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Título del texto editado:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días, tomo I. Lección primera. Origen del habla y de la poesía española
Autor del texto editado:
Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de (1773-1842) Figueroa, José Lorenzo
Título de la obra:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días, tomo I
Autor de la obra:
Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de (1773-1842)
Edición:
Sevilla: Imprenta de Álvarez y Compañía, 1841


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Origen del habla y de la poesía española


Es tan considerable el número escritores españoles, que nos sería imposible hablar prolijamente de todos ellos, so pena de hacer una obra muy voluminosa. Sin embargo, solo omitiremos los que pueden llamarse de segundo orden, ora atendiendo a que lo contrario sería escribir una historia interminable y como desafiar la paciencia de los lectores, ora también a que los ingenios más brillantes son los que fijan la índole y carácter peculiar de una literatura. Los españoles han escrito más comedias que todas las demás naciones de Europa reunidas, y acometería una empresa al par que inútil, difícil de llevarse a cabo, el que se propusiera hablar de todas ellas, o de su mayor parte.

La literatura española difiere esencialmente de las demás de la Europa: puede decirse que estas son europeas, mientras que aquella es oriental. Su índole, su pompa, sus imágenes, sus bellezas, y hasta el fin que se propone, pertenecen a otras ideas, a otros sentimientos, y ofrecen a la vista del crítico un mundo intelectual nuevo y desconocido. Es necesario penetrarse profundamente de su espíritu, y de ese carácter peculiar que la distingue, antes de juzgar las obras que ha producido; y sería gran desacuerdo criticar a la luz de las reglas que prescriben las poéticas francesa e italiana, producciones hijas de un sistema absolutamente distinto, y de ingenios que no las han conocido, o las han desechado. 1

La nación española otro tiempo tan valerosa, tan caballeresca, y cuyo orgullo y dignidad son proverbiales en Europa, se ha retratado al vivo en su literatura; y se siente en el alma un placer y fruición difíciles de replicarse al contemplar en ella rasgos dignos del alto destino que los españoles han sido llamados por la Providencia a cumplir en el mundo en épocas no muy remotas. El mismo pueblo que opuso una barrera insuperable a la invasión de los Sarracenos, que conservó durante cinco siglos su libertad civil y religiosa, (A*) y que cuando perdió una y otra bajo el reinado de Carlos V pareció como que quería sofocar la Europa y el Nuevo mundo entre las ruinas de su antigua constitución, ha mostrado también en sus obras literarias, su vigor, su riqueza intelectual, y esa grandeza y heroísmo que recuerda la historia y que admiran las generaciones.

En los poetas del siglo de Carlos V no puede menos de reconocerse la magnificencia de aquella corte: los hombres que conducían de victoria en victoria sus ejércitos aguerridos, ocupaban también el primer lugar en las letras. (B) Hasta en la decadencia de su monarquía se encuentran aún las huellas indelebles de la grandeza española. Los poetas de los últimos tiempos han como sucumbido bajo el peso de sus riquezas, y debilitádose menos por arrancar la palma a sus antecesores que por excederse a sí mismos. (C)

Los franceses han conocido la literatura española por algunas imitaciones de sus ingenios. El primer trágico de la escuela francesa imitó la grandeza y carácter caballeresco de los españoles, y desde la publicación de la tragedia del Cid en que el gran Corneille imitó a Guillén de Castro, se han representado en el teatro francés muchas tragicomedias y dramas, imitaciones de las comedias españolas. Un célebre novelista, M. Le Sage, ha dado a conocer en Francia el carácter y la jovialidad de sus ingenios que había comprendido profundamente. El Gil Blas es una obra española (D) por las costumbres que en ella se pintan, por la manera con que está escrita, y por el movimiento, el chiste y la imaginación en que abunda. El Don Quijote, es en dictamen de los críticos de todas las naciones, un modelo acabado de una sátira la más fina, la más chistosa, la más delicada y exenta de esa hiel y sarcasmo, en que sin sentirlo se resbalan comúnmente todos los satíricos.

En la subversión del Occidente durante el reinado de Honorio invadieron la España por los años 409 y siguientes los suevos, los alanos, los vándalos y los visogodos. Esta nación que había estado sometida a los romanos cerca de seis siglos, y que había adoptado su lengua y su civilización, experimentó desde entonces a causa de la mezcla de los conquistadores y de los vencidos la misma mudanza de opiniones, de carácter militar y de idioma que experimentaron las demás provincias del Imperio. Fueron entre estos conquistadores los más numerosos los visogodos y esta coyuntura fue muy próspera para la España, porque los godos, así orientales como occidentales, fueron sin duda entre todos los pueblos del Norte los más justos, los más ilustrados, los que más protegieron a los pueblos vencidos, y finalmente los que les dieron legislación, e instituciones más sabias. Los alanos quedaron sometidos al yugo de los visogodos a los diez años de haber entrado en España. Poco después pasaron al África los vándalos para fundar allí esa monarquía guerrera que un tiempo había de vengar a Cartago y saquear a Roma. Por último, los suevos que conservaron su independencia más de siglo y medio, cayeron en poder de los visogodos en 385. La dominación de estos se extendió sobre toda la haz de la España, exceptuando algunos puertos que quedaron bajo el poder de los griegos de Constantinopla, y que cobraron desde entonces grandes creces en su riqueza y población a causa del comercio marítimo. Los antiguos súbditos romanos, a quienes concedieron las leyes los mismos derechos que los vencedores, educados del mismo modo, llamados a los mismos empleos y profesando la misma religión, se confundieron a poco con los visogodos, y puede decirse que a la sazón en que los musulmanes invadieron la España, todos los cristianos que la poblaban componían un solo pueblo y eran hijos de una misma familia. Los españoles no dudan que su habla se ha formado durante los trescientos años que duró la dominación de los visogodos. Es una mezcla de alemán y latín: (E) el árabe la ha enriquecido después con un número infinito de voces que unidas a un idioma romano se distinguen de él y manifiestan a primera vista un carácter exótico. El árabe ha influido también en la pronunciación del habla castellana, pero no ha mudado su índole primitiva. Aunque el español y el italiano arranquen de un origen que es común a entrambos, se diferencian sin embargo mucho entre sí. Las sílabas suprimidas en la contracción de las palabras y las que se han conservado no son las mismas. De manera que aunque las dos nacen del mismo origen latino, no se parecen en nada. 2

El español, más sonoro, más acentuado y más aspirado, es también más imponente, y tiene más dignidad y energía. Pero como este idioma ha sido aún menos cultivado que el italiano por filósofos y oradores, tiene por otra parte menos flexibilidad y precisión. A pesar de su elevación, no es siempre claro, y su pompa adolece de una hinchazón muy común en los escritores de la España. (F) Sin embargo de estas diferencias, puede decirse que estas dos lenguas son hermanas, y que es muy fácil pasar de una a otra.

No ha quedado ningún monumento de la lengua española, tal cual se usaba durante la dominación de los visogodos. Escribieron estos sus leyes y sus crónicas en latín; algunos aseguran que se encuentran ya en estos escritos muchos rasgos del carácter español. Los visogodos manifiestan en ellos que se dejaban arrebatar de unos celos desenfrenados por sus mujeres, pasión que no era característica de los otros pueblos septentrionales. Pero los pocos restos literarios e históricos que han pasado a la posteridad son muy concisos y obscuros para que nos aventuremos a juzgar sin otros datos las costumbres de aquella nación.

La extremada corrupción de los godos bajo el cetro de sus últimos reyes fue causa de su ruina, cuando los árabes entendieron sus conquistas del África. El rey Rodrigo había desterrado a los hijos de Witiza, herederos legítimos del trono, y ofendido mortalmente al conde D. Julián, gobernador de las provincias situadas en las costas del estrecho de Gibraltar, añadiendo a esta afrenta la de la deshonra de su hija. (G) El conde D. Julián y los hijos de Witiza imploraron, para saciar su venganza, la protección de los moros. Muza, que mandaba en África les envió en 710 al general Tarif al frente de una armada musulmana que tomó aumentos con los muchos visogodos ofendidos que se reunieron a su bandera. Trabose la batalla entre los dos ejércitos, fuertes cada uno de cerca de 1000 hombres en los campos de Jerez a las orillas del Guadalete en los días desde el 19 al 26 de julio de 711. Los godos sufrieron una derrota desecha: el rey Rodrigo desapareció en lo más sangriento de la pelea; y esta sola batalla fue bastante para destruir la monarquía de los godos y para someter toda la España bajo el yugo de los musulmanes.

Refugiáronse algunos cristianos más valerosos en las montañas, especialmente en la Cordillera situada al Norte de la Península. Expelieron a viva fuerza de una parte de las Asturias en 716 al gobernador cristiano enviado por los árabes, y afirmaron así poco a poco su independencia. Imitose este ejemplo en el resto de las Asturias, que fue después cuna de los reyes de Oviedo, descendientes de don Pelayo que era uno de los príncipes de la familia de los reyes visogodos. De las mismas montañas salieron después los reyes de Navarra, los condes de Castilla y de Barcelona, que andando el tiempo debían reconquistar la península de la dominación musulmana. Pero la mayor parte de los cristianos quedaron sometidos a los moros, que les concedieron su libertad religiosa y les enseñaron liberalmente todos los conocimientos que habían adquirido en artes y ciencias. Ejercieron grande influencia sobre los cristianos, y la España literaria tuvo durante su dominación un lugar distinguido en Europa. Pero llevados de una política perniciosa que es común a todos los conquistadores musulmanes, no supieron nunca hacer de los vencedores y de los vencidos una sola familia, confundiéndolos entre sí, y así es que conservaron en todas las naciones sometidas un pueblo tributario a quien oprimían y que les juraba odio eterno. Esta política imprevisora proporcionó a los españoles de las montañas aliados muy temibles en las mismas provincias musulmanas.

Estos españoles, que habían conservado la religión, las leyes, el honor y la libertad de los visogodos con el uso de la lengua romana, no hablaban todos el mismo dialecto. En Cataluña estaba en uso el catalán o limosino; en Asturias, Castilla la Vieja, y el reino de León, el castellano; en Galicia el gallego de que toma origen el portugués. El vascuence se conservaba solo en Navarra y algunos otros lugares de Vizcaya. Este es un dialecto que no tiene relación ni semejanza con ninguna de las lenguas europeas, y que algunos creen oriundo de África o Numidia. (H) Es anterior a las conquistas de los romanos, jamás se ha mezclado con la habla española, ni ha tenido influencia ninguna en su literatura. Cuando los cristianos por los años 1031 dieron principio a sus conquistas contra los sarracenos, sacando provecho de la expedición del califa de los omniadas de Córdoba y de la división de los musulmanes, extendieron al mediodía la lengua que habían conservado en las montañas, y la España quedó entonces dividida en tres fajas longitudinales, cada una con su idioma particular. Estuvo en uso el catalán en los estados de Aragón desde los Pirineos hasta el reino de Murcia por la parte litoral del mediterráneo, el castellano desde los mismos Pirineos hasta el reino de Granada por el interior, y el portugués desde Galicia hasta el reino de los Algarves.

Los cristianos que habían conservado su independencia en las montañas eran gente ruda, de un carácter salvaje pero al mismo tiempo enérgico, valeroso e inflexible para no someterse al yugo extranjero. Cada montaña se consideró como un pequeño estado y se esforzó en hacerse respetar por fuera, y de mantener en el interior ileso el depósito de sus costumbres y de sus leyes. Los reyes visogodos les habían dado condes para la administración de justicia, y para el mando de los ejércitos en tiempos de guerra. Pero aunque su autoridad sobrevivió a la ruina de la monarquía, estaban considerados más bien como capitanes y protectores de los ciudadanos que como señores. Estos pueblos compuestos en gran parte de emigrados que habían preferido su libertad a las riquezas, y abandonado su patrimonio con el objeto de salvar entre áridas montañas su religión y sus leyes, no podía conceder grandes distinciones a la fortuna. A veces se vela al jefe de una provincia llevar un vestido humilde, y frecuentemente se encontraba en una choza al héroe que había ganado una batalla. La dignidad castellana que admiramos hasta en el mendigo, las consideraciones y respeto que se tributan en España a todo hombre, cualquiera que sea su fortuna, han nacido sin duda en las costumbres españolas en aquella época. La forma del lenguaje, los hábitos de civilidad y de decoro, que parecen como innatos en los hijos de esta nación, han conservado hasta nuestros días esa dignidad de que hablamos.

NOTAS DEL TRADUCTOR


(A) No debe condenarse absolutamente una producción literaria porque el autor haya infringido algún precepto de los recomendados por Aristóteles y Horacio, pero la infracción de los que son esenciales será siempre un defecto que no debe disculpar un buen crítico como lo hace M. Sismonde de Sismondi. Cuando esas infracciones no se combaten, se erigen bien pronto en reglas destructoras del buen gusto y de la buena literatura. Puede disculparse al autor del poema del Cid, al de Alejandro y a todos los que escribieron antes de la restauración de las letras en Europa, atendida la ignorancia y rudeza de los tiempos, el no haber obedecido las reglas que son esenciales en toda poesía y que constituyen, por decirlo así, el código del buen gusto. Pero no cabe la misma indulgencia respecto de Lope de Vega, Calderón y otros que florecieron más tarde. No ignoraba el primero los buenos principios de la poética. Su Arte nuevo de hacer comedias es una sátira sangrienta de los absurdos de las suyas y de todas las de su tiempo. Los defensores de la infracción de toda regla no deben quedar muy halagados al leer la disculpa que el mismo da de sus extravíos en los siguientes versos: “Y escriba por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron: / porque como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto”. Tampoco es exacto lo que asienta el autor pocas líneas más arriba cuando dice que la literatura española difiere esencialmente de las demás de Europa y que puede decirse que estas son europeas mientras que aquella es oriental. Nuestra literatura ha tenido diversas épocas y no deben confundirse en un juicio común. ¿Es oriental la poesía de León y de Rioja? ¿No merece el primero el nombre de Horacio español?

(A*) No es cierto que en España se haya establecido ni aun tolerado la libertad religiosa durante cinco siglos, pero como este hecho dice relación al estado religioso y social de la monarquía y no al de las letras, nos creemos dispensados de impugnarle prolijamente y con copia de documentos y pruebas históricas como pudiéramos hacerlo.

(B) El reinado de Carlos V, que fue el más glorioso para las armas españolas, no lo fue para las letras. D. Diego Hurtado de Mendoza, Boscán, Garcilaso y algunos otros de que hablaremos más adelante florecieron en aquella época. Pero muchos más hubo en el reinado de Felipe II y a principios del de Felipe III.

(C) No sabemos a qué poetas alude el autor en este lugar. La obra que traducimos está impresa en 1837, si cuando dice de los últimos tiempos alude a los presentes, creo que mis lectores opinarán conmigo que estamos muy lejos de poder disputar la palma a León, Herrera, Lope de Vega y demás ingenios y esclarecidos sabios que tanto han ilustrado el nombre español. No debemos desconfiar sin embargo de que la Musa española adormecida luengo tiempo por las discordias civiles, guerras exteriores y otras causas que contribuyen poderosamente a la decadencia de la literatura, despierte un día recobrando el vigor perdido y volviendo a ilustrar de nuevo los fastos de nuestra historia literaria. Si alude a los tiempos del culteranismo, tampoco pueden compararse a los que le precedieron. Góngora sería igual, si se quiere, en genio a León, Rioja y Herrera, pero el estilo pomposo, hueco, lleno de metáforas extravagantes, de equívocos, de antítesis y de retruécanos en que escribió, deslustran la mayor parte de sus obras, que no pueden equipararse a las de los grandes poetas que florecieron desde el tiempo de Garcilaso hasta principios del reinado de Felipe III. No debemos omitir sin embargo, para ser imparciales, que Góngora escribió con grande ingenio, fantasía viva y numen lozano algunas letrillas, romances y poesías satíricas y burlescas en que se aparta de la sublimidad afectada y de su ordinaria hinchazón, acercándose a la naturalidad y belleza de elocución propias de los buenos poetas.

(D) Nadie ignora en el día que el Gil Blas no es una obra española. El célebre Isla la tradujo del francés denunciando a su autor Mr. Lesage como a un plagiario, suponiendo que la obra original se escribió en castellano. El celo indiscreto Isla no ha podido alucinar por mucho tiempo a los que examinan con madurez y reflexión las obras literarias. El Gil Blas es obra del autor francés. Viajó este y aun permaneció muchos años en España, gustando mucho de las obras de nuestros ingenios y adquiriendo gran caudal de conocimientos de nuestra historia y costumbres y copia de noticias de toda la literatura española, que le sirvieron después para formar muchos episodios de su novela. Hay en ella varios imitados del Escudero de Marcos de Obregón y otros tomados de comedias españolas. De la de Moreto titulada: Todo es enredos, Amor o diablos son las mujeres sacó el de doña Aurora de Guzmán que fue a Salamanca con disfraz de estudiante a granjearse el amor de D. Luis Pacheco de quien estaba enamorada.

(E) El autor asegura que la habla española es una mezcla del alemán y el latín. Esta opinión es absolutamente infundada y no sospechamos siquiera en que datos la apoyará M. Sismondi.

[…]

(F) El idioma español no adolece naturalmente de hinchazón ni de obscuridad. Tiene ese defecto cuando le usan malos escritores como sucede con todos los idiomas. ¿Quién encontrará hinchazón ni obscuridad en la prosa de Granada, de Sta. Teresa de Jesús, Mariana y recientemente en la de Moratín, Jovellanos y algunos otros? ¿En qué poesía puede admirarse más la gravedad y alteza de estilo exenta de todo énfasis que en las obras de Fray Luis de León y Rioja? ¿Diremos que la lengua castellana es hinchada porque lo es la elocución poética de Góngora y muy frecuentemente la de Calderón y Moreto? Tanto valdría decir que la latina es afectada y oscura porque Séneca incurrió en estos vicios y que la francesa carece hasta de sintaxis porque Víctor Hugo que desprecia las reglas de la poesía y de la versificación lleva su independencia hasta el punto de parecerle insoportable el yugo de los preceptos gramaticales.

(G) No es necesario que nos detengamos en probar que el hecho de la deshonra de la hija de D. Julián y la venganza de este último se apoyan solo en una tradición muy dudosa y en cuentos populares.





1. Véase la nota (A) al fin de la lección, y siempre que se encuentre una letra mayúscula entre paréntesis, búsquese la nota que índica la letra, al fin de la lección respectiva. (N. del T.)
2. Algunas reglas generales sobre las transformaciones que han sufrido diferentes letras pueden servir para reconocer bajo su forma nueva las palabras que han pasado de una lengua a otra. La f, que es una fuerte aspiración, se muda frecuentemente en h en español, y aún algunas veces la h se muda en f. Por ejemplo, del fabulari latino ha salido hablar en español, y favellar en italiano; y como la b, y la v se confunden fácilmente, estas palabras que parecen tan diferentes son del todo iguales. La j aspirada por los españoles se encuentra con frecuencia substituida a la l suave, de suerte que hijo y figlio son también una misma palabra. La l suave toma siempre en español el lugar de pl latino o pi italiano. Así de planus se ha formado llano en español y piano en italiano; de plenus, lleno, y pieno. La ch en castellano substituye a la ct latina o a las dos tt italianas. De factus se ha formado hecho y fatto: de dictus, dicho, detto. La habla española tiene más consonantes que la italiana, y son en ella muy frecuentes las terminaciones en ar en er, en os y en as. Los infinitivos de los verbos, y los plurales de los nombres terminan en consonante, pero los primeros son agudos y los segundos no. Por último, los italianos han suavizado la pronunciación demasiado fuerte de los romanos, mientras que los españoles han conservado gran número de sílabas rudas y aumentado las aspiraciones de la x, la j, la g, la h y la f.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera