Título del texto editado:
«Aprobación de don Pedro Miguel de Samper, ciudadano de la ciudad de Zaragoza y Cronista de su Majestad en el Reino de Aragón»
APROBACIÓN
DE DON PEDRO MIGUEL DE SAMPER, CIUDADANO DE LA CIUDAD DE ZARAGOZA Y CRONISTA DE SU MAJESTAD EN EL REINO DE ARAGÓN
Por
orden
del ilustre señor don Gregorio Xulve, del Consejo de su Majestad y asesor de la General Gobernación del Reino de Aragón etc., he visto un
libro
intitulado
Ramillete de flores poéticas
del
doctor
don José Tafalla y Negrete. Y, aunque por ley de la cortesanía se convierten ya en
panegíricos
las que antiguamente comenzaron con el rigor de las censuras, y por ese general estilo y particular
afecto
que tuve a este autor podría parecer sospechoso mi dictamen, la grandeza de aquel ingenio, bien calificada en sus obras, certificará que su
alabanza
es más deuda a la justicia de su merecimiento que ceguera de la pasión ni afectada ceremonia del uso; y así, juntándose la discreción de este libro con la
amistad
que profesé a quien lo compuso, puedo decir de él lo que de su
Stilicon
dijo
Claudiano:
Nam mihi conciliat gratas ímpetus aures
Nam mihi conciliat gratas ímpetus aures
Pero, siendo la
poesía
una belleza tan desgraciada que es necesario estar
abogando
siempre por ella, ha llegado el mundo a tal estado que, o por estragado el apetito con la copia de tan deliciosos manjares, o por mal acondicionado con los achaques de viejo, sin bastarle las sentencias que en el tribunal de la razón ha obtenido, ha dado en
condenarla
sin más delito que haber nacido hermosa, juzgando que su luz es la Venus del alma, a cuyo esplendor se queman los ingenios inútilmente las cejas, como al fuego material sus alas las mariposas, enajenando las potencias que pudieran servir en beneficio de las repúblicas. Y para que esta condenación tenga de más rigurosa todo lo que sube a ser más previsiva, concediendo que esta habilidad es gracia el tenerla, asienta por culpa ejercitarla como si sin ejercitarla pudiese ser dable el tenerla.
Aun se reconoce la poesía castellana más agraviada de la
severidad
de los españoles que la que habla en otros idiomas, pues, sobre que todos se valen de la latina para adorno de declamaciones jurídicas y aun evangélicas, y apenas hay empeño público de los de mayor seriedad a que no salga, contribuyendo con sentencias, con reflexiones y con moralidades, siendo la castellana tan poderosamente rica en todas y tan legítimo parto del entendimiento como las demás –y puede ser que más fecundo–, no tiene voz sino en
privadas
conversaciones, viviendo como hija bastarda
retirada
entre la familia, no habiendo rigor que conspire a devorar a esta beldad oprimida de sus infelicidades. Pero esta Andrómeda a quien el desprecio le sirve de Perseo con el dragón del vulgo, rotos los lazos con que imagina aprisionar la ignorancia, vuela libre por interminables horizontes para enriquecer el universo cada día con nuevos conceptos, primores y agudezas, sin cuya preciosa argentería quedaría el mundo moral como el natural sin flores y sin estrellas, siendo aquellas la última mano con que en lo racional ha iluminado a esta gran fábrica el Supremo Arquitecto.
No obstante, no basta ese
deleite
para su estimación si no se halla la
utilidad
y la
decencia
que son las tres partes de que ha de constar la bondad, como dice el
Filósofo,
pero en orden al provecho que de la poesía logra el mundo. Después de haber alegado mucho,
Ovidio
concluye diciendo:
Ovid. Lib. 3. Adde quod in infidie sacris, è vatibus absunt,
Art. Amandi & facit ad mores ars quoque nostra bonos
Y si por ser poeta lo recusaren, por cómplice en el mismo delito oigan a
Quintiliano,
que, habiendo también soltado en su patrocinio los diques al mar de su elocuencia hablando en general de los poetas con claros convencimientos de su
utilidad,
entre otros
(Quintil. Lib. 1) dice: Quibus accedit non mediocris utilitas cum sententÿs eorum, velut quibusdam testimonÿs, que proposuere confirment.
Prosigue la
apología
con el ardimiento y la razón que acostumbra, y porque así de este autor como de otros muchos son tantos los apoyos que por tan altamente doctos han pasado a ser vulgares, sería por lo mismo pueril ambición el traer sus erudiciones, y cuando ninguna hubiese no se ha dudado hasta ahora la
enseñanza
que se encuentra en los poemas, y, aunque la misma se halla en otros libros, no tienen el
deleite
que engaña a la molestia del
estudio.
Y como el alma, por descender de solar tan nombre, se dedigna de la servidumbre del trabajo, es destreza grande hacer de suerte que ella misma se aprisione por la lisonja de ser en cadenas de oro, de donde saca la
utilidad
que ignoraba.
Bien grande es la que encierran estas
poesías
de
don
José Tafalla, pues, no siendo inferiores a los énfasis
heroicos
de
Góngora,
a las dulces
suavidades
de
Lope,
a las provechosas
moralidades
de los Leonardos, a la
propiedad
de frases de Ulloa, a los profundos conceptos de Solís, a las
saladas
discreciones de Montoro, ni a los vivos
picantes
de Quevedo, brilla con una
especial
gracia que no se encuentra en los otros, calificándole en su entendimiento lo que de todos dijo un discreto: que eran muy parecidos en el discurrir a los santos confesores en el obrar, haciéndose singulares por el camino que eligieron para el ejercicio de las virtudes. Y por ese motivo nuestra madre la Iglesia de cada uno canta:
non est inventus fimilis illi,
porque sin agravio de los demás ganan por la
singularidad
y excelencia del rumbo el renombre de únicos. Así, don José Tafalla, imitando en lo universal a muchos, juega con tal arte sus
agudezas,
que, sin parecer a ninguno, se hará en el templo de la
fama
acreedor de tantos laureles como tuvieron todos.
Una de las calidades de los poetas debe ser no hacer
estimación
de sus obras y, por eso, don Antonio
Solís,
no negando que hacía versos, dijo «Pero no hago de ellos caso, que es la disculpa de hacerlos»; y don José Tafalla fue tan en extremo
despreciador
de lo que hacía, que no solamente
no
aspiraba a la perpetuidad de su nombre con el beneficio de la
prensa
, pero ni le merecieron sus poesías la ligera solicitud de guardarlas, porque daba hasta los
borradores,
pues de muchas puedo ser testigo, y esa
excelencia
de su grandeza de ánimo ha sido perjudicial ahora a los que deseamos el
aplauso
de su entendimiento peregrino. Conque, perdidas muchas por el descuido de la ignorancia de algunos y
ocultas
avaramente no pocas por el cuidado del conocimiento de otros, ha sido preciso poner las que se han hallado, en que no dejará de haber tal o cual de la primera edad que no
igualará
al mérito de su autor por no haber día el más sereno que no comience por crepúsculos sus resplandores; pero en todas se hallará no menos que la
utilidad
y el
deleite,
la
decencia
también, no habiendo asunto, concepto ni voz que no convenga a la
pureza
que prescribe la razón, por quien se puede decir lo que de aquella mujer quien, refiriendo
Ovidio
sus perfecciones y singularmente que su modestia correspondía al alto grado de su hermosura, dijo de ambas:
Nec te cupiar ledere, rumor habet
, porque no encontrará aquí ápice la más perspicaz malicia que contradiga a las calidades de la bondad, y de esta suerte no puede oponerse a las regalías de su Majestad –Dios le guarde–, ni dejar de salir a la luz
pública
para que estas
Flores poéticas
gocen –a pesar de lindas– de la inmunidad de eternas. Y cuando por la condición de humanas lleguen a padecer la pensión de caducas, durarán
veneradas
todo el tiempo que dure haber ingenios.
Así lo siento y compañía, Zaragoza y mayo 8 de 1706.
Don Pedro Miguel de Samper
Cronista del Reino de Aragón.