Información sobre el texto

Título del texto editado:
Historia de la literatura española. Primera parte: Desde fines del siglo XIII hasta principio del XVI (II)
Autor del texto editado:
Bouterwek, Friedrich (1766-1828) Gómez de la Cortina, José, Conde de la Cortina (1799-1860) Hugalde Mollinedo, Nicolás
Título de la obra:
Historia de la literatura española, traducida al castellano y adicionada por José Gómez de la Cortina y Nicolás Hugalde y Mollinedo
Autor de la obra:
Bouterwek, Friedrich (1766-1828)
Edición:
Madrid: Imprenta de D. Eusebio Aguado, Impresor de la Real Casa, 1829


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Hasta fines del siglo XIV no nos ofrece la Poesía española más que los nombres de un muy pequeño número de poetas, y sin embargo parece verosímil que la mayor parte de los antiguos romances castellanos recogidos después, y más o menos refundidos, son de una fecha más remota. Dícese que ya en el siglo XIII, antes del reinado de Alonso X, un tal Nicolás y un eclesiástico llamado Antonio (I) se habían hecho célebres en este género de poesía; 10 pero hasta que se inventó la imprenta, los sabios, o los que aspiraban a este título, no juzgaron dignos de su atención los cantos populares; y cuando empezaron a conceder alguna a los antiguos romances, ya estaban olvidados los nombres de un gran número de buenos autores, sin que nadie se tomase el trabajo de descubrirlos. Cuando lleguemos a hablar de la época en que se publicaron por la primera vez estas poesías antiguas, entraremos en pormenores más circunstanciados sobre este punto, contentándonos por ahora con reproducir en este lugar algunos monumentos de la literatura española del siglo XIV, menos conocidos, y que no carecen de interés.

Pueden mirarse como una prueba de la influencia que ejerció el ejemplo de Alonso X en los Grandes de Castilla, los esfuerzos que hizo el Rey Alonso XI en medio de las agitaciones políticas de su reinado activo y turbulento, para merecer el título de protector de las letras, y aun de escritor distinguido en su lengua materna. Según los literatos españoles este Monarca compuso una Crónica general en redondillas, 11 que se ha perdido, o permanece tal vez ignorada en algún archivo (K). Por pequeño que sea su mérito, como composición poética, es digno de notar que el Rey prefirió en ella el metro fácil de los romances a la dureza de los versos alejandrinos, y esta preferencia restituyó a las redondillas el aprecio que tenían anteriormente en España. También hizo escribir Alonso diversas obras en castellano, entre otras una especie de registro nobiliario o lista de las familias nobles de Castilla, indicando los bienes de cada una, y un libro de montería que compusieron varios colaboradores. Si estas obras no eran muy propias para apresurar los progresos de la literatura, contribuyeron a lo menos a dar valor a la lengua vulgar, y a infundir en la nobleza el deseo de cultivarla.

Pero el más precioso monumento que conservamos de la literatura española del siglo XIV es el Conde Lucanor, obra política y moral del Infante de Castilla don Juan Manuel. Este Príncipe, descendiente del Rey San Fernando, era bajo todos aspectos uno de los hombres más distinguidos de su siglo. 12 Sirvió a su Rey Alonso XI con toda la lealtad de un caballero, y supo conservar con toda la habilidad de un político el favor de aquel Monarca, a quien no hubieran faltado motivos para mirarle con recelo.

En premio de una multitud de brillantes acciones le nombró el Rey Adelantado mayor de la parte de Castilla que confina con el reino de Granada, y desde entonces fue el terror de los enemigos hereditarios de su nación: penetró en aquel reino, consiguió una victoria memorable, y continuó la guerra por espacio de veinte años, haciendo siempre uno de los principales papeles en el Estado, en medio de las turbulencias políticas que destrozaban a Castilla, hasta que murió en 1362. Su obra es el fruto de su larga experiencia, y admira verdaderamente hallar en un libro español del siglo XIV tanta filosofía práctica, unida a una nobleza de sentimientos tan exenta de ostentación, y expresado todo en un estilo que, sin embargo de su sencillez antigua, no carece de gracia ni de artificio. Para conocer bien todo el mérito de esta obra, es preciso no olvidar que cuando se compuso ya empezaban a apoderarse de la literatura naciente los libros de caballería; y Amadís de Gaula, modelo de todos, se hallaba en las manos de todo el mundo. Sin embargo, en el Conde Lucanor no se encuentra ninguna de las exageraciones de aquellos, antes se advierten en él a cada paso las virtudes de un caballero principal que ha visto y examinado bien a los hombres, y sabe darles su justo valor. No queriendo don Juan Manuel dejar en olvido las máximas morales y políticas que eran el fruto de su larga experiencia, las puso en forma de sentencias versificadas, acomodándolas acertadamente en la historia del Conde Lucanor, a quien supone destituido de la instrucción y habilidad necesarias para arreglar su conducta en circunstancias difíciles; pero coloca a su lado un consejero hábil, dotado del talento que falta al Conde y que le auxilia dándole sus consejos en cuarenta y nueve apólogos o historias terminadas en sentencias, que vienen a ser la aplicación de cada fábula y cuyo mérito se halla algunas veces en la moral y otras en la relación que la contiene. He aquí algunas de estas sentencias:

Si algún bien ficieres, que chico asaz fuere,
fazlo granado; que el bien nunca muere.

Quien te conseja encobrir de tus amigos,
engañar te quiere asaz, y sin testigos.

No aventures mucho tu riqueza
por consejo de ome que ha pobreza.

Quien bien see, non se lieve.

Quien te alabare con lo que no has en ti
sabe, que quiere relevar lo que has de ti.


Esta última sentencia contiene la misma moral que la conocida fábula francesa del cuervo y la zorra, siendo digna de atención la semejanza que se advierte en una y otra, entre la naturalidad sin artificio de don Juan Manuel y la sencillez ingeniosa de La Fontaine; pero sería superfluo advertir que no debe buscarse en una producción literaria española del siglo XIV aquel profundo conocimiento del corazón humano, propio de un siglo menos inculto. 13 El Conde Lucanor parece ha llegado a nosotros en el mismo estado en que lo dejó su autor, sin más variación que un corto número de palabras más modernas, sustituidas tal vez por algún copiante; 14 y en su prólogo, escrito con natural sencillez, expone el mismo Príncipe el fin que se propuso en esta obra.

Don Juan Manuel escribió igualmente en prosa la Crónica de España, el libro de los Sabios, el del Caballero y otras varias obras, de las cuales se conservaban (L) aún en el siglo XVI algunos manuscritos que sin duda se han perdido. También existía en aquella época una colección de poesías del Príncipe don Juan Manuel, que Argote de Molina 15 se proponía publicar, y por el nombre de «coplas» que da a los versos del Príncipe, podemos inferir que no eran alejandrinos. Según estos datos no parece inverosímil que muchas de las canciones y romances que se hallan en el Cancionero general sean suyos, y en este caso podría atribuirse a una edad más remota un gran número de ellos, si se atiende a la originalidad antigua de su estilo. 16

Consérvase igualmente una Sátira alegórica, compuesta en versos alejandrinos por un contemporáneo de don Juan Manuel que, según los literatos españoles, se llamaba Juan Ruiz, y era Arcipreste de Hita. 17 Este autor ingenioso personifica en su Sátira de una manera bastante cómica a la Cuaresma, al Carnaval y al Almuerzo, bajo los nombres de doña Cuaresma, don Carnal y don Almuerzo, suponiendo una amistad edificante entre estos seres y don Amor. Esto basta para que pueda formarse una idea de toda la Sátira, 18 aunque solo existe una parte de ella que se resiente de la poca cultura de su siglo, y se halla en el tomo 4º de la Colección de Sánchez (M).

NOTAS DE LOS TRADUCTORES


(I) También sabemos que en el mismo siglo XIII florecieron los trovadores:

Mosén Jordi, valenciano.

Mosén Jaime Febrer, ídem.

Guillen de Bergedan, catalán.

Hugo de Mataplana, llamado también Nuguet, id.

Raymundo Montaner, id.

Raymundo Lulio, mallorquín.

Don Pedro III de Aragón.

De todos los cuales se encuentran diferentes poesías en nuestros Cancioneros, y también de los siguientes, aunque se ignora el tiempo de su existencia:

Arnau Catalans.

Mola.

Mosén Narcis Vinyoles.

Vicente Ferradis.

Francis de Castelví.

Miguel Pérez.

Juan de Verdancha.

Mosén Fenollar.

En el siglo XI había existido don Pedro I, y en el XII don Alonso I … } de Aragón.

En la epístola dedicatoria que Pedro Anton Beuter puso a su Crónica general de toda España, y especialmente del reino de Valencia, dice lo siguiente hablando de mosén Jordi:

«Una sola cosa quiero aquí decir, que sé yo de cierto que toda la Italia me ha de contradecir en ello, y la mayor parte de España y Francia la han de tener por muy nueva, y por no de creer, y con todo es ella en sí muy verdadera. ¿Quién no sabe que el Francisco Petrarca fue el segundo poeta italiano que después de Dante puso la poesía en lindos y elegantes versos vulgares, y dio principio de sonetos y de tantas rimas sextiles, ternas y de otros números en Italia? ¿Quién no le tiene a este por padre de estas trovas en el mundo? Pues quiero que sepan que como el Virgilio hurtó de Homero y Hesíodo y otros griegos, según Aulio Gelio y Macrobio largamente tratan, así el Petrarca se aprovechó y hurtó de las obras de un nuestro caballero valenciano, que fue casi cien años primero que el Petrarca escribiese, y usó sonetos, y sextiles, y terceroles en nuestra lengua valenciana lemosina; y aunque pudiese poner aquí muchas pruebas de esto que escribió, tengo que abastará lo que aquí quiero poner, porque se sepa la verdad del negocio con este ejemplo:

Dice Petrarca:
Pace non trovo, e non hó da far guerra;
e volo soprál ciel, e giaccio in terra;
e mulla stringo, e tutto "l mondo abraccio.
ed hó in odio me stesso, ed amo altrui.
se amor non é, che dunque è quel ch'io sento?

Dice Mosén Jordi Caballero:
E non he pau, e non tinch quim guarreig
vol sobrel cel, e nom movi de terra
e no estrench res, e tot lo mon abras
hoy he de mi, e vull altri gran be.
sino amor, dons ago que sera?


Este mosén Jordi fue un caballero cortesano del Rey don Jaime que ganó a Valencia, y se halló con él en el pasaje de Ultramar, que se desbarató por la tormenta, que le tomó en frente de Mallorca año de 1250, casi o poco más. Y un otro caballero su compañero que se llamaba mosén Febrer, hizo unos sonetos describiendo aquella tormenta. El Petrarca, año del Señor 1327, se enamoró de madama Laura, y entonces empezó de escribir sus trovas. Y hallándose en Gascuña con el Obispo de Lumbierri don Jaime Colona en tiempo del Papa Juan XXIII, como estuviese a las raíces de los Pirineos, según se comprende de los comentarios de Alejandro Vellutello, escribiendo la vida del Petrarca, pudo haber las trovas de nuestro caballero valenciano, que ya entonces estaban divulgadas por Cataluña, de que tanto se aprovechó, etc.».

(K) He aquí las coplas de esta Crónica que pone Argote de Molina en su Nobleza de Andalucía, lib. 2º c. 74, diciendo que «por la curiosidad de la lengua y poesía en aquel tiempo, y por ser de lo mejor y más fácil que en muchos años se escribió en España», lo traslada allí:

1. El Rey moro de Granada
más quisiera la su fin,
la su seña muy preciada
entrególa a Don Ozmin.

2. El poder le dio sin falla [5]
a Don Ozmin su vasallo,
escusose de batalla
con cinco mil de caballo.

3. Después la zaga vinieron
ricos omes y Arrayaces, [10]
e todos luego fecieron
muy bien apostadas faces.

4. El Infante buen varón
que siempre fue bien fardido,
aforzolo el corazón [15]
e diera fuerte bramido.

5. Castilla e León llamaba
como un bravo león,
e a su Alferze mandaba
que fuese con el pendón. [20]

6. Que de muerto non dudase
nin otrosí su mesnada,
e que el pendón le ayuntase
con la seña de Granada.

7. Infante muy esforzado, [25]
señor de muy gran mesnada
enviara su mandado
a los moros de Granada.

8. Que percibiesen la tierra
que él con su potestad [30]
quería facer gran guerra
a Sevilla la ciudad.

9. Un Arraz bien se guisó
de Guadix con gran mesnada,
e sobre Siles posó [35]
con grande gente e manada.

10. Del maestre de Santiago
el castillo era sin falla,
un muy noble fijodalgo
muy buen caudillo en batalla. [40]

11. Don Alonso fue llamado
de Meléndez y Guzmán,
de este Maestre muy honrado
ya por siempre fablarán.

12. Del Castillo oyó mandado [45]
en Úbeda donde estaba,
y del Arraz donde ha estado
como lo amenazaba.

13. Cuando las nuevas oía
de Úbeda fue salir, [50]
Santiago bien lo guía
como mayor Adaliz.

14. E llevolos muy en paz
como noble caballero,
e vieron yacer el Arraz [55]
en derredor del castiello.

15. Con Mestre son seiscientos
caballeros de prestar,
los moros mil y trescientos
con Afia Aboamar. [60]

16. Guisábanse hijosdalgo
para acometer el juego,
el Maestre de Santiago
a su Alferez llamó luego.

17. Fablaba de la su boca: [65]
«ora, amigos, esforzad,
Don Beruca de la Roca
hoy me podedes ganar.

18. Non sos mengüe el corazón
y hoy, amigo, si vos plaz, [70]
yo vea aquese pendón
con la seña del Arraz».

19. Alferze de gran bondad
dijo: «pláceme sin falla»,
Dios ayude a la verdad, [75]
luego fue en la batalla.

20. El Maestre de otra parte,
moros alaridos dan,
feriolos muy bien sin arte
Ramir Florez de Guzmán. [80]

21. Faciendo caballería
e Santiago llamando,
e los moros aquel día
con su Arraz bien lidiando.

22. El Maestre de Santiago [85]
los firió en la espesura,
esforzó los fijosdalgo,
puso el cuerpo en aventura.

23. A los moros bien fería
el Maestre Real Varón, [90]
e Don Fernando Mejía
Comendador de León.

24. El Arraz tornó omeciello,
con sus moros fiz manciella,
e Sancho Sánchez Carriello [95]
Comendador de Castiella.

25. Santiago su Freyria
faciendo gran mortandad,
el Alferze aquel día
mostrando muy gran bondad. [100]

26. El pendón iba alzando,
e con placer le blandiendo,
e los Freyres le aguardando
en los moros bien feriendo.

27. Los cristianos bien lidiaron [105]
moros Dios los desbarata;
un rico moro mataron
el buen caudillo de Bacta.

28. Muy fuerte fue la contienda,
Dios ayuda a los cristianos, [110]
el Arraz volvió la rienda
e fuyó con sus paganos.

29. Los moros fueron huyendo
maldiciendo su ventura,
el Maestre los siguiendo [115]
por los puertos de Segura.

30. E feriendo e derribando
e prendiendo a las manos,
e Santiago llamando
escudo de los cristianos. [120]

31. En alcance los llevaron
a poder de escudo y lanza,
e al castillo se tornaron,
e entraron por la matanza.

32. E muchos moros fallaron [125]
espedazados jacer,
el nombre de Dios loaron
que les mostró gran placer.

33. E las orejas tajaron
de los moros bien sin falla [130]
de aquellos que fallaron
que murieron en batalla.

34. E al noble Rey las dieron
que estaba en Madrid,
e del Mestre le dijeron [135]
cómo venciera la lid.


Don Tomás Sánchez inserta en su colección estas treinta y cuatro coplas por considerarlas anteriores al siglo XV; pero al mismo tiempo alega bastantes razones para creer que el Rey no fue el autor de ellas, y manifiesta también la equivocación en que incurrieron don Nicolás Antonio y el P. Sarmiento al hablar de esta Crónica y de su pretendido autor.


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(L) Don Juan Manuel fue hijo del Infante don Manuel, y nieto del santo Rey don Fernando. Las obras que compuso son:

La Crónica de España.

El Libro de los Sabios.

El del Caballero.

El del Escudero.

El del Infante.

El de Caballeros.

El de la Caza.

El de los Engaños.

El de los Cantares.

El de los Ejemplos.

El de los Consejos.

El Conde Lucanor.

De todas estas obras que dejó legadas al Convento de Dominicos de su villa de Peñafiel que él habia fundado, dotado y escogido para su enterramiento (dice don Antonio Capmany), solo la última ha logrado la luz pública, la primera vez en Sevilla en 1575 por diligencia del erudito Argote de Molina, y la segunda en Madrid año de 1642, en 4º delgado.

El Príncipe don Juan Manuel (dice don Tomás Sanchez) puso en su Conde Lucanor muchas sentencias morales y políticas en varios géneros de metros; pero como cada sentencia suele constar de dos versos, y a veces de cuatro, apenas pueden llamarse poesías, sino sentencias rimadas a manera de refranes. Acaso en el códice de poesías, que en tiempo de Argote de Molina se guardaba en el Convento de Dominicos de la villa de Peñafiel, habría variedad de metros, que por lo mismo serían muy dignos de examinarse y tener lugar en esta Colección. Pero se ignora si ha perecido o en poder de quién se apolilla desde que se estrajo de aquel Convento.

(M) Las poesías del Arcipreste de Hita eran poco conocidas, hasta que las publicó don Tomás Sánchez en el tomo 4º de su colección; pero como nada puede hacernos esperar que esta utilísima obra se reimprima y haga más común, extractamos de ella las noticias siguientes. Aunque se ignora la patria de Juan Ruiz, parece probable que nació en Guadalajara, y fue Arcipreste de Hita, villa distante cinco leguas de aquella ciudad. Compuso sus poesías por los años de 1343, en el reinado de don Alonso XI, y se nos han conservado en tres ejemplares escritos en papel, uno de los cuales se halla en la librería de la santa Iglesia de Toledo, escrito en el carácter de letra que manifiesta la estampa núm. 3, y solo contiene fragmentos o retazos desordenados de dichas poesías. El otro se guardaba entre los manuscritos del Colegio mayor de san Bartolomé de Salamanca, que aunque es el mejor, también se halla defectuoso; y el tercero perteneció sucesivamente a don Benito Martínez Gómez Gayoso, Archivero de la primera Secretaría del Despacho de Estado, a don Francisco Javier de Santiago y Palomares, Oficial primero del Archivo de la misma Secretaría, y a don Tomás Antonio Sánchez, Bibliotecario de S.M.; pero aun con estos tres códices no se pueden completar las poesías del Arcipreste. Las que inserta don Tomás Sánchez ascienden a doscientas ochenta y tres, y la mayor parte son satíricas y amorosas, anunciando los títulos de muchas la libertad con que están escritas, v. gr.:

De cómo segund natura los omes e las otras animalias quieren haber compañía con las fembras.

De cómo el Arcipreste fue enamorado.

Cómo fue fablar con Doña Endrina el Arcipreste.

De cómo Doña Endrina fue a casa de la vieja, e el Arcipreste acabó lo que quiso.

De las propiedades que las Dueñas chicas han, etc.

También tiene algunas religiosas o sagradas, como son las siguientes:

Oración que el Arcipreste fizo a Dios cuando comenzó este libro.

Como el Arcipreste rogó a Dios que le diese gracia que podiese facer este libro.

Gozos de Santa María.

Gozos de Santa María (diferentes de aquellos).

De cómo todas las cosas del mundo son vanidat, sino amar a Dios.

Del pecado de la cobdicia.

Del pecado de la soberbia, etc.

Otras pueden pasar por filosóficas, v. gr.:

De cómo todo ome entre los sus cuidados se debe alegrar, et de la disputación que los griegos et los romanos en uno ovieron

De la constelación de la planeta en que los omes nascen, et del juicio del hora cuando sabios naturales dieron en el nascimiento del fijo del Rey Alcáros.

Hasta el tiempo del Arcipreste nuestros poetas habían usado poca variedad de metros, pues casi todos los famosos habían compuesto sus obras en verso llamado alejandrino. «Pero el Arcipreste (dice don Tomás Sánchez) fijó nueva y ventajosa época a la poesía castellana, así por la mucha y hermosa variedad de metros en que ejercitó su ameno y festivo ingenio, como por la invención, por el estilo, por la sátira, por la ironía, por la agudeza, por las sales, por las sentencias, por los refranes de que abunda, por la moralidad y por todo. De suerte que, hablando con todo rigor, podemos casi llamarle el primer poeta castellano conocido y el único de la antigüedad que puede competir en su género con los mejores de la Europa y acaso no inferior a los mejores de los latinos. Las pinturas poéticas que brillan en sus composiciones, muestran bien el ingenio y la valentía del poeta. Véase la que hace de la tienda de campaña de don Amor, que en sublimidad y gracia puede competir con la que hizo Ovidio del palacio y carro del sol, que sin duda tuvo presente para imitarla e igualarla:

La obra de la tienda vos querría contar,
averse vos ha un poco a tardar la yantar:
es una grand estoria, pero non es de dejar,
muchos dejan la cena por fermoso cantar.

El mastel, en que se arma, es blanco de color, [5]
un marfil ochavado, nunca lo vistes mejor,
de piedras muy preciosas cerrado en derredor,
alúmbrase la tienda de su grand resplandor.

En la cima del mastel una piedra estaba,
creo que era robí, al fuego semejaba. [10]
Non había menester sol, tanto de si alumbraba,
de seda son las cuerdas, con que ella se tiraba.

En suma vos lo cuento por non vos detener,
si todo esto escribiese, en Toledo non hay papel,
en la obra de dentro hay tanto de faser, [15]
que si lo desir puedo, merescía el beber.

Luego a la entrada a la mano derecha
estaba una mesa muy noble e muy fecha,
delante ella grand fuego, de si grand calor echa,
cuantos comen a ella, uno a otro asecha, etc. [20]


En cuanto a la variedad de metros pasan de diez y seis los que contiene su volumen, ya se considere el número, ya la rima, ya la forma de rimar y versificar; y por ventura el mismo Arcipreste fue inventor de algunas de estas diferencias, según que no las hallamos usadas por los poetas anteriores. Nótese por ejemplo el raro artificio de la Cantica de Serrana.

Sus obras en general son verdaderamente poéticas, y reina en ellas la ficción y la fábula, y abundan de imágenes muy animadas. Éranle familiares los poetas latinos, señaladamente Ovidio, a quien cita repetidas veces. No le era extraño el Derecho, según se deja entender por muchos pasajes de sus obras y por los autores que cita. Y si no habló por ficción poética, estuvo en Roma, pues dice:

Yo vi en cort de Roma, do es la Santidat,
que todos al dinero fasían grand homildat.


Aunque todas las composiciones del Arcipreste son muy ingeniosas, acaso es la más sobresaliente (continúa don Tomás Sánchez) la Pelea de don Carnal con doña Cuaresma; poema muy parecido a la Batracomiomaquia atribuida a Homero, que es una batalla entre las ranas y los ratones. Si se cotejan estos dos poemas se creerá que el poeta castellano se propuso el griego por modelo; y acaso es el primero que le ha imitado de todos los poetas vulgares de la Europa. Hay gran propiedad en la declaración de la guerra de parte de don Carnal, fecha en Valdevacas (monte en las cercanías de Navamorcuende), como también en la respuesta de doña Cuaresma, fecha en Castro Urdiales, puerto de pesca en el mar Cantábrico. No la hay menor en los escuadrones de las dos potencias beligerantes, en las armas con que peleaban, y en el modo de pelear según la astucia y propiedades de los combatientes».





10.  Sarmiento atribuye al siglo XIII los romances castellanos más antiguos, pero simplemente por inferencia suya, añadiendo que ya no existe ninguno de aquel tiempo, a lo menos bajo su forma primitiva. Acerca del Nicolás y del Antonio citados, véanse las reflexiones de Diez en Velázquez, p. 146.
11. Véase a don Nicolás Ant. Bibl. Hisp. Vetus, art. de este Rey, y a Sarmiento, p. 305.
12. Gonzalo Argote de Molina, escritor del siglo XVI, escribió la vida de este Infante con sencillez y buena crítica. Esta vida se halla al frente del Conde Lucanor, que publicó por la primera vez el mismo Gonzalo, cuya edición se ha hecho ya rara aun en España; pues hablando de ella el P. Sarmiento, dice que «no es de los (libros) más comunes». La Universidad de Gotinga posee un ejemplar, edición de Madrid, en 4º 1642.
13.  Para dar una idea de esta obra que ya se ha hecho rara, y es tan digna de conocerse, copiaremos aquí su primera historia toda entera: «Fablaba un día el Conde Lucanor con Patronio su consejero en esta manera: “Patronio, vos sabedes que yo soy muy cazador, y he fecho muchas cazas nuevas, que nunca fizo otro ome, y aun he fecho y añadido en los capillos y en las pigüelas algunas cosas muy aprovechosas, que nunca fueron fechas, y ahora los que quieren decir mal de mí, fablan en escarnio en alguna manera, y cuando loan al Cid Ruydíaz o al Conde Ferrán-González, de cuantas lides que ficieron, o al Santo y bienaventurado Rey D. Fernando, cuantas buenas conquistas fizo, loan a mí, diciendo que fiz muy buen fecho, porque añadí aquello en los capillos y en las pigüelas. Y porque yo entiendo este alabamiento, ruego vos, que me aconsejedes en que manera faré, porque no me escarnezcan por la buena obra que fiz”. “Señor Conde, dijo Patronio, para que vos sepades lo que vos cumple facer en esto, pláceme ya que sopiesedes lo que contesció a un moro que fue rey de Córdoba”. El Conde le preguntó cómo fuera aquello, Patronio le dijo así: “Hubo en Córdoba un rey moro que hubo nombre Alhaquime, y como quier que mantenía bien asaz su reino, no se trabajó de facer otra cosa honrada, nin de gran fama de las que suelen y deben facer los reyes. Ca non tan solamente son los reyes tenudos de guardar sus reinos, mas los que buenos quieren ser conviene que tales obras fagan, porque con derecho acrecienten sus reinos; y fagan en guisa que en su vida sean muy loados de las gentes y después de su muerte finquen buenas fazañas de las obras que ellos ovieren fecho. E este rey non se trabajaba de esto, sinon de comer y de folgar, y de estar en su casa vicioso; y acaesció que estando un día que tañían ante él un estromento, de que se pagaban mucho los moros, que ha nombre albogón, e el rey paró mientes, y entendió que non facía tan buen son, como era menester, y tomó el albogón, y añadió en él un forado a la parte de yuso en derecho de los otros forados, y dende en adelante facía el albogón muy mejor son que fasta entonces facía. E como quiera que aquello era bien fecho para en aquella cosa, pero que non era tan gran fecho como convenía de facer al Rey. E las gentes en manera de escarnio comenzaron a loar aquel fecho, y decían cuando llamaban a alguno en arábigo Vahedezut Aljaquime, que quiere decir, este es añadimiento del Rey Aljaquime. Esta palabra fue sonada tanto por la tierra, fasta que lo ovo de oír el Rey, y preguntó porque decían las gentes aquesta palabra. E como quiera que ge lo quisieran negar y encubrir, tanto los afincó que ge lo ovieron a decir. E desque esto oyó tomó ende gran pesar; pero como era muy buen Rey non quiso facer mal a los que decían aquesta palabra, mas puso en su corazón de facer otro añadimiento, de que por fuerza oviesen las gentes a loar el su fecho. E entonces porque la su mezquita de Córdoba non era acabada, añadió en ella aquel Rey toda la labor que y menguaba, y acabóla. Y esta fue la mejor y más cumplida y más noble mezquita que los moros habían en España. E loado Dios, es ahora iglesia y llaman la Santa María de Córdoba, y ofrescióla el Santo Rey D. Fernando a Santa María cuando ganó a Córdoba de los moros. E desque aquel rey ovo acabado la mezquita y fecho aquel tan buen añadimiento, dijo que pues fasta entonces lo habían a escarnio, retrayéndole del añadimiento que ficiera en el albogón, que tenía que de allí adelante le habían a loar con razón del añadimiento, que ficiera en la mezquita de Córdoba, y fue después muy loado; y el loamiento que fasta entonces le facían escarneciéndole, fincó después por loa, y hoy día dicen los moros, cuando quieren loar algún buen fecho, éste es el añadimiento del Rey Aljaquime. E vos, Señor Conde, si tomades pesar, o cuidades que vos loan por escarnescer del añadimiento que ficisteis en los capillos y en las pigüelas y en las otras cosas de caza que vos fecistes, guisad de facer algunos fechos granados e nobles que les pertenesce de facer a los grandes omes. E por fuerza las gentes habrán de loar los vuestros buenos fechos, así como loan ahora por escarnio en el añadimiento que fecistes de la caza”. E el Conde tovo este por buen consejo y fízolo así, e fallose de ello muy bien. E porque D. Juan entendió que este era buen ejemplo, fízolo escrebir en este libro y fizo estos versos que dicen así: Si algún bien ficieres que chico asaz fuere, fazlo granado, que el bien nunca muere».
14. Así se ve, por ejemplo, en las primeras historias la palabra ome, y en las demás solamente la de hombre.
15. Este autor publicó la lista de las obras en prosa del Infante y habla también de sus poesías en un apéndice a su edición del Conde Lucanor. Este apéndice tiene por título Discurso sobre la poesía española; y aunque no es voluminoso contiene muchas noticias útiles.
16.  Copiaremos aquí uno de estos romances, que en el original se halla escrito sin ninguna puntuación, y se encuentra en el Cancionero general, sin duda por casualidad, pues no abundan en él los romances narrativos. También se halla en otro Cancionero de Romances bajo el nombre de don Juan Manuel: Gritando va el caballero / publicando su gran mal / vestidas ropas de luto / aforradas en sayal / por los montes sin camino [5] / con dolor y sospirar, / llorando a pie descalzo / jurando de no tornar / adonde viese mujeres / por nunca se consolar [10] / con otro nuevo cuidado / que le hiziese olvidar / la memoria de su amiga / que murió sin la gozar. / Va buscar las tierras solas [15] / para en ellas habitar / en una montaña espesa / no cercana de lugar / hizo casa de tristura / que es dolor de la nombrar [20] / de una madera amarilla / que llaman desesperar / paredes de canto negro / y también negra la cal / las tejas puso leonadas [25] / sobre tablas de besar / el suelo hizo de plomo / porque es pardillo metal, / las puertas chapadas de ello / por su trabajo mostrar [30] / y sembró por cima el suelo / secas hojas de parral. / Ca do no se esperan bienes / esperanza no ha de estar / en aquesta casa escura [35] / que hizo para penar / hace más estrecha vida / que los frailes del Paular / que duermen sobre sarmientos / y aquellos son su maniar [40] / lo que llora es lo que bebe / aquello torna a llorar / no más de una vez al día / por más se debilitar / del color de la madera [45] / mandó una pared pintar / un dosel de blanca seda / en ella mando parar / y de muy blanco alabastro / hizo labrar un altar [50] / con canfora betunado / de raso blanco el frontal / puso el bulto de su amiga / en él para lo adorar. / El cuerpo de plata fina [55] / el rostro era de cristal / un brial vestido blanco / de damaso singular / mongil de blanco brocado / forrado en blanco cendal [60] / sembrado de lunas llenas / señal de casta final / en la cabeza le puso / una corona Real / guarnecida de castañas [65] / cogidas del castañal / lo que dice la castaña / es cosa muy de notar / las cinco letras primeras / el nombre de la Simpar [70] / murió de veinte y dos años / por más lástima dejar / la su gentil hermosura / el que la sepa loar / que es mayor que la tristura [75] / del que la mandó pintar / en lo que él pasa su vida / es en la siempre mirar / cerró la puerta al placer / abrió la puerta al pesar, [80] / abriola para quedarse / pero no para tornar. Las canciones que se hallan en el Cancionero general, como obras de un cierto don Juan Manuel, pueden muy bien colocarse entre las pertenecientes al siglo en que floreció el Conde Lucanor; por ejemplo la que empieza: Quien por bien servir alcanza / vivir triste y desamado, / este tal / debe tener confianza / que le traerá este cuidado [5] / a mayor al. Más mérito poético tiene otra composición suya que pertenece a la clase que llaman Villancicos, y empieza así: Muerto es ya, muerto, Señora, / el triste que en ley de Amor / era vuestro servidor. / La muerte pudo matalle, / pues le distes ocasión; [5] / pero no pudo quitalle / de teneros afición. / ¡Oh, pena sin redención! / qué pena el triste Amador / en los infiernos de Amor. [10]
17.  Sarmiento habla muy poco de este autor. Don Nicolás Antonio le olvidó enteramente, pero Velázquez da noticias muy extensas y un extracto muy circunstanciado de su poema satírico.
18. Para dar una idea exacta del estilo de este autor, copiaremos el pasaje siguiente en que habla don Amor, y que insertó también Velázquez: Entrada de cuaresma vinme para Toledo / cuidé estar vicioso, placentero e ledo. / Fallé y gran santidat, e físome estar quedo. / Pocos me recibieron, nin me fecieron del dedo, / estaba en un palacio pintado de almagra, [5] / vino a mí mucha dueña de mucho ayuno magra, / con muchos Paternostres e con oración agra, / echáronme de la Ciudad por la puerta Visagra.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera