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EL PRÓLOGO.
Están las musas tan obligadas al
favor
que el excelentísimo señor conde de Olivares las hace, premiando los ingenios que las
profesan,
que, como a restaurador suyo, le deben todas justas alabanzas y dignos ofrecimientos. El mío no pudo extenderse más que a tan breve
poema,
así por la desconfianza de mi
ignorancia,
como porque, si fuera dilatado, quedaba más imposible de llegar a sus ojos. Añadí a
La Circe, La rosa blanca,
dedicada a la ilustrísima señora doña María de Guzmán, su única hija, y la
Mañana de San Juan,
al excelentísimo señor conde de Monterrey, con algunas
Novelas,
Epístolas
y
Rimas
a diversos , en gracia de sus dueños y servicio de los que estiman la claridad y
pureza
de nuestra
lengua,
cuya gramática en algunos ingenios padece fuerza. En razón de la virtud de Ulises, resistiendo por la obligación a Penélope el loco amor de Circe, de quien algunos escritores dicen que fue hijo Telegono, que después le mató sin conocerle, mayor disculpa tiene que la que puede dar la poesía al príncipe de los poetas latinos, haciendo a Elisa Dido tan deshonesta, habiendo sido mujer tan casta, como reprehende Ausonio; pero responda Horacio por la virtud de Ulises en la segunda epístola:
Ardua quid virtus, et quid sapientia possit,
utile proposuit nobis exemplar Ulyssem.
A Ulises nos dio Homero por ejemplo
de lo que puede la virtud difícil
y el ser los hombres sabios.
No quedo confiado ni temeroso: lo primero, por lo que siempre favoreció mi humildad a mi conocimiento; y lo segundo, porque también le sucede a la
pluma
como a los que toman muchas veces la espada. Por lo menos recibiré las heridas en el ánimo, y no en el miedo.