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Título del texto editado:
“Al discreto lector”
Autor del texto editado:
Zatrilla y Vico, José, Conde de Villasalto
Título de la obra:
Engaños y desengaños del profano amor
Autor de la obra:
Zatrilla y Vico, José, Conde de Villasalto
Edición:
Nápoles: Giuseppe Roselli, 1688


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AL DISCRETO LECTOR


Aunque con las razones que he ponderado en el prólogo de mi primero tomo juzgo haber dado bastante satisfacción a los escrúpulos de los mal contentadizos y que por no repetir lo mismo debo ser menos prolijo, como introduzco en este segundo las cinco academias que con particular desvelo he trabajado para mayor diversión de los curiosos, debo informar el ánimo de mi lector en todo aquello que puede causarle algún reparo, para que, satisfecho de la razón, conozca la que me asiste en lo que he obrado, puesto que, en los demás puntos ya discurridos, habrá de recurrir al primer prólogo.

En primer lugar, debo advertir y protestar que si bien la historia que describo es realmente verdadera, los nombres y apellidos de los sujetos contenidos en ella son supuestos, y así nadie entienda lo contrario, porque ni hay razón para creerlo, ni yo pudiera lícitamente hablar con poca candidez de gente tan honrada y de familias tan ilustres, cuando en ellas no cabe ni aun el menor desliz de los que se expresan en esta historia, sino que, habiendo de suponer nuevos nombres y apellidos, porque debo disimular los verdaderos, hube de fingir otros, valiéndome de los que se me ocurrieron a la memoria.

El referir tan por extenso los lances de don Luis con su dama ha sido para tener más campo de discurrir en lo moral de los documentos que propongo, siendo este el fin primario de esta obra, como porque con la interpolación de unos y otros lances fuese más divertida la leyenda, cebándose la curiosidad del lector en la variedad de los sucesos, sin que en el modo de expresarlos halle motivo que pueda causarle confusión.

Los asuntos de las academias los he procurado inventar lo mejor que he sabido, y como habían de ser problemáticos y discurridos a lo filosófico, he querido idearlos de capricho fundados en alguna historia o fábula de buen gusto y por parecerme que el rigor de la academia pide que las cuestiones se defiendan en forma silogística, he juzgado, si bien de esto no he visto todavía ejemplar, que podría lisonjear más el agrado de los ingeniosos con esta novedad, aunque no ignoro que me he expuesto a la contingencia de lo bien o mal que ha de parecer a los ojos de la común aceptación.

Los juicios que doy después de las cuestiones no es para que el discreto y docto lector deje de dar el suyo, que siempre será el más acertado, sino que, como uno y otro es trabajo proprio, y en esto no dejo ofendido a nadie, he querido dar solución a las dudas porque no les faltase esta circunstancia, a mi parecer esencial, habiendo ya supuesto en la academia presidente a quien toca el decidirlas.

El resumen y cotejo que hago de los argumentos es para mayor justificación del juicio y decisión que se les sigue, como porque, escusándole con esto al lector la fatiga de volverlos a leer, se los halla resumidos y al mismo paso cotejadas unas razones con otras, con que, sin que se canse, puede fácilmente dar la solución más adecuada y cuando esto le pareciere molesto, con escusarlo se libra de esa mohína.

Porque algunos poco leídos sé que han reparado que en las glosas de mi primer tomo hay redondillas que no son mías y juzgan que, por haberlas glosado vendo lo ajeno por cosa propria, debo satisfacer a este mal concepto, o errado juicio, con remitirlos a las obras tan justamente celebradas del Fénix de la poesía el Príncipe de Esquilache, y de otros autores antiguos y modernos donde hallarán que casi todas sus glosas son glosando copla ajena, así porque es más difícil glosar un concepto o pensamiento ajeno, como porque tiene más primor el decifrar lo que otro quiso epilogar en una copla que el formársela a su gusto el mismo que ha de glosarla, y por esta razón también en este segundo tomo he glosado coplas de diferentes autores, porque estoy cierto que esto no es culpable antes es muy plausible, digo en los que saben glosar con todo acierto y no con la impropriedad y desaliño que yo suelo.

Los enigmas que propongo y los demás asuntos sueltos que reparto en las academias no los he hallado ni visto en otro libro, y caso que me haya rozado con alguno, por no haber llegado a mis manos, no será tan gran delito cuando los ingenios suelen encontrarse en los discursos o en las ideas, y mientras no se hace con cuidado, merece disculpa.

Si alguno hiciese reparo en que los vejámenes son muy picantes y poco agudos, debe considerar que, como los sujetos que en ellos se vejan son supuestos y estos no pueden darse por ofendidos de los apodos y defectos que se les impone, pude dejar correr más libre la pluma sin incurrir en la nota de licencioso. Y si las agudezas no tienen toda aquella sal que se requiere, no tengo yo la culpa, porque nadie está obligado a dar más de lo que tiene, pues lo que Dios no quiso concederme no puedo yo manifestarlo, habiéndome dado genio muy poco inclinado a lo satírico y jocoso.

El haberme dilatado en los documentos de este segundo libro más que en los del primero ha sido por dos razones: una porque como en él hay muchos coloquios, y estos no pueden interrumpirse sin grave nota, es preciso que cuando hay lugar para la corrección me alargue más en ella y que, con lo agrio del desengaño, desvanezca lo deleitable de lo profano. La otra razón es que siendo mi fin principal el de reprobar el vicio, pues el proponerle por medio de esta historia es solo para que se conozcan con mayor evidencia los peligros y los daños que se le siguen, debo en este tomo, que es remate y conclusión de toda la obra, dilatarme en sus documentos por si puedo conseguir el pretendido fin de mi sana intención, aunque en esto, como en todo lo demás, haya de padecer la censura de ser juzgado por cansado y por molesto.

Porque me consta que algunos mordaces, solo porque son mal intencionados, no quedando satisfechos del buen fin y justos motivos que me obligaron a describir esta historia, han procurado malearme, juzgando por mal empleada mi fatiga en materia que tiene algo de profano, sin embargo que ha parecido a todas luces despreciable tan mal fundada censura, he querido, volviendo por mi decoro, citar a los más rígidos y escrupulosos censores como lo son los muy doctos y reverendos padres de la Compañía de Jesús, quienes con las aprobaciones que han dado a otras obras no menos profanas, ni más decentes que esta, califican y aprueban por bueno lo que aquellos pretenden desacreditar por malo.

El reverendísimo padre Juan Ignacio Castro Verde, predicador de su Majestad, no solo aprobó los autos que escribió don Pedro Calderón, pero aun elogió sus comedias profanas con singular expresión como es de ver por su docta aprobación, fecha en el Colegio Imperial a 10 de setiembre 1676.

El reverendísimo padre Manuel de Náxera, predicador de su Majestad y Catedrático de Políticas, aprobó sin reparo la traducción de los dísticos de Juan de Oven en idioma castellano por don Francisco de la Torre, como consta por su censura fecha en el mismo colegio en 3 de deciembre 1673.

Finalmente, dejando de citar otros muchos y graves padres que omito por no ser prolijo, el muy reverendo Padre Alonso Mexía de Carvajal, por comisión del provisor y vicario general de Badajoz, aprobó en el año 1684 una academia que se celebró en aquella ciudad y sin embargo que juzgó por muy profanos sus asuntos y poesías, dice que no solo merecen estimación y aplauso sino que deben ser imitadas, y porque las doctas razones en que se funda, al paso que son muy eruditas y discretas, convencen y reprueban la intención dañada de los Zoilos que con capa de buen celo pretenden deslucir esta obra por lo que tiene de profana, he querido, para mayor desengaño de los que fácilmente creen falsos oráculos y para calificación de la verdad, sacar en mi abono tan cristiana como desapasionada aprobación, poniéndola aquí al pie de la letra, para que, sirviendo de antídoto contra la vil ponzoña de los envidiosos y de fuerte escudo contra los más ocultos tiros de la malicia, logre mi inculpada inocencia, en la respetada autoridad de tan virtuosos y doctísimos hijos de la mejor Compañía, la más legal defensa, el más piadoso amparo y el sagrado más seguro.

APROBACIÓN DEL MAESTRO REVERENDO PADRE ALONSO MEJÍA DE CARVAJAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS, MAESTRO DE TEOLOGÍA MORAL EN SU COLEGIO DE BADAJOZ.


Por comisión y mandato del señor licenciado don Esteban de Rozas, canónigo de esta Santa Iglesia, provisor y vicario general deste Obispado, he visto la academia que compusieron en esta ilustrísima ciudad sus más nobles, sus más floridos ingenios que, opuestos a las vulgares costumbres de los que hacen cansada vanidad de su nobleza, saben redimir el tiempo (redimentes tempus) 1 de los agravios de la ociosidad, con que le manchan los que, degenerando de sí proprios, hacen blasón de su ignorancia y juzgan por afrenta del valor los discretos ejercicios del estudioso, como si el profesar la escuela de Aristóteles hubiese impedido a Alexandro el Grande hacerse señor del mundo, o en César no hubiese sido precioso engaste el unir a los vitoriosos trofeos de su espada los acertados rasgos de su pluma. En dos lugares, entre otros, pone el querubín (que es plenitud de ciencia) la Escritura: en el Paraíso 2 y en el Arca. 3 En el Paraíso defendiendo la puerta con la espada, en el Arca decifrando enigmas, enseñando como oráculo misterios, porque se hermanan de suerte la ciencia con el valor, la espada con la pluma, que es más valiente el más sabio y no es menos esforzado cuando ocupa su mano con la pluma que cuando pone en ella la espada.

Este dañoso error de la nobleza destierran con venturoso acierto los nobles ingenios que concurren a llenar con tan lucidas obras este papel, a componer de tan hermosas partes este todo. Y habiéndole leído con cuidado, no puedo dejar de dar repetidas gracias a quien concibe tan honrado pensamiento, como el darle a la estampa para utilidad común, pues cualquiera bien inclinado ingenio que le leyere, hallando tan primorosamente llenos los asuntos, tan elegantes los versos, tan bien elegidos los metros, tan numerosas todas las poesías y tan discreta la prosa, es forzoso que, admirando su primor, no desdeñe este ejemplar, no solo para la imitación de las obras, sino, lo que es más, para huir de la vana supersticiosa ociosidad, empleando el tiempo en la gananciosa ambición de las buenas letras: optimum imitationis genus eos æmulari, qui optimi –escribía el Príncipe de la Mirándula 4et peculiares eorum virtutes, quantum datur enancisci. Y sé que tiene la imitación sus términos, porque nunca puede llegar la copia a los primores con que está fabricado el original. Imitar a un pintor que es en su arte moderado es quedarse pigmeo, imitar al que es grande es quedarse en una medianía, imitar al que es superior es aspirar a ser grande y es tan superior cuanto contiene este papel que con razón puede quedar con vanidad el que le saca a luz de que pone un ejemplar que basta para hacer grande a cualquiera que llegare a la encumbrada elevación de imitarle.

Ninguno dará principio a la lección de estas obras que se contente solo con verlas una vez: tua enim omnia sunt eiusmodi –dezía el erudito Zenobio 5ut vel centies repetita, gratissima esse oporteat. Gusta el discurso siempre de la novedad. Obra en que siempre que se lee halla nuevos primores el discurso es digna de la inmortalidad y esto encontrará cualquiera que repitiere estas obras siendo disculpable ambición el sentir no ser solo en la posesión y que ande tan vulgar este tesoro, que con más razón merece este nombre el del ingenio que el del oro: ego enim ingenue fateor –dice el mismo hablando de un libro que había llegado a sus manos– quamquam inter nos sint, fratres, communia omnia, tamen ita libello tuo afficiebar, ut mihi soli illum vellem, neque penitus alijs habendum communem existimarem. Pero más discreto y menos interesado el que le da a la estampa toma el consejo del sabio de no condenar a la cárcel de su silencio unas obras que pueden servir para la utilidad y diversión de los que se preciaren de aficionados a las letras: sine fictione didici, et sine invidia communico, et honestatem illius non abscondo, infinitus enim thesaurus est hominibus. 6

Ya conozco que tiene este papel contra sí la materia de los asuntos, pero, quien sabe que no tiene más misterio que el de ejercitar los ingenios mira a lo bien que se escribe y no para en la materia. Esta diferencia hay entre el entendido y el necio cuando llegan a leer un libro. Dice el Beroaldo que el entendido atiende a la erudición: quæ recondita est, et clausa in litterarum interiore sacrario, in cuius vestibulo hærent homines male litterati. 7 El entendido deléitase en el concepto, el ignorante solo repara en la letra. Pasa aquel como lince a penetrar con la perspicacia de su discurso los primores ocultos en el objeto debajo de la cortina de una materia despreciable, quédase este como topo empleando su turbada vista solo en la corteza que es lo que entiende.

Ninguno culpó a Ovidio porque escribió los Metamorphoseos, ni las epístolas, pues como él escribió de sí:

Crede mihi mores distant a carmine nostro,
vita verecunda est, musa iocosa mihi.


Y, en otra parte, se hizo este epigrama a sí proprio:
Lasciva est nobis pagina, vita proba est.

No hay quien no alabe las virtudes filosóficas del divino Platón, y escribió versos amorosos:

Suavia dans Agathoni, animam ipse in labra tenebam;
Ægra etenim properans, tanquam abitura fuit.


La decencia en tratar aun lo que parece menos decente es gran prueba del ingenio. No pierde el sol porque toquen sus rayos en lugares menos limpios, la modestia en las voces disculpa la menos gravedad de la materia. En el libro el Génesis se tocan los amores de Jacob y de Raquel, el atrevimiento de Sichen con Dina, el estupro de Judas con Thamar. En los Números las deshonestidades de los hijos de Israel con las moabitas. En los Jueces las mal correspondidas finezas de Sansón con su ingrata Dalida. En el libro de Esther la numerosa profanidad con que Asuero se entregaba a los deleites. En los libros de los Reyes el adulterio de David, el incesto de Amón, el atrevimiento escandaloso de Absalón, las canciones amorosas de Salomón. En el libro de los Cantares los amores de Dios con el alma, no desdeñando Dios de pintar amores tan celestiales por los que infaman profanas plumas. No por eso son culpables los escritores sagrados, porque, aunque el contar estas cosas no fuera necesario para la verdad de la historia, en estos casos se atiende al fin del escritor sin parar en la materia. Y siendo la de los asuntos de esta academia indiferente, dada solo para ejercitar los ingenios y tocada con tan honesta discreción, con tan discreta decencia, no tendrán razón lo Zoilos que, sin pasar a descubrir el primor con que están llenos de metros, se cebaren en la materia sobre que se fundan los discursos: profecto sunt poetæ Amasij atque elegiographi –dice el Beroaldo– 8 quorum lepidiora poemata non sunt aspernenda neque pro argumento impudicitiæ sunt habenda. Y más abajo: poetis ludere versiculis amatorijs, et lascivire permittitur, nam ut inquit Catullus castum decet esse pium poetam. Como el fin no sea otro que el de ejercitar el ingenio, no siendo la materia claramente impura o con ánimo o con riesgo de provocar con los versos.

El jardinero diestro distingue las malas yerbas de las buenas, el estudioso entendido saca solo de la lección lo que es digno de imitarse: unde quæ imitanda sint depromere ac nobis proponere ad imitandum, quæ fugienda, sugere possimus, decía Diodoro. 9 Algo se ha de dar a la edad, no siendo malo lo que se permite. Ejercitarse la juventud en estos asuntos prueba que en edad más robusta se ejercitará en materia más seria. Así lo decía el Apóstol: cum essem parvulus, loquebar ut parvulus, sapiebam ut parvulus, cogitabam ut parvulus, quando autem factus sum vir, evacuavi quæ erant parvuli. 10 No es culpable la tierra que produce algunas espinas antes la misma fuerza con que arroja las malezas arguye que, labrada, ha de coronarse después de floridas abundantes mieses: animæ virtutis capaces –decía san Agustín– ac fertiles permittunt sæpe vitia quibus hoc ipsum indicent, cui virtuti sint potissimum accomodatæ. El mismo tiempo desengaña. Lo que gastó el juvenil ingenio en flores, lo suele ofrecer la madura edad en frutos, decía el poeta:

Scilicet ingenuas didicisse fideliter artes
emollit mores, nec finit esse feros.


Y la pluma que corre veloz la mocedad por asuntos indiferentes, la corta después la edad varonil para asuntos más heroicos. Es misterioso el ruido que formaban aquellos entendidos espíritus que se le representaron a Ezequiel: unas veces era un ruido de confusa muchedumbre (sonum multitudinis), otra era un apacible celestial sonido (quasi sonum sublimis Dei). El ruido en las plumas es significación de los aplausos, pero la diversidad de los aplausos denotaba la diversidad de sus empleos, porque las plumas que cuando se empleaban en cosas del mundo merecían el ruido de un general aplauso (sonum multitudinis), daban a entender que, dedicadas solo a las grandezas de Dios, merecían un aplauso celestial (quasi sonum sublimis Dei) . 11

Así espero que le tendrán los autores de este papel, eternizando su memoria en los siempre durables bronces de la perpetuidad. Esta grande excelencia halló en las obras del ingenio el doctísimo barón de Berulamio que no tienen los soberbios palacios o obeliscos que erige por memoria la vanidad, estos, cuya firmeza parece que está apostando duraciones con lo eterno, ha de consumirlos el tiempo, pero las obras del discurso que, trasladadas solo de la lámina al papel, parece que no tienen consistencia, duran siempre, a pesar de la tiranía del olvido, por más que quiera acabar con ella la envidia: quo spatio innumera palatia, templa, castella, urbes collapsa sunt aut diruta? Picturæ ac statuæ Ciri, Alexandri, Cæsaris, imo regum et principum multo recentiorum, nullo iam sunt modo parabiles, archetypa enim ipsa iam dudum confecta vetustate perierunt. Las imágines o estatuas de Ciro, de Alexandro o el César que, cuando vivían era corta margen el mundo para abreviar su grandeza, ya las consumió la polilla sorda del tiempo, pero las imágines de Homero, Virgilio, Lucano y otros perseveran eternas en sus obras, porque se esculpieron en ellas: at ingeniorum imagines perpetuo integræ manent in libris, nullis temporum iniurijs obnoxiæ utpote quæ iugem renovationem recipere possunt. Y antes había dicho: cum eo concludamus bono hanc disertionem de litterarum excellentia ad quod humana natura ante omnia aspirat, hoc est immortalitate, et æternitate.

No hay obra en todo el papel que no sea grande. Si quiero alabar la elegante gravedad, la numerosa cadencia, la conceptuosa armonía de la oración con que se da principio a la academia, me llama también el agudísimo vejamen en quien la suavidad y gracia de la chanza se toca con tan discreta ligereza que, en vez de ofender, agrada, en lugar de picar, deleita. Si alabo la introducción se quejarán de mí todos los demás, pues cada uno es digno de que se empleen las voces de la fama en su aplauso. Todo el papel es un cuerpo perfectísimo con un todo cabal en las facciones que le constituyen, que fue el modo más discreto que discurrió Séneca para encarecer una hermosura: quocumque miseris oculos, id tibi occuret, quod eminere possit, nisi in te paria viderentur. 12

Y por lo que toca a la obligación de censor no hallo en todo este papel cosa que desdiga de nuestra Santa Fe y buenas costumbres, una lección sí gustosamente indiferente que persuade al empleo dulce de las buenas letras, tan aborrecido de la juventud. Este es mi sentir, salvo etcétera. Badajoz. En este Colegio de la Compañía de Jesús. Enero, 20 de 1684.

Alonso Mejía de Carvajal


Amparado pues de este tan docto defensor, me persuado que ya podré vivir libre de la calumnia que hasta aquí injustamente he padecido, porque como esta no puede deslucirme sin que primero ofenda a los que con tan sanas y seguras doctrinas me defienden, o no tendrá osadía para emprender de nuevo mi deslucimiento, o, si lo intentare, experimentará con proprio daño su necio desacierto.

Últimamente, si más obstinados y tenaces que aquellos rabiosos perros que, cebados en morder la clava, pretendían despedazarla solo por verla tan gloriosa, quieren ver más real y más calificada prueba de su malvada envidia y de mi cándida inocencia, registren y vean las doctísimas aprobaciones de los ilustrísimos prelados y demás sujetos que gloriosamente coronan este libro y conocerán, si su ciego error no los deslumbra, que habiendo sido digna del patrocinio de tan ínclitos y esclarecidos mecenas, cuyas sabias censuras acallan toda mordacidad, no solo deben respetar lo que antes solían morder, sino que de obligación deben aplaudir lo que antes solían malear. Vale.





1. Nota al ladillo: [65]. S. Pablo ad Ephes. 5. 16.
2. Nota al ladillo: [66]. Genes. 3. 24.
3. Nota al ladillo: [67]. Exo. 25. 18.
4. Nota al ladillo: [68]. Ioan. Francisc. Pic. Mirandul. lib. 1. ep. 1.
5. Nota al ladillo: [69]. Ioan. Franc. Pic. Mirand. li. epist. ep. 5. Zeno. Acciarol. ep. ad Ioan. Franc. Pic.
6. Nota al ladillo: [70]. Sap. 7. 13.
7. Nota al ladillo: [71]. Phil. Beroal. Orat. in Geor. Virg.
8. Nota al ladillo: [72]. Phil. Beroal. Ora. de laud. amor.
9. Nota al ladillo: [73]. Apud Beroal. in enar. Tit. Liv. et Silv. Ital. contin. laudal. hist.
10. Nota al ladillo: [74]. 1. ad Corinth. 1. 13. 11.
11. 
12. Nota al ladillo: [76]. Senec.

GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera