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Prometo a vuestra merced que me
obliga
a escribir en materia que no sé cómo pueda acertar a servirla, que, como cada escritor tiene su genio particular a que se aplica, el mío no debe de ser este, aunque a muchos se lo parezca. Es
genio,
por si vuestra merced no lo sabe, que no está obligada a saberlo, aquella inclinación que nos guía más a unas cosas que a otras; y, así, defraudar el genio es negar a la naturaleza lo que apetece, como lo sintió el poeta satírico. Púsole la Antigüedad en la frente, porque en ella se conoce si hacemos alguna cosa con voluntad o sin ella. Esto es sin meternos en la opinión de Platón con Sócrates, y de Plutarco con Bruto, y de Virgilio, que creyó que todos los lugares tenían su genio, cuando dijo:
Así después habló y, un verde ramo
ceñido por las sienes, a los genios
de los lugares y a la diosa Telus,
primera entre los dioses, a las ninfas
y ignotos ríos ruega humildemente.
Advirtiendo primero que no sirvo sin gusto a vuestra merced en esto, sino que es diferente
estudio
de mi natural inclinación, y más en esta
novela,
que tengo de ser por fuerza trágico, cosa más adversa a quien tiene, como yo, tan cerca a Júpiter. Pero, pues en lo que se hace por el gusto propio se merece menos que en forzalle, oblíguese más vuestra merced al agradecimiento, y oiga la poca dicha de una mujer casada, en tiempo menos riguroso, pues Dios la puso en estado que no tiene que temer, cuando tuviera condición para tales peligros.