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Dirigida a don Francisco López Aguilar
Júntanse a concilio poético ciertos que hablan siempre en versos, y deben de saber hacerlos, aunque quien esto sabe pocas veces habla en ellos, que, cuando los dueños andan a buscar quien se los
oiga,
no pienso que arguye buena
opinión,
que anda siempre fuera de la persona y muchas leguas de la propia conversación. Y en esta junta, o digamos Ateniense Liceo, llegó un soneto
mío
al rayo de aquel generoso caballero, tan desdichado como ilustre, que decía así:
Venerable a los montes laurel fuera,
Júpiter servador, tu sacra encina,
si tu mano feroz la sierpe trina
en su tronante origen suspendiera.
Cuando el temor humano considera [5]
tal vez inmoble la piedad divina,
teme la majestad, porque imagina
preciso el orden de la eterna esfera.
¿Por qué de un árbol siempre duro hiciste
defensa al cielo, ¡oh, tú!, que su horizonte [10]
bañado en esplendor trémulo viste?
¡Ay, decreto fatal!, en todo un monte
blanco a las flechas de sus iras fuiste,
y siendo Endimión, mueres Faetonte.
Aunque este no sea su propio lugar, y más parezca carta de
defensa
que dedicatoria de una fábula, en tanta
amistad,
en tanto amor, y escribiendo a ingenio tan
conocidamente
docto,
no cae fuera de su lugar satisfacer brevemente a las objeciones propuestas; aunque, si en esto he de mirar, teniendo
tanto
escrito, corta fuera mi vida, puesto que la
igualara
el cielo con la de aquellos hombres en cuyo siglo había menos poetas, pero más sabios. A Júpiter llamaron
servator,
consagrándole la encina por el primero sustento del mundo. «Jovis arbore» y «sacra Jovi», dijo Ovidio; «amica Jovi», Valerio Flaco y Claudiano; y Alciato en una emblema: «Grata Jovi est quercus qui nos servat fovetque». Pero si no está la
dificultad
en esto, y les enfada haber llamado al rayo de Júpiter
sierpe trina,
porque usan tanto de
sierpe de cristal
para las aguas, debe de ser este elemento más común por la tierra, con que le mezclan como junta de dos ceras los astrólogos, que el fuego elementar no todos le alcanzan de vista, por fácil que nos le enseñen los
Metheoros
de Aristóteles; llamarla trina, siendo de tres puntas, ¿qué dificultad tienen? «Trisulci fulminis», dijo Séneca de los antiguos; y Policiano de los modernos: «Trifidum fulmen»; y por la misma razón Baptista Pío de Neptuno: «Trifido tridenti»; y Claudiano: «Cuspis trifida»; y Ovidio en la muerte de Faetón por el rayo:
Naiades Hesperiae trifida fumantia flamma
corpora dant tumulo.
Pero no les parecerá que es lo mismo que trino, de quien usaron César, Cicerón y Suetonio. Si Endimión fue cazador, ¿por qué se contenta, por calumnia, de que haya sido astrólogo? Valerio le llama: «Lathmius venator»; Reusnerio: «Errantem sylvis Endimiona», Ovidio: «Lathmius Endimion», y aquellos versos:
Lathmius aestiva residet venator in umbra,
dignus amore dee.
Natal Comité, en su
Mitheologia,
da la culpa de los amores de la luna, porque: «ad lunae lumen venaretur», de donde le nació para su astrología el observarla, y decir Pausanias que tuvo de la misma diosa cincuenta hijos, habiéndolo él sido de Ethleo y de Calices. Finalmente, no olvidaron esta opinión después de todos Fausto Sabeo, Vespastano Estroza y el Sanazaro, y todo el soneto junto se entiende ansí: don Miguel de Guzmán era cazador, andaba por los montes, no se hizo hijo del Sol, aunque pudiera, siéndolo del
duque
de Medina Sidonia; pues ¿cómo le mata Júpiter con su rayo, si fue solo Endimión por las selvas, y no por el cielo Faetonte? Vuestra merced no se canse en su
defensa,
sino reciba en su servicio y
protección
esta
fábula
mientras sale a
luz
con su nombre la
Filomena,
con más
digno
estilo
de su
alto
ingenio, aunque también
desigual
a sus merecimientos y mis deseos. Dios guarde a vuestra merced.
Su
capellán,
Lope de Vega Carpio