[12]
Dirigida al maestro Vicente Espinel y su maestro
Debe España a vuestra merced, señor maestro, dos
cosas
que aumentadas en esta edad la ilustran mucho: las cinco cuerdas del instrumento que antes era tan bárbaro con cuatro, los primeros tonos de consideración de que ahora está tan rica y las diferencias y géneros de
versos
con nuevas elocuciones y frasis, particularmente las décimas; que si bien se hallan algunas en los
antiguos,
no de aquel número, como en Juan de Mena las que comienzan «Muy más clara que la luna». Composición suave, elegante y difícil, y que ahora en las comedias luce notablemente con tal dulzura y gravedad que no reconoce ventaja a las canciones extranjeras. Verdad es que en la lengua francesa las he leído escritas por el señor de Malherbe, en las obras de diversos poetas. Pero por el año de su impresión consta que pudo
imitarlas,
si bien se diferencian en la cadencia del verso quinto. Justamente se debe a ese peregrino ingenio el nombre de Apolo español, pues en la música y
poesía
(de que le hacía dios la Antigüedad) ha sido fénix
único,
y pluguiera al cielo que, como le pintaba siempre
joven,
vuestra merced pudiera serlo,
maestro
mío. Esta propiedad entre otras le dio Calímaco:
Et idem,
Formosus semper, semper iuuenisque, nec ille
Foemineae quantum nigrent lanugine malae.
¡Oh, ciego error de esta provincia, no
premiar
tales méritos! ¡Oh, méritos dignos de haber nacido donde tuvieran premio! Pero como desterrado del cielo, por el sentimiento de la muerte de Esculapio, le pinta Luciano en sus diálogos, no es mucho que pase los trabajos mismos.
Et clarum Apollinem
viris laetitiam amicis,
propinquum custodem ouium
dijo Píndaro en sus
Pítacos.
Notable fue la estimación que los antiguos hicieron de la música, cuyos milagros deben ser creídos como de cosa celestial y divina. Pitágoras tañendo enfureció un mancebo y, viendo que celoso quería romper las puertas de su amiga para matarla, mudó el son frigio en el cromático (música de quien hace memoria Natal Comite en su
Mitología:
«chromaticum melos adhibuerunt ad demulcendos animos»), con que el furioso mozo detuvo el suyo. Así lo cuentan Boecio y Marco Tulio, y lo dijo Aristóteles en el libro octavo de sus
Politicos:
«Saepe aleuiat Melodia iratos, et facit laetos». Y por darla lugar en las virtudes, quisieron que Clitemnestra fuese casta, mientras la entretuvo aquel insigne músico que le dejó Agamenon cuando se fue a Troya, como lo afirman Filelfo y Séneca. Con música curaban mortales enfermedades Terprandro, Arión y Hismenias, graves filósofos, y lo confirma la opinión de Avicena. Solamente en honra de la música hallaron en las rigurosas leyes de Licurgo blandura los lacedemonios. Dejó Alejandro el convite y tomó las armas incitado de la música de Timoteo Milesio, a quien vuestra merced parece tanto, pues de él se dice que «Decimam, et undecimam Lyre chordam addidit, et antiquam musicam in meliorem mutauit modum». De este rapto hace Cicerón memoria y San Basilio Magno. Y el ejemplo de David con Saúl es de mayor fuerza, gran excelencia de la música, que muchos de los espíritus malignos no puedan sufrirla, porque no pueden asistir a su celestial armonía y suavísimo concento. Y así también la vitoria de Josafad, cuando los israelitas cantaron delante del ejército. Mas ¿para qué alabo yo este divino y liberal arte con ejemplos comunes al mismo Apolo y de mayor oráculo que el délfico? Quédese, pues, la música especulativa y prática a quien de entrambas ha sido
insigne
monstruo, que, volviendo a las quejas de esta edad ingrata, tengo consuelo en que han de pagarle los futuros siglos lo que ha faltado el discurso de estos infelices años, que la
virtud
es premio de sí misma, y la fama no muere, pues hoy
vive
la de Anagenoris, a cuya música debieron su libertad cuatro ciudades. Y desde el origen que le dio Túbal (como consta de las sagradas letras) a la edad nuestra, donde tanto han florecido Guerrero, Tejeda, Cotes, Filipe Roger y el capitán Romero, no ha borrado el tiempo de los libros de la imortalidad la fama, nombre y vida de docto músico ni olvidará jamás en los instrumentos el
arte
y dulzura de vuestra merced, de Palomares y Juan Blas de Castro. Homero dijo que les dictaba Júpiter a los que cantaban, a lo que aludió San Agustín llamando a la música en una de sus epístolas «Dei donum»; cuya máxima se ha confirmado en vuestra merced con notable ejemplo, pues parece que lo que ha cantado le ha dictado el cielo, en tan
excelentes
versos que le podríamos decir lo que Ovidio de Apolo: «Per me concordant carmina neruis». Pero pues la figura música, como vuestra merced sabe, es una señal representativa de voz o de silencio (de voz por la diversidad de los puntos y de silencio por las pausas), haciéndola yo a este discurso, como músico prático y no teórico, «suspenderé la pluma, y no el deseo, / que en tanto Sol semínima me veo». Y dejando los tres géneros de música: diatónico, cromático y enarmónico, en el cuarto y poético, con reconocimiento justo de mis obligaciones, al Apolo de la poesía latina y española dedico esta
comedia,
aunque
saliendo
tantas con su aprobación, todas son suyas. Bien fuera justo consagrarle una lira de oro, como a español Orfeo, o colocar la suya donde puso la astrología la que con siete cuerdas, a imitación de los siete planetas, hizo aquel sabio, y ahora se miran transformadas en siete estrellas. Pues laureles ha merecido tantos, aunque a la grandeza de su ingenio
desiguales
todos, pero no pudiendo más, desearele la salud y vida que debo a su doctrina, ya que en la tierra no ha tenido el descanso digno a sus letras, pero sí «Peregrina virtus in terris, in coelis ciuis».
Cantó y escribió Espinel,
para que le diese igual
la música celestial,
como la pluma el laurel.
Él se alabe, pues no hubiera
para encarecerle bien,
ni quien cantara tan bien,
ni quien tan bien escribiera.
Capellán
de vuestra merced,
Lope de Vega Carpio