Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Respuesta de Lope de Vega Carpio”
Autor del texto editado:
Vega, Lope de (1562-1635)
Título de la obra:
Filomena con otras diversas rimas, prosas y versos.
Autor de la obra:
Vega, Lope de (1562-1635)
Edición:
Madrid: viuda de Alonso Martín, a costa de Alonso Pérez, 1621


Más información



Fuentes
Información técnica





[12]

RESPUESTA DE LOPE DE VEGA CARPIO.


Mándame vuestra excelencia que le diga mi opinión acerca de esta nueva poesía, como si concurrieran en mí las calidades necesarias a su censura, de que me siento confuso y atajado; porque, por una parte, me fuerza su imperio, en mis obligaciones ley precisa; y por otra, me desanima mi ignorancia, y aun por ventura el peligro que me amenaza si este papel se copia, en el cual ni querría dar gusto a los que esta novedad agrada, ni pesadumbre a los que la vituperan, sino sólo descubrir mi sentimiento, bien diferente de lo que muchos piensan, que, dando crédito a sus imaginaciones, son intérpretes equívocos de los pensamientos ajenos. Discurso era éste para mayor espacio del que permite un papel que responde a un príncipe en término preciso, y más en esta ocasión y donde tantos están a la mira del arco, «como si el más diestro tirador —como Horacio dijo— pudiese dar siempre al blanco»; y así, procuraré con la mayor brevedad que me sea posible decir lo que siento, que pues Aristóteles en el libro primero de sus Tópicos dejó advertido que los filósofos, por la verdad, « debent etiam sibi contradicere », bien puede el arte de hacer versos, pues todo su fundamento es la filosofía —como consta de los antiguos—, no sin afrenta de muchos de los modernos, con el debido respeto a tanto varón, no digo contradecir, pero dar licencia a un hombre para decir lo que siente. Mas hay algunos que a las cosas del ingenio responden con sátiras a la honra, valiéndose de la ira donde les falta la ciencia, y quieren más mostrarse ignorantes y desvergonzados, negando lo que escriben, que doctos y nobles en lo que defienden. En las academias de Italia no se halla libertad ni insolencia, sino reprehensión y deseo de apurar la verdad; si ésta lo es, ¿qué pierde porque se apure, ni qué tiene que ver el soneto deslenguado con la oposición scientífica? No lo hizo ansí el Taso, reprehendido en la Crusca por la defensa del Ariosto; no así el Castelvetro por la de Aníbal Caro; pero, en efeto, España ha de hacer lo que dicen los extranjeros, como se ve por el ejemplo de Antonio Juliano, de quien se rieron los griegos en aquel convite: « Tanquam barbarum et agrestem, qui ortus terra Hispaniae foret ». Yo, señor, responderé a lo que vuestra excelencia me manda con las más llanas razones y de más cándidas entrañas, porque realmente —y consta de mis escritos— más se aplica este corto ingenio mío a la alabanza que a la reprehensión, porque alabar bien puede el ignorante, mas no reprehender el que no fuere docto y tenido en esta opinión generalmente; aunque en esta infelicísima edad vemos hombres anotar y reprehender cuando fuera justo que comenzaran a aprender; pero atájales la soberbia el camino de conseguir las ciencias con la humildad y contemplación; porque si todos los artes —como los antiguos dijeron— « "in meditatione consistunt" », quien toma los libros para burlarse con arrogancia, y no para inquirir con humildad lo que enseñan, claro está que se hallará burlado y mal quisto, justo premio de su locura. Cuán diferente juicio sea el de los hombres sabios díjolo muy bien Hermolao Bárbaro por estas palabras: « Faciunt hoc alba, et —ut graeci dicunt— bene nata ingenia: quorum summa et certa propietas est, nunquam docere, doceri semper velle, iudicium odisse, amare silentium, quibus duobus tota Pythagoricorum et Academicorum continetur praeceptio ». De éstos refiere Aulo Gelio que callaban dos años; pues ¿de quién son discípulos éstos que siempre hablan? Bien dijo Plutarco del callar: « Nescio quid egregium Socraticum, aut potius Herculeum praesefert ». No es buena manera de disputa la calumnia, sino la animadversión, que, « Si vita nostra in remissionem et studium est divisa », no lo dijo Falereo por la educación de estos hombres, que no es éste el estudio que se distingue de la remisión.

Presupuestos, pues, estos principios como infalibles, y dando por ninguna la objeción de los que dicen que no se deben poner a las novedades, de que una facultad recibe aumento, porque « omnium rerum principia parva fiunt, sed suis progressionibus usa augentur », ¿cuál hombre será tan fuerte, como César dijo, que « non rei novitate perturbetur », y atienda a penetrar la causa de que nació la filosofía? Y, si una de las tres partes en que Cicerón la divide es: « De diserendo , et quid verum, et quid falsum, quid rectum in oratione, quid pravum, quid consentiens, quid repugnet iudicando », ésta es mejor manera de hablar que responder con desatinos en consonantes, que más parecen libelos de infamia que apologías de hombres doctos. Finalmente, yo pienso decir mi sentimiento, tengan el que quisieren los que "obliquis oculis" miran la verdad impedidos de la pasión, porque, « Minime profecto fraudi esse debet —como Turnebo dice— iuvandi studium, quod amplexi, obtrectatores contemnimus ». De cuyos ingenios no puede temer ofensa quien desea la verdad con honestas palabras.

El ingenio de este caballero, desde que le conocí, que ha más de veinte y ocho años, en mi opinión —dejo la de muchos— es el más raro y peregrino que he conocido en aquella provincia, y tal que ni a Séneca ni a Lucano, nacidos en su patria, le hallo diferente, ni a ella por él menos gloriosa que por ellos. De sus estudios me dijo mucho Pedro Liñán de Riaza, contemporáneo suyo en Salamanca; de suerte que non indoctus pari facundia, et ingenio praeditus rindió mi voluntad a su inclinación, continuada con su vista y conversación, pasando a la Andalucía, y me pareció siempre que me favorecía y amaba con alguna más estimación que mis ignorancias merecían. Concurrieron en aquel tiempo en aquel género de letras algunos insignes hombres, que quien tuviere noticia de sus escritos sabrá que merecieron este nombre: Pedro Laýnez, el excelentísimo señor Marqués de Tarifa, Hernando de Herrera, Gálvez Montalvo, Pedro de Mendoza, Marco Antonio de la Vega, doctor Garay, Vicente Espinel, Liñán de Riaza, Pedro Padilla, don Luis de Vargas Manrique, los dos Lupercios y otros, entre los cuales se hizo este caballero tan gran lugar, que igualmente decía de él la Fama lo que el oráculo de Sócrates. Escribió en todos estilos con elegancia, y en las cosas festivas, a que se inclinaba mucho, fueron sus sales no menos celebradas que las de Marcial y mucho más honestas. Tenemos singulares obras suyas en aquel estilo puro, continuadas por la mayor parte de su edad, de que aprendimos todos erudición y dulzura, dos partes de que debe de constar este arte; que aquí no es ocasión de revolver Tasos, Danielos, Vidas y Horacios, fundados todos en aquellos aforismos de Aristóteles. Mas, no contento con haber hallado en aquella blandura y suavidad el último grado de la fama, quiso —a lo que siempre he creído, con buena y sana intención, y no con arrogancia, como muchos que no le son afectos han pensado— enriquecer el arte y aun la lengua con tales exornaciones y figuras cuales nunca fueron imaginadas ni hasta su tiempo vistas, aunque algo asombradas de un poeta en idioma toscano, que, por ser de nación ginovés, no alcanzó el verdadero dialecto de aquella lengua, donde hay tantas insignes obras inteligibles a la primera vista de los hombres doctos y aun casi de los ignorantes. Bien consiguió este caballero lo que intentó, a mi juicio, si aquello era lo que intentaba; la dificultad está en el recebirlo, de que han nacido tantas, que dudo que cesen si la causa no cesa. Pienso que la escuridad y ambigüidad de las palabras debe de darla a muchos: « verbis uti —dijo Aulo Gelio— nimis obsoletis exulcatis quae, aut insolentibus, novitatis quae durae et illepidae, par esse delictum videtur »; pero más molesta y culpable cosa, « verba nova, incognita et inaudita dicere », etc. Y, hablando de la Onomatopoeia, Cipriano en su Rétorica dice: « At nunc raro, et cum magno iudicio hoc genere utendum est, ne novi verbi assiduitas odium pariat; sed si commodo quis eo utatur et raro, non ostendet novitatem, sed etiam exornabit orationem ». Pero Fabio Quintiliano lo dijo todo en una palabra: « Usitatis tutius utimur: nova non sine quodam periculo fingimus ». Y más adelante, en el capítulo sexto: « Consuetudo vero certissima loquendi magistra: utendumque plane sermone, ut numo , cui publica forma est ». Y aunque en él se puede ver tratada esta materia abundantemente, no puedo dejar de citar un aforismo suyo, que lo incluye todo, pues la autoridad de Quintiliano carece de réplica: « Oratio, cuius summa virtus est perspicuitas, quae sit vitiosa, si egeat interprete ». Y cuando en el libro 8. concede alguna licencia, es con esta limitación: « Sed ita demum si non appareat affectatio ».

En las materias graves y filosóficas confieso la breve escuridad de las sentencias, como lo disputa admirablemente Pico Mirandulano a Hermolao Bárbaro: « Vulgo non scripsimus, sed tibi et tuis similibus ».

Y acuérdase de los silenos de Alcibíades: « Erant enim simulachra », por lo exterior fiera y hórrida, pero con deidad intrínseca, y donde Heráclito dijo «que estaba escondida la verdad». Pero, si por aquellas cosas que Platón llamaba «teatrales» desterró los poetas de su república, el medio tendrá pacíficos los dos extremos para que no esté tan enervada la dulzura, que carezca de ornamento, ni él tan frío que no tenga la dulzura que le compete. Creo que muchas veces la falta del natural es causa de valerse de tan estupendas máquinas el arte; pero « arte non conceditur, quod naturaliter denegatur. L. ubi repugnantia, §. I, De regulis iur ».

No se admire vuestra excelencia, señor, si en esta parte me dilato, por ser tan alta materia el hablar, que de ella dijo Mercurio Trimegisto en el Pimandro, que «sólo al hombre había Dios concedido la habla y la mente, cosas que se juzgaban del mismo valor que la inmortalidad». Pero, volviendo al propósito, a muchos ha llevado la novedad a este género de poesía, y no se han engañado, pues en el estilo antiguo en su vida llegaron a ser poetas, y en el moderno lo son el mismo día; porque con aquellas trasposiciones, cuatro preceptos y seis voces latinas o frasis enfáticas se hallan levantados a donde ellos mismos no se conocen, ni aun sé si se entienden. Lipso escribió aquel nuevo latín, de que dicen los que le saben que se han reído Cicerón y Quintiliano en el otro mundo; y siendo tan doctos los que le han imitado, se han perdido; y yo conozco alguno que ha inventado otra lengua y estilo tan diferente del que Lipso enseña, que podía hacer un diccionario, como los ciegos a la jerigonza. Y así, los que imitan a este caballero producen partos monstruosos que salen de generación, pues piensan que han de llegar a su ingenio por imitar su estilo. Mas pluguiera a Dios que ellos le imitaran en la parte que es tan digno de serlo, pues no habrá ninguno tan mal afecto a su ingenio que no conozca que hay muchas dignas de veneración, como otras que la singularidad ha envuelto en tantas tinieblas, que he visto desconfiar de entenderlas gravísimos hombres que no temieron comentar a Virgilio ni a Tertuliano. Puédese decir por él en esta parte lo que san Agustín dice de la elocuencia, que no siempre persuade la verdad: « Non est facultas ipsa culpabilis, sed ea male utentium perversitas ». Otros hay que tienen este nuevo estilo por una fábrica portentosa, y se atreven a tantas letras y partes dignas de sumo respecto en su dueño, porque dijo el antiguo poeta Lucio que « multa hominum portenta in Homero versificata monstra putant ». Ello, por lo menos, tiene pocos que aprueben y muchos que contradigan; no sé lo que crea, pero diré con Aristóteles: « Quaedam delectant nova, quae postea similiter non faciunt ».

Todo el fundamento de este edificio es el trasponer, y lo que le hace más duro es el apartar tanto los adjuntos de los substantivos, donde es imposible el paréntesis; que lo que en todos causa dificultad la sentencia, aquí la lengua; y, como esto en los que imitan es con más dureza y menos gracia, cuando ellos fueran Virgilios, hallaran algún Séneca que les dijera, por la novedad que quiso usar con los vocablos de Ennio —aunque Gelio se ría de esta censura—: « Virgilius quoque noster non ex alia causa duros quosdam versus et enormes, et aliquid super mensuram trahentis interposuit ».

Los tropos y figuras se hicieron para hermosura de la oración. Éstas mismas Aftonio, Sánchez Brocense y los demás las hallan viciosas, como los plenasmos y amfibologías, y tantas maneras de encarecer, siendo su naturaleza adornar; y si no, lean a Cicerón Ad Herenium, y verán lo que siente de los dialécticos, después de haber dicho: « Cognitionem amphiboliarum eam quae a dialecticis profertur, non modo nullo adiumento esse, sed potius maximo impedimento », etc. Y engáñase quien piensa que los colores retóricos son enigmas, que es lo que los griegos llaman "scirpos." Perdónenme los que le saben, pues que son pocos, que hasta una palabra bien podemos traerla siendo a propósito. Pues hacer toda la composición figuras es tan vicioso y indigno como si una mujer que se afeita, habiéndose de poner la color en las mejillas, lugar tan propio, se la pusiese en la nariz, en la frente y en las orejas. Pues esto, señor excelentísimo, es una composición llena de estos tropos y figuras: un rostro colorado a manera de los ángeles de la trompeta del Juicio o de los vientos de los mapas, sin dejar campos al blanco, al cándido, al cristalino, a las venas, a los realces, a lo que los pintores llaman «encarnación», que es donde se mezcla blandamente lo que Garcilaso dijo, tomándolo de Horacio, «En tanto que de rosa y azucena».

La objeción común a Séneca es que todas sus obras son sentencias, a cuyo edificio faltan los materiales, y por cuyo defecto dijo Cicerón que hay muchos hombres a quien, sobrando la doctrina, falta la elocuencia. Las voces sonoras nadie las ha negado, ni las bellezas —como arriba digo— que esmaltan la oración, propio efecto de ella; pues si el esmalte cubriese todo el oro, no sería gracia de la joya, antes fealdad notable. Bien están las alegorías y traslaciones, bien la similitud por la traslación, bien la parte por el todo, la materia por la forma y, al contrario, lo general por lo particular, lo que contiene por lo contenido, el número menor por el mayor, el efecto por la ocasión, la ocasión por el efecto, el inventor por la invención y el accidente del que padece a la parte que le causa; así las demás figuras, agnominaciones, apóstrofes, superlaciones, reticencias, dubitaciones, amplificaciones, etc., que de todas hay tan comunes ejemplos; mas esto raras veces, y según la calidad de la materia y del estilo, como escribe Bernardino Danielo en su Poética. Verdad es que muchos las usan sin arte, y es causa de que yerren en ellas, porque la retórica quiere una cierta diferencia de ingenio, de quien san Agustín dijo, tomándolo de Cicerón, en el lib. De orat. : « Nisi quis cito possit, numquam omnino possit perdiscere ». El ejemplo para todo esto sea la trasposición o "trasportamento," como los italianos le llaman, que todo es uno, pues ésta es la más culpada en este nuevo género de poesía, la cual no hay poeta que no la haya usado; pero no familiarmente, ni asiéndose todos los versos unos a otros en ella, con que le sucede la fealdad y escuridad que decimos, si bien es más fácil manera de componer, pues pasa el consonante y aun la razón donde quiere el dueño, por falta de trabajo para ablandarla y seguirla con lisura y facilidad. Juan de Mena dijo: «A la moderna volviéndome rüeda», «Divina me puedes llamar Providencia». Boscán: «Aquel de amor tan poderoso engaño». Garcilaso: «Una extraña y no vista al mundo idea». Y Hernando de Herrera, que casi nunca usó de esta figura, en la elegía tercera: «Y le digo señora dulce mía». Y el insigne poeta por quien habló Virgilio en lengua castellana, en la tradución del Parto de la Virgen, del Sanazaro: «Tú sola conducir, diva María». Y así los italianos, de que serían impertinentes los ejemplos. Esto, como digo, es dulcísimo usado con templanza y con hermosura del verso, no diciendo: «En los de muros», etc. Porque casi parece al poeta que refiere Patón en su Elocuencia, cuando dijo: «Elegante hablastes mente», figura viciosa que él allí llama "cacosíndeton." Finalmente, de las cosas escuras y ambiguas, y cuánto se deben huir, vea vuestra excelencia a san Augustín, en el libro 4 De dotrina christiana; porque pienso que su opinión ninguno será tan atrevido que la contradiga.

Platón dijo que todas las ciencias humanas y divinas se incluyeron en el poema de Homero. Puede ser que aquí suceda lo mismo, y que, de faltar Platones, no se ha entendido el secreto de este divino estilo, si ya no decimos de él lo que Augustino del Apocalipsi, en el lib. 20. De Civit. Dei, a Marcelino: « In hoc quidem libro, cuius nomen est Apocalipsis, obscure multa dicuntur, ut mentem legentis exerceant ». Mas, viniendo a una verdad infalible, no deja de causar lástima que lo que los ingenios doctos han procurado ennoblecer en nuestra lengua desde el tiempo del rey don Juan el Segundo hasta nuestra edad del santo rey Filipo Tercero, ahora vuelva a aquel principio; y suplico a vuestra excelencia humildísimamente, pues está desapasionado, juzgue si es esto así por estas palabras de la prosa que se hablaba entonces, que con ejemplos no le quiero cansar, pues el de Juan de Mena, autor tan conocido, basta en el comento que hizo a su Coronación, donde dice así, hablando de la fama del gran marqués de Santillana, don Íñigo López de Mendoza: «Y no quiere cesar ni cesa de volar fasta pasar el Cáucaso monte, que es en las sumidades y en los de Etiopía fines, allende del cual la fama del romano pueblo se falla no traspasase, según en el De Consolación, Boecio; pues ¿cómo podrá conmigo más la pereza que no la gloria del dulce trabajo? ¿O por qué yo no posporné aquésta por las cosas otras, es a saber, por colaudar, recontar y escribir la gloria del tanto señor como aquéste? Mas esforzándome en aquella de Séneca palabra, que escribe en una de las epístolas por él a Lucilo enderezadas», etc.

¿Puede negarse una cosa tan evidente? Pues certifico a vuestra excelencia que le pudiera traer infinitos ejemplos, como decir: «Por la de la buena fama gloria», y «por ende las conmemoradas acatando causas», y «láctea emanante», «temblante mano» y «peregrinante principio»; cosas que tanto embarazan la frasis de nuestra lengua, que las sufrió entonces por la imitación latina, cuando era esclava, y que ahora que se ve señora, tanto las desprecia y aborrece. Decía el doctor Garay, poeta laureado por la Universidad de Alcalá, como él dijo en aquella canción,

Tengo una honrada frente
de laurel coronada,
de muchos envidiada, etc.,


que la poesía había de costar grande trabajo al que la escribiese y poco al que la leyese; esto es, sin duda, infalible dilema, y que no ofende al divino ingenio de este caballero, sino a la opinión de esta lengua que desea introducir. Mas, sea lo que fuere, yo le he de estimar y amar tomando de él lo que entendiere con humildad, y admirando lo que no entendiere con veneración; pero a los demás que le imitan con alas de cera en plumas tan desiguales jamás les seré afecto, porque comienzan ellos por donde él acaba. A quien dijera yo lo que Escala a Politiano, dudando el estilo de una epístola suya: « Non sapit salem tuum, multa miscet, omnia confundit, nihil probat ». La dureza es imposible que no ofenda la poesía, pues no deleita, habiéndose hecho para escribir deleitando. Memoria hace Crinito de la que tuvo Atilio, trágico, y que no menos que de Cicerón fue llamado « ferreus poeta », aunque no sé si les viene bien el apellido de poetas de hierro, pues ningunos en el mundo tanto oro gastan, tanto cristal y perlas. Las voces latinas que se trasladan quieren la misma templanza. Juan de Mena usó muchas, verbi gratia : «el amor es ficto, vaniloco, pigro», y «Luego resurgen tan magnos clarores». Como en este caballero: «Fulgores arrogándose presiente», que es todo meramente latino. No digo que las locuciones y voces sean bajas, como en un insigne poeta de nuestros tiempos: «Retoza ufano el juguetón novillo», pero que con la misma lengua se levante la alteza de la sentencia puramente a una locución heroica, sea ejemplo el divino Herrera:

Breve será la venturosa historia
de mi favor, que es breve la alegría
que tiene algún lugar en mi memoria.
Cuando del claro cielo se desvía
del sol ardiente el alto carro a pena,
y casi igual espacio muestra el día,
con blanda voz, que entre las perlas suena,
teñido el rostro de color de rosa,
de honesto miedo y de amor tierno llena,
me dijo así la bella desdeñosa, etc.


Ésta es elegancia, ésta es blandura y hermosura digna de imitar y de admirar: que no es enriquecer la lengua dejar lo que ella tiene propio por lo extranjero, sino despreciar la propia mujer por la ramera hermosa. Pues, si queremos subirlo más de punto, léase la canción a la traslación del cuerpo del señor rey don Fernando, que por sus virtudes fue llamado el Santo, y entre sus estancias, ésta:

Cubrió el sagrado Betis, de florida
púrpura y blandas esmeraldas llena,
y tiernas perlas, la ribera undosa,
y al cielo alzó la barba revestida
de verde musgo, y removió en la arena
el movible cristal de la sombrosa
gruta, y la faz honrosa,
de juncos, cañas y coral ornada;
tendió los cuernos húmidos, creciendo
la abundosa corriente dilatada,
su imperio en el océano extendiendo.


Aquí no excede ninguna lengua a la nuestra, perdonen la griega y latina, pero, dejándola para sus ocasiones, podrá el poeta usar de ella con la templanza que quien pide a otro lo que no tiene, si no es que las voces latinas las disculpemos con ser a España tan propias como su original lengua, y que la quieran volver al estado en que nos la dejaron los romanos, y prueba con tantos ejemplos el doctísimo Bernardo de Alderete en su Origen de la lengua castellana. Yo por algunas razones no querría discurrir en esto, que tal vez he usado alguna, pero adonde me ha faltado, y puede haber sido sonora y intelegible.

Por cuento de donaire se escribía y se imprimía no ha muchos años el estilo de aquel cura que hablaba con su ama esta misma lengua, pidiendo el «ansarino cálamo» y diciéndole que «no subministraba el etiópico licor el cornerino vaso» . No quiero cansar más a vuestra excelencia y a los que no saben mi buena intención, sino acabar este papel con decir que nunca se aparta de mis ojos Fernando de Herrera, por tantas causas divino; sus sonetos y canciones son el más verdadero arte de poesía. El que quisiere saber su verdad, imítele y léale; que de Garcilaso no pienso hablar palabra, pues han llegado algunos a tanta libertad, que llaman poetas mecánicos los que le imitan; cosa tan lastimosa que, por locura declarada, carece de respuesta. Harto más bien lo sintió el divino Herrera, cuando dijo en aquella elegía que comienza: «Si el grave mal que el corazón me parte», que a juicio de los hombres doctos había de estar escrita con letras de oro:

Por esta senda sube al alto asiento
Laso, gloria inmortal de toda España.


Muchas cosas se pudieran decir acerca de la claridad que los versos quieren para deleitar, si alguien no dijese que también deleita el ajedrez, y es estudio importuno del entendimiento. Yo hallo esta novedad como la liga que se echa al oro, que le dilata y aumenta, pero con menos valor, pues quita de la sentencia lo que añade de dificultad. Con esto, vuestra excelencia, señor, crea que lo que he dicho es cosa increíble a mi humildad y modestia; y si no es violencia en mí, plegue a Dios que yo llegue a tanta desdicha por necesidad, que traduzga libros de italiano en castellano, que para mi consideración es más delito que pasar caballos a Francia; o a tanta soberbia, por falta de entendimiento, que haga reprehensiones a los libros a quien todos los hombres doctos han hecho tan singulares alabanzas. Y para que mejor vuestra excelencia entienda que hablo de la mala imitación, y que a su primero dueño reverencio, doy fin a este discurso con este soneto que hice en alabanza de este caballero, cuando a sus dos insignes poemas no respondió igual la fama de su misma patria:

Canta, cisne andaluz, que el verde coro
del Tajo escucha tu divino acento,
si, ingrato, el Betis no responde atento
al aplauso que debe a tu decoro.

Más de tu Soledad el eco adoro 5
que el alma y voz del lírico portento,
pues tú solo pusiste al instrumento,
sobre trastes de plata, cuerdas de oro.

Huya con pies de nieve Galatea
gigante del Parnaso, que en tu llama, 10
sacra ninfa inmortal, arder desea.

Que como, si la envidia te desama,
en ondas de cristal la lira orfea,
en círculos de sol irá tu fama.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera