Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Dirigida a don Rodrigo de Tapia, caballero del hábito de Santiago”
Autor del texto editado:
Vega, Lope de (1562-1635)
Título de la obra:
Decimaquinta parte de las Comedias de Lope de Vega Carpio, procurador fiscal de la Cámara Apostólica y familiar del Santo Oficio de la Inquisición
Autor de la obra:
Vega, Lope de (1562-1635)
Edición:
Madrid: Fernando Correa de Montenegro/Alonso Pérez, 1621


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Información técnica





[17]

Dirigida a don Rodrigo de Tapia, caballero del hábito de Santiago


Todas las obligaciones de un caballero en materia de la espada son actos militares, y así les daba este nombre don Diego Ramírez, llamado el alanceador, a las acciones de una plaza, no inferiores a las justas y torneos de a caballo, antes bien de más gallarda osadía por la ferocidad del enemigo; que un caballero que en una justa acomete armado a su contrario, si bien lleva el peligro —de quien fue lastimoso ejemplo el rey de Francia, y se celebra con razón la censura de aquel hermano del Turco que dijo que «para veras era poco y para burlas mucho»—, no le tiene tan grande como esperando un toro. La destreza, ánimo y valentía con que vuestra merced acometió y rindió la fiereza del más bravo que ha visto el Tajo ni criado Jarama en sus riberas pareció a los ojos de su majestad, de sus altezas y de toda esta corte una acción digna de tales años, de tales ascendientes y de tales obligaciones que, acompañada de tales galas, me obligó aquel mismo día a provocar a las musas con envidia de otras plumas, si más ejercitadas, con menos obligaciones, que con mucho gusto suyo me dieron estos versos:

Don Rodrigo, transformado
en cielo, con más estrellas
—ojos de las damas bellas—,
Argos de amor desvelado,
en otro Pegaso alado, [5]
para que en igual conquista
terrestre foca resista
en la palestra del mar
de la corte, entró a cifrar
de un breve mundo la vista. [10]

Iba la Fama con él,
y él tan galán a su lado,
que con solo haber entrado
le dio su verde laurel;
la envidia siempre crüel, [15]
y más en la edad florida,
en un toro revestida
sale a buscarle tan loca
que la tierra apenas toca
donde ha de quedar vencida. [20]

El toro, como si fuera
la nave que viento en popa
trajo sin flores a Europa
y las dio a la primavera,
del sol en que reverbera [25]
recibe tanto calor
que tienta al brazo el valor,
pero el galán don Rodrigo
tuviera igual enemigo
si Júpiter fuera amor. [30]

La envidia, que al toro guía,
parte con golpe violento,
mas tanto perdió de aliento
cuanto tuvo de osadía;
midió la tierra y volvía [35]
los pies al cielo, con celo
de pedir que en su azul velo
como el otro signo esté,
pero, porque envidia fue,
no quiso admitirle el cielo. [40]

Porque cosa injusta fuera
que en su máquina estrellada
fuera figura pintada
siendo hazaña verdadera;
materia que el tiempo altera [45]
no es justo que solicite,
bronce al toro se permite
y a la envidia se concede
que esculpida en mármol quede
para que no resucite. [50]


En el diálogo tercero de la Filosofía de la destreza dijo Carranza, aquel insigne ingenio sevillano, que «todas las acciones de la naturaleza eran de una misma suerte». Agrádame este aforismo en razón de la valentía de la plaza y la que se conoce en la guerra, pues quien allí la muestra con argumento evidente nos declara la que tuviera en la campaña o en el mayor asalto. Para esto fue permitido este ejercicio, y así Ángelo Bargeo en el primero libro de su Cinegeticon, después que ha pintado los que pueden hacer gallardo para la caza un joven, dice:

Magnanimos, aut ille, unquam vitaverit hostes,
Infestasque vices, dubiique pericula Martis.


Pero en cosas tan conocidas vanamente se gasta la persuasión. Yo añadí este día mil aficiones a mi voluntad y, sobre las obligaciones de su casa, mil nuevos deseos de que en el mundo se conozcan. No quise que saliese esta Decimaquinta parte de mis comedias a luz sin ofrecer alguna a vuestra merced, como con grande atrevimiento las he ofrecido al señor Pedro de Tapia y a mi señora doña María Puente Hurtado de Mendoza, digna prenda de vuestra merced, a quien suplico admita mi voluntad y lea El ingrato arrepentido, que, aunque yo, porque no lo he sido, no puedo estarlo, quise dedicarle esta fábula amorosa por no remitir a otro lugar la memoria de mi obligación y la satisfación de mi deseo.

Capellán de vuestra merced,


Lope de Vega Carpio






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera