Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Lágrimas justas y piadosas ofrecidas en estos breves números y cadencias a las venerables cenizas del reverendo padre maestro fray Hortensio Félix Paravecino, orador evangélico de Su Majestad por Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, su grande amigo, el que más le amaba, el que más le debía. Y dedicadas a Gabriel López de Peñalosa del Consejo de su Majestad y su secretario de Estado de la augustísima casa de Borgoña. Silva”
Autor del texto editado:
Salas Barbadillo, Alonso Jerónimo de (1581-1635)
Título de la obra:
El curioso y sabio Alejandro, fiscal, y juez de vidas ajenas
Autor de la obra:
Salas Barbadillo, Alonso Jerónimo de
Edición:
Madrid: Imprenta del Reino, 1634


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Fuentes
Información técnica





[10]

LÁGRIMAS JUSTAS Y PIADOSAS OFRECIDAS EN ESTOS BREVES NÚMEROS Y CADENCIAS A LAS VENERABLES CENIZAS DEL REVERENDO PADRE MAESTRO FRAY HORTENSIO FÉLIX PARAVECINO, ORADOR EVANGÉLICO DE SU MAJESTAD

POR

ALONSO JERÓNIMO DE SALAS BARBADILLO, SU GRANDE AMIGO, EL QUE MÁS LE AMABA, EL QUE MÁS LE DEBÍA.

Y DEDICADAS A GABRIEL LÓPEZ DE PEÑALOSA DEL CONSEJO DE SU MAJESTAD Y SU SECRETARIO DE ESTADO DE LA AUGUSTÍSIMA CASA DE BORGOÑA

SILVA

Estas lágrimas justas y piadosas,
lloradas con poética armonía
al fin en triste verso, porque solo
debe llorarse en verso
la muerte del que fue segundo Apolo, [5]
a ti, ¡oh Gabriel!, envío,
porque seas esta vez protector mío.
Y no te pido nada que sea ajeno,
pues no hay acción más tuya
que amparar la piedad sin ser llamado; [10]
que como tanta copia de ella tienes,
tú eres el que te llamas y el que vienes.
Escucha, pues, que esta razón m[e] enseña
que te has de enternecer, aunque eres peña.
Oye y verás que fue, con horror tanto, [15]
de Hortensio el fin principio de mi llanto.
Canoras, cristalinas ciudadanas,
deidades fugitivas, transparentes,
sacras ninfas del Tajo,
aumentad hoy más fuentes a sus fuentes; [20]
vuestro llanto dilate más su imperio,
porque así juzgue el orbe que se encierra
en llanto no vulgar grande misterio.
Tema segunda inundación la tierra,
cualquier arroyo del terreno hispano [25]
crezca hasta competir con el océano.
Ninfas, el grande Hortensio es mortal sombra,
aquella ardiente luz la sitian nieblas
de las fatales últimas tinieblas.
¡Oh intempestivos hados, [30]
decid por qué con bárbara avaricia
tanto sol escondistes!
¿Por qué con tanta noche le ceñistes
al capitán heroico y elegante
de la luciente racional milicia, [35]
dejando sin caudillo tantas bellas
poéticas estrellas?
Huérfanas de su luz no resplandecen,
y ajenas de su lustre y ornamento,
por no parecer mal ya no parecen. [40]
Todo es horror el viento,
la tierra es toda espinas,
aquel padece calma,
y esta, vuelta cadáver sin el alma
de las rojas, fragantes clavelinas, [45]
inhábil, infructífera, no espera
ser la madre común como antes era.
Mas no es mucho se llore tan desnuda,
si daño igual padece la oratoria
sin su amena, cultísima elocuencia. [50]
Río de tanta copia y afluencia,
¡cuánto con ella se hizo poderoso!,
¡cuánto con ella majestuoso y grave!,
¡cuánto dulce y süave!
Con la voz, con la acción tan imperioso, [55]
que aun a lo irracional, a lo insensible
de su valiente espíritu, un aliento
inspiraba discurso y movimiento.
Su doctrina ¡qué luces no ilustraron
de los sacros doctores! [60]
Siempre la del angélico seguía,
y aunque con osadía bien gallarda,
penetrar quiso todas las esferas;
en mayor vuelo estaba más seguro
con tal ángel de guarda, [65]
sin ponerse más alas que su pluma,
que, por ser pluma de ángel, todo cielo
es más natural de ella el mayor vuelo.
Al fin de la gran reina de las ciencias
mucho vio de lo arcano y misterioso, [70]
y de aquellas que de ellas son esclavas,
y en su comparación ciencias vulgares.
Las que tanto admiró la gente ciega,
las dos erudiciones,
la latina después, y antes la griega, [75]
de estas ¿cuál ignoraba?
Aquella luz y guía de los reyes,
árbitro de la paz y de la guerra,
política imperiosa,
justa, si no procede cautelosa, [80]
jamás dejó de estar a su obediencia,
que, a su virtud rendida,
era más servidumbre que no ciencia.
Mas la sabia censora de costumbres,
que es toda resplandores, toda lumbres, [85]
moral filosofía
en él como en espejo se veía,
sin padecer mudanza en su semblante:
siempre fiel, siempre igual, siempre constante.
Este, pues, de las artes y las ciencias [90]
epílogo ingenioso,
en todo singular y prodigioso,
ya es polvo y sombra triste,
que el que antes vistió sol, noche se viste.
Esto el cadáver, que la grande y bella [95]
alma inmortal, espíritu sagrado,
espíritu triunfante y victorioso,
ya vive el reino de la luz hermoso.
Ya no teme los siglos inconstantes
en la ciudad viviente, [100]
donde es eterno el sol, eterno el día,
cuya perpetua luz continuada,
fija y constante sin moverse un paso,
ni vio al oriente, ni verá al ocaso.
¡Venid, oh ninfas, pues, y coronemos [105]
su sepulcro con rosas y con flores!
¡Traed los canastillos!
¡Traed las manos llenas
de lirios, de jazmines y azucenas!
Y para más decoro, [110]
¡corónenle también rojos claveles!,
que ya que no vistió púrpura vivo,
de que bien digno fue varón tan sabio,
en parte vengaremos el agravio
cubriéndole de púrpura fragante, [115]
que, aunque es menos radiante
que la púrpura real y la sagrada,
menos luciente, rica y majestuosa,
al olfato es más grata y más preciosa;
y para los sepulcros son mejores [120]
que los ricos adornos los olores.
Mas, ¡oh trágica lira!,
suspendamos el llanto
y en solo un día no lloremos tanto,
que en muerte de un varón tan eminente, [125]
de toda erudición claro lucero,
no se ha de pasar sol sin agua mía,
siendo, para mi noche, el mejor día.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera