Información sobre el texto

Título del texto editado:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días. Tomo I. Lección segunda. Juicio crítico del poema del Cid. Poetas anteriores al siglo XV
Autor del texto editado:
Figueroa, José Lorenzo
Título de la obra:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días, tomo I
Autor de la obra:
Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de (1773-1842)
Edición:
Sevilla: Imprenta de Álvarez y Compañía, 1841


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Juicio crítico del poema del Cid El juicio crítico del poema del Cid es del traductor de la obra, que igualmente se ha tomado la libertad de reformar en gran parte esta lección por contener algunos errores que no podían rectificarse sino en notas muy extensas. 1


Es tan notable el poema del Cid de que nos hemos ocupado en la lección anterior por ser el monumento más antiguo de nuestra literatura y en donde debe buscarse el origen del habla y la poesía castellanas, que nos parece indispensable emitir un breve juicio crítico de esta obra. Inútil sería buscar en ella la regularidad y conjunto ordenado, la fijeza en los caracteres, la profundidad en los pensamientos, la elevación de estilo exenta de énfasis, la elegancia que nunca decae en trivialidad y que nunca según la bella expresión de Horacio serpit humi; cualidades que admiramos en los poemas de Virgilio y del Tasso. Esta perfección en las obras de arte es solo posible en una sociedad culta y en que ya ha hecho considerables adelantos la civilización y por consiguiente la lengua y el buen gusto. Pero el poema del Cid se escribió en tiempos de gran rudeza de costumbres: en una sociedad naciente y semi-bárbara. Desaparecía con nuestros dominadores los romanos, la civilización y cultura que ellos se esforzaron por introducir en la península. Desaparecía también la lengua latina en la época en que se escribía esa historia rimada del héroe español: vivía el poeta en una sociedad mezcla de la romana y de la septentrional, así como tenía que valerse de un idioma naciente, rudo, informe, sin carácter ni analogías fijas.

Eran también desconocidos en aquel tiempo los grandes modelos de la antigüedad que tanto contribuyeron más tarde a la restauración de las letras en Europa. Así, el poema que analizamos debía ser rudo y bárbaro como la sociedad cuyos hábitos y sentimientos describía. Por eso observamos en él muy a menudo bajeza y trivialidad en los pensamientos, desorden y falta de método en la relación, debilidad en la pintura de los héroes. Obsérvase también cierta semejanza entre ellos: los compañeros del Cid se parecen mucho unos a otros. No hay entre ellos esa variedad que procede del contraste de los caracteres de las personas y que consiste a veces solo en diferencias delicadas y a primera vista imperceptibles.

Los compañeros del Cid son todos guerreros honrados y valientes. A todos domina el deseo de gloria y el amor de la guerra. Todos son hombres rudos e ignorantes para quienes no hay más título de merecimiento que la fuerza física y material. Esta es la razón por que se parecen tanto unos a otros. En una sociedad culta e ilustrada en que las ciencias y las artes han hecho considerables adelantos, perfeccionando la razón, formando el gusto y dulcificando las costumbres, diferentes ideas, diversos sentimientos e intereses dominan a los hombres. De aquí dimana la diferencia de caracteres. Pero en una sociedad naciente y bárbara, una sola idea posee todos los entendimientos, una sola pasión domina todos los corazones.

Es claro que el poema del Cid se ha escrito sin reglas así en el fondo como en las formas. Siempre preceden los poetas a los preceptistas, como el habla a la gramática y como la acción al pensamiento. El instinto humano es siempre anterior a la reflexión y al juicio. Este examina más tarde los productos de aquel y erige en preceptos solo lo que la razón abona y lo que agrada al gusto ya cultivado y bien dirigido. Hay sin embargo algunos preceptos del arte que comprende el entendimiento y que adopta el gusto de los hombres más rudos como a priori. Vemos que las observan en sus obras los poetas de los tiempos más remotos y bárbaros. En el poema del Cid se obedece el precepto de la unidad de acción. El asunto de todo el canto son las hazañas del héroe de Vivar, su destierro, su vuelta a la gracia del soberano, sus triunfos gloriosos como guerrero y sus felicidades como padre y esposo. Empieza en la partida del héroe para su destierro y concluye cuando ya amistado con el Rey Alfonso y conquistador de Valencia consigue vengarse de la injuria que le hicieron los Infantes de Carrión y enlaza a sus hijas con dos príncipes.

En cuanto al lenguaje en que está escrito es indudable que es el latín que ya se iba romanzando. Es muy defectuoso como todo idioma naciente. Una misma palabra tiene distintos significados y se pronuncia y escribe de varios modos según lo manifiestan los asonantes. No tiene esa fijeza, sintaxis y construcciones determinadas que ya poseen los idiomas llevados a la perfección.

La rima es también informe y defectuosa: todo el poema está escrito en versos que no tienen número fijo y determinado de sílabas, ni regla cierta de asonantes ni consonantes, sin que pueda decirse tampoco que son sueltos. El poeta toma unas veces un asonante y hace con él cien versos seguidos. Otras, mezcla con ellos los consonantes que le ocurrían. Otras, finalmente, admite versos que no tienen consonancia, ni asonancia entre sí. Ni tienen tampoco sílabas determinadas como todos los que conocemos en el día y que han usado nuestros poetas desde el tiempo de los alejandrinos. Los hay en el poema del Cid que constan de dos, tres, cuatro y aun de seis sílabas más que los que anteceden. En una palabra, en este poema se ve hacer la poesía española, apareciendo en un embrión informe que no conocía ni la medida de los versos, ni la cadencia, ni las consonancias, del mismo modo que el habla carecía de fijeza, de construcción gramatical determinada y por consiguiente de la flexibilidad, gala y demás dotes que adquirió después, como observaremos a su tiempo.

No se sabe quién es su autor. A continuación del último verso se hallan los tres renglones siguientes:

Quien escribió este libro del’ Dios paraíso: amén
Per abbat le escribió en el mes de mayo
En era de mill é CC....XLV. años.


D. Tomás Sánchez opina que este Per Abbat fue algún monje benedictino y añade que no parece verosímil que fuese el autor del poema, sino el copiante, porque en aquellos tiempos escribirse solía usar por copiar y fer o hacer por componer.

Es indudable que no lo escribió D. Gonzalo de Berceo, porque su estilo y rima son muy diferentes de los que este último usa en sus poesías, que estas escritas en una lengua más adelantada y en coplas de versos alejandrinos, rimados de cuatro en cuatro; lo que manifiesta que la poesía había hecho desde el tiempo del poema del Cid considerables adelantos. Los que más le aproximan a la época de Berceo dicen que se compuso entre 1157 y 1200 cuando ya vivía aquel poeta. Pero hase de advertir que, aunque D. Gonzalo Berceo vivía en 1200 no escribió, ni floreció sino en 1220.

Nuestros lectores nos dispensarán si nos hemos ocupado mucho del Cid. El nombre de este héroe esta enlazado con todos los recuerdos caballerescos de nuestra España. A él se debe, más que a los soberanos a quienes sirvió, el establecimiento de la monarquía de Castilla, puesto que extendió sus gloriosas conquistas a gran número de sus provincias. Es el principal y más celebrado héroe en la historia y en la poesía, mereciendo solo exclusivamente en su época el renombre y fama más incontestados por sus proezas durante un siglo entero. Es tan cara a los españoles su memoria que se ha conservado por largo tiempo entre nosotros y aún existe en la actualidad en algunas provincias, la costumbre de unir su nombre a los juramentos más sagrados. A fe de Rodrigo, decía un castellano, cuando empeñándose en alguna promesa, invocaba el recuerdo de su antigua lealtad.

Aseguran algunos que la crónica del Cid se escribió en lengua arábiga a poco de acaecida su muerte por dos pajes suyos que eran musulmanes. De esta crónica tomó el autor el asunto del poema de que tan prolijamente nos hemos ocupado, el de los romances de que también haremos digna mención y el de varias tragedias que han sido en todos tiempos muy aplaudidas en nuestros teatros.





1. El juicio crítico del poema del Cid es del traductor de la obra, que igualmente se ha tomado la libertad de reformar en gran parte esta lección por contener algunos errores que no podían rectificarse sino en notas muy extensas.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera