Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Dirigida al maestro Alonso Sánchez, catedrático de prima de Hebreo en la insigne Universidad de Alcalá”
Autor del texto editado:
Vega, Lope de (1562-1635)
Título de la obra:
Trecena parte de las comedias de Lope de Vega Carpio, procurador fiscal de la Cámara Apostólica en el Arzobispado de Toledo, dirigidas cada una de por sí a diferentes personas
Autor de la obra:
Vega, Lope de (1562-1635)
Edición:
Madrid: viuda de Alonso Martín de Balboa/Alonso Pérez, 1620


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Dirigida al maestro Alonso Sánchez, catedrático de prima de Hebreo en la insigne Universidad de Alcalá


La mayor cosa que los hombres hacen unos por otros es la defensa y, así, la mayor obligación que tienen es a quien los defiende. En primero lugar se debe al autor de la naturaleza, que nos dio ángeles de defensa, poniendo al más pequeño como si fuera rey, presidio y custodia —consta de sus mismas palabras 1 y del argumento que con las de David quiso hacerle el enemigo común 2 —. Suceden a esta obligación los padres, pues con haberlo sido nos defienden del no ser, tan grave daño como encarece el teólogo 3 . Luego se sigue a los que nos defienden la honra, la vida y por sus grados los demás sucesos. Finalmente, cuando tiene más valor es donde el que la hace se mueve sin haberle inducido o provocado.

Ríense muchos de los libros de caballerías, señor maestro, y tienen razón si los consideran por la esterior superficie, pues por la misma serían algunos de la Antigüedad tan vanos y infrutuosos como El asno de oro de Apuleyo, el Metamorfóseos de Ovidio y los Apólogos del moral filósofo Alusión a Esopo. Recuérdese la definición del vocablo apólogo en Covarrubias: «Es la fábula, cuento o patraña en que introducimos a los animales brutos y a los árboles y cosas inanimadas que hablan y dicen alguna cosa, como las fábulas de Esopo» (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 732). ; pero, penetrando los corazones de aquella corteza, se hallan todas las partes de la filosofía, es a saber: natural, racional y moral. La más común acción de los caballeros andantes —como Amadís, el Febo, Esplandián y otros— es defender cualquiera dama, por obligación de caballería, necesitada de favor, en bosque, selva, montaña o encantamento; y la verdad de esta alegoría es que todo hombre docto está obligado a defender la fama del que padece entre ignorantes, que son los tiranos, los gigantes, los monstros de este libro de la envidia humana, contra la celestial influencia que acompañó el trabajo y el vigilante estudio de cuanto es honesto —como fue opinión de Pitágoras 5 — fundamento y guía.

Vuestra merced tomó esta empresa movido de su misma obligación, como doctísimo príncipe en tantas facultades y lenguas, sacando, si no de gigantes, mi fama y nombre de monstros encantados y enanos viles. Estudian algunos de estos diversas ciencias y, olvidados de sus progresos, los interrompen con la detracción de los estudios ajenos, mal leídos en Cicerón: «Quam quisque norit artem, in ea se exerceat». Esto en las Tusculanas, y en los Oficios: «Suum quisque noscat ingentum» 6 . Pero es gracia de algunos músicos que, rogándoles que canten —que lo saben hacer—, dicen que, si hubiera espadas, se holgaran de esgrimir; y, pidiendo al que esgrime bien que tome espada, dice que, si hubiera un instrumento, se holgara de que le oyeran cantar. ¡Estraña ambición de fama de lo que un hombre no sabe, que de lo que sabe ya le parece que la tiene! El que estudia teología ¿para qué quiere parecer poeta, señor maestro —no siéndolo, como el doctor Garay, Marco Antonio de la Vega y el doctor Cámara, laureados por esa insigne universidad cuando yo estudiaba en ella las primeras letras—, ni gastar el tiempo en reprehender poetas? «Ministerium tuum imple», dijo el apóstol 7 .

Acusaba Teofrasto a la naturaleza, muriéndose, de que hubiese dado tan larga vida a las cornejas y cuervos, que no importaban, y tan breve a los hombres: «quorum si aetas potuisset esse longinquior, futurum fuisse ut omnibus perfectis artibus omni doctrina hominum vita erudiretur» 8 ; y quieren gastarla en los estudios para que no tienen naturaleza ni industria y suplir con la detracción la ignorancia de la profesión ajena. Bienaventurado llamó el príncipe de la retórica 9 al hombre que aun en la vejez le aconteciere «ut sapientiam verasque opiniones assequi possit»; y andan estos alabándose de sus pocos años, como si ya en ellos hubiesen alcanzado lo que tenía Cicerón por bienaventuranza en muchos. Fue reprehendido de Georgio Merula aquel gran ingenio de Angelo Policiano porque le llamó cano: «Canos mihi obijcis importuni non sunt, superest animi vigor, corporis robur, celeres ingenij motus, et cetera». Y respondiole Policiano al duque Ludovico Esforcia: «Ita mihi contingat in otio et literis molliter consenescere» 10 . Pero la verdad es que en esta edad no han nacido los hombres cuando, con dos actos en brazos del que preside, se burlan de las ajenas vigilias, por quien prefirieron las canas a los años en el asiento del entendimiento en cuyo regimiento hay muchas con banco de caballero hijas de alma y otras con menos nobleza.

Es lástima que se muevan algunos hombres como los animales, «secundum impetum et impulsum appetitus naturalis», habiéndose de mover «secundum regimen rationis». Yo tengo para mí que, como melancólicos, enfermos y locos, tienen vanas fantasías; pero esto no por la ilustración que se hace por las imaginaciones de las cosas sensibles, mas por las pasiones de la naturaleza «et confusione spirituum ascendentium ad cerebrum et caput turbantium» 11 . Engáñalos el común aplauso, que no saben, con Demóstenes, que «omnibus hominibus natura insitum est ut maledicta et crimina perlibenter audiant, laudantibus autemn ipsi grauiter succenseant». Pero, como dice el mismo, es naturaleza de la calunia «in crimen vocare omnia, probare vero nihil» 12 . Yo a lo menos les debo la misma ofensa, pues tuve tal defensor; que, como a la admiración debemos la filosofía, a la enfermedad la medicina, a los delitos las leyes y a la tiranía el reino, debo la honra y defensa que vuestra merced hizo a mis escritos a su calumnia y envidia.

¡Qué diversa satisfación es ofrecerle esta comedia a vuestra merced, cuyo título es El desconfiado, defendiéndome con el mismo de mi mismo atrevimiento, aunque la dieron aplauso grande en la corte por el donaire y la novedad del argumento! No tengo en esta ocasión materia digna de su divino ingenio, que, si bien es verdad que no desprecio este género de estudio, para que he tenido alguna inclinación, el breve tiempo en que me ha sido forzoso escribir muchas ha sido causa de su imperfección, porque «nihil est simul et inuentum et perfectum»; y aunque «nihi refert quam cite si sat bene» 13 , no puedo yo decirlo de mí, sino dejarlo a la defensa de vuestra merced, por quien escribió un aficionado a sus grandes partes, letras y virtudes este epigrama:

La lengua hebrea, griega y la latina
por su elegancia competir quisieron,
como Venus y Juno y la divina
Palas, y al Paris de las letras fueron;
y, aunque la hebrea pareció más digna, [5]
en Sánchez tan recíprocas se vieron
que, como las tres gracias, se abrazaron
y a vivir en su lengua se quedaron.


Capellán de vuestra merced,


Lope de Vega Carpio






1. Alusión a Mt 18, 10: «Videte ne contemnatis unum ex his pusillis: dico enim vobis, quia angeli eorum in caelis semper vident faciem Patris mei, qui in caelis est»; anotado como sigue por los editores de La Santa Biblia: «Con estas palabras se afirma la existencia de los ángeles custodios» (Nota de José Javier Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., págs. 731-732).
2. Alusión a Mt 4, 5-6: «Tunc assumpsit eum diabolus in sanctam civitatem, et statuit eum super pinnaculum templi, et dixit ei: Si Filius Dei es, mitte te deorsum. Scriptum est enim: Quia angelis suis mandavit de te, et in manibus tollent te, ne forte offendas ad lapidem pedem tuum». Las palabras de David parafraseadas aquí por «el enemigo común» son las de Ps 90, 11-12 (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 732).
3. El teólogo por antonomasia es Santo Tomás de Aquino. Lope trivializa la idea tomista del mal como privación (véase Suma teológica, I, 48, donde se reiteran expresiones como la del artículo 3º: «non ens est malum»), expuesta previamente por San Agustín (así en Confesiones, VII, 12) y, en tiempos de nuestro dramaturgo, por Francisco Suárez (Disputationes Metaphysicae, XI) (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 732).
5. Lope parafrasea el dicho pitagórico: «Totius honesti dux, et fundamentum, continentiae labor in primis est» (según reza, por ejemplo, en André Rodrigues da Veiga, Sententiae et exempla, cap. Labor, opus et exercitium, p. 268a, donde se señala como fuente a Raffaelo Maffei) (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 733).
6. Lope cita las Tusculanae Disputationes, I, 41, y De officiis, I, 114. Ambas citas se hallan seguidas en Pierre Lagnier, M. Tul. Ciceronis sententiae insigniores, cap. 121, p. 171 (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 733).
7. Alusión a San Pablo, con cita de 2 Tim 4, 5 (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 735).
8. Lope traduce y cita un fragmento de Cicerón, Disputationes Tusculanae, III, 69, recogido por Pierre Lagnier, M. Tul. Ciceronis sententiae insigniores, lib. II, p. 230 (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 735).
9. Alusión a Cicerón. La cita que sigue procede de De Finibus, V, 58 (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 735).
10. Se citan dos fragmentos de sendas cartas incluidas en el libro XI del epistolario de Angelo Poliziano: el primero, de una misiva dirigida por Giorgio Merula al autor del Orfeo; el segundo, de una epístola remitida por este a Ludovico Maria Sforzia. Pueden leerse, por ejemplo, en Angeli Politiani Opera, vol. I, pp. 331-333 y 350-351 (las palabras citadas se hallan en las pp. 333 y 350) (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 735).
11. Paráfrasis y citas del libro I, cap. 39 (De fantasia) del influyente Compendium theologicae veritatis, atribuido tradicionalmente a San Alberto Magno, o bien impreso anónimo, como en la edición de Lyon, G. Rovillium, 1554 (aunque hoy se asigna la autoría a Hugh Ripelin de Estrasburgo). Los fragmentos secundum... naturalis y secundum... rationis, así como la primera de las dos citas ulteriores de Demóstenes, salen también reunidas en un solo párrafo del prólogo de Francisco de Herrera Maldonado a su traducción de los Diálogos morales de Luciano (Viuda de Cosme Delgado, Madrid, 1621), adornada con varias poesías preliminares, entre las cuales figura una décima de Lope, que comienza: «Como de la Antigüedad» (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 737).
12. La primera cita (omnibus... succenseant) procede de la Oratio de Corona; la segunda (in crimen... nihil), de la Appellatio contra Eubulidem. Véase, por ejemplo, D emosthenis oratorum Greciae principis opera (Basilea, Johan Oporinus, h. 1549), II, pp. 4 y 278. La segunda cita está en la Novissima polyanthea de Joseph Lange, s. v. calumnia, p. 204a (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 737).
13. Ambos fragmentos en latín aparecen en la p. 24 de Pierre Lagnier, M. Tul. Ciceronis sententiae insigniores. El primero es cita de Cicerón, Brutus, 71. El segundo (variación sobre el proverbio Sat cito, si sat bene) no es una sentencia ciceroniana, sino el título del cap. 12 del repertorio (Nota de Rodríguez Rodríguez en Vega, op. cit., pág. 738).

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera