Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Epístola al muy ilustre señor don Hernando Cortés, marqués del Valle, descubridor y conquistador de la Nueva España. Francisco Cervantes de Salazar”
Autor del texto editado:
Cervantes de Salazar, Francisco
Título de la obra:
Obras que Francisco Cervantes de Salazar ha hecho, glosado y traducido.
Autor de la obra:
Cervantes de Salazar, Francisco
Edición:
Alcalá de Henares: Joan de Brocar, 1546


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Epístola al muy ilustre señor don Hernando Cortés, marqués del Valle,descubridor y conquistador de la Nueva España.Francisco Cervantes de Salazar, salud y perpetua felicidad.[“Epístola nuncupatoria” en los titulillos de página]


Es tan mísera la condición y estado del hombre, muy ilustre señor, que se estiende a tanto, que aun los ejercicios de ingenio en los cuales suele rescebir deleite, después de hechos, le ponen en cuidado qué hará de ellos, si los publicará o dejara perescer, y, ya que tiene determinado sacarlos en público, se le recresce otra no menor congoja, de inquirir y buscar a quién mejor los dedique. Este cuidado es tan grande, y el escoger tan dudoso, que muchos, por no hallar a quien convengan bien las obras que desean enderezar, las han dejado estar en tinieblas, siendo dignas de ser vistas. La causa de esto es que faltan muchas veces y, aun las más, las calidades en la obra que tiene el señor a quien se endereza, o, al contrario, sobra en la escritura lo que falta a quien la ha de autorizar. Que cierto va fuera de camino el que, escribiendo de guerra, toma por defensor al religioso, al cual, habiéndose de dirigir obra sagrada, se dedica al que siempre anduvo en guerra. Por esta parte pierden las obras mucho ser del que consigo traen, porque paresce el autor no haber sido prudente o no haber querido que sus faltas enmiende y defienda el que las siente.

Por huir de esto, escapándome de ser del todo mísero, como me obliga la condición humana, he sido en esto dichoso de haber entre tantos ilustres haber hallado a vuestra señoría, en todo tan ilustre y que no le falta parte alguna para mi deseo. Mucho antes de que acabase esta obra la tenía dirigida a v.s., porque naturaleza y fortuna le dieron todo lo que pudieron; basta hacerle de todas partes tan cumplido, que ninguna obra, por diferente que sea, dirigiéndose a v.s., dejará de tener toda la defensa que pudiera rescebir de otro que en aquella materia solamente fuera ejercitado. Porque en armas y letras, donde se redusce todo lo que se puede escrebir, es vuestra señoría tan ejercitado, que meresce bien que a él solo se acojan los que quisieren autoridad y defensa, de los cuales, como yo procuré ser uno, dando primero cuenta de esta obra, diré luego las causas que me movieron a procurarlo.

La obra es un diálogo que se intitula De la dignidad del hombre, el cual, siendo interlocutores Aurelio, Antonio y Dinarco, se trata por una parte y por otra copiosamente de las miserias y también las maravillas del hombre. Esto tenía yo en un tiempo determinado tratarlo, y vino a la sazón a mis manos el principio de este Diálogo compuesto por el maestro Hernán Pérez de Oliva, natural de Córdoba, de cuyo ilustre ingenio, singular doctrina en todo género de disciplinas y estremada gracia en el decir, con que mostró no faltarle más a nuestro lenguaje de buenos juicios, que se empleasen en él. No osaré comenzar a decir nada en la estrechura de una carta, principalmente ocupada en otro cuidado, y, aunque me hallase muy libre para estenderme en esto como conviene, siempre quiero más que gusten del maestro Oliva y lo estimen por sus obras los que las leen, que no por lo que yo puedo apreciarlo, por mucho que con mis palabras lo encarezca. Y estoy bien seguro que quien, leyendo el principio de este diálogo, quisiere advertir terná por justo este mi miedo de emplearme en alabar su autor, habiendo lo mucho que descubre por do meresce ser alabado. Yo cuando lo leí después me admiré de él. Viendo que respondía a mi deseo y propósito de escrebir lo mismo, tuve por mejor proseguirlo (pues el maestro Oliva no lo había acabado) que emprender la obra de nuevo, do, mudando el estilo, me pudiera aprovechar de todo lo que él trabajó. Mas, como nada ambicioso de gloria y deseoso de esclarescer la ajena, no solamente no quise hacerlo como pudiera, mas antes, acabando la postrera plática de Antonio, que no había dado fin en contar las maravillas del hombre, en persona de Dinarco, que había de ser juez, torné a tratar lo mesmo que Aurelio y Antonio dijeron por tal manera, que parece haberles faltado de decir lo que yo aquí escribo. Con esto doy más luz y esclaresco más la obra del maestro Oliva, porque, dejado que soy parte para que se lea en público este su diálogo admirable, crescerá su valor y parescerá más hermoso su principio con la fealdad del fin con que yo lo concluyo. Aunque es tanto lo que yo he añadido, que por sí solo pudiera hacer libro, y salir a luz sin ser afeado de otro más hermoso, pero, como dicho tengo, dame gran contentamiento el no dejar perescer cosa tan bien comenzada, mostrando en esto el amor que a los doctos tengo y el provecho que a la república procuro. Ella, contenta y alegre con tan buena obra, tendrá más que agradescerme en haberla dirigido a vuestra señoría, que cierto es justo que la que con sus hazañas está en todo el mundo tan aprovechada vea en los trabajos del hombre cómo, por ejemplo, cuán animosamente vuestra señoría los ha pasado, y en sus maravillas asimismo se deleite, considerando que en ningún otro caben mejor que en vuestra señoría. Esta es una y de la más principal causa de las que diré que a darme con mis trabajos por su servidor me movieron, de la cual, como de tronco, nascen las otras causas como ramos.

Primeramente, que se vea que sus hazañas manaron de solo v.s. y que a él solo se debe dar la gloria, pues está cierto que sin ayuda de rey alguno vuestra señoría, como magnánimo capitán, tomó la empresa de las Indias, donde en breve tiempo, más presto que Alexandre o César, venció tantos millares de hombres y conquistó tan gran espacio de tierra, que no sin causa los cosmógrafos le llaman el Nuevo Mundo, y con razón, pues ninguno de los antiguos supo si había lo que vuestra señoría ha conquistado y sujetado a la corona real. Alexandre con los macedonios siendo rey, y Julio César con los romanos siendo emperador, conquistaron las provincias que leemos; vuestra señoría, acompañado de sola su virtud, sin otro arrimo, vino a igualarse con ellos, y no sé si diría más bien a ser mejor. Por donde está claro que debía ser su virtud esclarescida y maravillosa, pues bastó que con sola su persona viniese a ser señor de tantos caciques y señores. Han sido causa los esclarescidos hechos que por nuestros ojos hemos visto que creamos los que de otros teníamos por fabulosos por ser grandes, pues estos parescen increíbles, donde, de más del maravilloso esfuerzo con que vuestra señoría desembarcó para la entrada, que mandó [fuego a] los navíos, en testimonio de su mucho valor, para quitar toda ocasión de arrepentimiento o esperanza de volverse; hubo de tal manera con los indios, que los soberbios, temiendo su nombre, se sujectaban, y los buenos, amándole, se le daban con entera voluntad, aunque, antes que a estos terminos viniesen, entendieron en largo tiempo que que merecía v.s. ser amado y temido. Unos le llamaban hijo del sol, que ellos tenían por dios; otros creían ser algún espíritu bajado del cielo, y no sin aparencia de razón, pues se vido muchas veces que sólo con quinientos españoles venció v.s. cien mil indios. Aquí allende de que Dios se mostraba claramente de nuestra parte, ayuda el gran ánimo de v.s., la mucha prudencia, humanidad y liberalidad con que trataba los negocios de guerra, en los cuales tuvo tan nuevos ardides, que no se puede decir que en alguno vuestra señoría imitó a los antiguos. Era tanta la prudencia, que, conocida ya la tierra, visto lo pasado, proveía también lo venidero y gobernaba lo presente, que ninguna cosa sucedía fuera de lo que pensaba. Trataba asimesmo v.s. a los suyos con tanta humanidad, que el que en su servicio perdía la vida creía que se salvaba. Conoscían esto tan bien los vencidos, que ninguno, después de haberse dado, se rebeló; así que se verifica en vuestra señoría lo que Cicerón dice de Pompeyo, que no se podía juzgar fácilmente si los enemigos, peleando, termían más su esfuerzo o, vencidos, amaban más su mansedumbre. Encendía a los unos y a los otros tanto la suma liberalidad de v.s., que ninguno sintió falta que luego no fuese remediado. Aquí podría decir grandes cosas, si la brevedad de la carta lo sufriese. Nunca la avaricia le puso en peligro, porque todo lo daba v.s. y quería más subjectar personas que poseer dineros. Ningún trabajo tomó con fin de tener descanso. Ninguna cosa hizo que no fuese en gloria de v.s. y de su nación. Tuvo, finalmente todas las partes que, divididas en otros capitanes, los hicieron ilustres. Animosidad en el acometer, juicio en el proveer, humanidad y clemencia en el vencer, liberalidad en el remunerar, dicha en todo lo que intentaba, favor de Dios cuando más descuidado estaba. En esta parte del conquistar representará bien mi diálogo (…) los grandes peligros a que un hombre se puede poner, las grandes cosas que en contrario puede hacer, ya pues que en guerra (de la cual sale perpetua gloria) vuestra señoría tuvo tanta, que ninguno mayor es de ver en paz, la cual con la guerra vuestra señoría hizo más firme, como se hubo y cuanto mostró de su prudencia.

Este es el propio lugar de las letras, con las cuales y con su mucho juicio y ardiente amor que a la religión tenía, de siervos e vasallos del diablo hizo hijos de Dios tanto número de condenados, que parece haber tenido el oficio que san Pablo en la primitiva iglesia, donde vuestra señoría y los suyos, predicando la fe de Cristo, covertieron a ella tanta muchedumbre de gente, que, si no fuere el que lo ha visto, ninguno lo podrá creer. ¡Oh, dichoso y bienaventurado varón, cuyos hechos son tales, que ponen en duda a los que los oyen si pueden haber sido de hombre, ya que mucha gente amaba a v.s. como a padre y le seguía como a apóstol! Deshechada la idolatría, mandó edificar luego monesterios, hizo iglesias, donde con gran diligencia se enseñaba la verdad y redención de los hombres. Luego vinieron clérigos y religiosos, a los cuales vuestra señoría animó tanto en el predicar, que era maravilla ver los milagros que en virtud de la verdad que predicaban vuestra señoría y ellos hicieron, que tenían rastro y alguna semejanza con los santos apóstoles. De tan firme principio vino la cosa en tanto crescimiento, que ya la tierra toda está tan católica como la nuestra y gobernada por tantos obispos y santos hombres la iglesia como la nuestra, y muchos de los indios están tan doctos, que escriben contra lo que falsamente creyeron, y ya entre los mesmos hay grandes disputas. De tan gran bien, mediante Dios, vuestra señoría ha sido la causa, por lo cual con grande alegría debe vivir el que tanto bien ha hecho y con mayor contentamiento debe morir el que tan bien ha vivido. De lo más de esto tenemos agora testigos de vista y en esta corte, de los cuales uno es Andrés de Tapia, el cual, siendo de vuestra señoría capitán, así en paz como en guerra sirvió como valeroso caballero y digno por esto de ser comemorado.

Mucho quisiera que mi espístola sin pecar en prolijidad dijera a este propósito alguna parte de su mucho valor, aunque me obliga a callar que escribió epístola y que en Italia y en España, así en romance como en latín, están escriptas historias de lo que yo aquí apunto. Quedaré, empero, contento con decir que no solamente no ha vuestra señoría degenerado de la esclarecida virtud de sus antepasados, mas antes con mucho augmento la ha esclarescido tanto, que, como ellos fueron principio de mucha nobleza, ansí lo ha seydo vuestra señoría de su gloria, pues dejaron de sí quien también la augmentase, y por que vean los que enteramente no supiesen de v.s. el origen que trae de casta ser esclarescido, sepan que este nombre de Cortés es de Italia, lo cual paresce por Cortesio Gilgo y por Cortesio Narnes, reyes de los lomgobardos, cuyos hechos son tan celebrados hasta hoy de los escriptores, que ponen en admiración al lector. Estos fueron tan estimados de todas las naciones, que los reyes godos que entonces tenían a España los trujeron a ella y de ella les dieron gran parte, donde valieron tanto, que nuestra nación les era más aficionada que a los godos que los habían llamado. Repartiose después por toda España tanto este linaje, que casi ningún pueblo hubo insigne donde no hubiese algún noble de esta familia, principalmente en aquella parte de España que los antiguos llamaron Lusitania extrema, que agora es Estremadura, que se estendía casi hasta Aragón, cuyo capitán fue aquel valiente caballero don Nuño Cortés, conde de Molina, el cual fue vencedor en aquella tan nombrada batalla de los moros sobre las vertientes de Cuenca y Júcar, pues cuán señalados hayan sido en las letras diranlo bien los dotos y los que tratan con los autores, acerca de los cuales son tenidos en grande estima Paulo Cortesio y Alejandro Cortesio, varones en la sciencia, honra de su tiempo, de las cuales fue tan propia, que aun en el sexo feminil se aposentó, como en María Cortesia, señora de Vicencia, la cual puso en admiración a todos los que la conocieron.

El tiempo me faltaría si quisiese decir cerca de esto lo que con mediana diligencia he hallado por los escriptos antiguos y modernos. Basta que esta familia es muy antigua y muy ilustre, así en armas como en letras, para que conozcamos que no viene de nuevo a vuestra señoría ser tan esclarescido. Con tales causas como esta, justamente debo antes que a otro ningún señor ocurrir a vuestra señoría con mi servicio, en especial habiendo sido del mesmo parescer don Rodrigo Manrique, varon en las dos lenguas tan doto y en linaje tan ilustre, y el doto Sepúlveda, honra en las letras humanas de nuestra nación, los cuales con más autoridad y más de propósito no callan tan excelentes hazañas.


Dios la gloriosa vida de vuestra señoría por mucho tiempo alargue y en su servicio conserve, para que, alegre con la memoria que acá dejare, con Dios goce del fruto de sus buenas obras.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera