Información sobre el texto

Título del texto editado:
“A don Diego Ramírez de Haro, Caballero de la Orden de Alcántara y Señor de Boornos”
Autor del texto editado:
Quintana, Francisco de (1595-1658)
Título de la obra:
Historia de Hipólito y Aminta
Autor de la obra:
Quintana, Francisco de
Edición:
Madrid: viuda de Luis Sánchez, 1627


Más información



Fuentes
Información técnica





[7]

A DON DIEGO RAMÍREZ DE HARO, CABALLERO DE LA ORDEN DE ALCÁNTARA Y SEÑOR DE BOORNOS


Loable ha sido en todos cuantos escritores la Antigüedad venera o la novedad admira elegir para sus escritos un héroe, cuya autoridad los ampare, cuya nobleza los ilustre y cuyo valor los defienda. Conforme a esta costumbre será dichosamente loable, oh nobilísimo señor, la elección que para los míos tengo hecha de la persona de vuestra merced, pues hallo a un mismo tiempo en ella quien los ampare, quien los dé honor y los asegure por su autoridad, por su valor y su sangre. De todo quedará copiosamente satisfecho el que atendiere a su nobilísima ascendencia, pues demás de traer su origen de aquel excelentísimo, nunca vencido y siempre ilustre alcaide de Madrid, su patria, Gracián Ramírez, es en cuarto grado nieto del esforzado, piadoso y noble señor Francisco Ramírez, general de la artillería en la conquista del reino de Granada, cuya fidelidad a su príncipe, el católico rey don Fernando, y cuyo aliento animoso publica hoy, aunque con mudas señas, la inexpugnable fortaleza de Salobreña, adquirida con su industria, regada con su sangre y encomendada a su esfuerzo, para que la guardase, alcaide cuidadoso, quien tantas veces se había aventurado en su conquista atrevido. De la facción con que, por su diligencia y cuidado, se cobraron las fortalezas de Cambil y Alhabar, están tan llenas las historias como la fama, para que unas y otra afirmen su valor y su esfuerzo. No ocultará el olvido las prevenciones y el desvelo con que dispuso la artillería en la conquista de Málaga. Y pues esto no oculta, tampoco podrá negar a la noticia común el ardimiento con que asaltó la primera torre, de dos que la puente de la ciudad tenía, para que esta se rindiese a su natural señor y aquella se añadiese al noble escudo de sus ilustres armas, con que tanta gloria ha poseído y poseen sus felices sucesores.

De Fernán Ramírez su hijo, que procreó a don Diego Ramírez, padre de don Luis Ramírez, a quien vuestra merced justísimamente reconoce obligaciones de hijo e imitaciones de valeroso, no he querido hacer largos encomios, si bien dignos de sus hazañas, así por no dilatarme demasiado como porque brevemente los verá vuestra merced con más valientes pinceles, más sutil mano y más delgada pluma en un libro que está para dar a la imprenta del licenciado Jerónimo de Quintana, rector del hospital que comúnmente se llama de la Latina, de quien vuestra merced es digno patrón, debiéndole estos siglos a la singular piedad, al generoso ánimo y a la insigne devoción de la señora doña Beatriz Galindo, camarera de la católica reina doña Isabel, en el mismo grado que el señor Francisco Ramírez, abuela de vuestra merced. Allí serán más vivos los colores, por ser trabajo de tres años ‒así conviene tal vez para que no sean las historias injurias de quien las escribe ni ofensas del asunto‒ gastados dichosamente en el conocimiento de la antigüedad, nobleza y grandeza de esta coronada villa de Madrid, para que se deba, como a los progenitores de vuestra merced, el ser fuertemente defendida, a su ingenio el ser con singular claridad y con precisa verdad conocida. Dejando, pues, a su pluma la famosa noticia de tan gloriosos ascendientes mi afecto, que es quien me persuadió elección tan cuerda y el crédito de lo que primero propuse, no me dejan pasar en silencio las prendas personales que al valor de vuestra merced hacen superiormente heroico. Bien sé que las alabanzas, cuando llevan mezcla de lisonjas, disuenan al oído de un ánimo generoso; mas estas yo fío que a nadie serán odiosas, pues son verdades tan manifiestas que ni la mala intención puede ocultarlas ni aun la envidia después de haberlas conocido las niega.

¡Oh cómo descubre los quilates de su grandeza la sangre noble! Pues vuestra merced, que pudiera entre las delicias de su patria pasar con el ocio las horas, llamado de su bizarro ardimiento, sin admitir el descanso, anda en servicio de su Majestad en su Real Armada, expuesto a varios peligros, deseando ocasiones de mayor merecimiento y cumplimiento ventajosamente con sus heredadas obligaciones.

El Brasil, donde fue siendo capitán de arcabuceros, publica que en caso de tanto aprieto las primeras armas que vieron los enemigos de Su Majestad fueron las que llevaba en sus manos don Diego Ramírez de Haro, no porque los demás que salieron mostrasen cobardía, sino porque suele causar adelantadas demostraciones la ligereza cuando se acompaña de la grandeza de ánimo. Allí tuvo tan grave peligro que todos sus amigos pudieron temerle muerto, a no desengañarse de que su valor es inmortal, pues aun habiendo caído en el suelo de un mosquetazo y no pudiendo levantarse a tomar satisfacción de los contrarios, olvidado del riesgo de su vida, cuidaba de esforzar y con razones alentaba a solos once soldados que de la escaramuza quedaron vivos, de los que iban debajo de su bandera y sujetos a su obediencia. Allí, entre la duda de su salud, se sentía justamente la pérdida de su persona, con mucha lástima de su juventud y alguna envidia honrada de sus merecimientos. ¡Oh cuántas muertes de fieras en el espacioso teatro de la corte pensó excusar aquel bárbaro con haberlo parecido él en la crueldad y fiereza! Mas el providentísimo médico quiso dar a vuestra merced salud para que no se malograsen las esperanzas que todos tenemos de verle con adelantamientos justos y mercedes copiosas del invicto monarca de dos mundos Filipo Cuarto, en cuyo servicio ha derramado tanta sangre felizmente, así por ser en defensa de la católica religión como por ser ayudando a las glorias de tal príncipe.

No me dilato en las generosas acciones de vuestra merced porque no parezca que pretendo reducir a tan corto número de razones, aliento y ejecución de hazañas que piden más fecunda elocuencia y más dilatada historia. Solo diré que en tal valor, tan ilustre sangre y tan digna persona tiene justo desempeño mi elección, seguro esfuerzo el temor que hasta ahora me ha detenido y saneado aliento mi ánimo para ofrecerle estos discursos, en que pinto un héroe adornado de las prendas que debe tener quien desea salir con felicidad de los peligros a que suelen ocasionar las pasiones humanas. Lección es, aunque escrita en pocos años y en los ratos que me permitió el ocio de mayores estudios, que podrá divertir a vuestra merced algunas horas. Yo, a lo menos, si con el don no hubiere igualado al deseo, con el deseo habré merecido que vuestra merced le reciba piadoso, le acepte cuerdo, le lea atento y le defienda advertido, mientras en más grave estilo logro los alientos de mi afecto, deseo los acrecentamientos de su estado y ruego a Dios por su vida para que en sus prodigiosas hazañas veamos el fruto que nos ha propuesto su airosa juventud, su noble ardimiento, su alentado valor y sus generosos principios.

De vuestra merced capellán, doctor Francisco de Quintana






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera