Título del texto editado:
“Aprobación del reverendísimo padre maestro fray Manuel de la Gándara Cossío, lector jubilado, predicador de su majestad y comendador del convento de Nuestra Señora de la Merced, Redención de Cautivos, de la ciudad de Burgos”
Título de la obra:
Carta laudatoria a la insigne poetisa la señora soror Inés Juana de la Cruz, religiosa del convento de señor San Jerónimo de la ciudad de México, nobilísima corte de todos los reinos de la Nueva España.
Aprobación del reverendísimo padre maestro fray Manuel de la Gándara Cossío, lector jubilado, predicador de su Majestad y comendador del convento de Nuestra Señora de la Merced, Redención de Cautivos, de la ciudad de Burgos.
Del mismo
mineral
donde se pegó a España la codicia viene hoy embarcada a España la discreción, en vena más abundante que las del oro de aquel país, quienes solo concurrieron a este libro para que formase
don
Francisco Álvarez de Velasco Zorrilla con caracteres de
oro
las cláusulas que otros escribieran con vulgar tinta. Murió aquel monstruo de América antes que naciesen en nuestro mundo estos
versos
laudatorios,
y el autor debió de quedar heredero forzoso de su
pluma,
o se valió del eterno sueño de esta
portentosa
mujer
para
robársela
con traición
decorosa,
adelgazando sus puntos, elevando sus vuelos y trocando la carta laudatoria en epitafio de gala, que fuese resunta de aquel gran espíritu, vida de sus cenizas y cabal lámina de todos sus lucimientos, que, colgada en el templo de la fama, firmase y afirmase que nuestro don Francisco escribía para la
eternidad.
Solo en la competencia pueden ser desabridos tan divinos escritos, porque, si fuese posible presentarlos a la censura del espíritu que alaba, en vez de gratitudes, suscitara
envidias
en la difunta; y así hace bien en callar en la obra el que este sol yace, porque no conoce el mundo la falta de su pluma, quedando en él la de un autor que notoriamente la mejora; con sus rasgos queda
ilustrada
no solo la heroína, sino nuestra España, que, habiendo dado claro solar y
esclarecida
sangre a nuestro don Francisco, cobra con usuras este empréstito, recibiendo en
ingenio,
en viveza y en
peregrina
poesía lo que prestó en estirpe.
Empeñose el autor en tanto
asunto,
inclinado a las recomendaciones de la fama, que, poniendo infinitas aprobaciones a los libros de la madre, deja desarmada la sospecha de que nadie presuma que en este libro echó borrón la lisonja. Alguna cláusula dictaría el amor a la patria, tan justamente engreída de haber dado al mundo tan prodigiosa
mujer,
que con razón pudo juzgar que el último renglón de sus obras cerró el paréntesis de la ignorancia, injusta poseedora por dilatados siglos de los delgados ingenios de la América, y que con la tinta que le sobró irá escribiendo vítores la
posteridad.
Prefiere en la obra lo
conciso
a lo difuso, añadiendo de alma lo que quita de cuerpo; que, aunque es arte fácil para que crezcan los libros el regarlos con más tinta, también es experiencia conocida que, si es mucha la inundación de este licor, en vez de fecundar, mancha. Retiro la pluma, lastimado de que tan culto
verso
se halle con precisión de tener por fachada tan basta y desaliñada prosa, y protesto que no hallo en este libro cosa que sea contra dogmas sagrados, cánones, concilios o regalías del reino. Así lo siento, salvo meliori. En el convento de la Merced de Burgos, a 20 de enero de 1703.
Fr. Manuel de la Gándara Cossío.