Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Al que leyere”
Autor del texto editado:
Zayas y Sotomayor, María de (1590-ca. 1660)
Título de la obra:
Novelas amorosas y ejemplares
Autor de la obra:
Zayas y Sotomayor, María de (1590-ca. 1660)
Edición:
Zaragoza: en el Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia, 1637


Más información



Fuentes
Información técnica





AL QUE LEYERE


¿Quién duda, lector mío, que te causará admiración que una mujer tenga despejo, no sólo para escribir un libro, sino para darle a la estampa, que es el crisol donde se averigua la pureza de los ingenios? Porque hasta que los escritos se rozan en las letras de plomo no tienen valor cierto, por ser tan fáciles de engañar los sentidos; que a la fragilidad de la vista suele pasar por oro macizo lo que a la luz del fuego es solamente un pedazo de bronce afeitado.

¿Quién duda, digo otra vez, que habrá muchos que atribuyan a locura esta virtuosa osadía de sacar a luz mis borrones siendo mujer, que en opinión de algunos necios es lo mismo que una cosa incapaz? Pero cualquiera, como sea no más de buen cortesano, ni lo tendrá por novedad ni lo murmurará por desatino, porque si esta materia de que nos componemos los hombres y las mujeres, ya sea una trabazón de fuego y barro, o ya una masa de espíritus y terrones, no tiene más nobleza en ellos que en nosotras; si es una mis-ma la sangre, los sentido; las potencias y los órganos por donde se obran sus efetos son unos mismos, la misma alma que ellos (porque las almas ni son hombres, ni mujeres), ¿qué razón hay para que ellos sean sabios y presuman que nosotras no podemos serlo?

Esto no tiene, a mi parecer, más respuesta que su impiedad o tiranía en encerrarnos y no darnos maestros, y, así, la verdadera causa de no ser las mujeres doctas no es defecto del caudal, sino falta de la aplicación, porque, si en nuestra crianza, como nos ponen el cambray en las almohadillas y los dibujos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los hombres, y quizá más agudas, por ser de natural más frío, por consistir en humedad el entendimiento, como se ve en las respuestas de repente y en los engaños de pensado; que todo lo que se hace con maña, aunque no sea virtud, es ingenio.

Y cuando no valga esta razón para nuestro crédito, valga la experiencia de las historias, y veremos por ellas lo que hicieron las que por algún accidente trataron de buenas letras, para que, ya que no baste para disculpa de mi ignorancia, sirva para ejemplar de mi atrevimiento. De Argentaria, esposa del poeta Lucano, refiere él mismo que le ayudó en la corrección de los tres libros de Farsalia, y le hizo muchos versos que pasaron por suyos; Temistoclea, hermana de Pitágoras, escribió un libro doctísimo de varias sentencias; Diótima fue venerada de Sócrates por eminente; Aspano hizo muchas leciones de opinión en las academias; Eudoxa dejó escrito un libro de consejos políticos; Cenobia, un epitome de la Historia Oriental, y Cornelia, mujer de Africano, unas epístolas familiares con suma elegancia. Y otras infinitas, de la antigüedad y de nuestros tiempos, que paso en silencio, porque ya tendrás noticia de todo, aunque seas lego y no hayas estudiado, y que después que hay polianteas en latín y sumas morales en romance, los seglares y las mujeres pueden ser letrados. Pues, si esto es verdad, ¿qué razón hay para que no tengamos prontitud para los [libros]? 1 Y más si todas tienen mi inclinación, pues en viendo cualquiera, nuevo o antiguo, dejo la almohadilla y no sosiego hasta que le paso.

De esta inclinación nació la noticia; de la noticia, el buen gusto; y de todo, hacer versos, hasta escribir estas novelas, o por ser asunto más fácil o más apetitoso; que muchos libros sin erudición suelen parecer bien en fe del sujeto, y otros llenos de sutileza se venden, pero no se compran, porque la materia no es importante o es desabrida. Esto es decir que el libro a que te convido puede servir por fruta entre otros platos de más sustancias, que está el gusto humano tan achacoso y con tanto hastío de ver las cosas que pasan en el mundo, que ha menester valerse de sainetes para quitar los amargores o para tragar los sobresaltos. No es menester prevenirte de la piedad que debes tener, porque si es bueno no harás nada en alabarle, y si es malo, por la parte de la cortesía que se debe a cualquiera mujer, le tendrás respeto. Las sátiras y las furias no se hicieron para los rendidos, sino para los soberbios. Quien tiene honra da lo que tiene; cada uno hace como quien es. Con mujeres no hay competencias: quien no las estima es necio, porque las ha menester; y quien las ultraja, ingrato, pues falta al reconocimiento del hospedaje que le hicieron en la primer jornada. Y así, pues no has de querer ser descortés, necio villano, ni desagradecido, te ofrezco este libro muy segura de tu bizarría y en confianza de que, si te desagradare, podrás disculparme con que nací mujer, no con obligaciones de hacer buenas novelas, sino con mucho deseo de acertar a servirte. Vale.





1. “hombres” en el original de 1637; corregido en segunda edición.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera