Información sobre el texto

Título del texto editado:
“A don Juan de Arguijo, veinticuatro de Sevilla”
Autor del texto editado:
Vega, Lope de (1562-1635)
Título de la obra:
Segunda parte de las Rimas de Lope de Vega Carpio. A don Juan de Arguijo, veinticuatro de Sevilla, en La hermosura de Angélica, con otras diversas rimas, ff. 334r.-341v.
Autor de la obra:
Vega, Lope de (1562-1635)
Edición:
Madrid: Pedro Madrigal, 1602


Más información



Fuentes
Información técnica






[2]

A DON JUAN DE ARGUIJO, VEINTICUATRO DE SEVILLA


Es de manera vintilada en el mundo esta cuestión de honor debido a la poesía, que no hay quien se atreva a dársele y muchos atrevidamente se le quitan; y así lloraba Ovidio:

Hei mihi, non multum carmen honoris habet.

Y Tito Calpurnio, en la Égloga cuarta:

Frange, puer, calamos & inanes desere Musas.

Y sucédele como a las diversas naciones en materia del conocimiento de Dios, que puesto que unas han adorado al sol, otras a los animales y algunas a los hombres, ninguna ha sido tan bárbara que haya negado que le hubiese; lo que sucede por momentos a la astrología con las varias opiniones, como se ve en lo que de su verdad o mentira escribió Levinio Lemno. Ser arte es infalible, pues consta de sus preceptos, aunque haya quien diga: Quamquam non ita verum omnia, quae poetae canunt, arte cani, nam miranda canunt, sed non credenda. Y en honra suya a este propósito basta que Platón llame a los poetas «insignes», y a la poesía, «preclara» y, más adelante, «sacra», como también Ovidio:

Quid petitur sacris, nisi tantum fama Poetis?

Con que convienen tanto Cicerón y Aristóteles. Muchos la han aborrecido en la parte que también Platón la reprehende, cuando imita enojosamente las costumbres. Pienso que aquí se entienden las invectivas de quien se ofendió tanto Roma, cuanto se conoce de la ley que los censores hicieron a este efecto, referida por Horacio: Quin etiam lex penaeque lata, malo quae nollet carmine quemquam describi. Pero que lo sienta así o como arriba digo, argumento es de la estimación en que acerca de él estuvo, hallarse escrito que toda su filosofía tomó de Homero, clarísimo y antiquísimo poeta, que fue, según la opinión de Cornelio Nepos, ciento y sesenta años antes de la fundación de Roma. Plutarco los tiene por útiles, y Tulio en la oración pro Archia Poeta bastantemente los encarece, y muchas de sus obras adornó de lugares suyos. Las palabras de Estrabón son notables:

Antiqui Poeticam primam quandam Philosophiam perhibent, quae ab ineunte nos aetate ad vivendi rationes adducit, quae mores, quae affectiones doceat, quae res gerendas cum iucunditate praecipiat.

Y si en su Sintaxeos Pedro Gregorio no parece sentir bien de ella, esto no le niega a lo menos:

Probo quidem artem omnino, ut pote quae in electione verborum & sententiarum ingenia acuat & exerceat & quae ad optima etiam possit esse celebranda instrumentum.

Y que no ha habido jamás entre bárbaros, gentiles y cristianos culto divino sine aliqua metrica decantatione, como se ve en nuestros himnos santísimos y yo tengo referido en mi Isidro, a que también alude Horacio en la primera epístola ad Augustum, donde con tanto primor encarece las partes en que puede ser útil y digna de alabanza. Olimpo Nemesiano dice que

Levant carmina curas.

Y Tibulo, que a quien alabaren las Musas,

Vivet, dum robora tellus,
dum coelum stellas, dum vehat amnis aquas.


Y Ateneo dice que los antiguos (con serlo él tanto) cantaban en sus convites los versos que llamaban inaequales:

Haec carmina canebant sapientes atque singuli odam aliquam pulchram in medium ut proferrent dignum existimaban eamque pulchram adbortationem, sententiamque utilem vitae habere opus esse crediderunt.

El lugar en que San Agustín la llama error; Demócrito, insania; San Pablo, fábulas vanas; y San Gerónimo la reprehende, debe ser entendido por aquel tiempo en que los poetas antiguos llamaban a Júpiter «Omnipotente», escribían los vicios y torpezas de sus dioses, juraban por Cástor y Hércules, como se ve en Terencio y Plauto, que imitaban el lenguaje de entonces, y otras cosas que a nuestra religión pueden ser ofensivas. Catón reprehendió a un cónsul porque tenía al famoso Enio (tan estimado de Cicerón) en su provincia, cosa por cierto demasiadamente dura y estoica; y así Pierres Constau, francés, no creyendo que Platón haya metido en este número a los buenos poetas, dice en sus Narraciones filosóficas que no solamente no mueven los espíritus a mal, pero que deseando igualar la virtud de los que celebran, con aquella emulación se incitan a hacer bien, y así es a este propósito, en honra de Homero, famoso el encarecimiento de Alexandro. Cuando Ovidio dijo: Teneros ne tange Poetas, que es lo mismo que el referido francés dice:

De ne cercher trop curiosement
scris lascisf & rempliz de diffame,
car ilz nous font ofencer grièvement,
oublier Dieu, maculer corps & ame.


Y Juvenal: Nil dictu foedum visuque haec limina tangant, por que no corrompiesen las costumbres. Y Herodoto: Poete peiores sunt perniciossissimis lenonibus. Allá miraban al buen Marcial y otros, que sin duda lo son, aunque agudísimos, a cualquiera entendimiento casto. Y en razón del hablar libre, también creyó la antigüedad que los dioses habían cegado al poeta Stersícoro, tan famoso que tenía Horacio por peligroso imitalle en castigo de haber hablado poco dignamente de la hermosura de Helena. Y Crinito refiere la libertad de los poetas griegos Cratino y Aristófanes, con la queja que los Metelos tuvieron del poeta Nevio, castigado en la cárcel por maldiciente. No tienen ahora esos estilos los libros, ni las censuras de ellos los permiten escandalosos, de más que, por la parte de ser tiernos, la prosa suele hartas veces hurtar a la poesía sus licencias, como en Heliodoro, Apuleyo y muchos de los modernos. A esto se parecían algo los españoles antiguos, así en los encarecimientos atrevidos, como en las virtudes poco honestas. Y es claro ejemplo las coplas castellanas de Juan Álvarez, algunas de Cartagena, Lope de Estúñiga y la justa que hizo Tristán. Sólo me parece que los disculpa no las haber impreso con su gusto, sino aquellos que después las juntaron para hacer volumen. Y así no me maravillo que los oídos castos y religiosos aborrezcan generalmente lo que en sí es bueno, por particulares tan malos y dignos de reprehensión.

La poesía casta, limpia, sincera, aunque sea amorosa, no es ofensiva, que no lo ha parecido la del Petrarca a ningún recatado ingenio; la del Serafina Aquilano, el cardenal Bembo, Luis Alemani, Aníbal Nozolino, Vulteyo, francés, los dos Tassos y otros, aunque amorosos, honestísimos poetas. Ni dejó San Agustín de leer y encarecer el libro cuarto de la Eneida por ser tierno, sino por el testimonio levantado injustamente a Dido, de que también se queja Ausonio. Castísimos son aquellos versos que escribió Ausias March en lengua lemosina, que tan mal, y sin entenderlos, Montemayor tradujo. Bien parecían antiguamente aquellos conceptos amorosos dichos con la blandura de los pensamientos y no ofendiendo la gravedad de los que los sentían. El duque segundo de Alba en aquella edad escribió así:

"Tú, triste esperanza mía,"
"conviene que desesperes,"
"pues que mi ventura guía"
"la contra de lo que quieres."


Y el duque de Medina, en aquel mismo tiempo:

"Son mis pasiones de amor"
"tan altas en pensamiento,"
"que el remedio es ser contento"
"por la causa del dolor."


Y don Jorge Manrique, en este galán pensamiento:

"No sé por qué me fatigo,"
"pues con razón me vencí,"
"no siendo nadie conmigo,"
"y vos y yo contra mí."


Y Juan de Mena dijo milagrosamente:

"Por pesar del desplacer"
"querría poder forzar"
"mi deseo al mal querer,"
"como el vuestro al desear;"
"que sabiendo que por él"
"vivo vida trabajosa,"
"asaz seríades cruel,"
"si no fuésedes piadosa."


A este modo fue en aquel tiempo famoso Tapia, Garcisánchez y otros. Ni el señor rey don Juan se ofendió de escribir a Juan de Mena versos ni el Almirante a Castillejo. Fueron el duque de Sesa y don Diego de Mendoza maravillosos. Que de Garcilaso y Boscán, nombrándolos, está dicho; que Boscán, si no alcanzó la experiencia de los versos largos, nadie le puede negar los altos pensamientos; y en nuestro tiempo hubo muchas canciones castísimas de Pedro de Lerma, don Juan de Almeida, don Lope de Salinas, Figueroa, Pedro Láinez y don Fernando de Acuña. Y para decir verdad, en ningún siglo ha conocido España tantos príncipes que con tal gracia, primor, erudición y puro estilo escriban versos, como son tan evidente ejemplo el conde de Lemos, el de Salinas, el marqués de Serralbo, el comendador mayor de Montesa, el duque de Osuna, el marqués de Montesclaros y el doctísimo duque de Gandía, y, si no malograra su temprana muerte los que con tanta elegancia escribió el marqués de Tarifa, nuestro siglo sin duda había hallado en España su poeta; y pienso que, cuando por sus estudios y únicas partes (que entre tales señores es justo nombrarle), no mereciera Herrera nombre de divino, por la castidad de su lenguaje le mereciera. Y si como de amigos familiares, fueran de todos vistos los versos que vuestra merced escribe, no era menester mayor probanza de lo que aquí se trata, que huyendo toda lisonja, como quien sabe cuánto vuestra merced la aborrece, sin tocarle a aquellas palabras de Tulio, que máxima culpa in eo est, qui & veritatem aspernatur & in fraudem obsequio impellitur; ni a mí lo que el mismo más adelante cita del Eunuco de Terencio, dudo que se hayan visto más graves, limpios de mayor decoro y en que tan altamente se conoce su peregrino ingenio, que con las virtudes de que el cielo ha dotado sus honestísimas costumbres, luce notablemente, y por quien dijo bien Cornelio Galo:

Quin etiam virtus fulvo pretiosior aura,
per quam praeclarum plus micat ingenium.


Los sonetos llaman los italianos rime mescolate; las sextinas y madrigales, "rimas libres;" las canciones, en parte libres y en parte ordenadas, como también lo son las estancias que en España llaman "octavas rimas," por ser de ocho versos, menos bárbaramente que a las canciones de a cinco llamar "liras" porque las comenzó Garcilaso diciendo: "Si de mi baja lira ..." De las estancias fueron inventores los sicilianos, aunque dicen que ellos solamente las hacían de seis versos y que el Bocacio añadió los dos últimos con que agora se cierran; los tercetos, de quien fue autor el Dante, son también rimas ordenadas. Llamáronse así porque cada rima se pone tres veces, eslabonándose unos a otros con maravillosa gravedad y artificio, pues se puede proseguir en ellos cualquiera argumento, como se ve en los Triunfos del Petrarca y en los diversos capítulos y elegías que en Italia se usan de las estancias; y de éstos se fabrica el soneto, aunque los ocho versos primeros difieren de la orden de la estancia y aun en los tercetos hay libertad de hacerlos, como se ve en tanta variedad de ejemplos; pero no hay duda que cuando el terceto de ellos guarda su rigor, concluye más sonoro y con más fuera, respondiéndose mejor las cadencias a menos distancia, de los que aquí van escritos. Volviendo al primer propósito, algunos significan tal vez propios afectos con alguna eficacia, pero siempre llevan la mira a la estimación propuesta, cuando se les conozca desigualdad. Bien lo tiene disculpado Horacio, aun en los que saben mucho, cuanto más en los que, como yo, fueren ignorantes:

Sunt delicta tamen, quibus ignovisse velimus;
nam neque chorda sonum reddit quem vult manus & mens,
poscentique gravem persaepe remittit acutum,
nec semper feriet, quodcumque minabitur arcus.

Algunas faltas perdonar debemos;
la cuerda a intento y mano no se junta;
queda agudo, si grave pretendemos,
ni siempre acierta el arco donde apunta.


Lope de Vega Carpio






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera