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Título del texto editado:
“Prólogo”
Autor del texto editado:
Izquierdo de Piña, Juan
Título de la obra:
Segunda parte de los casos prodigiosos
Autor de la obra:
Izquierdo de Piña, Juan
Edición:
Madrid: viuda de Alonso Martín, 1629


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PRÓLOGO


No pudiera haber dado principio al Discurso de la pura y limpia concepción de nuestra Señora la Virgen María, Madre de Dios sin culpa de pecado original –que ya se imprime–, si no le hubiera estudiado en uno de los mayores devotos, que esta divina Señora tiene, acérrimo defensor de su pureza sin mancha, el reverendísimo P. M. F. Hortensio Félix Paravicino, predicador de su Majestad y segunda vez provincial de su orden de la S. S. Trinidad, imitador único del sutilísimo Scoto y no menor amante, mi acreedor le confieso de la imitación que pudo mi desvelo haberle penetrado por el Fénix de este siglo, bien conocido Scoto Sutil. El sujeto es excelente; admíranle los ingenios por único y peregrino, como el sol y el fénix de Arabia Félix, en quien parece haber anticipado el cielo la gracia y sutilísimo ingenio, si cuando había de comenzar a leer, discípulo niño en la escuela, leía ciencias maestro, presumidas por esto infusas en la Universidad insigne de Salamanca, ofrecidas por la feliz memoria, más aparecidas que estudiadas. La gramática, retórica, artes, física y metafísica más pareció haberlas enseñado que aprendido. Con tal vuelo pasó por las aulas y generales, que imitó a Mercurio en lo volante, si al planeta Saturno en lo profundo. En la sagrada teología fue asombro de únicas inteligencias, almas y luces de sus pensamientos. Los Tomases, los Agustinos, los venerados, los demás clásicos, la ciencia y sabiduría de Aristóteles y Platón, los poetas y autores de las letras humanas se hallaron entendidos y lisonjeados en lo que escurecieron y quisieron desaparecer, cuyos conceptos y sentencias en lo más útil y verdadero escolástico y práctico se admira a las luces de este sol resplandeciente sin estorbo, nubes, ni eclipses. Gloriosa y triunfante se hallaba la Universidad que si de pocos años el Fénix le daba cuidado de los pocos que le avía de lograr, por haber dado sin intempestivo y prodigioso a los estudios, y haberle graduado en todas las ciencias que profesó, en mucho menos de la mitad del tiempo preciso a los estatutos y decretos de los cursos y exámenes para los grados.

Inútil parecía, sino a ser maestro, su asistencia ya en la Universidad, de donde le robó su religión por riquísimo tesoro, honor y amparo suyo, pero no a vista de sus colegios, maestros, discípulos y claustro, a quien debía tal amor y respeto, que le dieron los intempestivos grados, debidos a ser octava maravilla, sin derechos, ni propinas, India oriental le reconocieron de celestiales dones.

A su convento en la corte del mayor monarca fue traído, conocido a la primera luz, y como en aquella ciudad los grados, así en su religión los oficios de ministro y provincial primera y segunda vez, admiraba predicando tan en su infancia a cuantos le oyeron. Lo sutil, las elegancias y novedades no imaginadas lograban el más eminente lugar cuando el rey don Felipe tercero nuestro señor, que Dios tiene en el primero sermón en día de cortina, le hizo su predicador, que lo mismo hiciera el pontífice si le oyera, por no defraudar a Italia de su ingenio a no ser el mayorazgo de la insigne, más que Nápoles, bella Madrid, por sol de su Oriente, no lo permitieran hermano, ni deudos, sino en su casa itálica ilustrísima.

Predicador era el señor rey don Felipe tercero con más sermones en la capilla de los precisos, en las mayores festividades, donde ha enseñado cómo se debe tratar lo elegante y más superior de la lengua española, y a quién debe las indianas riquezas de sus voces, ilustres frasis, locuciones y exornación.

Sucedió en el mismo oficio por nueva elección del señor rey Felipo IV, monarca de los dos mundos, por la intempestiva muerte del que los admiró en santidad y gobierno, de cuyas alabanzas gloriosas, y de la serenísima reina señora nuestra doña Margarita de Austria, le tocaron por elección real oraciones fúnebres, que hizo peregrinas y portentosas declaraciones y desvelos de lo sagrado, a muchos fugitivo hasta la sutileza de sus pensamientos: las dulzuras bernardas, las almas lucientes de los misterios, las ideas en el coral de su mira se admiran y aman.

Traía orden el ilustrísimo señor cardenal legado don Francisco Barbarino y nepote de su santidad Urbano VIII, con su ingenio, como el oficio divino de oír en la corte del monarca español un predicador, y fue el que le predicó los sermones que oyó, admiración suya y asombro de sus romanos, que a poder, como su religión de la Universidad, le robaran de su casa para la joya más preciosa de la ilustrísima del conde de Sangra su hermano, también honor de Italia, y a sucesor del gran cardenal Paravicino su tío. Reconociole el ilustrísimo señor legado, mayor que su fama con los favores y mercedes que le hizo, si menores que su voluntad.

Los grandes príncipes, señores y caballeros, lo sutil y de mayor inteligencia para calificar sus créditos y abonos, oyéndole se gradúan, si viene a ser, no próspera fortuna, no le haber faltado a un sermón en veinte y dos años en Madrid los que le oyeron el primero, por no se poder valer de lo que otros con oyentes nuevos. Admira el predicador que le oye. Un lúcido ingenio, oyéndole una de las oraciones fúnebres, quedó tan cobarde que propuso no le oír más por no desahuciar las oraciones fúnebres. Filomena eleva a las otras aves por toda pluma y voz de harmonía dulcísima. No prosigo que de la menor excelencia suya pudiera en libro de más hojas que tienen los árboles de las selvas y bosques y que han visto Marte y Belona en las guerras.

La razón, no el amor, dio principio a lo que proseguiré de intento. Esta breve demostración es en crédito de haberle hurtado, sino el ingenio imposible, como al firmamento sus estrellas, los amagos, que como el sol enriquece lo que mira; lo sutil, crespo y airoso de su ademán gallardo y único solo puede imitarlo el dueño también para acreditar el Discurso de la pura y limpia concepción, que habiendo procurado seguir en parte sus huellas, lenguaje de la más valiente pluma de oro con voz de cisne y harpa de sirena, viendo en el principio el nombre del Fénix, honor de los dos mundos y de este su por el dichoso siglo también de oro, no se debe temer ceño, ni censura de la envidia, ni de la ignorancia quedando triunfante la sabiduría, como la paz en el reino de Salomón, de que no dejó copia el divino pincel, como el suyo no he hallado, aunque atento el oído a los ingenios de España, muchos. En las salutaciones de los sermones, nunca en el artificio, novedad, invención y modo peregrino han parecido tan angélicas las no propias. De esta Segunda parte de casos prodigiosos no desdice lo referido del reverendísimo P. M. F. Hortensio Félix Paravicino.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera