.
……………………………………….

Ciro fue poderoso por tierra e por mar
diole Dios gran ventura, diole mucho a ganar [40]
pero tod su ganancia no le pudo amparar,
ovol una fembra en cabo a matar.
……………………………………….

Ya se movién las aces, íbanse allegando,
iban los ballesteros de las saetas tirando,
iban los caballeros las cabezas abajando, [45]
iban los caballos las orejas aguzando.
Eran de tal guisa mezcladas las feridas
que eran de los golpes las trompas enmodidas;
volaban por el aire las saetas tejidas
al sol togién el lumbre, tan venién descosidas: [50]
de piedras e de dardos iban grandes nubadas
cuemo si fuesen enjambres de abejas juntadas;
tant eran las feridas firmes e afincadas
que eran de los cuernos las voces afogadas.
Cuemo sedié Alexandre mano al corazón, [55]
aguijó todo primero, abajo el pendón:
Más irado que el rayo, más bravo que el león
fue ferir do estaba el Rey de Babilón.
Fendió todas las aces que fronteras estaban
Parársele delante ningunos non osaban, [60]
Ferió entre los Reys que a Darío guardaban.
Pocos avié hy de ellos que de él se non duldaban.


Al fin del poema se hallan dos cartas que supone el autor escritas por Alejandro a su madre para consolarla del pesar que recibió cuando supo el peligro que corría la vida de su hijo: ambas prueban la fuerza y energía del estilo prosaico del siglo XIII; pero principalmente la segunda merece trasladarse en este lugar, tanto por los sublimes documentos que contiene, como por el afecto que respira:

Carta de Alejandro


Esta es la otra carta que envió Alexandre a su madre por confortarla:

Madre: oít la mi carta, e pensad de lo que hy ha, e esforciatvos con el bon conorte e la buena sofrencia, e non semejedes a las mujeres en flaqueza nin en miedo que han por las cosas que les vienen, así como non semeja rostro fijo a los homes en sus mañas e en muchas de sus faciendas. Y madre, ¿se fallastes en este mundo algún regnado que fue ficado en algún estado durable? ¿Non veedes que los árboles verdes y fremosos que facen muchas fojas e espesas e lievan mucho fruto, en poco tiempo quebrántanse sus ramos, e cáense sus fojas e sus frutos? Madre ¿non veedes las yerbas verdes e floridas, que amanecen verdes e anochecen secas? Madre ¿non veedes la luna, que cuando ella es complida e más luciente, estonce le vien el eclipsis? Madre ¿non veedes las estrellas que las encubre la lobregura? ¿e non veedes las llamas de los fuegos lucientes e ascondidos que tan aína se amatan? Pues parat mientes, Madre, a todos los homes que viven en este sieglo, que se pobló de ellos el mundo, e que se maravillan de los visos, e de los sesos, e que son todas cosas, e que se engendran, e cosas que nacen, e todo esto es juntado en la muerte e con el desfacer. Madre ¿vistes nunca qui diese e non tomase, e quien emprestase e non pagase, e quien comendase alguna cosa e gela diesen en fialdat, e que non gela damandasen?

Madre, se alguno por derecho oviese de llorar, pues llorase el cielo por sus estrellas e los mares por sus pescados e el aer por sus aves e la tierra por sus yerbas e por cuanto en ella ha; e llorase home por sí, que es mortal e que es muerte e que mengua su tiempo cada día e cada hora. Mas ¿por qué ha home de llorar por pérdida? Fascas que era seguro que antes que la perdiese de lo non perder, e vínole cosa porque non cuidase. Pues ¿por qué debe llorar e facer duelo? Madre ¿viste fasta agora ninguno que fuese fincable o durable e que non fuese a lugar do non tornase? Pues que aquesto non es, non tiene prol el llorar al llorador, nen el duelo non tien prol. Madre, siempre fustes sobedora que yo avié de morir; mas non sabiedes el tiempo ne la sazón. Pues esforciatvos con la bona sofrencia e con el bon conorte e non lloredes por mí: que a lo que vo es mejor que lo que lexo e más sen cuidado e más sen lacerío e más sen miedo e más sen afán. Pues aparciatvos e guisatvos pora cuando ovierdes a ir al lugar do vo. Ca la mi nombradía e la mi gran honra en este sieglo destaiada es, e ficara la nombradía del vostro bon seso e de la vostra sofrencia e la vostra abedienza a mandamiento de los sabios, e en esperar lo que Dios mandó del otro que es fincable».

(G) Don Tomás Sánchez , fundado en varias memorias y documentos coetáneos, prueba que Berceo no fue benedictino, sino clérigo , que nació hacia el año de 1198, y que murió hacia el de 1268 , o a mediados del reinado de don Alonso el Sabio. Publica en su colección las obras que se conservan de Berceo, que son las siguientes:

1. La vida de Santo Domingo de Silos.

2. La vida de San Millán de la Cogolla.

3. El Sacrificio de la Misa.

4. El martirio de San Lorenzo.

5. Los loores de Nuestra Señora.

6. Las señales del día del Juicio.

7. Milagros de Nuestra Señora.

8. Duelo de la Virgen el día de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

9. La vida de Santa Oria,

y manifiesta las equivocaciones que padeció don Nicolás Antonio al tratar de Berceo. Bouterwek se equivoca igualmente, diciendo que este poeta llama prosa a sus versos al principio de la vida de santo Domingo de Silos. Berceo sabía muy bien que lo que escribía no era prosa; pero sea por modestia, o resuelto a no servirse de otro estilo más que del familiar para que le comprendiese el pueblo, como él mismo asegura,

En cual suele el pueblo fablar a su vecino,


no es extraño dijese que su lenguaje se acercaba mucho a la prosa, y era tan inteligible como esta. Así es que muchas de sus expresiones, y la mayor parte de sus comparaciones están tomadas de los asuntos más triviales; y que aun cuando en nuestros días parecerían con razón ridículas e intolerables, en su tiempo pertenecieron sin duda al estilo familiar y a la sencillez propia de aquel siglo. Dice por ejemplo (hablando en favor de su obra, por considerarla de grande utilidad) en los mismos versos que cita Bouterwek.

Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.


En la vida de San Millán, copl. 118, dice:

Luego que esto dijo la bestia enconada
quiso en el santo ome meter mano irada,
abrazarse con elli, pararli zancaiada
mas no li valió todo una nuez foradada, etc.


Y en la copl. 16 de los Milagros de Nuestra Señora, dice:

Señores e amigos, lo que dicho avemos
palabra es oscura, exponerla queremos:
tolgamos la corteza, al meollo entremos, etc.


Otros muchos ejemplos de esta especie pueden notarse en el discurso de las obras de Berceo, sin que de ellos ni de otros defectos se infiera con fundamento que carecía del talento y erudición necesarios para escribir con elegancia, y emplear las bellezas poéticas en cuanto lo permitían las luces de aquel siglo inculto, como lo prueba la siguiente descripción con que empieza los Milagros de Nuestra Señora.

Yo Maestro Gonzalvo de Berceo nomnado
yendo en romería caecí en un prado
verde e bien sencido, de flores bien poblado,
logar codiciaduero pora ome cansado.
Daban olor sobejo las flores bien olientes, [5]
refrescaban en ome las caras e las mientes,
manaban cada canto fuentes claras corrientes,
en verano bien frías, en ivierno calientes.
Avié hy gran abondo de buenas arboledas,
milgranos e figueras, peros e mazanedas [10]
e muchas otras frutas de diversas monedas;
mas non avié ningunas podridas nin acedas.
La verdura del prado, la olor de las flores
las sombras de los árbores de temprados sabores
refrescáronme todo, e perdí los sudores; [15]
podríe vevir el ome con aquellos olores.
Nunca trobé en sieglo logar tan deleitoso,
nin sombra tan temprada nin olor tan sabroso,
descargué mi ropiella por yacer más vicioso,
póseme a la sombra de un árbor fermoso. [20]
Yaciendo a la sombra perdí todos cuidados,
odí sonos de aves dulces e modulados;
nunca udieron omes órganos más temprados,
nin que formar pudiesen sones más acordados.
Unas tenién la quinta, e las otras doblaban, [25]
otras tenién el punto, errar no las dejaban;
al posar, al mover todas se esperaban,
aves torpes nin roncas hi non se acostaban.
.……………………………………

El prado que vos digo avié otra bondat
por calor ni por frío non perdié su beldat, [30]
siempre estaba verde en su entegredat,
non perdié la verdura por nula tempestat.
.……………………………………

Los omes e las aves cuantas acaecién,
levaban de las flores cuantas levar querién,
mas mengua en el prado ninguna non facién: [35]
por una que levaban, tres e cuatro nacién, etc.


El P. Sarmiento cree que Berceo no solamente compuso poesías en alejandrinos de catorce sílabas, sino también otras en versos menores, que tal vez se han perdido o existen anónimas, y para dar fuerza a su opinión, cita la siguiente copla de ocho versos, atribuida a Berceo, sin duda por ser traducción del epitafio latino de las santas Oria (cuya vida escribió) y su madre Amunna:

So esta piedra que vedes,
yace el cuerpo de santa Oria,
e el de su madre Amunna
fembra de buena memoria.
Fueron de gran abstinencia [5]
en esta vida transitoria
porque son con los ángeles
las sus almas en gloria.


«¡Ojalá hubiese algún mecenas que se determinase a costear la impresión de todas las poesías de Berceo! (continúa el P. Sarmiento). Ese volumen sería como clave del dialecto castellano antiguo, y de la más remota poesía castellana. Por él se conocería el modo como se iban corrompiendo las voces latinas para enriquecer nuestro vulgar idioma. Se observaría la primitiva ortografía castellana; y de uno y otro sería fácil el tránsito a hallar la verdadera etimología de algunas voces que hoy parece muy obscura. Por la ley de los consonantes se fijaría la pronunciación larga o breve de algunas voces que hoy es ambigua. Además de esto se manifestarían algunos particulares puntos de geografía, cronología, historia, y aún de genealogía, que no constan de otros escritos. Finalmente, publicadas esas poesías no habría quien no notase en ellas este o el otro punto de ritos eclesiásticos y de costumbres monásticas, y al mismo tiempo algunas costumbres políticas, y la antigüedad de algunos refranes castellanos. Por estas y otras utilidades que omito, y por la remota antigüedad de Berceo, y aun por lo mucho que de él nos ha quedado, con razón se debe ya llamar de aquí adelante el Poeta Ennio de España, o el Ennio español. No ignoro que el poeta Juan de Mena está ya en posesión de este epíteto; pero se viene a los ojos que solo Juan de Mena entró en esa posesión, porque el primero que le llamó el Ennio español, no tenía noticia alguna de Berceo».

En el tomo 1º de la Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV, hemos visto realizados los deseos del P. Sarmiento, y somos deudores de este beneficio a la erudición e infatigable diligencia de don Tomás Sánchez, a la generosidad y buen gusto del impresor don Antonio Sancha, y al acendrado patriotismo de uno y otro.

En la biblioteca Real de Madrid permanece manuscrito un poema de Berceo sobre los sacrificios del antiguo y nuevo Testamento.

(H) En cualquier siglo hubiera sido Alonso X un hombre extraordinario, pues su ingenio elevado y trascendental hubiera sabido apoderarse de todos los recursos de la ilustración y de la cultura, familiarizarse con las más grandes ideas de su tiempo, y merecer el renombre con que le distingue la posteridad. Entonces fue un sabio del siglo XIII, hoy sería tal vez la honra del XIX. Las obras que escribió, tanto en prosa como en verso, fueron muchas; pero de todas ellas solo se han conservado las siguientes:

En prosa:

–El Fuero Real o el Fuero del libro.

–Las Partidas.

–La traducción del Fuero Juzgo.

–Las Tablas astronómicas.

–La Histórica general de España.

–La universal (de la que solo se conserva una parte).

–La de las Cruzadas.

–El Libro del Tesoro (de filosofía).

–El Septenario o introducción a las Partidas, con un elogio de su padre.

–Varias cartas.

En verso:

–El Libro del Tesoro o del Candado.

–Las Cántigas.

–Las Querellas (que se han perdido, y solo se conservan las octavas que insertan Pellicer y don Nicolás Antonio).

El que desee noticias más circunstanciadas de estas obras, puede consultar el proemio del tomo 1º de la colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV, por don Tomás Sánchez, pág. 148, y el elogio de este Rey por don José Vargas Ponce; pero debemos advertir en este lugar que las obras de don Alonso el Sabio manifiestan una cultura y unas luces muy superiores a su siglo. Ciñéndonos solamente a la versificación, podemos citar como prueba las dos primeras octavas con que empieza el Libro de las Querellas, poema que escribió el Rey quejándose de la deslealtad de muchos de sus ricos-homes, que se hicieron partidarios de su hijo don Sancho cuando se alzó injustamente con la corona.

A ti Diego Pérez Sarmiento, leal,
cormano e amigo e firme vasallo,
lo que a míos omes de cuita les callo
entiendo decir, plañendo mi mal;
a ti que quitaste la tierra e cabdal [5]
por las mi faciendas en Roma e allende
mi péndola vuela, escúchala dende
ca grita doliente con fabla mortal.

Como yaz solo el Rey de Castilla
Emperador de Alemania que fue; [10]
aquel que los reyes besaban el pie,
e reinas pedían limosna en mansilla;
el que de huestes mantuvo en Sevilla
cien mil de caballo e tres dobles peones;
el que acatado en lejanas regiones [15]
fue por sus tablas e por su cochilla.


También debemos advertir que el P. Sarmiento se equivocó cuando dijo que «don Alonso compuso las más de sus coplas en idioma gallego»; pues únicamente se sirvió de esta lengua en las Cántigas de nuestra Señora. Las dos obras más celebradas de don Alonso el Sabio son el Libro de las siete Partidas o Septenario en prosa, y el Libro del Tesoro o del Candado, en verso. No han faltado escritores que han pretendido privar a este Rey del título de autor de las Partidas; pero todas las circunstancias que se advierten en ellas parece prueban en favor del Rey, principalmente la particularidad de leerse su nombre en las iniciales de las siete Partidas, en esta forma.

A servicio de Dios…
La fe católica…
Fizo nuestro Señor…
Onras señaladas…
Nascen entre los omes… [5]
Sesudamente dijeron los sabios…
Olvidanza e atrevimiento…


El Septenario, propiamente hablando, no es más que el prólogo de las siete Partidas.

El Libro del Tesoro o del Candado trata de hacer oro verdadero, y de él da don Tomás Sánchez la razón siguiente, que insertamos toda entera por referirse a una obra tan curiosa como poco conocida:

«Es un tomo en folio de vitela de diez hojas y media útiles. Está encuadernado en tabla forrada en badana parda o vuelta al revés: tiene dos chapitas de hierro con dos agujeros uno en frente de otro, como para cerrarle con Candado. Ortiz de Zúñiga (Anal. Sevill. lib. 2, año 1284, nº 7), hablando de los escritos del Rey don Alonso, y en particular de los de filosofía: “a esta clase (dice) debieran reducirse el Tesoro en coplas de arte mayor, y en las mismas el Candado, obras químicas que corren con su nombre en manos de los curiosos”. Es muy creíble que al Libro del Tesoro químico, por cerrarse acaso con candado, se le llamase también Candado, o libro del Candado, y que por estos dos títulos se haya creído que el Rey compuso dos obras de alquimia, ambas en verso de arte mayor, una llamada Tesoro, y otra Candado. Todo este Tesoro está escrito con tinta encarnada, y su letra es parecida a la que se usaba en el siglo XIV. Tal es el Códice que se guarda entre los M. SS. de la Real Biblioteca. Por ser obra tan corta se pondrá aquí toda, a excepción de lo que está escrito en cifra, y hasta ahora no se ha podido leer. Empieza así:

Del Tesoro
Libro I


Fecho por mí, D. Alonso Rey de España, que he sido Emperador, porque acatando en como después de las grandes misericordias que el Señor Dios me tiene fechas e que la mayor fue darme el saber de la su santa fe, e el de las cosas naturales, e después el Reino de mis padres, para mejor lo sostener quiso darme el alto bien e haber de la piedra de los filósofos, ca ya non la buscaba. Por lo cual fallándome tenudo de le servir, fiz algunos fechos de caridad con las sus riquezas. E maguer sea dicho en los libros de los sabios, ca el ome que oculta el tesoro non face de caridad, bien que yo non sea menguado de esta, quise ocultar este ca non fuese entendido salvo de ome bueno e sabio (ca non ser puede la sabiduría sin la bondad como lo dijo Salomón) porque yo dije ca seyendo común llegaría a las manos de los omes non buenos. E para que sepades en cómo fui sabido de este alto saber, yo vos lo diré en trovas. Ca sabed que el verso face excelentes e más bien oídos los casos, ca sabemos en como Dios de ellos asaz le place, ca así lo fizo el Rey David en el su Salterio. Yo fui sabido en este gran tesoro en poridad e lo fiz, e con él aumenté el mi haber, e non cuidéis ca si vos supiéredes la su cifra fallaréis el fecho de la verdad bien explanado, ansí en como yo lo supe del mi maestro, a quien siempre caté cortesía, ca non será justo reprochar al maestro si la su doctrina nos es de honra e pro».

Después de este prólogo, prosigue:

“En el nombre de Dios faga principio la obra.

1. Llegó pues la fama a los mis oídos
que en tierra de Egipto un sabio vivía,
e con su saber oí que facía
notos los casos ca non son venidos.
Los astros juzgaba, e aquestos movidos [5]
por disposición del cielo, fallaba
los casos que el tiempo futuro ocultaba,
bien fuesen antes por este entendidos.

2. Codicia del sabio movió mi afición
mi pluma e mi lengua con grande humildad [10]
postrada la alteza de mi majestad,
ca tanto poder tiene una pasión.
Con ruegos, le fiz la mi petición
e se la mandé con mis mensajeros,
haberes, faciendas e muchos dineros [15]
allí le ofrecí con santa intención.

3. Repúsome el Sabio con gran cortesía:
«Maguer vos, Señor, seáis un gran Rey,
non paro mientes en aquesta Ley
de oro nin plata nin su gran valía. [20]
Serviros, Señor, en gracia ternía,
ca non busco aquello que a mí me sobró,
e vuestros haberes vos fagan la pro
que vuestro siervo mais vos querría».

4. De las mis naves mandé la mejor, [25]
e llegada al puerto de Alejandría,
el físico astrólogo en ella salía,
e a mí fue llegado cortés con amor.
E habiendo sabido su grande primor
en los movimientos que face la esfera, [30]
siempre le tuve en grande manera,
ca siempre a los sabios se debe el honor.

5. La piedra que llaman filosofal
sabía facer e me la enseñó,
fecímosla juntos, después solo yo, [35]
con que muchas veces creció mi caudal.
E bien que se puede facer esta tal
de otras materias, mas siempre una cosa,
yo vos propongo la menos penosa
más excelente e más principal. [40]

6. Tuve suso de esta estudios de gente
de varias naciones, mas non ca en tal caso
de los caldeos hiciese yo caso,
nin de los árabes, nación diligente.
Egipcios, siriacos e los del Oriente [45]
que el Índico habitan e los sarracenos,
ficieron mi obra e versos tan buenos
que honran las partes del nuestro Occidente.

7. El tiempo presente me era conocido
de crédito sano e de buena verdad [50]
para que vos en la posteridad
non vos parezca que en algo he mentido.
Lo que yo quiero es non sea perdido
la grande valía de este magisterio,
mas non quiero dar un tan grande imperio [55]
a ome que en letras non sea sabido.

8. Por ende fingime la Esfinge tebana
e yuso de cifras propuse verdades.
Maguer sea escura por ella sepades
ca las sus palabras non son cosa vana. [60]
Si habéis entendido esta grande arcana,
non lo pongáis en conversación,
guardadlo en la cifra de aquesta impresión,
si vos entendéis cómo esto se explana.

9. Mi alma presume e lo pronostica, [65]
segund que los astros falla en tal sazón,
ca aquel a quien diere el cielo este don,
a ser como rey el cielo lo aplica.
Empero seyendo de cosa non chica
aqueste tesoro, habrá de tener, [70]
ca seyendo a demás de gran menester,
más que fue Midas a tal será rica.

10. Finida esta obra por nuestro horizonte,
subía la imagen de Deucalión,
al cual dominante por aplicación [75]
cataba el Señor del décimo monte.
Este promete corona en la fronte,
o gran principado por sus catamientos,
o dar el tesoro a los nacimientos,
ca aquesta figura en algo les monte. [80]

11. Si sois de mi patria o mi parentela
consejo vos quiero dar non pequeño,
ca si del tesoro vos fuéredes dueño,
lo deis todo a aquel que a vos lo revela.
Con esto seredes señor de esta tela, [85]
si la dais a quien aquesto es poquito,
ca bien tiene otro tesoro infinito
eterno y librado de toda procela.

Lapis philosophorum


Después de este título latino viene la obra principal de este Tesoro repartida en treinta y cinco divisiones a manera de párrafos escritos en cifra, a los cuales el Maestro Sarmiento llama octavas. Pero se debe advertir que algunos de estos párrafos tienen diez líneas, algunos nueve y algunos nueve y media; y estas son tan largas que no parecen versos de once sílabas, como los que trae Fioravante, sino de muchas más. Lo cual hace sospechar que los párrafos no son octavas, o que hay muchas letras o figuras ociosas para más bien ocultar el Tesoro, que es verdaderamente tesoro escondido. Después de esta cifra se lee:

Sea alabado Dios
Fin del libro primero.


Empieza el segundo con este título:

Del Tesoro
Libro II


y luego la octava siguiente:

La obra pasada del Lapis muy pura,
atan infinita es en multiplicar
ca nunca se arredra de dar e más dar;
es a semejanza de la levadura;
mas si vos queredes de otra fechura [5]
los cuatro elementos ver apartados,
catad como sigue en versos trovados,
ca es de facer más breve e segura.


Síguense ahora otras veinte y siete octavas en cifra, si es que son octavas, como las antecedentes, en las cuales parece que se contiene otro método más fácil y seguro de hacer oro, después de las cuales hay esta nota:

Sea alabado Dios.
Fecho fue este libro en el año de la nuestra salud
MCCLXXII


y estas tres octavas de distinto metro que las antecedentes:

El mayor de los supremos
convidará en su morada
la mayor infortunada
juntándose dos extremos,
después de lo cual veremos [5]
que en su mayor dignidad
estará la majestad
del que más distante vemos.

Catad que del agua salen,
e vuelven a entrar en fuego, [10]
e si vos veis este juego,
non vos otras cosas calen.
Ochocientos años salen
desde una a otra vegada,
porque siendo esta llegada [15]
veréis lo que aquestos valen.

Entonces será llegado
el fatal tiempo de verme
a mi tesoro cogerme,
ca ya non será eclipsado. [20]
E vos catad con cuidado
que en aquesta oscuridad
veréis una claridad
onde un mudo es bien fablado.


Después se sigue la clave para entender el Tesoro, y ocupa siete renglones y medio. El que la hizo no facilitó con ella la entrada en este Tesoro encantado. Esta clave es un alfabeto, en el cual a cada letra de las nuestras corresponden muchas figuras: a unas diez, a otras once, a otras doce, a otras trece y a otras catorce. Esta multitud de cifras por cada letra hace casi insuperable la dificultad de descifrar este Tesoro.

Después de la clave hay una mota que dice:

Fue fallado este libro con los del magnífico caballero don Enrique, Señor de Villena, e fincó en poder del Señor Rey (D. J. el II).

Por lo que toca a la antigüedad del Códice de la Real Biblioteca, aunque el M. Sarmiento (núm. 624) le llama “casi original”, creyendo acaso que es el mismo que poseyó el Marqués de Villena, sin embargo se puede casi asegurar que es una copia moderna; porque ni en la encuadernación, ni en las chapas de hierro, ha impreso ni el uso ni el tiempo vestigios de tanta antigüedad. La tinta es un bermellón ordinario muy desemejante de las tintas encarnadas que se conservan del siglo XIII y XIV. La letra está formada a golpes de pluma, como imitación de otra que se tenía presente. Finalmente, este es, creo, un Códice hecho a imitación del de Villena, o por mejor decir, contrahecho para venderle más caro, o para conservar una memoria de la forma del que sirvió de original». Hasta aquí Sánchez.

La estampa núm. 2 demuestra el carácter de letra en que se conserva escrito el Códice de las Cántigas y algunas de las cifras que ocultan el pretendido secreto.


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1. Por los años de 1036 a 1038.
2. El P. Sarmiento da una historia bastante circunstanciada, y sin embargo poco satisfactoria, del origen de los primeros romances castellanos; pero ni las investigaciones más exquisitas, ni la crítica más acertada podrán jamás aclarar tan espesas tinieblas. ¿Quién podrá averiguar el siglo en que fue compuesta una canción popular de cuyo autor no hay noticia alguna y que los cantores desfiguraban tal vez sin advertirlo, acomodándola a su gusto particular o al dialecto que hablaban?
3. Don Tomás Antonio Sánchez, deseando librar del olvido estos monumentos de la antigua poesía castellana, poco conocidos hasta entonces, publicó en 1775 su preciosa Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV; pero según parece no se han publicado más que cuatro volúmenes de esta obra, que solo alcanza hasta el Arcipreste de Hita. En el tomo 1º se lee la famosa carta del Marqués de Santillana sobre la antigua poesía española, y fue la primera vez que se dio al público toda entera, comentada por el mismo Sánchez con sabias investigaciones.
4. Por ejemplo el siguiente pasaje citado por Sarmiento, y en el cual el lenguaje no difiere del de nuestros días tanto como en otros lugares: De los sus ojos tan fuertemente llorando, / tornaba la cabeza e estábalos catando, / vio puertas abiertas, e uzos sin canados, / alcandras vacías sin pieles e sin mantos, / e sin falcones, e sin azores, mudados. [5] / Sospiró mío Cid; ca mucho avié grandes cuidados. / Fabló mío Cid bien e tan mesorado: / «Grado a ti Señor padre, que estás en alto, / esto me han vuelto mis enemigos malos».
5. El mismo autor manifiesta desde el principio de su poema cuán satisfecho estaba de haber podido rimar los versos de cuatro en cuatro. Mester trago fremoso, non es de ioglaría, / mester es sen pecado, ca es de clerecía / fablar curso rimado per la cuaderna vía, / a sílabas cuntadas, ca es gran maestría, etc.
6. El padre de VII años metiolo a leer, / diolo a maestros ornados de seso e de saber, / los meyores que pudo en Grecia escoger, / que lo sopiesen en las VII artes emponer. / Aprendía de las VII artes cada día lición, [5] / de todas cada día facié disputación, etc.
7. Compárense Sarmiento y Sánchez. Velázquez tiene también algunas notas sobre este punto. Si Berceo hubiera compuesto versos profanos, los literatos españoles no discutirían con tanto ahínco la historia de su vida. Es notable que este hombre piadoso llamase prosa a sus versos. He aquí cómo lo dice: Quiero fer una prosa en roman paladino, / en el cual suele el pueblo fablar a su vecino. / Ca non so tan letrado por fer otro latino. / Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
8. Dice Alonso que había aprendido esta ciencia de un egipcio que hizo venir de Alejandría, y añade: La piedra que llaman filosofal / sabía facer, e me la enseñó; / ficímosla juntos, después solo yo, / con que muchas veces creció mi caudal. En el mismo metro da la receta para hacerla: Tomad el mercurio así como sale / de minas de tierra con limpia pureza. / Purgadlo con cueros par la su maleza, / porque más limpieza en esto mi cale. / E porque su peso tan solo se iguale [5] / con doce onzas del dicho compuesto. / En vaso de vidrio después de ser puesto, / otra materia en esto non vale. Estos mismos versos pueden servir de prueba de la facilidad con que versificaba Alonso el Sabio.
9. Véase L'histoire générale des troubadours, t. 2º, p. 255, y t. 3º, p. 329.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera