Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Dirigida a Lope de Vega, su hijo”
Autor del texto editado:
Vega, Lope de (1562-1635)
Título de la obra:
Parte catorce de las comedias de Lope de Vega Carpio, procurador fiscal de la Cámara Apostólica y su notario descrito en el Archivio Romano y familiar del Santo Oficio de la Inquisición
Autor de la obra:
Vega, Lope de (1562-1635)
Edición:
Madrid: Juan de la Cuesta/Miguel de Siles, 1620


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Dirigida a Lope de Vega, su hijo


Mirando un día el retrato de vuestro hermano, Carlos Félix, que, de edad de cuatro años, está en mi estudio, me preguntastes qué significaba una celada que, puesta sobre un libro en una mesa, tenía por alma del cuerpo de esta empresa: «Fata sciunt». Y no os respondí entonces porque me pareció que no érades capaz de la respuesta. Ya que tenéis edad y comenzáis a entender los principios de la lengua latina, sabed que tienen los hombres para vivir en el mundo, cuando no pueden heredar a sus padres más que un limitado descanso, dos inclinaciones: una a las armas y otra a las letras, que son las que aquella celada y libro significan con la letra, que en aquellos tiernos años dice que el cielo sabe cuál de aquellas dos inclinaciones tuviera Carlos si no le hubiera, como salteador, la muerte arrebatado a mis brazos y robado a mis ojos, puesto que a mejor vida, dolorosamente por las partes que concurrían en él de hermosura y entendimiento con esperanzas de que había de mejorar mi memoria sobreviviendo a mis años, por la razón del curso de la naturaleza, orden sujeta a los accidentes de la vida.

Vos quedastes en su lugar, no sé con cuál genio, cuya difinición os dirán Pausanias y Plutarco cuando sepáis entenderlos: el uno en los Acaicos y el otro en la Vida de Bruto. Ni aun conozco la calidad de vuestro ingenio, que san Agustín tuvo por felicísimo al que nacía con él, como en el libro 4 de la Ciudad de Dios lo siente el santo; y fue opinión de Cicerón y de Aristóteles la ventaja que hace al arte la naturaleza, a quien afrenta Plinio pensando que la cultura de los artes se debe a la avaricia, que casi siempre es verdad cuando no las estudia el gran señor y príncipe, y aun entonces puede ser vanidad, y no virtud, como se ha visto en muchos.

Mas ¿para qué os persuado con autores cuando aún estáis en los primeros rudimentos de la lengua latina, cosa que no podéis excusar? Aunque, si hubiera quien os enseñara bien la castellana, me contentara más de que la supiérades, porque he visto muchos que, ignorando su lengua, se precian, soberbios, de la latina, y todo lo que está en la vulgar desprecian, sin acordarse que los griegos no escribieron en latín, ni los latinos en griego. Y os confieso que me causa risa ver algunos hombres preciarse de poetas latinos y, en escribiendo en su lengua, parecer bárbaros; de donde conoceréis que no nacieron poetas, porque el verdadero, de quien se dice que ha de tener uno cada siglo, en su lengua escribe y en ella es excelente, como el Petrarca en Italia, el Ronsardo en Francia y Garcilaso en España, a quien también deben sus patrias esta honra. Y lo sintió el celestial ingenio de fray Luis de León, que pretendió siempre honrarla, escribiendo en ella, como también le sucedió a fray Luis de Granada, después de muchos sermones que hay suyos en la lengua latina. En esta escribieron fray Fernando del Castillo, fray Agustín de Ávila, el padre Ribadeneyra, el doctor Mariana, y otros excelentes ingenios sus historias.

No os desanimo para que con menos cuidado estudiéis esta reina de las lenguas, tercera en orden a las del mundo, aunque más común que todas. Procuralda saber, y por ningún caso os acontezca aprender la griega porque, desvanecido, no digáis lo que algunos, que saben poco de ella, y de otras, por vendernos a gran precio la arrogancia de que la entienden: y por que no sepáis lengua tan engendradora de soberbios y que tan pocos pueden saber que la sabéis, que un catredático de griego, natural de Guipúzcoa, hallándose en su escuela de Alcalá asaltado de improviso de muchos señores de la corte, oró en vizcaíno delante de ellos y fue tenido por hombre insigne, hasta que un secretario de un príncipe, que era de la misma patria, deshizo el atrevido engaño diciendo que le había entendido. En una de aquellas famosas librerías de Sevilla pidió el padre fray Luis de León una Biblia, si acaso la tenían hebrea. Diósela el dueño, admirado de que la pidiese, y mucho más de vérsela leer en alta voz. Pero, llevando consigo un sobrino suyo, ingenio singular y en el mismo hábito, pidió otro cualquiera libro, si acaso le tenían en la lengua hebrea. Diole el librero los Psalmos de David, de maravillosos caracteres y impresión del excelente Plantino y, comenzando a leer disparates porque inoraba la lengua, entonces volvió fray Luis a reprenderle airado, a quien el sobrino dijo: «Déjeme vuestra paternidad, que para el señor librero tan hebreo es esto como esotro».

Vos me habréis entendido y, en razón de la inclinación, que fue el principio de esta carta, no tengo más que os advertir, si no os inclináredes a letras humanas, de que tengáis pocos libros, y esos selectos, y que los saquéis las sentencias sin dejar pasar cosa que leáis notable sin línea y margen; y si por vuestra desdicha o vuestra sangre os inclinaren a hacer versos (cosa de que Dios os libre), advertid que no sea vuestro principal estudio, porque os puede distraer de lo importante y no os dará provecho. Tened en esto templanza: no sepáis versos de memoria, ni los digáis a nadie, que mientras menos tuviéredes de esto tendréis más de opinión y de juicio y en esta materia, y lo que os importa seguir vuestros estudios sin esta rémora; no busquéis, Lope, ejemplo más que el mío, pues, aunque viváis muchos años, no llegaréis a hacer a los señores de vuestra patria tantos servicios como yo para pedir más premio, y tengo, como sabéis, pobre casa, igual cama y mesa, y un huertecillo cuyas flores me divierten cuidados y me dan concetos. Librareisos con esto de que os conozcan, que por la opinión de muchos es gran desdicha, y así tenía por jeroglífico un hombre docto de este tiempo un espejo en un árbol, a quien unos muchachos tiraban piedras, con esta letra: «Periculosum splendor».

Yo he escrito novecientas comedias, doce libros de diversos sujetos, en prosa y verso, y tantos papeles sueltos de varios sujetos que no llegara jamás lo impreso a lo que está por imprimir, y he adquirido enemigos, censores, asechanzas, envidias, notas, reprehensiones y cuidados, perdido el tiempo preciosísimo y llegada la «non intellecta senectus», que dijo Ausonio, sin dejaros más que estos inútiles consejos. Esta comedia llamada El verdadero amante quise dedicaros por haberla escrito de los años que vos tenéis, que, aunque entonces se celebraba, conoceréis por ella mis rudos principios, con pacto y condición que no la toméis por ejemplar, para que no os veáis escuchado de muchos y estimado de pocos. Dios os guarde.

Vuestro padre






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera