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Título del texto editado:
Examen del "Bernardo" de Balbuena
Autor del texto editado:
Lista y Aragón, Alberto 1775-1848
Título de la obra:
Revista de Ciencias, Literatura y Artes de Sevilla (1856, III)
Autor de la obra:
Edición:
Sevilla: Francisco Álvarez y Comp.ª, 1856


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[II]


Resta que hablemos algo de su dicción. No es seguramente poética; carece de aquel aire desusado y peregrino que debe tener el lenguaje para llamarse así, mas es noble, escogida y bellísima. Si para adquirir la dote de la poética, hubiera sido necesario cierto trabajo y artificio, que es incompatible con la soltura y amenidad (así a lo menos parece por el ejemplo de los que, como Herrera, han cultivad la poesía de dicción) creo que acertó en no haber sacrificado aquella abundante y noble facilidad, hija de la naturaleza, a esotras artificiosas composiciones. No repugno, antes alabo (como debe cualquier amante del buen lenguaje poético), el cultivo de la dicción, sólo digo que aquel cuyo genio lo llevara a la imitación del estilo de Balbuena, erraría en perder la fluida facilidad y soltura que lo caracteriza, por detenerse a buscar, contra el torrente de un genio que lo arrebata suavemente, a buscar palabras y frases que haciendo desusada la dicción, la despojen al mismo tiempo de su fluidez y armonía.

Los defectos de estilo de Balbuena son bien notorios, cuando sus versos son conocidamente malos (porque hasta aquí sólo hablamos de su estilo observado en las mejores estancias, que no son, no, tan pocas como algunos han creído). El más general de todos es la incorrección. Exceptuadas las estancias excelentes, se encuentran algunas que absolutamente carecen de bellezas y son las menos; otras, y son las más, tienen algunos rasgos excelentes, pero sepultados entre malezas y hojarasca. Hay algunas que se tendrían por acabadas, si una expresión baja y débil, traída por lo común de la fuerza del consonante, no oscureciese toda su belleza. La repetición de las rimas en una composición tan ligada como es la octava hace que los pensamientos también se repitan casi con unas mismas palabras. Tal vez adopta un tono familiar, ajeno, no ya del poema épico, mas aun de la simple epístola; en fin, se nota que cuando no describe, cae visiblemente su estilo. Mas estos defectos que no le son intrínsecos, sino consiguientes a la incorrección que reina en todo el poema, se notan a primera vista, y serán fácilmente evitados por cualquiera que se proponga imitar a este poeta. El defecto que es digno de la mayor atención, porque estando junto a sus mayores bellezas es más difícil de notar y más fácil de imitarse, es uno que aunque no esencial a su estilo, lo es casi a su dicción, a saber, el recargamiento del lenguaje. La abundancia, cuando el poeta es excesivamente pródigo, degenera en acumulación de adorno, y esto es lo que tal vez se nota en el Balbuena. No es defecto general, casi siempre sabe contener su genio en los debidos límites, mas algunas veces carga demasiado su dicción de epítetos inútiles que no añaden belleza, y de expresiones redundantes que lo enervan. Esto se nota principalmente en los pasajes donde no describe.

No siendo estos los asuntos que su genio sabe naturalmente embellecer, pretende adornarlos con voces acumuladas, que en cierto modo oprimen el pensamiento principal y no lo dejan brillar. Repito que no es común este defecto en los buenos trozos del poema, y si lo noto es más porque lo eviten los imitadores de su estilo que porque él sea muy notable ni común.

En efecto, como lo que primero parece en las composiciones de este poeta es la frondosidad y abundancia de dicción, el que sin las debidas precauciones quiera imitarlo se empeñará en adquirir aquella riqueza y sólo conseguirá llenar sus versos de voces y más voces de buena formación y sonido; pero que puestas sin la competente filosofía y tino servirán sólo de debilitar el pensamiento. Lo peor es que, queriendo sobrepujar a su modelo, imitará siempre el defecto que en él se nota raramente, a saber, la aglomeración de adornos; y con todo su estudio, sus versos en nada llevarán el carácter de los de Balbuena porque este esencialmente consiste, no en la dicción, sino en el estilo.

Es necesario acostumbrarse con su continuada lectura a mirar los objetos por el aspecto más hermoso, a distinguir en ellos los rasgos más delicados y al mismo tiempo más característicos, a escoger las voces más pintorescas y propias. Después cuando poseído del entusiasmo escriba nuestro imitador, su imaginación acostumbrada a mirar los objetos como Balbuena, los describirá tan sutil y delicadamente como él, y he aquí la principal parte de la imitación. La frondosidad de lenguaje consiguiente a este carácter de poesía, le seguirá naturalmente sin que el poeta la procure.

Así lo hizo Forner en su «Canto de la Paz». Dotado de un genio vigoroso y filosófico, y de una imaginación más fácil [para] concebir las verdades que las bellezas, estaba por su mismo carácter lejanísimo del estilo de Balbuena. Sus Discursos filosóficos, obra escrita conocidamente en el género de los Argensolas, prueban su talento austero y fuerte. ¿Qué cosa más opuesta a la belleza amena, a veces juguetona, a veces noble, pero siempre fácil y halagüeña de la poesía española? Mas él emprende imitarla, y en un canto, donde según su plan debe expresar profundísimos y filosóficos pensamientos. Y se hubo en esta empresa como hábil maestro. El «Canto de la Paz» prueba (contra el autor del discurso que citamos de la historia de la poesía española por escuelas) que el estilo de los Argensolas puede admitir composición de otros, pues la admite del de Balbuena, que por su naturaleza le es más lejano.

No la frondosidad, mas la delicadeza del cantor de Bernardo es lo que principalmente imitó Forner. Es, cierto, más abundante y rica su dicción en el «Canto de la Paz» que en sus demás obras. Pero comparada con la del Balbuena, se debe tener por parca; siempre conserva Forner el carácter de austeridad, propia del género filosófico, y rara vez prodiga más adornos de los que son consecuencia necesaria de la imitación que emprendió. En lo que lo imitó, y ciertamente le es superior, es en la delicadeza y exactitud de los rasgos; digo que le es superior no tanto por la destreza en elegirlos, como por los objetos que describe. Balbuena elige seres de la naturaleza, que fácilmente se prestan al pincel delicado que los colora; Forner describe objetos filosóficos más difíciles de embellecer, y la habilidad con que ha sabido formar de ellos cuadros animados y pintorescos sin enervar (como otros hacen a fuerza de adornos la primitiva robustez de sus pensamientos) constituye todo el mérito del «Canto de la Paz».

No buscaría yo en este canto aquellas octavas en que se describen seres de la naturaleza, aunque bellísimas, para contraponerlas a las del Balbuena, pues en este género de descripción, siempre a mi ver quedará superior el original. Buscaría, sí, aquellas en que una máxima filosófica se extiende en un cuadro, se animan seres morales, y se adornan de todas las bellezas poéticas, sin perder nada de su energía. Tal es la siguiente:

Y así en guerras eternas fluctuando
la pompa del Poder incierta y vaga,
de nación en nación va trasmigrando,
y allá ilumina cuando aquí se apaga.
Teñido en sangre el suspirado mando
si con glorias efímeras halaga,
cual rayo abrasador las Cortes gira,
y sólo deja el rastro de su ira.


No tiene Balbuena una octava comparable con esto, ciertamente no la tiene. El autor del Bernardo sabía mejor delinear y colorar sus cuadros, mas en el fondo y la sentencia se quedará siempre inferior al cantor de la Paz.

No es que yo crea, como el autor del Elogio fúnebre de Forner, que carece Balbuena de robustez y energía; léase si no la octava 89 del canto último, donde describe el encuentro de Roncesvalles:

Retumba el hueco valle a los acentos
del ronco y triste son de las espadas,
hieren las voces los confusos vientos
y el romper de las armas encontradas;
corren del monte horrible ríos sangrientos
volcando arneses, grebas y celadas,
a los vecinos valles ya cubiertos
de enteros escuadrones de hombres muertos.


No creo que habrá, al leerla, quien la note de semejante defecto. Forner es más robusto, porque su asunto así lo exige, las materias filosóficas requieren cierta severidad, madre de esta sólida robustez. Mas la de estilo, lenguaje y versificación ¿quién la negará a Balbuena?

Resta que hablemos de las bellezas épicas del Bernardo, ya que al principio notamos sus defectos. Los cantos 23 y 24 (que son los únicos en que sigue juiciosamente su acción) son excelentes, y el último, el mejor de todo el poema, pudiera (no dudo en decirlo) honrar al mismo Homero. En estos cantos se oye aquella grandilocuencia épica, que arrebata las almas, y las llena de un ardor generoso. El combate singular de Bernardo y Orimandro a bordo de la nave persiana es comparable con los mejores del Tasso. La empresa nocturna de Serpilo y Celedón, guerreros Africanos, en los reales españoles, imitada de la de Euríalo y Niso en el de los Rútulos, la profecía de la ninfa lberia, en que describe a Ferragut los héroes futuros de la España y la descripción de las naciones que concurrieron a la guerra, abundan tanto en bellezas heroicas, que se conoce hubiera sido Balbuena el mejor poeta épico de las naciones modernas si hubiera sabido poner freno a su fantasía; y contento con la noble sencillez del poeta mantuano, que tan acertadamente supo imitar en algunos pasajes, se hubiera abandonado menos al peligrosísimo modelo, que por su desgracia le dejó el oscuro y disparatado Ariosto.

Pero aun en sus defectos es bello, y sus descripciones de los palacios encamados exceden con mucho a las del poeta italiano. Las narraciones de los sucesos maravillosos y caballerescos interesarían notablemente, sobre todo los de Ferragut y Bernardo, si estuviesen seguidos y no interrumpidos recíprocamente, como arriba dijimos; graciosa costumbre que también aprendió de su mal aventurado modelo.

Tal vez, como dije, imita a Virgilio con tanta maestría como manifestarán las octavas siguientes. La primera imita la descripción que hace Virgilio del gigante Encélado en estos versos del libro tercero de la Eneida:

Fama est Enceladi semustum fulmine corpus
urgeri mole hac, ingentemque insuper Aetnam
impositam ruptis flammam expirare caminis;
et fessum quotiens mutet latus, intremere omnem
murmure Trinacriam et caelum subtexere fumo.


Véase la octava del Balbuena y no se echará de menos la majestad y grandilocuencia del poeta latino:

Es fama que de un rayo poderoso
en aquellas cavernas soterrado
está el Gigante Encélado espantoso
de todo el monte altísimo cargado;
del pecho resoplando caluroso
fuego, humo y azufre requemado,
y al anhelar del pecho que rehierve
la tierra tiembla en torno y el mar hierve.


Véase con cuánta libertad varía en la imitación las imágenes del original, sustituyendo otras suyas, no inferiores en belleza, y algunas tal vez superiores. Así me parece la de atribuir el trastorno de la tierra cercana, no a que el Gigante se vuelve de un lado a otro, como dice Virgilio, sino al anhelar sonante de su pecho, imagen, a mi ver, más noble que la del poeta latino.

La segunda es:

Cual en el Libio mar, olas espesas
si el armado Orión las alborota,
en crespos montes de avenidas gruesas
sobre la playa hierven más remota;
o cual la roja mancha de traviesas
espigas, a quien Zéfiro alborota
en crespas ondas, tales los agudos
plumeros vuelan, y arden los escudos.


Los versos, que imita de Virgilio, son estos en el libro séptimo:

Quam multi Libyco voluntur marmore fluctus
saevus ubi Orion hibernis conditur undis,
vel cum sole novo densae torrentur aristae
aut Hermi campo aut Lyciae flaventibus aruis.
Scuta sonant pulsuque pedum conterritas tellus.


Se ve que en el Balbuena están variadas las imágenes, aunque sea uno mismo en ambos el fondo de los pensamientos. El hervir los montes de olas, aun sobre las más lejanas playas, el arder de los escudos y el volar los agudos plumeros son imágenes originales del Balbuena, que no están en la Eneida. Sería eterno si me detuviese en mostrar las bellezas de dicción que encierra esta octava.

Estos dos pasajes me recuerdan cuán particular es el mérito de Balbuena en las comparaciones. Bastarían las siguientes para que se note su tino singular en elegir los objetos más propios, y que se parecen al comparado, no sólo en el fondo del pensamiento, mas aun en lo más gráfico y sensible de la imagen.

Bernardo luchando con un toro encantado, hundido el suelo bajo sus pies, cae en una oscura sima de agua, y el ruido de la caída, y el revolverse de las ondas, lo describe Balbuena por esta comparación:

Así en las playas del tiznado infierno
si algún peñasco horrible se desgaja,
el agua salta, suena el lago Averno,
y de amarilla espuma y pez se cuaja.
Suenan los bosques, que en silencio eterno
del mundo guardan la mortal baraja
asombrando los árboles vecinos
sus negros espumosos remolinos.


Obsérvese, además de la exactitud de la comparación, lo horroroso de la escena que se presenta en ella, por la que se expresa la del objeto comparado.

Para describir la singular batalla de Bernardo y Roldán, usa de esta comparación:

No en los fornidos yunques de Vulcano
sobre las derretidas masas de oro,
labrando rayos a la diestra mano
que sola rige el estrellado Coro,
con los membrudos Cíclopes, el vano
aire retumba en eco más sonoro
que el valle a las confusas estampidas
de sus mortales golpes y heridas.


Parece que sólo quiere pintar el fragor de las armas en la batalla, empero al mismo tiempo describe el empeño y fuerza de los combatientes, comparándolos a Cíclopes que golpean los yunques del taller de los rayos.

Mas sobre todas es digna de notar la siguiente comparación por ser tomada de un objeto distantísimo del comparado, pero que siendo sumamente gráfica y exacta manifiesta en la misma distancia el vasto y fecundo genio de su inventor. El objeto comparado es Galiana, princesa de Toledo, que habiendo sido robada por Biarabi, Rey de Pamplona, fue dada en custodia a un feroz gigante, juntamente con sus damas. Ferragut las encontró afligidas a la vista de su bárbaro alcaide, y la actitud de ellas se expresa por la siguiente comparación:

Así en turbios y rígidos celajes
entre los cuernos del templado toro
humedeciendo al aire sus plumajes
de las Pléyades el medroso coro,
llorosos hace y lóbregos visajes
del tierno aljófar y arreboles de oro,
viendo de Orión armado el brazo fiero
y de su alfanje el relumbrante acero.


Mas basta ya; los ejemplos anteriores confirman suficientemente la idea que hemos dado del mérito de Balbuena, y su poema proveerá de otros muchos a quien lo lea con estudio.

Permítaseme hacer brevemente comparación de nuestro poeta con el Ariosto. El Orlando furioso y el Bernardo son quizá los dos poemas más semejantes que se han escrito. Ariosto, en virtud de su proposición

Le donne, i cavallier, l'arme, gli amori,
le cortesie, l'audaci imprese io canto,


adquirió un privilegio incontestable a conducir sus héroes por donde y como quiso, a decir cuanto le plugüiese, libre de todas las reglas de la poesía, del juicio y de la decencia, es más disculpable que el Balbuena, mas también es mucho más disparatado. El yerro capital del poeta pañol fue haberse propuesto un plan en el género de Virgilio y haberlo desempeñado en el del Ariosto. ¿Cuántos pedazos verdaderamente épicos no se encuentran en el Bernardo? Una mano diestra podría fácilmente entresacar no pocos de la maleza de este poema, que después unidos formarían otro poema más pequeño, pero regular. Tan cierto es que los desvaríos del Balbuena nacen más bien de los episodios en que por desgracia quiso imitar a Ariosto, que de la elección ni ejecución del plan principal. Se encuentran pues en él bellezas de un género que en vano se buscarían en el Orlando. Si se comparan en la parte que imitó nuestro poeta, es decir en los encantamientos [y] lances caballerescos, es conocida su ventaja, pues generalmente sabe dar más interés a sus narraciones. En fin, si se comparan en cuanto al estilo, sin deprimir el mérito del poeta italiano, que en esta parte se tiene por muy grande, diré sólo que no iguala su estilo desaliñado y casi siempre prosaico la cultura y nobleza del de Balbuena.

A pesar de esto, Luis Ariosto ha merecido el aprecio de toda Italia, como lo dan a entender las hermosas ediciones que de su Orlando se han hecho, mientras Bernardo de Balbuena yace oscurecido. Olvidábaseme decir que en lo que únicamente excede el primero con notables ventajas a nuestro poeta es en la multitud, extensión viveza de los cuadros obscenos, género para que parece haber nacido el Ariosto. ¿Habrá acaso debido a ellos su mayor fortuna y celebridad, como algunos poetas españoles de nuestros días? Si esto es así, nunca admiraremos bastantemente la corrupción humana que no sabe apreciar ni aun las cosas que por sí son bellas y se pudieran destinar a rectos y gloriosos fines, si no sirven de halagar las más vergonzosas pasiones.

He procurado, pues, caracterizar el estilo de Balbuena; acaso mis reflexiones serán inexactas, y así en esta parte carecerá mi trabajo de utilidad; mas no en la de haber dado a conocer este poeta a un congreso corto pero apreciable de amantes de las buenas humanidades y de la gloria literaria de la nación. En efecto, atendido el estado de las Bellas Artes en nuestra Península, la Academia de Letras Humanas de Sevilla es, a pesar de su respetable oscuridad, uno de los más dignos teatros que pudiera haber elegido para inmortalizar el nombre de Balbuena.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera