Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Carta que escribió el autor a la señora soror Inés Juana de la Cruz”
Autor del texto editado:
Francisco Álvarez de Velasco Zorrilla
Título de la obra:
Carta laudatoria a la insigne poetisa la señora soror Inés Juana de la Cruz, religiosa del convento de señor San Jerónimo de la ciudad de México, nobilísima corte de todos los reinos de la Nueva España.
Autor de la obra:
Francisco Álvarez de Velasco Zorrilla
Edición:
s.l.: s.i., s.a.[h. 1703]


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CARTA QUE ESCRIBIÓ EL AUTOR A LA SEÑORA SOROR INÉS JUANA DE LA CRUZ


Muy señora mía,

pues el afecto con que venero a vuestra merced me hace atropellar por los peligros de necio, súframe cansado su discreción, que no es menos gloria de esta que, cuando toda la sabiduría vive ocupada en sus panegíricos, entre también la ignorancia a querer alternar en sus elogios. No solo convida el mayor poeta para los divinos a las supremas inteligencias, a los hombres y a las aves, sino también a las bestias, y no solo quiere que se canten a las cifras del órgano y acompañamientos de la cítara, sino al indocto y fácil compás de los tímpanos; porque, para aplausos grandes, como los instrumentos más artificiales hacen su música, también los pastoriles adufes. Si, como alumbra, el sol raciocinara, creo que se mostrara más halagüeño con la chicharra que ronca le saluda que con la lechuza que esquiva le desdeña. Ave es esta de Minerva; acertaron en errar los que se la consagraron por divisa, pues para timbre de una deidad fabulosa el blasón debe ser el símbolo de una sabiduría fingida, que con más propiedad lo es de una aciaga tristeza: Sicut Nicticorax in domicilio; ; pues, parcial con las sombras, quiere con un retirado silencio remedar el garbo de la cordura, porque, no teniendo vigor en los ojos para cocer ajenos resplandores, se le indigesta la claridad en la vista. ¡Oh, qué de estos hay que con una melancolía parecida a la prudencia saben contrahacerse oráculos con desdeñar presumidos las luces, o porque se ciegan con ellas o porque no pueden sufrir que haya cosa que los alumbre! Que hay genios ranas que esperan a las ausencias del sol para hacer voces de los gritos y festejar con ellos las tinieblas. No digo esto por que piense que puede haber alguno de tan relajados antojos de ignorante que se atreva a fingir manchas en el sol; sí porque me hallo como quejoso de que todos los sabios no vivan solo empleados en celebrar el nombre de vuestra merced. Por esto yo, ya que no puedo entrar a hacerlo en este coro con los maestros y dulces jilgueros que con tanta armonía han acreditado la suya en estas músicas, quisiera, como impertinente chicharra, siquiera tener tan penetrantes los gritos, que en celebración de vuestra merced alcanzara con ellos a los oídos de todo el mundo. Verdad que acreditara la mía si como sé desear tuviera poder para conseguir, pues es cierto que, fuera de la innata inclinación que he tenido siempre a ese reino, a ser menos las distancias y mis cadenas, rompiera muchas por ir a esta gran corte a que lograran los sentidos de aquella fruición que en los escritos que han llegado a esta de vuestra merced gozan alegres las potencias, para que así no estuviesen los ojos y los oídos tan celosos de la que logra el entendimiento por el especial privilegio que tiene de poder gozar sin ver. Sabe vuestra merced que, como refiere san Jerónimo en la Epistola ad Paulinum, Pitágoras peregrinó desde Calabria a Menfis por conocer los filósofos que allí estaban; Platón, desde Atenas a Egipto para oír a Arquita[s] tarentino, y Apolonio francés, hasta la India por beber de la doctrina de Hiarca[s], que gozaba la primer cátedra entre sus bracmanes; conque no será ponderación poética el decir que con más razón que estos, aunque tan inferior a ellos, peregrinara por muchas tierras y navegara por muchos mares por alcanzar la dicha de ver a vuestra merced, y que en su presencia lograra la mía ver puesto mi rendimiento en ejercicio, si no tuviera otras mayores dificultades que me lo imposibilitan. Por ver a Tito Livio dice con elegancia el santo que iban muchos de los últimos confines del mundo, y que a los que no llevaba Roma con su fama arrastraba este varón con la suya, para que, hallándose dentro de esta gran ciudad, buscasen y hallasen en ella otra cosa mayor que Roma. Muchas ansias, como he dicho, he tenido siempre de ver esa gran corte, que la juzgo en todo metrópoli y cabeza de nuestras Indias; pero hoy con tanta más razón cuanto es más noble el objeto de estos deseos, reconociendo que con vuestra merced hay hoy en México una cosa mucho mayor y más admirable que el mismo México. Mas, como no basta un saber desear tan hidalgo para merecer dicha de tan alto precio, desahógome solo con quejarme de mi fortuna, que, doblándome las prisiones de impedimentos, me inhabilita de aspirar a esta; y a la verdad, o habían de vivir sin deseos los amantes tan puros como yo, o no habían de encontrar en ellos dificultades aquellos en quienes, concibiéndose el amor en la razón, es, más que de la voluntad, hijo del entendimiento; con ella y con el limitado mío, amo y venero a vuestra merced. Y si a la honrosa vanidad que tuviera la de mi buen gusto en su correspondencia y letras llegara a merecer, embebida en ellas, la gloria de muchos mandatos suyos, era todo cuanto a falta de su vista podía desear mi veneración. Dios me lo conceda, y a vuestra merced con muchos años de vida, la salud y felicidades que, por interés propio, para blasón y honra nuestra, debemos desear todos los indianos. Santa Fe, octubre, 6, de 1698.

Muy señora mía.


Besa las manos de vuestra merced su más rendido y afecto servidor.


Don Francisco Álvarez de Velasco Zorrilla.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera