Título del texto editado:
"Fray Juan de Arenas, prior del monasterio de San Agustín de la ciudad de Segovia, al lector".
Fray Juan de Arenas, prior del monasterio de San Agustín de la ciudad de Segovia, al lector.
La corrupción de costumbres de los miserabilísimos tiempos que alcanzamos, tengo para mí, se puede poner a cuenta de la lección tan recebida de los libros
profanos,
que el vulgo llama de humanidad, los cuales, aunque son bien permitidos, unos para
recreación
y alivio de cuidados y otros para curiosidad y
ejercicio
de buenos entendimientos; pero entre estos se han atravesado los muy
amorosos
y de conceptos muy
lascivos
en materia de bien querer, que despiertan a la gente moza para que procuren practicar con las obras lo que ven pintado con las palabras. Y esto todo bien se deja entender que la rodea el demonio, polilla de castos pensamientos so color de policía y discreción, y así podremos llamar a cada libro de estos cátedra o catedrático de pestilencia, pues que en ellos se enseñan los hombres a ensayar cualquier enredo y saben tener traza en seguimiento de cualquier torpeza. Que, sin san Pablo dijo que las malas conversaciones destruyen buenas costumbres, un libro torpe y dañado, que conversa con el que lo lee a todas horas, ¿qué males no hará? Esto tiene más lugar en los libros
poéticos,
los cuales, como regalan y
deleitan,
entretienen al lector y le van cebando de manera que, no cansándose de la continua lección, es un perpetuo cursante de esta cátedra pestilencial, cuya doctrina, como lima sorda, sin sentir va
adulterando
todo lo bueno.
En medio de tanta cizaña como el demonio tiene esparcida tomando por instrumento buenos
entendimientos,
pero mal empleados, despierta Dios los corazones de otros a quien también dio galano entendimiento para que le empleen en aficionar a lo
divino
y, no jugando las armas contra quien se las dio,
publique
los conceptos que su entendimiento a su solas ha forjado, y así hacen
guerra
al demonio, sacando un clavo con otro. Porque tanto fruto se puede esperar de estos libros a lo divino cuanto mal acarrean los que son a lo humano. Y nos podemos prometer que un entendimiento piadoso tanto se regalará con esta poesía cuanto el corazón torpe y lascivo con la humana se derrite, pues no desdice de la autoridad de las cosas divinas ser puestas en
metro,
que de las divinas letras tenemos muchas en verso; antes, como notó bien san Gregorio en el prólogo de los
Cantares,
por eso el Espíritu Santo habló en poesía por David y por Job, y introduce unos amores tan tiernos y tan al vivo pintados en el dicho libro, para que [a] los hombres nos aficionasen a esa escritura, siquiera por hablarnos en el lenguaje más recebido entre nosotros y no nos causase fastidio la poesía, que tiene más
primor
que la de los muy primos.
Despertó, pues, Dios a Alonso de Ledesma para que
negociase
con su buen
talento
y echase en el corro del
mundo
este libro, del cual no quedará corrido si los censores de él hicieren
juicio
desapasionado, libro divino y a lo
divino,
aunque por hombre de capa y
espada,
que un buen entendimiento en profesión propria y ajena hace felices suertes. Y ninguno le podrá achacar que por haber metido la hoz en mies ajena no hizo buena labor, pues que en todo él así guarda la
propriedad
de aludir a la Escritura divina en sus conceptos como si de
oficio
lo profesara.
Vino a mis manos este
libro
para apuntarle los lugares de Escritura con quien tenían consonancia los versos, y pareciome que era bien no defraudarle del
encarecimiento
que merece, y dijera yo
mucho
del libro y del ingenio del autor si no estuviera cierto que, como dijo Homero, cada renglón le ha de alabar más que yo podré con muchas palabras, y así habrá servido esta diligencia de
advertir
a los predicadores que le leyeren no pasen de paso, sino que reparen y tanteen todos sus dichos, y hallarán muchos conceptos no predicados, como los que agora se escriben, pues el autor no es predicador, sino para predicar, que, cayendo en hombres versados en la Escritura, los sabrán acompañar con tales lugares y tan a apropósito, que sean muy
agradables
al auditorio, con cuyos sainetes abrirán la gana tan perdida y apetito tan postrado a las cosas
divinas,
engolosinándole con las curiosidades que el libro a cada paso tiene. Y, pues que los que servimos a Dios en el ministerio de la predicación nos hemos de valer de redobles en palabras de conceptos delgados (y aun plega a Dios nos oigan), gastemos tiempo en este libro, pues nos ofrece tales conceptos. También se ha de reparar en el hilo y corriente que lleva de
metáforas
y alegorías perpetuas, sin interromperle un punto, que es argumento de ingenio constante y que no se rinde a la dificultad que tiene el seguir una alegoría sin traer de los cabellos lo que al aparato de ella conviene, y de ordinario en prosecución de ellas se dicen muchas impropriedades a porfía, y digo a porfía porque hay ingenios cabezudos que por salir con su imaginación traen violentadas muchas cosas al propósito, por no ofrecerles las que cuadran, pero el autor se lo halla todo dicho y tan nacido, que creo en esto le
gana
a todos. Espero en Dios que le ha de lucir este trabajo y más habiéndose valido de la reina de los ángeles, a quien dedica el libro y ofrece la primera
impresión
por primicias de su trabajo, la cual, pues es interesada en el edificio de su santo templo, le dará buena mano derecha, y a su sombra estará amparado de los que por parecer sabios dan temerarias censuras a todo lo que se publica.