Información sobre el texto

Título del texto editado:
“A don Juan de Arguijo, veinticuatro de Sevilla”
Autor del texto editado:
Vega, Lope de (1562-1635)
Título de la obra:
Segunda parte de las Rimas de Lope de Vega Carpio. A don Juan de Arguijo, veinticuatro de Sevilla, en La hermosura de Angélica, con otras diversas rimas, ff. 242r-341v.
Autor de la obra:
Vega, Lope de (1562-1635)
Edición:
Madrid: Pedro Madrigal, 1602


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[1]

A DON JUAN DE ARGUIJO, VEINTICUATRO DE SEVILLA


Para escribir Virgilio de las abejas, hablando con Mecenas, dijo:

Admiranda tibi levium spectacula rerum.

Si V. merced ha pasado mi Angélica, no viene mal esto mismo, y así dice el Tasso en su Poética que se pueden tratar las cosas humildes con ornamento grande, que también responde a lo que en el Arcadia tengo escrito. Este poema no es heroico ni épico, ni le toca la distinción de poema y poesía que pone Plinio. Basta que le venga bien lo que dijo Tulio de Anacreonte, Que cosa Poesis amatoria est. Algunos llevan mal las exornaciones poéticas, contra el consejo de Bemardino Danielo, que no quiere que se use de palabras bajas; y realmente eso se concede a cómicos y satíricos, como se ve en Terencio y Persio. A la Arcadia objetan el afecto. Aquella prosa es poética que, a diferencia de la historia, guarda su estilo, como se ve en el Sanazaro. Y ¿qué tiene de diferencia «azules lirios» y «siempre verdes mirtos» a este principio?:

Sogliono il più dele volte gli a ti & spatiosi alberi negli horridi monti dalla natura prodotti più che le coltivate piante, da dotte mani espurgati negli adorni, giardini ariguandanti agradare.

Aquí pone el Sanazaro «altos y espaciosos árboles, hórridos montes, cultivadas plantas, doctas manos y adornados jardines». De manera que casi hay tantos epítetos como palabras. Porque la amplificación es la más gallarda figura en la retórica y que más majestad causa a la oración suelta. Y los epítetos ¿por qué han de ser ple[o]nasmos? La redundancia de palabras en la oración es viciosa cuando están en ella ociosas y sin alguna causa, como quien dijese: «Oyó con los oídos; habló con la boca y vio con los ojos», como condena en el Petrarca el Danielo, cuando dijo:

Se Virgilio & Homero havessin visto
quel sole, il qua veggo io con gli occbi miei.


Y aquello verdaderamente es afirmativo y en el hablar común recibido por ordinario término, como en Terencio: Hisce oculis egomet vidi. Que los lugares todos de Virgilio a este modo tienen diversa inteligencia, como cuando dijo:

Talia voce refert.

Porque dice que aquello dijo con la voz, pero que pramit altum corde dolorem, y que spem vultu simulat.

La Arcadia es historia verdadera, que yo no pude adornar con más fábulas que las poéticas. No es infructuosa, pues enseña en el quinto libro la virtud de Anfriso y el método para huir de amor y del ocio, por la opinión de Horado, que omne tulit punctum. Y a quien la ha leído podría yo decir lo que Juan de Monteregio por las Teóricas de Gerarclo Cremonense, que no estaban escritas a su gusto, y dábansele al amigo que las leía: Optimi viri functus est officio: non modo enim benedicentibus gratia sunt babendae; verum etiam errantibus: nam per hos quidem cautiores redimur, per illos autem meliores. Que es lo mismo que dijo Luis Vives: ex sapientibus disce quo fias melior, ex stultis quo fias cautior. Y pues en aquel libro y en éste, en aquella y esta pintura es una misma la pluma y los pinceles, no será fuera de propósito responder algo, no que parezca defensa ni satisfacción, que tan mal suelen dar autores vivos, y por eso dice bien aquella inscripción del hieroglífico, donde está la muerte laureada: Hic tutior fama.

Usar lugares comunes, como «engaños de Ulises, Salamandra, Circe» y otros ¿por qué ha de ser prohibido, pues ya son como adagios y términos comunes y el canto llano sobre que se fundan varios conceptos? que si no se hubiera de decir lo dicho, dichoso el que primero escribió en el mundo; pues a un mismo sujeto bien pueden pensar una misma cosa Homero en Grecia, Petrarca en Italia y Garcilaso en España. Ni es bien escribir por términos tan inauditos que a nadie pareciesen inteligibles; pues si acaso las cosas son escuras, los que no han estudiado maldicen el libro, porque quisieran que todo estuviera lleno de cuentos y novelas, cosa indigna de hombres de letras; pues no es justo que sus libros anden entre mecánicos e ignorantes, que cuando no es para enseñar, no se ha de escribir para los que no pudieron aprender.

Esto de las «arenas» y «estrellas» está recibido, y las habernos de buscar por fuera para un gran número, pues no puede ser mayor, que habiéndole dicho Dios a Abraham: Numera stellas si potest, pues él solo las contó y llamó por su nombre, como David lo dice y Hieremías: Sicut numerari non possunt stellae coeli, aunque Albateño, Alfragano y Tolomeo las reduzcan a número de mil y veinte y dos; y así lo vemos en cuantos han escrito. Marulo dijo:

Non tot signa micant tacente nocte;

y más abajo, por las arenas:

Non tantus numerus Libissae arenas;

y Catulo lo mismo:

Quam magnus numerus Libissae arenae;

y Silio Itálico, por las estrellas:

Quam multa affixus ccelo sub nocte serena
fluctibus e[t] mediis sulcator navita ponti
astra videt.


y Ovidio:

Quod coelum stellas, tot habet tua Roma puellas.

y en otro lugar:

Quod flavas Tibris arenas.

Luego si todos los antiguos y celebrados, para comparar grandes números traen las arenas y estrellas, no es error imitarlos ni decir lo dicho.

Las «tórtolas» y «Troya» no es justo que las culpe nadie por repetidas, pues lo fuera en el Petrarca haber hecho tantos sonetos al Lauro, y el Ariosto al Ginebro, y el Alemani de la Pianta; que si los nombres de las personas que amaron les dieron esa ocasión, yo habré tenido la misma.

Las églogas de aquellos pastores no son reprehensibles por imitadas, ni esta tela de la Angélica, por trama del Ariosto, que él también la tomó del conde Mateo María; y cuando lo fueran, otros habían primero que yo errado en lo mismo. Pero no porque Tespis hiciese la primera tragedia, como refiere Horacio en su Arte poética, y Dafne las Bucólicas, por opinión de Suidas y de Diodoro en el libro quinto, fuera bien que dejara de hacer Séneca su Agamenón y Hércules, y Virgilio sus Églogas, fuera de las que con tanta elegancia escribieron Calfurnio, Nemesiano, el Petrarca, Juan Baptista Mantuano, el Bocacio y Pomponio Gaurico; y el mismo Virgilio tomó las suyas de Teócrito, pues es opinión de Servio que este verso tuvo principio en tiempo de Jerjes, y los que después han escrito las han tomado de Virgilio.

Libio Andrónico inventó las comedias, pero no perdió honra Plauto con las suyas, pues se dijo de él que hablaban las Musas ore plautino, como afirma Epio Stolo y refiere Crinito; y el poema heroico de Homero ¿qué ha quitado al de Virgilio, Estacio y Lucano, y los sacerdotes egipcios, que Josefo siente por los primeros inventores del escribir en prosa, o sea Moisés o Cadmo, como duda Polidoro, ¿por qué han de ser dueños de la historia de Eusebio, Tito Libio, Naudero y Paulo Jovio?

Reprehenden que haya dicho:

"A quien yela el desdén, y el amor arde."

Que no quisieran que fuera activo. Caso extraño es de la manera que nos privan de lo que cuantos han escrito llaman «licencia», aunque en esto no la tomé yo, sino Virgilio, cuando dijo:

Coridon ardebat Alexim.

Que también a mí me puede valer la respuesta de los gramáticos (de que Dios nos libre): id est, ardenter amabat. Dice en otro lugar reprehendido, hablando del sol:

"Al tiempo que se humilla."

Esto Ovidio lo dijo: Pronus erat Titam.

Y en otra parte:

Inclinatoque petebat
Hesperium fretum.


Y Lucano:

Iam pronus in undas.

Y Estacio:

Sol pronus equos.

Y pues ya he llegado a esto, no puedo dejar de referir a vuestra merced la objeción de uno de estos de quien se dice que escriben, y es como el cantar de los cisnes, que todos saben que cantan, pero ninguno los oye; a lo menos, que no saben la diferencia que va del borrador al molde, de la voz del dueño a la del ignorante, de leer entre amigos o comprar el libro. Fue sobre aquella fábula de Palas en mi Arcadia:

"Palas con furor y envidia,"

Dijo que ¿cómo siendo diosa tenía envidia?; y respondíle que dioses que tenían sensualidad, bien podían tener envidia. Pues se leen de Júpiter más de dos mil doncellas violadas, de que se hallarán en el Bocacio más de otros tantos hijos; y que si no sabía que fueron mortales hombres, leyese a Palefato: "De non credendis fabulis."

Aquí se ofreció reprehender haber dicho por imposible que el aire tendría cuerpo, y debe de ser que no conoció que yo no hablaba del tangible, sino del cuerpo opaco; que esto es tener cuerpo, ser discernido de la vista, y la distinción es luz del argumento. Y porque en aquel libro y en éste, particularmente donde escribo tantas hermosuras y tan diversas, y en cuantos tiene el mundo de poesía, cansa a muchos que se pinte una mujer con oro, perlas y corales, pareciéndoles que sería la estatua de Nabucdonosor, no puedo dejar de referir aquí lo que siento, con algunos lugares de poetas antiguos. Cornelio Gallo pintó a su Lidia de esta suerte en estos celebrados líricos:

Lidia puella candida.
Quae bene superas lac & lilium
albanique simul rosam rubidam.


Y aun aquí llamó a la rosa «colorada», y a la azucena «blanca». Pero díjolo Virgilio:

Alba ligustra cadunt.

Mas pasando adelante:

Aut expollitum ebur Indicum.
Pande, puella, pande capilulos.
Flavos, lucentes, ut aurum nitidum.
Pande, puella colum candidum.
Productum bene candidis humeris.
Pande, puella, stellatos oculos.


Que aquí los llama, no sólo «de estrellas», sino «estrellados».

Pande, puella, genas roseas
perfusas rubro purpurae tiria.


Dice que son de rosa y bañadas de púrpura de Tiro.

Porrige labra, labra coralina.

Aquí llama a los labios, «corales». Y luego más abajo:

Conde papillas, conde gemipomas.

Que aun llama a los pechos dos manzanas, y Fausto Sabeo también:

Iecit in amplexus roseos, malasque papillas.

Pero, sin esto, dijo Virgilio por Lavinia:

Indum sanguineo veluti violaverit ostro
siquis ebur, aut mixta, rubent ubi ilia multis.
alba rosis, tales virgo dabat ore colores.


Llama también «blanca» a la azucena y hácele la cara como marfil de Indias, y mezclado con la sangre de las conchas que llaman púrpura, y la juntó con rosas y azucenas. Y Mantuano dijo por la Virgen: os roseum, boca de rosa, y frontique de corem sidereum; y nuestro divino Arias Montano, en aquellos tetrástrofos la llamó de oro y de rosa:

Ut vultus roseae Virginis aureos.
Uxor Levitici Pontificis videt, etc.


Y adonde dijo Hierónimo Vidas:

Pudor ora pererrans,
cana rosis veluti miscebat lilia rubris.


Llama a las azucenas «canas», a las rosas, «rojas», y dijo que mezclaba la vergüenza en la cara las rosas y las azucenas. ¿Y por qué dijo Policiano que el sol salía con la boca de rosa?:

Extulerat roseo Cinthius ore diem.

Y Horacio:

Nunc & qui color est puniceae flore prior rosa.

Y Pontano:

Roseumque labellis.

Y Boecio:

Roseis quadrigis.

Y Estacio:

Purpureo vehit ore die.

Y aún me acuerdo de haber leído en Virgilio: Purpuream animam vomit, que es más que todo. Y por no cansar a vuestra merced, ¿qué poeta tiene el mundo sin estas metáforas? Si Garcilaso fue tan casto escritor, ¿por qué dijo: «En tanto que de rosa y azucena»? Pero habíalo dicho Horacio, de quien él lo tomó en aquella Oda celebradísima. No digo esto a vuestra merced, de quien sé por experiencia que ninguno en España sabe mejor esta materia ni más despacio ha desentrañado los poetas latinos, sus metáforas, alegorías, contraposiciones, aposiciones, similitudes, traslaciones, licencias, apóstrofes, superlaciones y otras figuras, pues es cierto que sin ellas aun no lo sabrían hacer los que sin arte escriben.

Pues las imitaciones siempre han sido admitidas, y aun a veces las mismas traslaciones, ¿qué más clara puede ser que ésta de Virgilio en el segundo de la Eneida:

Regnatorem Asiae iacet ingens litore truncus.

Y el Ariosto, en el canto cuarenta y dos, estancia 9:

Del Regnator di Libia il grave trunco.

Pues espantarse de que un vocablo latino se españolice, no sé por qué, que el mismo Ariosto le tomó español cuando dijo:

Sopra me questa empresa tutta quiero.

Pues en razón de descuidos, ¿por qué no se han de sufrir en carrera larga, habiendo el mismo dicho:

Lo elmo e lo scudo anche a portar gli diode?

Pues si había dicho que Astolfo le había atado las manos, era imposible que le llevase el yelmo y el escudo.

Con esto pienso que se habrá satisfecho a algunos, aunque esto se pudiera excusar, pues para los que entienden no era necesario, y para los que ignoran, es como no haberlo dicho. Vuestra merced perdone las faltas y prolijidad de este discurso, en cuyo fin le ofrezco estos sonetos que se siguen, de cuyo estilo, en orden al que deben tener, no disputo, pues está tan a la larga tratado de Torcato en la lección que hizo en la Academia de Ferrara sobre un soneto de monseñor de la Casa, sacando de la opinión de Falereo y Hermógenes que, habiendo este género de poema de ser de conceptos, que son imágenes de las cosas, tanto mejores serán cuanto ellas mejores fueren; y habiendo de ser las palabras imitaciones de los conceptos, como Aristóteles dice, tanto más sonoras serán cuanto ellos fueren más sublimes. Vuestra merced los reciba con mi voluntad, de quien puede estar satisfecho, como yo lo estoy, de que si fueran de ese divino ingenio, iban seguros de ser estimados, como agora temerosos de ser reprehendidos.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera