Título de la obra:
Gaceta de Bayona, periódico político, literario e industrial,
(1829, nº 76)
Se ha
publicado
el cuaderno 17 de la
Colección de
comedias
escogidas,
que se imprime en Madrid. Este cuaderno contiene dos de Lope de Vega,
La hermosa fea
y
Por la puente, Juana.
Aunque en ellas se nota la facilidad
genial
de Lope, sin embargo son
débiles
en comparación de
Los milagros del desprecio
y
La Esclava de su galán,
con cuya intriga tienen mucha semejanza. En esta clase de colecciones nos parece que cuando hay esta igualdad en las fábulas, debe insertarse solamente la mejor. Es verdad que pudiera reclamarse la excepción a favor del padre y
fundador
del sistema dramático que
dominó
durante un siglo en nuestro teatro. Lope de Vega examinó el estado de la escena en su tiempo, y le fue fácil observar dos fenómenos importantes: l.º que los dramas escritos por personas sabias en la literatura
griega
y latina, construidos con toda la regularidad del arte, y sometidos a los
preceptos
de Aristóteles,
desagradaban
generalmente; 2.º que las farsas de Lope de Rueda, llenas de acción y donaire, aunque monstruosas y desarregladas, llamaban la
atención
y eran aplaudidas por los espectadores. Lope no era tan atrevido como
Shakespeare,
que conociendo las reglas, se burla algún tanto de ellas en la ridícula clasificación de los dramas, que pone en boca de Polonio en la escena 2.ª del 2.º acto de
Hamlet.
Lope confesó la importancia de las reglas, se llamó sí mismo
bárbaro;
y no obstante
encerró los preceptos con seis llaves,
y por agradar al pueblo, creó una nueva escuela dramática. Las reglas que da en su
Arte nuevo de hacer comedias
son por la mayor parte
ridículas:
Porque considerando que la cólera
de un español sentado no se templa,
si no le representan en dos horas
hasta el final juicio desde el Génesis.
Se vio precisado, dice, a seguir el capricho del público, y presentar como dogmas dramáticos las costumbres y prácticas de los autores cómicos que le habían
precedido,
y que
según
él habían corrompido el gusto del pueblo.
Pero en su
Arte
no reveló el secreto de su talento para
interesar,
acaso ignorado de él mismo, porque es evidente que Lope siguió más bien las
inspiraciones
de su genio que las condiciones obligadas de un proyecto formado de antemano y concebido después de maduras
reflexiones.
El poeta que salía a
comedia
por día, no empleó seguramente mucho tiempo en formar su sistema. Sólo los progresos de la ciencia de las humanidades nos ponen en estado de juzgar con acierto las causas que influyeron para que Lope siguiese aquel giro, y para que su
siglo
le adoptase.
El
drama
es entre todas las composiciones poéticas el más popular, pues obra por simpatía y obra siempre en reuniones populares. Así es que no puede excusarse de satisfacer las necesidades morales del pueblo donde se representa, necesidades que el hombre del vulgo no conocería ni sentiría por sí solo, sino que despierta y aviva en él el talento del autor dramático. Este le civiliza, llamándole a gozar de una existencia intelectual en los cuadros animados con que le sorprende y le saca del círculo grosero de los placeres meramente sensuales. De aquí resultan dos consecuencias, a saber, que la
religión
ha debido ser la primera materia de las representaciones dramáticas, como que es el medio más poderoso de civilización, y que estas representaciones han debido nacer en las fiestas populares y religiosas. Una y otra consecuencia están consignadas en la
historia
de todos los pueblos.
Mientras en las naciones se conserva la igualdad de luces o de ignorancia en todas las clases, la poesía dramática se conserva también en su primitiva sencillez, pero cuando en virtud de los progresos de la civilización, la parte más opulenta y que puede estudiar adquiere más conocimientos y por consiguiente más delicadeza de sensaciones, entonces el poeta dramático necesita de mucho tino para agradar igualmente a aquellos
quibus est equus et pater et res,
y a los vendedores de
garbanzos tostados.
Es forzoso que elija entre la masa extendida de los afectos de la humanidad aquellos que puedan ser comunes e igualmente sentidos por los grandes y por el pueblo.
En la época que empezó Lope su carrera dramática, es decir a finales del siglo
XVI,
la nación
española
elevada en el mismo siglo al más alto grado del poder, empezaba el movimiento de descenso. Los sentimientos sociales en aquella época eran una profunda sumisión a las verdades religiosas, una lealtad sin límites al Rey, el orgullo justamente inspirado por las grandes y recientes hazañas de nuestros héroes en uno y otro hemisferio, el culto del honor, transmitido desde tiempo inmemorial por tantos años de lides, y el amor celoso, herencia que probablemente nos dejaron los árabes, nuestros vecinos y enemigos. La tranquilidad interior era completa; a ningún enemigo extraño se le temía; la escena de la ambición estaba limitada al palacio; las costumbres eran suaves; no se conocían las disputas religiosas ni políticas; y no había lo que se llama espíritu de sociedad, porque el bello sexo vivía muy retirado. Tal era el cuadro que presentaba la situación al poeta dramático que la estudiaba para complacerla.
Fácil es de prever que donde faltan las pasiones políticas, es necesario que las supla el
amor,
esta grande ocupación de los corazones que no tienen otra. Los poetas antiguos no cantaron más que su inspiración física; pero en las naciones modernas se le ha descrito, como se le sentía, enlazado con la amistad, y en España particularmente, acusado de los celos. Fue necesario, pues, hacer de este afecto dominador de la escena, porque no había otro a quien darle el cetro. Lope le presentó en sus infinitas variedades, y combinando con todas las pasiones que le modifican en el corazón humano. Le describió más enérgico y más constante, aunque sin traspasar la línea de la decencia, en el bello
sexo,
donde efectivamente lo es por la necesidad que tiene el débil de la protección del fuerte. Necesitaba también de asegurar a los hombres celosos contra las sospechas y de la desconfianza. Su alma era tierna y sensible, y ella le suministró los hermosos colores con que pintó el corazón femenil dominado exclusivamente del amor y dispuesto a los más grandes sacrificios por el objeto amado. En la mayor parte de sus comedias predominan los caracteres de las mujeres; y los hombres, con su valor y su prudencia, apenas llegan al grado de heroísmo que el amor sólo inspira a la
Helena
de la
Esclava de su galán,
a la Dª Juana de
Lo cierto por lo dudoso,
y a casi todos los personajes del bello sexo que Lope introduce en la escena.
Su imaginación
fecundísima
le hizo agotar todas las combinaciones dramáticas, porque se puede decir sin temeridad que no hay alguna de las que después se han visto en el teatro español, y aun en el
francés
que tanto robó del nuestro, cuyo germen, por lo menos, no se encuentre en alguna de las comedias de Lope. Pero es necesario confesar que si en la
invención
fue felicísimo, no lo fue tanto en la
disposición,
y que los medios de que se vale para producir situaciones teatrales no siempre son los más
oportunos.
Calderón
mejoró esta parte de nuestra dramática, como también el arte de aprovechar los incidentes que resultan de una combinación dada, arte desconocido de Lope. Así es que en este lo que más nos interesa son los caracteres, y en aquel, la intriga. Lope tiene riqueza moral, Calderón, más verosimilitud dramática. Calderón describió su siglo, Lope la humanidad.
He aquí los caracteres generales del sistema dramático, creado por Lope: l.º el amor, señaladamente en el bello sexo, dominó en el teatro; 2.º un carácter particular domina exclusivamente en cada pieza y este se coloca en todas las situaciones en que puede hacerse interesante a los espectadores, sin observar
unidad
de tiempo ni de lugar, hasta que el casamiento, catástrofe universal de la escena española, llega a poner fin a las aventuras del héroe o la heroína; 3.º una elocución fácil y animada; diálogos, que algunas veces son superiores; las sales y gracias del idioma; los juegos de palabras que entonces eran muy usados en la sociedad; máximas profundas y originales, ya en
moral,
ya en
política;
y frecuentemente una
erudición
mal traída y pedantesca, a veces embellecen, a veces
desfiguran
aquellos cuadros, que aunque algo irregulares son
interesantes,
y abundan de bellezas de primer orden, y que no merecen el
infelix operis summa
de
Horacio;
pues se encuentra en ellos la unidad de interés, la más importante en todo escrito, que puede suplir por las demás, y sin la cual las demás son nada.
Si Lope hubiera conocido filosóficamente su profesión, hubiera extendido estas reflexiones en su
Arte nuevo de hacer Comedias,
descartando las observaciones que en él hace sobre los metros. Mas él no conocía más que las reglas del arte como las dieron los antiguos; y teniendo que abrirse una nueva senda en la cual forzosamente había de
separarse
del sistema de
Aristóteles,
tanto para complacer a sus espectadores, como para dar a sus cuadros la extensión de que necesitaban, obraba siempre contra lo que él creía que debiera hacerse; y su genio luchaba a cada a paso con su conciencia poética. Por eso se llama
bárbaro
a sí mismo.
Mas su siglo le llamó
divino.
Fue
creador
de un teatro que después perfeccionaron Moreto y Calderón, aquel en cuanto a los caracteres, este en cuanto a la fábula; teatro que satisfizo las necesidades morales de su siglo; teatro que se
corrompió
como los demás ramos de nuestra literatura; teatro que
pereció
con las costumbres que le dieron nacimiento; pero antes de corromperse y de perecer , fue saqueado con mucha felicidad por los grandes genios que crearon la escena
francesa.