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Título del texto editado:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días. Tomo I. Lección tercera. Concluyen los poetas y prosadores del siglo XIV (III)
Autor del texto editado:
Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de (1773-1842)
Título de la obra:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días, tomo I
Autor de la obra:
Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de (1773-1842)
Edición:
Sevilla: Imprenta de Álvarez y Compañía, 1841


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Raras veces escribían obras largas los poetas del siglo XV. Casi todos sus versos son la expresión de un sentimiento vivo, una imagen o un rasgo de imaginación animado por la galantería. Sus poesías fugitivas que son por lo regular líricas y que bajo muchos aspectos se semejan a los cantos de los antiguos trovadores, se bailan coleccionados en una obra que comprende las poesías del siglo décimo quinto y que se llama Cancionero General. Emprendió esta obra el primero Juan Alfonso de Baena en el reinado de Juan II, continuándola después Hernando del Castillo, que la publicó a principios del siglo XVI. Desde esta última época se ha aumentado y reimpreso diferentes veces. Las ediciones más antiguas contienen cauciones y poesías líricas de ciento treinta y seis poetas del siglo XV, sin contar un número considerable de otras que son anónimas. Las poesías devotas o místicas están colocadas en el primer lugar en este cancionero y Bouterwek hace observar en nuestro juicio con mucha exactitud que casi todas carecen de sentimiento y de entusiasmo. La mayor parte de ellas son miserables juegos de las palabras (p. e.) sobre las letras de que se compone el nombre de María, o definiciones y personificaciones escolásticas aún más frías é insípidas. 1

Las canciones amorosas que ocupan la mayor parte de este libro son generalmente monótonas y frías. Los poetas castellanos de esta época tenían la costumbre de apoderarse de una idea y expresarla de diferentes modos y con nuevos giros y frases, lo que perjudica mucho a la verdad y al sentimiento. Algunas veces se halla en sus poesías la misma pobreza de pensamientos que en la de los antiguos trovadores con la misma expresión sencilla y enérgica en que se distingue el estilo español. No se debe esta semejanza a la imitación de los trovadores, sino a la índole del amor romancesco que se propagaba en todo el mediodía de la Europa. En Italia desde la época de Petrarca el amor se expresaba con la pureza de un gusto clásico, pero los poetas de España del siglo décimo quinto no eran tan cultos y sus sentimientos exigían un lenguaje más apasionado que tierno. En vez de los suspiros amorosos de los italianos resonaban en España los gritos del dolor. No eran objeto de los cantos españoles esos éxtasis amorosos que conmueven dulce y agradablemente nuestra alma, sino las pasiones más arrebatadas, los tormentos más terribles que sufre el corazón humano. La pintura repetida incesantemente en estas poesías de la lucha de la razón con las pasiones es uno de los rasgos que más las caracteriza. Los italianos no se esforzaban en las suyas porque el deber triunfase de los instintos que le combaten. Los españoles, que eran más graves y sólidos en su carácter y habitudes, pretendían conservar siempre, aun en los delirios de la locura, una apariencia de filosofía. Pero esta, que las más veces era pedantesca, deslustraba las más bellas inspiraciones, apareciendo en medio de ellas con una frialdad e insipidez prosaicas y vulgares.

Nadie iguala a los españoles cuando pintan los enajenamientos del amor, porque se abandonan ciegamente a toda la impetuosidad de esa pasión, acaso la más fuerte de cuantas combaten el corazón humano. Pueden servir de ejemplo las estrofas de Alonso de Cartagena que fue después arzobispo de Burgos. En ellas se observa ese arrebato y desorden que producen en el alma las pasiones más violentas, expresados con mucha verdad y en un metro que se presta sobremanera a la rapidez de las emociones que sufre un alma apasionada. 2 Gran número de las poesías amorosas de los españoles no son más que perífrasis de oraciones de devoción en que se encuentran mezclados el amor divino y el humano. Rodríguez del Padrón escribió Los siete gozos de amor, imitando los siete gozos de María, como también los diez mandamientos del amor, para imitar los de las santas escrituras. Sánchez de Badajoz, amante desgraciado, compuso un testamento de amor en el que ora imita el lenguaje extravagante y las fórmulas que usan los escribanos para extender las disposiciones testamentarias, ora toma de los pasajes de Job y otros de la Biblia expresiones y frases que semejen el estilo de su obra al de la escritura. 3

La poesía lírica española tiene formas precisas y determinadas, como sucede a los italianos con los sonetos. Las canciones, propiamente dichas, son como epigramas o madrigales escritos en doce versos, de los cuales los cuatro primeros expresan un pensamiento principal que después se desenvuelve y explica en los siguientes. 4

Los villancicos contienen del mismo modo un sentimiento o una idea en los dos o tres versos primeros que después se explica con más extensión en varias estrofas. 5

Por último, las glosas que compara Bouterwek con mucha exactitud a las variaciones musicales sobre un mismo tono, constan generalmente de un cuarteto de otro autor cuyo sentido se amplía en varias estrofas que terminan cada una en uno de los versos que se propone glosar el poeta. A veces se glosa solo un verso y entonces no hay más que una estrofa. 6





1. Se consideraba entonces como muy poético el explicar los misterios más incomprensibles en un corto número de versos, como se hace en los siguientes de Soria. “El sy, sy, el cómo no sé / de esta tan ardua cuestión, / que no alcanza la razón / adonde sube la fe, / ser Dios hombre y hombre Dios, [5]/ ser mortal y no mortal / ser un ser, extremos dos, / y en un ser no ver igual, / es siempre, será, no fue. / Siempre son, mas no son dos, [10] / y aquí la razón es la fe”. Otras poesías místicas manifiestan por lo menos que sus autores estaban dotados de más imaginación si no de más juicio, como la siguiente de Alonso de Proaza en loor de Santa Catalina de Sena. “Tres fieros vestiglos, soberbios gigantes, / contrarios perpetuos del bien operar, / salieron, señora, con vos a lidiar, / en diestros caballos, ligeros, volantes. / Mas esta batalla por vos aceptantes [5]/ los santos tres votos de vos esenciales, / cabalgan armados y en fuerzas iguales / se hallan en campo los seis batallantes. / Los unos enlazan los yelmos daguende, / los otros las lanzas engozan daquende. [10]/ Y unos a otros se dejan reñir / y danse recuentros de tanta fiereza, / que creo lidiantes de tal fortaleza / en justas se vieron jamás combatir, / la santa pobreza ya se hizo salir [15] / al mundo del recle del golpe primero. / La fuerte obedienza del diablo romero / hizo las armas en campo rendir. / E desta manera vencidos los dos / quedaron, señora, sujetos a vos. [20] / El blanco caballo de más excelencia / en el que justaba la casta doncella / encuentra, derriba, por tierra atropella”.
2. “La fuerza del fuego que alumbra, que ciega / mi cuerpo, mi alma, mi muerte, mi vida, / do entra, do hiere, do toca, do llega / mata y no muere su llama encendida. / Pues ¿qué haré triste, que todo me ofende? [5] / Lo bueno y lo malo me causan congoja, / quemándome el fuego que mata que enciende, / su fuerza que fuerza, que ata que prende / que prende, que suelta, que tira, que afloja. / ¿A do iré triste, que alegre me halle, [10] / pues tantos peligros me tienen en medio? / Que llore, que ría, que grite, que calle, / ni tengo, ni quiero, ni espero remedio. / Ni quiero que quiere, ni quiero querer, / pues tanto me quiere tan rabiosa plaga, [15] / ni ser yo vencido, ni quiero vencer, / ni quiero pesar, ni quiero placer \ ni se qué me diga, ni se qué me haga. / ¿Qué es que haré triste, con tanta fatiga? / ¿A quién me mandáis que mis males queje? [20] / ¿Y qué me mandáis que siga, que diga, / que sienta, que haga, que tome, que deje? / Dadme remedio, que yo no lo hallo / para este mi mal que no es escondido; / que muestro, que encubro, que sufro, que callo, [25] / por donde la vida ya soy despedido”. Estas tres estrofas son de las más célebres de la antigua poesía española, como lo prueban las innumerables glosas de que han sido objeto.
3. En este género una de las poesías más notables es el Pater noster de las mujeres, escrito por Salazar: “Rey alto a quien adoramos, / alumbra mi entendimiento / a loar en lo que cuento / a ti que todos llamamos / Pater noster. [5] / Por que diga el dissabor / que las crudas damas hacen, / como nunca nos complacen, / la suplica a ti, señor, / qui est in caelis. [10] / Porque las hicistes bellas, / dicen solo con la lengua, / porque no caigan en mengua / de mal devotas doncellas, / Sanctificetur. [15]/ Pero por su vana gloria / viéndose tan estimadas, / tan queridas, tan amadas, / no les cabe en la memoria / Nomen tuum. [20] / Y algunas damas que van / sobre interese de haber, / dicen con mucho placer / si cosa algunas les dan / Adveniat. [25] / Y con este desear / locuras, pompas y arreaos, / por cumplir bien tus deseos / y no se curan de buscar / Regnum tuum. [30] / Y estas de quien no se esconde, / bondad que en ellas se cuida, / a cosa que se les pida / jamás ninguna responde / Fiat. [35] / Mas la que más alto está / mirando si le habláis, / si a darle le convidáis, / será cierto que dirá / Voluntas tua &c. [40]”
4. “No sé para que nací, / pues en tal extremo estó / que el morir no quiere a mí / y el vivir no quiero yo. / Todo el tiempo que viviere [5] / tendré muy justa querella / de la muerte pues no me quiere / a mí, queriendo yo a ella. / Que fin espero de aquí, / pues la muerte me negó; [10] / porque claramente vio / que era vida para mí.”
5. He aquí un villancico de Escrivá. “¿Qué sentís corazón mío?, / ¿no decís / qué mal es el que sentís, / que sentistes aquel día / cuando mi señora vistes, [5] / que perdistes alegría? / ¿cómo a mí nunca volviste? / ¿No decís / dónde estáis que no venís? / ¿Qué es de vos que en mí no hallo, [10] / corazón, quién no os ajena? / ¿Qué es de vos, que aunque callo, / vuestro mal también me pena? / ¿Quién os ató a tal cadena? / ¿No decís [15] / qué mal es que el sentís?”
6. He aquí una glosa de Jorge Manrique: Sin vos y sin Dios y mí, glosa: Yo soy quien libre me vi, / yo quien pudiera olvidaros, / yo soy el que por amaros / estoy desque os conocí / sin vos y sin Dios y mí [5] / Sin Dios porque en vos adoro / sin vos pues no me queréis, / pues sin mí ya está decoro / que vos sois quien me tenéis. / Así que triste nací, [10] / pues que pudiera olvidaros, / yo soy el que por amaros / estó desque os conocí / Sin vos y sin Dios y mí.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera