Información sobre el texto

Título del texto editado:
“El licenciado don Luis de la Carrera a los desapasionados y doctos”
Autor del texto editado:
Carrera, Luis de la [Vega, Lope de (1562-1635)]
Título de la obra:
Triunfos divinos con otras rimas sacras
Autor de la obra:
Vega, Lope de (1562-1635)
Edición:
Madrid: viuda de Alonso Martín, 1625


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El licenciado don Luis de la Carrera a los desapasionados y doctos


¿Qué acción humana se libró de la detracción?, ¿qué virtud de la censura vulgar?, ¿qué obra de la reprehensión y qué fama de la envidia? Esto es tan antiguo como el mundo; lo que parece nuevo es darse a conocer los hombres por sabios y peregrinos a los príncipes, censurando con descompuestos juicios las obras de los que han merecido la opinión que tienen. A estos llamó san Jerónimo en la última palabra del prólogo de Ezequiel philolodoros, que son aquellos que tienen por oficio calumniar y reprehender a los que no lo merecen. Ya son las reprehensiones epítomes de los libros, gran remedio para ocupados, pues cifra la calumnia lo que dilata la materia de que tratan, y por eso dijo un filósofo de la corte “que nadie sabía nada, porque no hallaba quién dijese que otro sabía”; fuera de que hay hombres tan lógicos de su malicia que con abstracción precisiva consideran el sabio sin la ciencia, y otros, en cuyos juicios hacen más fe los informantes maliciosos que los libros científicos. Quien dice que sabe lo que no sabe, no ha topado en las cuestiones académicas con el Apolo e Sócrates. Bien hayan los que dan preceptos para que otros sepan lo que ellos no saben, que cuando un hombre llega aquí, como por una galería, se puede pasear por su cabeza; pero dijo Aristóteles en el primero de los Elenchos: “que algunos querían más parecer sabios sin serlo que, siéndolo, no lo parecer”, de que nace querer enseñar los que ignoran y maldecir los que saben. Cosa dulce es reprehender: ¡qué estimación se da al malicioso!, ¡qué de sales que tiene a lo latino, qué de donaires a lo castellano!, ¡qué fácilmente le califican de agudo, sutil y docto!, como si no hubiese retratos de mala mano que, aunque se parecen al dueño, ofendieron la verdad de su perfección con la mentira de sus pinceles. Tanto deseaba Olimpio escurecer a Plotino platónico que intentó con hechizos volverle loco; así lo escribe Porfirio. Notable respeto a su ciencia, que quiso más quitarle el entendimiento con envidia que atreverse a contradecirle con soberbia. Ya no es así, antes bien hombres indignos intentan infamar los sabios, en cuya grandeza de alma (como el mismo Porfirio afirma de Plotino) no caben peregrinas impresiones, mayormente algunos a quien parece que formó la naturaleza para irrisión y burla de las gentes, de cuyos pechos se trasladó el plomo de sus juicios, como de la blanca jibia de los plateros el primer modelo. Fácil cosa es reprehender, luego desestimación es de un hombre docto ocuparse en lo que es fácil y querer fama los que se precian de saber, por lo que es vicio de los que no saben.

Materia se disponía para mayor discurso, pero no querría que dijese quien me pidió este prólogo que es mayor que su libro, que con treinta y nueve impresos no desea que parezca grande. Diré sólo que en estos cinco cantos se ha excedido a sí mismo, como lo aprueban esas dos censuras del reverendísimo padre maestro fray Hortensio Félix Paravicino, honra de nuestra nación y gloria de Madrid, su patria, y del muy docto caballero en todas letras y lenguas don Juan de Jáuregui, cuyo raro ingenio y erudición no está en la opinión de sus amigos, sino en el testimonio de sus obras. Que sea príncipe de los poetas castellanos Lope, ni a mí me pasa por el pensamiento decirlo, ni a él creerlo, que como esta envestidura no la da el Imperio, y cada uno se labra para su casa el ídolo de Micas, tantos son ya en España los príncipes de la poesía cuantos son los amigos de los poetas, porque cada uno tiene su príncipe. Diré también que entre las demás Rimas, en doce sonetos al sujeto de una rosa ha mostrado la fertilidad de su ingenio con admirable dulzura y elegancia, conseguida en sus versos sin estropear la lengua, a quien ahora la escuridad afectada tiene tan ofendida, que siendo para deleitar atormenta, pues cuando nos la construyan, por lo menos no es usada, a quien llamó escura en sus Topicos el Filósofo, advirtiendo que en esta cuenta no entra el divino Séneca de Córdoba, de quien ellos son bárbaros imitadores, ni otras personas doctas que con algunas voces latinas autorizaron sus versos. “Turba de palabras vanas” —dijo Fabio Quintiliano— que tenían “los que temiendo el común modo de hablar, engañados de aquella especie de resplandor, con abundante locuacidad rodean lo que dicen”. Esta claridad de sus conceptos sin fatiga es el fin de cuantos actos concurren en el poeta, que siendo deleitar y enseñar, el que no se declara, ni enseña ni deleita, pues no entendido mata y entendido es monstro.

Sin esto, es digno de alabanza un hombre que ha igualado la humildad a la fama con desesperación de la envidia, que vanamente y tarde se opone a sus escritos, no habiéndose oído en su boca cosa que excediese jamás los límites de la modestia, vicio en algunos tan afectado y descompuesto que mueve a risa a los que saben, a desprecio a los que ignoran y a todos a lástima, si bien, como tengo advertido, hallan lugar tal vez por la calumnia donde fuera imposible por el ingenio. Y por eso dijo Teofrasto en su Calístenes “que la fortuna regía la vida y no la ciencia”. Máxima que todos los filósofos reprobaron, sólo Cicerón dijo que no se podía haber dicho cosa más constante, y sintió Quinto Curcio “que la gloria más era que de la virtud, beneficio de la fortuna”. Esto, por la honra humana, accidental calidad para su aumento, que la virtud siempre fue premio de sí misma.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera