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A LA ILUSTRÍSIMA SEÑORA DOÑA MARÍA DE GUZMÁN.
La rosa de amarílida hermosura,
cándida estrella, presunción del día,
–¡oh clara y ilustrísima
María!–,
la corona del alba honesta y pura,
no ya fímera rosa, que murmura [5]
la breve edad al ramo que la cría,
en los cristales de tus manos fía,
como en sagrado altar, vivir
segura.
Recibe en tu defensa los
despojos
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frágiles de su pompa fugitiva,
que por mirarla el sol le causa enojos;
porque, como tu mano la reciba,
será milagro de tus bellos ojos,
que a más ardiente sol más fresca viva.