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Título del texto editado:
Prefación del autor
Autor del texto editado:
Andrés, Juan 1740-1817
Título de la obra:
Origen, progresos y estado actual de toda la literatura. Tomo III
Autor de la obra:
Andrés, Juan 1740-1817
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1785


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PREFACION DEL AUTOR


Antes de presentar al público este segundo tomo, debo rendirle las más sinceras gracias por la buena acogida con que se ha dignado honrar el trabajo que empleé en el primero, y darle cuenta con candor e ingenuidad de mi conducta, que tal vez parecerá reprehensible por haberme extendido demasiado en algunos puntos de este segundo. Estoy plenamente persuadido de la verdad del dicho de los griegos, que un gran libro es un gran mal, para que procurase reducir mis volúmenes al menor número y a la menor magnitud posible; en efecto, por esto había ceñido toda la vasta materia de las Buenas Letras a un tomo regular, cuando el favor público y el sentimiento que algunos han manifestado de mi brevedad en varios puntos del primer tomo me han preocupado de algún modo y, con título de gratitud, me han inducido a dar mayor extensión a las materias que contiene y a dejar correr más libremente la pluma en la composición de éste arte: "In vitium ducit culpae fuga si caret arte:" me he dejado llevar tanto de los deseos de algunos que temo haber agotado la paciencia de todos. Las materias que había reducido a un solo volumen se me han ido después engrosando de tal modo que apenas pueden caber en dos. He dividido finalmente en dos el de las Buenas Letras y, reservando para el siguiente la Historia y la Gramática o Filología, quería presentar en éste la Poesía y la Elocuencia; pero éstas solas habían crecido en mis manos de tal modo que no podían contenerse en un solo volumen y, adelantada ya la impresión del libro de la Poesía, se ha visto que no quedaba bastante lugar para el de la Elocuencia. En vano cercenaba yo de aquí y de allí varios pedazos de éste; en vano reservaba el capítulo de la Elocuencia sagrada para colocarlo en el último tomo, entre los estudios sagrados, donde puede estar con no menos propiedad que en el libro de la Elocuencia: la Poesía sola llenaba ya tantas páginas que formaba de por sí un volumen de magnitud ordinaria y no dejaba lugar para que se tratasen otras materias. Es muy cierto que no conviene dar la espuela al caballo que corre ni animar demasiado a los escritores para que escriban, porque se ve con sobrada frecuencia que el deseo de llenar papel es el mal de los escritores, y singularmente de los mediocres y malos; y cuantas razones tengo yo para contarme entre éstos, otras tantas deben hacer que tema padecer este mal tan molesto a la sociedad. Yo me entrego a la cortés indulgencia de los lectores, y les ruego que echen a buena parte el no ligero trabajo que me ha costado mi condescendencia en formar de nuevo gran parte de este tomo para dar a las materias aquella extensión que algunos han deseado.

Ojalá hubiese podido tratar los asuntos con una plena exactitud y presentar un perfecto cuadro de las Buenas Letras capaz de satisfacer el sano juicio y el fino gusto de los eruditos lectores. Ciertamente lo he procurado con gran solicitud y, a este fin, no contentándome con observar atentamente el curso de las Buenas Letras en todas las naciones cultas, me he propuesto examinar con diligencia el mérito de los escritores principales que han contribuido a las vicisitudes de alguna de sus partes. Tal vez hubieran querido algunos que se examinase más individualmente el curso de las Buenas Letras en las edades remotísimas en que tuvieron su principio, o en los tiempos bajos en que empezaron a renacer en nuestras regiones; y si yo hubiese sido capaz de descubrir una poesía, una historia o algún otro escrito acaso no leído aún ni que jamás pudiese leerlo alguno, muchos me hubieran juzgado más acreedor a la gratitud de las Buenas Letras que formando largos discursos sobre autores y obras ya conocidas. No quiero, por excusarme, deprimir la gloria que resulta de tales investigaciones y, con todo mi corazón y con la mayor sinceridad, alabo las gloriosas empresas de los infatigables literatos que se dedican a estos estudios y se meten entre el polvo y la polilla de roídos papeles para darnos una noticia que, el buscarla, nos hubiera costado mucho enfado y fatiga; pero he creído que para hacer conocer los progresos de las Buenas Letras era más conveniente examinar las obras ya conocidas, que algunos han dado a luz, que buscar aquellas otras, que son muy imperfectas para que puedan haber contribuido de algún modo a su mayor adelantamiento. Busquen, pues, otros semejantes noticias, que pueden dar algún ornamento a la literatura patria o mayor ilustración a algún punto de Historia; pero nosotros, que examinamos los progresos que han hecho las Buenas Letras, no debemos atender a los nombres desconocidos y obscuros, mas sí fijar nuestra consideración en los autores clásicos y examinar con mucha atención el verdadero mérito de cada uno de ellos. He creído que éste debía ser mi empeño y que a él debía dirigirse principalmente mi estudio.

A este fin, he querido formar por mí mismo el juicio de tales autores, leyendo y volviendo a leer con reflexión sus obras, y no me he satisfecho con remitirme solamente al dictamen de otros. Por grandes y respetables y que sean los escritores cuyas opiniones podría referir, no sé sujetarme enteramente a su autoridad, aunque gravísima. En las materias de gusto pocos escritores dicen lo que sienten, y aun algunos no saben aquello que dicen. Uno, dice Voltaire, a quien le embelesará Ariosto no se atreverá a confesarlo y dirá bostezando que la Odisea es divina. ¿Cómo podré yo fiarme del juicio de un escritor, aunque tenido en mucho aprecio, si encuentro que aquí y allí va tejiendo varios elogios a los poemas de Homero y después habla de la Ilíada como si sólo tuviese doce cantos, y da a entender claramente no haber leído jamás ni saber qué vienen a ser los poemas de Homero? Si yo, al dar una idea de los progresos de las letras humanas en estos tiempos, me hubiese sujetado al juicio de un escritor tan respetable como Voltaire, ¿cuántos escritos miserables no hubiera propuesto como obras magistrales y clásicas? Se ve con frecuencia que los escritores se dejan llevar de la pasión para alabar o deprimir algún escrito; celebran una obra porque la oyen alabar comúnmente, y no porque encuentran en ella verdaderas gracias; aplauden a un autor que no tienen en aprecio por no oponerse a las opiniones populares, y, al contrario, elogian o desprecian otros sólo por apartarse del común modo de pensar; dejan correr la pluma y escriben lo que no sienten en su interior por convenir así a la materia que tratan, por dar fuerza a un argumento, por formar una antítesis, por expresar un concepto, por hacer armonioso y sonoro un período; y sacrifican el propio juicio a respetos vanos, a preocupaciones vulgares y a las más despreciables pasiones. Pero, dejando todo esto aparte, aun cuando los escritores exponen con inteligencia y sinceridad sus juicios, son éstos tan diversos que difícilmente podrá decidirse cuál de ellos deberá ser preferido. Cicerón recomienda las sales de Plauto, y Horacio no puede sufrirlas. Cicerón alaba los versos de Arato, y Quintiliano hace de ellos poco aprecio. Los censores inteligentes juzgan con frecuencia diversamente no sólo acerca de un mismo libro, sino sobre un mismo concepto. Cicerón aplaude el dicho de Timeo, de Hegesias o de quien sea el autor sobre haberse abrasado el templo de Diana la misma noche en que nació Alejandro, diciendo que no debía causar maravilla que, estando tan ocupada Diana en el gran parto de Olimpia, no pudiese cuidar de su propia casa; y Plutarco, al contrario, quiere que éste sea un concepto tan frío que él solo fuese capaz de apagar el incendio de aquel templo, en lo que él mismo dice un concepto igualmente frío. Boileau, siguiendo a Longino, encuentra grandeza y sublimidad en las palabras de Moisés: "Dixitque Deus: fiat lux; & facta est lux;" y Huet, al contrario, no puede descubrir la sublimidad en estas palabras. ¿Qué deberemos, pues, hacer nosotros? ¿Abandonar el juicio de Tulio u oponerse a Horacio, a Quintiliano y a Plutarco por seguir la respetable autoridad del maestro de la Elocuencia romana? ¿Dar la preferencia a la opinión de Boileau o a la de Huet? Todavía crecerá más nuestra confusión cuando a un mismo escritor le veremos formar juicios diversos sobre unas mismas obras. Voltaire, por citar uno generalmente respetado de los modernos apreciadores de las obras de gusto, en un lugar llena de elogios a Brumoy, y en otros le desprecia; da alguna vez la preferencia al Teatro griego sobre el moderno, y otras dice todo lo contrario; hace comparecer con frecuencia a los ingleses llenos de inepcias y de absurdidades, y con la misma frecuencia los eleva hasta las estrellas; ya llama bárbaro a Crébillon, ya le dispensa los mayores elogios. ¿Cómo, pues, podremos obrar con prudencia sujetándonos al dictamen de otros escritores, por más respetables que sean? Un juicio semejante deberá obligarnos a leer y volver a leer con la mayor atención las obras de las cuales nosotros lo formamos contrario, y a no proferirlo sin un maduro y bien perspicaz examen de las mismas; pero jamás deberá abrazarse ciegamente nuestro dictamen. Es libertad que yo me tomo de separarme a veces del juicio de hombres que me son muy superiores debo dejarla mucho más a los otros para que no se fíen del mío. ¡En cuántas equivocaciones no habré yo incurrido examinando las perfecciones y los defectos de tantas obras y de tantos autores diversos! Por más que haya procurado leerlos con toda la atención posible, y librarme de toda preocupación y de todo afecto contrario a un recto juicio, ¿podré creerme seguro de todo error en el juzgar? La debilidad del ingenio, la rusticidad del gusto y tal vez algunas insensibles preocupaciones me habrán inducido a algunos errores, en los que no quisiera hacer caer a los lectores demasiado dóciles. El único fruto que yo deseo sacar de mis críticos razonamientos es inclinar a algunos a la lectura de las mismas obras de que hablo, y acaso dirigirlos también de algún modo en la misma lectura. Si después encontraren mi juicio poco fundado, llevaré con paciencia que le abandonen y le formen por sí mismos, y siempre tendré el gusto de haberlos de alguna manera estimulado a una más atenta lectura de tales obras, que les habrá acarreado no poca utilidad, y me bastará haberlos conducido a un camino donde puedan sin riesgo abandonar la guía.

Tal vez habrá quien tenga por reprehensible en este tomo la individualidad y difusión con que hablo de algunos autores, y se condolerá de verme descender a cosas demasiado pequeñas, cuando algunas expresiones más generales, algunos rasgos fuertes y algunas pinceladas maestras hubieran expresado mejor el carácter de los autores y el mérito de las obras. Conozco que esta reprehensión podrá ser bastante razonable y justa, pero la desconfianza del propio ingenio y el celo, no sé si bien entendido, de ayudar a algunos lectores me han inducido a seguir el camino de las observaciones demasiado individuadas y particularizadas, y singularmente en el libro de la Poesía, por ser ésta amada y estudiada principalmente de los jóvenes, he creído deber descender a más distintas individualidades. Veo tantos escritores que alaban con rasgos fuertes y pinceladas maestras, y después nada dicen ni hacen más que esparcir expresiones inconcluyentes y generales que, con razón, temía caer yo mismo en igual defecto siguiendo el propio camino; una explicación más clara, alguna particularidad puesta a la vista y, por otra parte, algún ejemplo pueden tal vez dar a los jóvenes estudiosos aquellas luces que en vano se esperan de los rasgos y pinceladas, que las más veces quedan demasiado vagas y genéricas. El verdadero punto es guardar un justo medio, pero también es el más difícil; y yo, por evitar una generalidad demasiado indeterminada e inútil, habré caído en el extremo contrario de difusión sobrado individual y particularizada, acaso más enfadosa para algunos lectores, pero tal vez menos inútil para otros; aunque no por esto intento hacerme acreedor a las alabanzas, sino sólo a la venia e indulgencia.

Temo que se me haga una acusación más universal de haber alabado autores que para muchos son desconocidos y pasado en silencio otros que están tenidos en grande aprecio de los mismos. ¿Quiénes son León y Villegas, dirá el italiano, para que su noticia nos interese con menoscabo de los Constancios y de los Speronis? ¿Qué me importan, dirá el español, Philips y Canitz en comparación de Herrera y de Esquilache? Y así, todas las naciones me encontrarán escaso y falto en hacer conocer sus autores, y demasiado copioso y difuso hablando de los otros. Conozco cuán difícil sea encontrar una justa medida en esta parte, y no me gloriaré de haberla podido hallar; pero ciertamente lo he procurado, y, habiendo adquirido algún conocimiento de los progresos de la literatura en cada nación, he solicitado hacer conocer aquellos autores que han tenido mayor influjo y que más deben interesar al común de los literatos. Y sólo ruego a los lectores que me harán esta acusación que reflexionen que yo trato universalmente de toda la literatura, y no en particular de la de su nación; que si los italianos aprecian sus autores no conocidos de los españoles, también éstos estiman los suyos desconocidos de los italianos; y que las investigaciones del que quiere examinar los progresos de toda la literatura no deben regularse por el aprecio particular que hace una nación, sino por los dotes y calidad de los escritos y de los escritores.

A algunos parecerá extraño que se quiera emplear todo un volumen en sola la Poesía y reducir a otro todo el resto de las Buenas Letras. Pero quien vea que Quadrio llena tantos y tan gruesos tomos hablando de la Poesía y deja la materia muy imperfecta; quien lea tantos otros en Crecimbeni de sólo la italiana, no se maravillará de encontrar en mi obra un volumen entero dedicado a la Poesía, la cual debe presentarnos ahora más copioso asunto que en los tiempos de Quadrio y de Crecimbeni. Y quien observe la extensión que el juicioso Tiraboschi, en su Historia de la literatura italiana, da a la Poesía en comparación de todas las Artes y Ciencias, no se atreverá a reprehender que en la presente obra ocupe casi tanta parte la Poesía como el resto de las Buenas Letras. ¡Cuántos lectores se enfadarán al oír nombrar muchos anticuarios y cronólogos que poco les importan, al paso que todos me encontrarán defectuoso por haber pasado en silencio cualquier poeta suyo! ¡Cuán pocos tomarán interés en las noticias de los hermenéuticos y de los gramáticos! ¿Y quién no desea conocer los poetas? La Poesía es la parte de la literatura que interesa al mayor número de los lectores: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, cultos e incultos, todos aman la Poesía y desean tener noticia de sus privados; ella es la Venus de las Buenas Letras que todos quieren conocer y contemplar, y que, en concepto de todos, deberá presentarse distinguida con honrosa preferencia y expuesta con mayor amplitud y extensión.

La Cronología y la Geografía, como pertenecientes a la Matemática, tal vez parecerán mal colocadas entre las Buenas Letras, pero sería dejar ciega la Historia si quisiéramos privarla de estas dos ciencias, que justamente son tenidas de los doctos por sus dos ojos; y además, éstas mismas tienen aún mayor parte de Historia que de Matemática para que no deban mirarse como extranjeras en las Buenas Letras.

Igualmente ponemos entre las Buenas Letras la Anticuaria, porque ¿dónde se ha de colocar más oportunamente que en la Historia, de quien se ha constituido fiel guía y conductora? La Gramática, cultivada con la doctrina y erudición que le dieron los antiguos y los celebrados gramáticos de los felices tiempos del restablecimiento de nuestra literatura, no es materia tan limitada como comúnmente se cree, y comprehende la Crítica, la Hermenéutica y toda suerte de estudios filológicos y eruditos. Y yo, lejos de darle demasiada extensión, temo fundadamente haberla reducido a pocas páginas, y privándola de aquella extensión que realmente se merece y a que la hacen acreedora los frutos que ha producido en toda la literatura. Pero entretengo a los lectores dándoles cuenta de lo que no les interesa, cuando debería procurar ocuparlos dignamente en la misma obra.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera