Información sobre el texto

Título del texto editado:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días. Tomo II. Lección V. De don Pedro Calderón de la Barca (I)
Autor del texto editado:
Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de (1773-1842) Amador de los Ríos, José (1818-1878)
Título de la obra:
Historia de la literatura española desde mediados del siglo XII hasta nuestros días, tomo II
Autor de la obra:
Sismondi, Jean Charles Léonard Simonde de (1773-1842)
Edición:
Sevilla: Imprenta de Álvarez y Compañía, 1842


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Fuentes
Información técnica





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Llegamos a tratar de un poeta español a quien sus compatriotas consideran como el rey del teatro, los extranjeros conocen como el más célebre en la literatura de su nación y algunos críticos alemanes colocan sobre todos los autores dramáticos que han escrito en las lenguas modernas. No es lícito, pues, tratar ligeramente una reputación tan grande y extendida y cualesquiera que sean mis opiniones sobre el mérito de Calderón, es un deber para mí dar a conocer antes de todo la estimación en que le han tenido los hombres de alta distinción en la república literaria, para que el lector no se detenga, en los extractos que voy a exponerle, a las formas nacionales contrarias frecuentemente a nuestras costumbres, y busque lo bello con la intención de hallarlo y de sentirlo, y se prepare contra las preocupaciones de que tal vez yo tampoco estaré exento.

La vida de Calderón no encierra muchos acontecimientos: había nacido de una noble familia en 1600 y desde la edad de catorce años asegúrase que comenzó a escribir para el teatro. (A) Después de haber dado cima a sus estudios en la universidad, vivió algún tiempo adherido a los protectores que tenía en la corte, habiéndose separado de ellos para entrar en el ejército y dirigiéndose a Italia y Flandes, en donde hizo algunas campañas. Habiendo visto más tarde el rey Felipe IV, que amaba con pasión el teatro y que compuso también muchas comedias publicadas bajo el pseudónimo de un ingenio de esta corte, algunas obras dramáticas de Calderón, lo llamó a su lado en 1639 y, concediéndole el hábito de Santiago, lo ligó para siempre a su corte. Desde entonces fueron representadas las comedias de Calderón con toda la pompa que un monarca rico y poderoso se complacía en dar a sus diversiones, y el laureado poeta fue a menudo llamado para hacer comedias de circunstancias para las fiestas de la casa de su rey y señor. En 1652 entró Calderón en la congregación de sacerdotes, sin renunciar por esto al teatro. Compuso, sin embargo, desde esta época sobre todo piezas religiosas y autos sacramentales; y mientras más avanzaba en edad miraba como más fútiles e indignos de sí todos sus trabajos que no eran religiosos. Admirado por sus compatriotas, acariciado por sus reyes y colmado de honores, de pensiones y de beneficios, llegó a una vejez muy avanzada. Habiendo emprendido su amigo Juan Vera de Tassis y Villaroel una edición completa de sus comedias en 1685, reconoció Calderón la autenticidad de todas las que están reunidas en esta colección, y murió dos años después a los 87 años de su edad. (B)

He aquí cómo Mr. Schlegel, que ha contribuido más que ningún otro a entender la literatura española en Alemania, habla de Calderón en su curso de literatura dramática: «apareció, en fin, don Pedro Calderón de la Barca, genio no menos fecundo, escritor no menos nos ágil que Lope, pero mucho más poeta, poeta por excelencia, si alguna vez ha merecido hombre alguno este título. Renovose para él, mas en un grado muy superior, la admiración de la naturaleza, el entusiasmo del público y la dominación del teatro. Marchaban los años de Calderón con igual paso que los del siglo XVII, y por consecuencia tenía diez y seis años cuando murió Cervantes, y treinta y cinco cuando expiró Lope, a quien sobrevivió casi medio siglo. Según sus biógrafos, ha escrito Calderón más de ciento veinte tragedias o comedias, más de cien autos sacramentales, cien entremeses bufonescos o sainetes y otras muchas obras no dramáticas. Como trabajo para el teatro desde sus catorce hasta sus ochenta y un años, es necesario distribuir sus producciones en un largo espacio de tiempo, no debiendo creerse que escribió con una celeridad tan extraordinaria como la de Lope. Quedábale bastante tiempo para meditar maduramente sus planes, lo que hacía sin duda, pero en la ejecución había adquirido por la práctica una facilidad extremada.

»En este número casi infinito de obras no se encuentra nada debido a la casualidad, todo está trabajado con la habilidad más perfecta, siguiendo seguros y consecuentes principios y con miras profundamente artísticas, lo cual no pudiera negarse aun cuando se considerase como una manera este estilo puro y elevado del teatro romántico y se tuviesen por descarriados estos atrevidos vuelos de la poesía que se elevan hasta los últimos límites de la imaginación. Calderón ha cambiado por todas partes en su propia sustancia lo que había servido solamente de forma a sus predecesores, y para alcanzarlo bastábanle solo las más nobles y delicadas flores. De aquí proviene que repite a menudo muchas expresiones, muchas imágenes, muchas comparaciones y hasta muchos juegos de situación, aunque era demasiado rico para tomar prestado, no digo de los demás, sino de sí mismo. La perspectiva teatral es a sus ojos la parte esencial del arte, pero esta vista, cerrada para otros, llega a ser positiva para él; no conozco ningún autor dramático que haya sabido como él poetizar el efecto y que le haya hecho obrar tan poderosamente sobre los sentidos, haciéndolo al mismo tiempo tan aéreo.

»Sus dramas se dividen en cuatro clases: representaciones de historias de santos, sacadas de la Escritura; piezas históricas; mitológicas o tomadas de cualquiera otra invención poética; y pinturas, en fin, de la vida social en las costumbres modernas. En un sentido rigoroso no pueden llamarse históricas más que las obras fundadas sobre la historia nacional: Calderón ha tratado con mucha verdad las antigüedades españolas, pero tenía de otra parte una nacionalidad muy decidida y pudiera decirse muy ardiente, para poder mudarse en otra esencia. Pudo cuando más identificarse con los pueblos que un sol esplendoroso anima, tales como los del mediodía o del oriente, pero nunca con los de la antigüedad clásica o del norte de Europa. Cuando ha escogido en la historia de estos pueblos asuntos, los ha tratado de una manera fantástica en extremo. La mitología griega no ha sido para él más que una fábula encantadora, ni la historia romana más que una hipérbole majestuosa.

»Sin embargo, deben ser consideradas sus representaciones religiosas como históricas hasta cierto punto, pues, aunque Calderón las haya envuelto en una poesía más rica aún, ha expresado siempre en ellas con gran fidelidad la mayor parte de los caracteres de la historia hebraica o de la sagrada escritura. Distínguense además estos dramas de las demás comedias históricas por las altas alegorías que pone frecuentemente en escena y por el entusiasmo religioso conque ha hecho brillar el poeta en las representaciones, que eran destinadas a la fiesta del Santo Sacramento, el universo, que pintaba alegóricamente con llamas de púrpura y de amor. En este último género de composiciones ha sido admirado sobre todo por sus contemporáneos, y a este género daba él mismo la más alta preferencia».

Deber mío es aún traducir un largo trozo sobre Calderón de Mr. Schlegel: nadie ha estudiado a los españoles mejor que él, ni tampoco ha desenvuelto nadie con más entusiasmo la naturaleza de la poesía romántica, que no es justo someter a las leyes de la clásica; y su parcialidad ha ensalzado en demasía su elocuencia. El trozo que voy a traducir tiene por sí mismo una grande reputación en Alemania, sin embargo, no sería justo juzgar a Mr. Schlegel por los defectos de mi traducción, o por la oscuridad que no he sabido hacer desaparecer y que repugna mucho más a la lengua francesa que a la alemana, ni tampoco juzgarme por pensamientos que creo dignos de ser recordados, pero que no adopto en modo alguno. Presentaré a Calderón, luego que sea oportuno, bajo otro aspecto; a pesar de que aquel bajo el cual le han visto sus admiradores tiene también su verdad y exactitud poética.

«Hizo Calderón, dice, algunas campañas en Flandes y en Italia, y sometiose, como caballero de Santiago a los deberes militares de esta orden, hasta que abrazó el estado eclesiástico, y de esta manera anunció exteriormente hasta qué punto era la religión el asentimiento dominante de su vida. Si es verdad que el sentimiento religioso, la lealtad, el valor, el honor y el amor son las bases de la poesía romántica, bajo estos auspicios debe seguramente haber nacido, desarrolládose y tomado el más atrevido vuelo en España. La imaginación de los españoles era osada, como su espíritu emprendedor y ninguna aventura espiritual les parecía muy peligrosa. Ya antes de esta época se había manifestado el gusto del pueblo por lo sobrenatural, más increíble en los romances de caballería: quería este pueblo tornar a ver las mismas cosas en el teatro, y como en esta época, llegados los poetas españoles al más elevado punto de cultura en las artes y de perfección social, tratando estos asuntos les inspiraron un alma musical, y purificándolos de cuanto tenían de corporal y grosero, no les dejaron más que los colores y los olores, resulta un encanto irresistible de este contraste hasta entre la forma y el fondo. Los espectadores creían ver en la escena una aparición de la grandeza de su nación, que estaba ya medio destruida después de haber amenazado conquistar al mundo, mientras que veían derramar en una poesía siempre nueva toda la armonía en los más variados metros, toda la elegancia del juego más espiritual, y toda la magnificencia de imágenes y de comparaciones que podía permitir su lengua sola. Los tesoros de las más apartadas zonas eran tanto en poesía como en realidad importados para satisfacer a la madre patria, y puede decirse que en el imperio de esta poesía, así como en el de Carlos V, no se ocultaba el sol nunca.

»Hasta en los dramas de Calderón que representan las costumbres modernas, y que en su mayor parte descienden al tono de la vida vulgar, nos sentimos encadenados por un encanto fantástico, sin que sepamos considerarlos como comedias en el sentido ordinario de la palabra. Las comedias de Shakespeare están compuestas siempre de dos partes extrañas la una a la otra; la parte cómica que está conforme siempre con las costumbres inglesas, porque la imitación cómica debe referirse a las cosas locales y conocidas, y la parte romántica, que está siempre tomada de cualquier teatro meridional, porque no es el sol natal suficientemente poético. En España, por el contrario, pueden ser aun consideradas las costumbres nacionales bajo de un punto de vista ideal. Es verdad que esto no hubiera sido posible a habernos introducido Calderón en la vida doméstica, en donde la necesidad y el hábito lo reducen todo a límites estrechos y vulgares. Sus comedias concluyen, como las de los antiguos, en casamientos; ¡pero cuán diferente es todo cuanto precede al desenlace! En estas, para satisfacer pasiones sensuales y miras egoístas, se emplean a menudo medios muy inmorales; los hombres, con todas las fuerzas de su espíritu, no son más que entes físicos opuestos los unos a los otros, que tratan de aprovecharse de sus debilidades para sorprenderse mutuamente. En las otras domina, ante todas cosas, un sentimiento ardiente y apasionado, que ennoblece todo lo que le rodea, porque liga a todas las circunstancias una afección del alma. Calderón nos representa, es verdad, sus principales personajes de ambos sexos en los primeros albores de la juventud y entregados a la esperanza de todos los goces de la vida, pero el premio por el cual luchan y por que ansían, desdeñando todo lo demás, no puede a sus ojos, trocarse por ningún otro bien. El honor, el amor y los celos son las pasiones dominantes: su juego noble y atrevido forma el nudo de las comedias, sin que se complique por medio de travesura o de industriosos engaños, el honor es siempre en ellas un sistema ideal, que descansa sobre una moral elevada que santifica el principio, sin dejar pensar en las consecuencias. Puede llegar a ser el arma de la vanidad, descendiendo a opiniones vulgares y a preocupaciones, pero bajo todos estos aspectos se reconocen siempre en él las huellas de una idea elevada. Difícil me sería encontrar una imagen más perfecta de la delicadeza con que representa Calderón el sentimiento del honor, que la tradición fabulosa sobre el armiño, que estima tanto, según se dice, la blancura de su piel, que antes de ensuciarla se entrega él mismo a la muerte al verse perseguido por los cazadores. Este sentimiento del honor no es menos poderoso entre las damas de Calderón, dominando al amor que no encuentra lugar más que al lado de él, sin merecer la preferencia. Conforme a los sentimientos que el poeta expone, consiste el honor de las mujeres en amar solo a un hombre honrado y sin tacha alguna, y con una perfecta pureza, y en no sufrir ningún homenaje equívoco que pueda ofender a la más severa dignidad femenina. Este amor exige un secreto inviolable hasta que una unión legal permite declararlo públicamente; y esta sola condición le pone a cubierto de los tiros emponzoñados de la vanidad, que se gloriaría de pretensiones o adquiridas ventajas. Aparece de este modo el amor como un voto secreto y una religión oculta. Es verdad que, siguiendo esta doctrina están permitidas la astucia y la disimulación, que el honor proscribe por otra parte absolutamente. Pero las más delicadas consideraciones se ven aún observadas en la liga del amor con los demás deberes, entre otros los de la amistad. El poder de los celos, despiertos siempre, siempre terribles en su explosión no está como entre los orientales, ligado a la posesión, y sí a las más ligeras preferencias del corazón y a la manifestación más imperceptible. Ennoblece al amor, porque este sentimiento llega a envilecerse cuando no es completamente exclusivo. El nudo que estas diversas pasiones habían formado no produce frecuentemente resultado alguno y entonces es la catástrofe verdadera mente cómica; otras veces toma un giro en extremo trágico, y entonces llega a ser el honor un destino contrario a quien no puede satisfacerse sin sacrificar su ventura y caer en el crimen.

»Esta es, pues, la índole más elevada de los dramas, que los extranjeros llaman comedias de intriga, y a las cuales, conforme a la costumbre con que se les pone en escena, han dado los españoles el título de comedias de capa y espada. Ordinariamente no tienen de burlesco más que el papel del criado bufón, que es conocido bajo el nombre de gracioso. Este sirve solamente para parodiar los motivos poéticos conforme a los cuales obra su amo, haciéndolo a menudo de la más elegante manera y del modo más ingenioso. Raras veces es empleado como instrumento para aumentar el embrollo con sus astucias, lo cual es debido con más frecuencia a fortuitos acontecimientos, aunque de una invención admirable. Otras obras dramáticas son llamadas comedias de figurón: los demás papeles son en ellas comúnmente los mismos, pero se distingue entre ellos una figura preeminente, representada en caricatura. No puede negarse a muchas piezas de Calderón el título de comedias de carácter, aunque no se deben esperar los más delicados rasgos del talento característico, de los poetas de una nación cuyos sentimientos apasionados y cuya melancólica imaginación no podrían avenirse con el espacio y la sangre fría de la observación.

»Ha dado Calderón a otra clase de sus obras el nombre de fiestas las cuales habían sido en efecto, destinadas a ser representadas en la corte en las más solemnes ocasiones. Según su pompa teatral, las frecuentes mudanzas de decoraciones, los prodigios que a vista del espectador se representan, y hasta la música que se ha introducido en ellas, pudiera dárseles el nombre de óperas poéticas; tienen efectivamente más poesía que las demás composiciones de este género, puesto que por solo el brillo de aquella pudieran obtener el mismo efecto que en las óperas sencillas no se obtiene sino por las decoraciones, la música y la danza. En estas obras se abandona el poeta a los más atrevidos vuelos de su imaginación, y sus representaciones pertenecen apenas a la tierra.

»Pero el carácter de Calderón brilla sobre todo cuando se ocupa de asuntos religiosos; no pinta el amor si no es con rasgos vulgares, y no le hace hablar si no el lenguaje poético del arte, mas la religión es el amor que le es propio: este es el corazón de su corazón, y por ella solamente pone en movimiento las teclas que penetran y conmueven el alma profundamente. Parece que no quiso hacer otro tanto en las circunstancias puramente mundanas: su piedad le hace penetrar con claridad en las más confusas relaciones. Este hombre venturoso se había librado del laberinto y del desierto de la duda en el asilo de la fe, desde donde contempla y pinta con una serenidad que nada puede turbar el curso de las tempestades del mundo. Para él la resistencia humana no es un enigma oscuro: sus mismas lágrimas, como una gota de rocío sobre una flor, presentan al resplandor del sol la imagen del cielo. Su poesía, cualquiera que sea el asunto que trate aparentemente, es un himno infatigable de gozo sobre la magnificencia de la creación, solemniza con una admiración, alegre y siempre nueva, los prodigios de la naturaleza y del arte como si los viera siempre por la vez primera, con un brillo que el uso no ha empañado aún. Este es el primer despertamiento de Adán, acompañado de una elocuencia y de una sobriedad de expresiones que pueden dar solamente el conocimiento de las más secretas propiedades de la naturaleza, la más alta cultura del ingenio, y la reflexión más madura y grave. Cuando reúne los más apartados objetos, los más grandes y los más pequeños, las estrellas y las flores, el sentido de sus metáforas es siempre la relación de las criaturas con su creador común y esta arrebatadora armonía, este concierto del universo es de nuevo para él la imagen del eterno amor, que todo lo comprende.

» Florecía aún Calderón cuando en las demás partes de Europa dominaba el gusto amanerado en las artes y la literatura declinaba hacia el prosaísmo que tan general llegó a ser en el siglo XVIII. Por esta razón puede ser considerado como puesto sobre la más alta cima de la poesía romántica; todo su esplendor ha sido invertido en sus obras del mismo modo que en un fuego artificial se acostumbra reservar los más variados colores, las más brillantes luces para la última explosión.»

He traducido fielmente este trozo lleno de talento y de elocuencia, aunque es contrario a mi propio sentimiento. Contiene todo lo más brillante que puede decirse de Calderón, y por esto he querido que el lector fuera arrastrado de tan bello elogio a estudiar por sí mismo al autor que ha podido excitar tan vivo entusiasmo, conociendo al par el puesto elevado que Calderón ocupa en la literatura. Presentaré muy luego el análisis de alguna de sus mejores obras, para que pueda cada uno juzgar de un poeta al cual nadie tiene el derecho de negar el renombre de grande. Pero antes de esto, para dar a conocer el efecto que hace en mí su lectura, debo recordar lo que he dicho en la última lección de la servidumbre de la nación en el siglo XVII, de la corrupción de la religión y del gobierno, de la depravación del gusto y del efecto, en fin, que había producido en los castellanos la ambición de Carlos V y la tiranía de Felipe II. Calderón había conocido en su juventud a Felipe III, había sido protegido por Felipe IV, y vivió aun diez y seis años bajo el reinado más miserable, si es posible, y vergonzoso de Carlos II. Sería muy extraño que la influencia de una época tan degradante para el género humano no se reconociera en su poeta.

NOTAS DEL TRADUCTOR


(A) Efectivamente, a la edad de trece años escribió don Pedro Calderón de la Barca, entre otras muchas composiciones líricas que le ganaron grande reputación, una comedia titulada: El Carro del Cielo, cuya producción fue recibida por el público de Madrid con extraordinario aplauso, dando esperanzas de lo que después había de ser en este difícil arte su joven autor, y dorando la primera hoja de su esplendente corona

(B) No fue la vida de Calderón tan escasa en acontecimientos como el autor francés asienta en todo este párrafo: ligado a la corte de Felipe por los honores y distinciones que este le prodigaba y halagado por los aplausos con que el público acogía siempre sus obras, no por esto olvidó su obligación como caballero y como soldado; y cuando en 1640 alzó la hidra de la rebelión su cabeza en Cataluña, marchó nuestro esclarecido poeta a aquella sangrienta guerra, deseoso de probar su valor y su lealtad después de haber dado cabo al Certamen de amor, obra que el rey Felipe le había encomendado para detenerle a su lado mientras durasen aquellas revueltas. En esta lucha, así como en las guerras de Italia, probó el hijo predilecto de las musas con mil acciones su valor y llevó bizarramente la conducta de capitán de corazas, militando en compañía del conde-duque de Olivares. No hemos querido pasar en silencio este hecho, que tanto contribuye a ennoblecer el carácter de Calderón como caballero, así como sus obras literarias le han colocado entre los primeros ingenios del universo. Y ya que nos ocupamos de la memoria de tan sublime español, no omitiremos tampoco el apuntar que en el año de 1840, tres beneméritos españoles, 1 amantes de las glorias de su país, concibieron el noble proyecto de salvar los restos mortales del famoso autor de La vida es sueño del eminente peligro que los amenazaba, trasladándolos a la capilla de la Sacramental de San Nicolás de Madrid, en donde actualmente descansan. Algunos poetas de la corte, invitados por los referidos señores, pulsaron la lira al removerse las cenizas del gran dramático y los cantos, que consagraron a su memoria, son dignos del objeto a que se destinaban y del aprecio de los inteligentes. Don Francisco Martínez de la Rosa escribió el epitafio, que insertamos en la nota siguiente.

A la pluma de don Juan Nicasio Gallego debemos un excelente soneto y a la de don Juan Eugenio Hartzenbusch otro de bastante mérito.

Sentimos que el temor de aparecer difusos nos retraiga de citar estas producciones con otras no menos dignas de serlo, las cuales bastan para probar el respeto y la veneración que entre nosotros se tributa al genio.





1. Don Joaquín Marraci y Soto, Don Antonio de Yza Zamácola y Don Francisco Pérez.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera