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Título del texto editado:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días. Tomo II. Lección I. Del teatro en la poesía romántica: Lope Félix de Vega Carpio (III)
Autor del texto editado:
Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de (1773-1842)
Título de la obra:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días, tomo II
Autor de la obra:
Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de (1773-1842)
Edición:
Sevilla: Imprenta de Álvarez y Compañía, 1842


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Tememos que parezca este largo análisis de una comedia de Lope de Vega fatigoso y oscuro al propio tiempo, y que se nos critique de haber consagrado demasiada atención a una obra en que tal vez empleara su autor el corto espacio de veinte y cuatro horas. Pero creemos, sin embargo, que solo de este modo pueden darse a conocer el género de invención y los cuadros de que Lope de Vega formó sus comedias, y el nuevo carácter que dio al teatro español. No están sus obras menos lejanas de la perfección romántica quede la perfección clásica, lo cual debía esperarse necesariamente de la precipitación con que escribía, quedando sus comedias descorrectas y desaliñadas, aunque sembradas al par de rasgos brillantes debidos a su elevado ingenio, por cuyas dotes tanto como por su asombrosa fecundidad imprimió al teatro de su patria un nuevo carácter. Cervantes había concebido la idea de una tragedia grande y austera, pero Lope no pensó seriamente ni en la tragedia ni en la comedia, y su teatro solo representó novelas puestas en acción por esta causa. Una comedia española, como observa Bouterwek, es propiamente una novela dramática y del mismo modo que en ella puede ser el interés trágico, cómico, histórico o puramente poético, no siendo la jerarquía de los personajes lo que debe clasificarla; porque los príncipes y los potentados concurren a su acción, así como los criados y los amantes, pudiendo mezclarse con ellos, siempre que la marcha de la intriga no ofenda a la verosimilitud. Ni la pintura de los caracteres ni la sátira son esenciales a la comedia española ni a la novela: lo burlesco, lo vulgar, lo patético y sentimental pueden hallarse en ellas mezclados, sin que se desmienta su índole, porque el objeto del poeta no es solo excitar y mantener viva una emoción cualquiera en nuestra alma, sino sostener cuanto le sea posible tanto el interés o el sentimiento, como la risa de los espectadores. El drama gira sobre una intriga complicada, que despierta sin cesar la atención y la curiosidad, así como las comedias históricas están llenas de aventuras extraordinarias, y las sagradas de portentosos milagros.

Distinguiéronse, en efecto, las comedias desde el tiempo de Lope de Vega, en divinas y humanas, dividiéndose las ultimas en comedias heroicas, históricas, mitológicas y de capa y espada, las cuales representaban las costumbres elegantes y las maneras de la época; y las primeras en vidas de santos y autos sacramentales, formadas aquellas sobre los modelos de las antiguas representaciones de los misterios que se habían puesto en escena en las iglesias y conventos, y siendo estos casi siempre alegóricos y destinados para celebrar la fiesta del Santo Sacramento. Añadiéronse, en fin, más adelante a estos diferentes géneros prólogos designados con el nombre de loas y entremeses, que tomaban el título de sainetes cuando eran acompañados por el baile y la música.

En las comedias de capa y espada, o propiamente de intriga, apenas observa Lope la verosimilitud en el encadenamiento de las escenas, librando todo su éxito en el interés de las situaciones y la invención del enredo. Encadenando de este modo las intrigas, hállase a menudo embarazado hasta el punto de verse obligado, para terminar la obra, a cortar todos los nudos que no había podido desatar, casando al mismo tiempo cuantas parejas se le presentan. Mezcla a veces en sus comedias reflexiones o reglas de prudencia, pero nunca se ocupa de la moral propiamente dicha: creía su público que esta era exclusiva al ministerio del sacerdocio, y por tanto no hubiera permitido al autor cómico entrometerse en las facultades de aquel. La galantería más pronunciada, con decencia o sin ella, retenida apenas por el sentimiento del honor, mas nunca por las ideas de una sana moral, es el fundamento de todas las intrigas. Cuando brillan las pasiones, tienen todo el ardor impetuoso de la sangre española, y cuando el amor se abandona a su delirante desvarío, es Lope inagotable en trozos romancescos y en delicados juegos de imaginación. Todo lo excusa el amor era la máxima del gran mundo de Madrid, y conforme a ella fueron representadas sin reflexión ni escrúpulo alguno las más grandes picardías, las más impudentes perfidias y las intrigas más escandalosas. Con la más leve ocasión sacan los caballeros sus espadas, y las heridas o la muerte de sus adversarios son consideradas como un acontecimiento casi sin consecuencia alguna.

Las piezas divinas de Lope de Vega son una imagen fiel del espíritu religioso de su época y, como las demás suyas, una pintura exacta de las costumbres, formando una rara mezcla de piedad católica, de imaginación fantástica y de noble poesía. Hay en sus vidas de santos más movimiento dramático que en sus autos sacramentales, pero en cambio están expresados en estos con más dignidad por medio de alegorías, los misterios religiosos, y aquellas son las obras más irregulares de Lope, viéndose figurar en ellas al mismo tiempo personajes alegóricos, bufones, santos, aldeanos, estudiantes, reyes, el niño Jesús, el padre Eterno, el diablo y todos los seres heterogéneos que la más extravagante imaginación puede juntar, haciéndoles obrar o hablar entre sí.

Todas estas obras son hoy designadas igualmente con el título de la Gran Comedia, la Comedia famosa, ya sea el suceso dichoso o desgraciado, ya cómico o trágico. Mas solo en la edición que hizo de ellas el mismo Lope se hallan algunas señaladas con el nombre de tragedias, cuyo argumento pertenece a la antigüedad, coligiéndose de esto que tal vez no creyó que tuviera en sí misma ninguna acción moderna bastante dignidad para merecer el título de trágica. Por lo demás, ni un desenlace más señalado, emociones más fuertes, ni un más elevado lenguaje autorizan esta distinción: el estilo es siempre el mismo, y tratando el autor de hacerlo poético, desatendiendo su nobleza, lo enriquece con las más brillantes imágenes, sin alcanzar hacerlo digno ni sostenido. Sus personajes hablan más bien como poetas que como hombres de elevada condición, no conservando casi nunca el tono, que tomaran desde un principio. Conozco dos o obras dramáticas de Lope de Vega que llevan el nombre de tragedias, tituladas: Roma abrasada o Nerón, y El marido más firme u Orfeo, las cuales no merecen atención alguna, debiendo estar confundidas entre sus más desatinadas producciones.

Cualquiera que sea, sin embargo, la rudeza y grosería de la mayor parte de los dramas de Lope de Vega, no puede decirse que sea su lectura enfadosa, ni que decaiga un punto el interés de la acción, causándonos la impaciencia y languidez que las tragedias malas o medianas de los poetas franceses de segundo orden nos inspiran. La rapidez de la acción, la multitud de acontecimientos, su complicación extraordinaria y la imposibilidad de prever el desenlace despiertan la curiosidad y le conservan casi siempre toda su viveza, desde la primera escena hasta el final de la obra. Critícasele frecuentemente un drama, o no se encuentra digno de la crítica, pero, sin embargo, se anhela ver su desenlace, debiendo tal vez Lope de Vega esta ventaja al arte de poner en acción las exposiciones, abriendo siempre la escena con una circunstancia interesante y de grande efecto, que atraiga poderosamente y cautive la atención de los espectadores, y haciendo obrar a los personajes desde su aparición en el teatro, por cuyo medio desenvuelve con mucha más verdad que por la relación de los acontecimientos anteriores sus diversos caracteres. La curiosidad se despierta fácilmente por un espectáculo rápido, mientras que, en las relaciones que sirven de exposición a todas las piezas francesas, está expuesto a ser distraído el espectador frecuentemente, puesto que de la atención constante a este primer acto depende la inteligencia de todo el drama.

[…]

Parece que Lope de Vega estudió profundamente la historia de España, concibiendo un noble entusiasmo por la gloria de su patria, que trató de realzar incesantemente. No son sus dramas tan precisamente históricos como los de Shakespeare, es decir, que no ha reunido en un punto los grandes acontecimientos del estado para formar un drama político, pero ha ligado en cambio una intriga romancesca a todo cuanto más glorioso ha hallado en los fastos de España, y ha mezclado de tal manera lo fabuloso con lo histórico, que los elogios de los héroes nacionales son una parte esencial e inseparable de sus poemas. El asedio de Jatelete, en el cual debe distinguirse Mendoza, aparece en parte en la escena, no para dar al espectador el placer de presenciar una batalla ridícula, como acontece en los teatros afeminados de Italia, sino para que el conde de Fuentes, disponiendo de su ejército, rinda a cada uno de sus oficiales, a cada uno de sus valientes el tributo de la gloria que la posteridad les concede. Si estas obras son inferiores a muchas otras por el poco arte de su composición, basta la intención patriótica del autor y su celo por la gloria nacional para darles un interés superior al que puede excitar toda el arte poética.

En la pintura de las costumbres, cuya verdad es innegable, no hay nada más chocante e inconcebible que la susceptibilidad del pundonor de los españoles. La más leve liviandad de una dama, de una esposa o de una hermana es una afrenta para el amante, el esposo, o el hermano, la cual solo puede lavarse con sangre. Estos arrebatados celos fueron comunicados a los españoles por los árabes, pero entre los últimos y entre todos los pueblos de oriente podían comprenderse con facilidad, puesto que estaban de acuerdo con todas sus costumbres. Tienen estos encerradas a sus mujeres en el harem, no pronunciando jamás su nombre y pensando solo en su amor y sus celos parece que olvidan durante el resto de su vida la existencia de todo el bello sexo. Los españoles observan una conducta diametralmente opuesta: su vida entera está consagrada a la galantería, y cada uno de ellos ama a una mujer que no está bajo su dominio, poniendo en juego para lograr su amor intrigas que a menudo ofenden la delicadeza. Las más virtuosas heroínas dan citas de noche en sus ventanas, reciben y escriben billetes, salen enmascaradas para buscar a su amante en una casa de tercería. El espíritu caballeresco protege a la galantería de tal modo que, cuando una dama casada es perseguida por su marido o su padre, invoca la protección del primero que encuentra, sin conocerle ni dársele a conocer, y le ruega que la defienda contra un importuno. Requerido así cualquiera caballero, no puede sin deshonrarse rehusar el defenderla, sacando la espada para alcanzar a esta mujer desconocida una libertad criminosa tal vez y, sin embargo, el mismo que acaba de reñir para asegurar la fuga de una libertina, el que ha obtenido citas, recibido y escrito billetes, se encoleriza de un modo inaudito, si sabe que una hermana suya ha inspirado o sentido en su pecho el fuego del amor, o que ha usado de alguna de aquellas libertades que la costumbre general autoriza, siendo este a sus ojos un motivo suficiente para dar de puñaladas a su misma hermana y al que ha osado hablarle de amores.

Todo el teatro español nos muestra la singular legislación del pundonor, puesta en práctica: muchas comedias de Lope de Vega y de Calderón, entre otras La dama duende y La devoción de la Cruz, ponen ostensiblemente en claro el contraste entre el celoso furor de los maridos o hermanos y la protección que conceden a una bella máscara, muchas veces la misma que hubieran tenido el más grande interés en reprimir si la hubiesen conocido. Pero encuentro aún más notable el motivo por medio del cual se alza un filósofo castellano contra estas costumbres sanguinarias en una comedia de un anónimo de la corte de Felipe IV, titulada: El montañés Juan Pascual, y primer asistente de Sevilla, de un ingenio de esta corte. Así habla un juez de un marido que ha dado muerte a su esposa:

Cumplió con duelos del mundo,
mas no con leyes del cielo:
mi mujer es otro yo,
y pues yo a mí no me debo
dar la muerte, claro está
que a ella tampoco. Ya veo
que raro es el que es señor
de su primer movimiento.


En Lo cierto por lo dudoso de Lope de Vega prefiere doña Juana al rey don Pedro su hermano don Enrique, permaneciéndole fiel, a pesar de la pasión del rey, que no era menos amable, joven, ni seductor, y trata de probar su inclinación a don Enrique de mil maneras. Estando, en fin, el rey a punto de recibir su mano, le ruega que la oiga en secreto, esperando alejarlo de su lado con un singular artificio:

JUANA. Fiada,
Pedro, en tu valor divino,

en tu grande entendimiento
y generoso valor,
te quiero decir mi amor,
con notable atrevimiento.

Enrique, ya tú lo sabes,
me sirvió, correspondí
a su amor, mas siempre di
pasos honestos y graves.

Ni una palabra indecente,
ni un papel, que a mi valor
solo un átomo de honor
quitase, vio eternamente.

Y así el haber diferido
amarte y corresponderte
tiene ocasión, y más fuerte
de lo que habrás presumido.

Escucha, pero no sé
cómo te diga este caso,
que aunque sucedido acaso
menos colores me dé.

Los hombres siempre atrevidos,
aunque enamorados
en ocasiones turbados,
las lloran arrepentidos,

tal vez sin mirar respetos
atropellan el temor.
REY. Yo voy, Juana, o va mi amor
haciendo varios concetos

de su engaño y de tu honor:
habla pues, no me atormentes,
que ya sé que hay accidentes
en los sucesos de amor.

JUANA. Palabras ando a buscar
y retóricas colores,
aunque las mías menores
me salgan a disculpar.

Bajaba hablando conmigo
Enrique por la escalera
de palacio… No quisiera
tratar aquesto contigo.

¿Quieres que lo escriba?
REY. No:
que el tiempo que has de tardar
es imposible esperar,
ni tener paciencia yo.

JUANA. Bajando por la escalera,
no sé yo que sentenciado
la sube con más cuidado
REY. Acaba por Dios
JUANA. Espera

REY. Mayor enojo me causas.
JUANA. Ya lo comienzo a contar.
REY. ¿Cuándo piensas acabar?
Mira que es sangrarme a pausas.

JUANA. Siendo mi culpa tan poca,
digo, señor, que me asió
Enrique.
REY. ¿Y bien?
JUANA.Y llegó
o fue por yerro a la boca,

que acaso hablarme quería,
y la mucha oscuridad
obligó a su autoridad
a tanta descortesía.

Ves aquí, pues, la razón
de no haber podido ser
tu mujer.
REY. Dame a entender
que es todo, Juana, invención.

Pero lo que fuere sea,
no es ido Enrique a Castilla:
que yo sé que está en Sevilla
y que enojarme desea.
Parece que es cosa fea
a un hombre de mi valor
porfiar contra tu amor,
y que necios y discretos
dirán que no son efectos
del alto y debido honor.

Pero yo, que ya ofendido
y celoso estoy de modo
que los ojos cierro a todo,
enamorado y corrido,
ni a los necios he temido
ni a los discretos tampoco;
antes más bien me provoco
a satisfacer mi injuria:
que no hay venganza sin furia,
ni amor sin punta de loco.

Esta noche haré matar
a Enrique y muerto podré
casarme, pues no tendré
en que pueda reparar:
vivo no me he de casar,
claro está, porque viviera
el deshonor que me diera
el haberse anticipado
al lugar que reservado
a solo su dueño espera.

Si en el suceso reparo,
veo, aunque no lo procuro,
que fue mentira a lo oscuro
y desengaño a lo claro;
pero aunque caso tan raro
sea mentira, porque sigua
otro intento y no prosiga
en el de casarme ansí,
habérmelo dicho a mí
a la venganza me obliga.

Muera Enrique, porque muerto
me casaré con viuda,
si el amor pusiere duda
en la verdad del concierto:
con esto, aunque descubierto
quede lo que has referido
tú y yo no habremos perdido
honor, pues en tal suceso
serás viuda de un beso,
como otras de su marido.


Aquí no habla un tirano, ni un hombre furioso: don Pedro se determina a ejecutar el fratricidio no como un monstruo, sino como un español delicado sobre su honra, la cual juzga manchada. Manda al momento que partan algunos asesinos en busca de su hermano por todas partes; pero en este mismo tiempo se desposa Enrique con doña Juana, y cuando el rey ve que no tiene remedio alguno semejante mal y que al mismo tiempo queda su honor a cubierto, perdona a los dos amantes.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera