Información sobre el texto

Título del texto editado:
[Romance heroico cerrando la dedicatoria al señor D. Juan Tomás Enríquez de Cabrera, por el autor]
Autor del texto editado:
Ossorio de Castro, Pedro
Título de la obra:
Vindicta de la verdad a exámenes de la razón. Es respuesta a un papel, cuyo título es Acasos de D. Ulises de Androbando, escrito por don Juan González Ordóñez, presbítero cirujano.
Autor de la obra:
Ossorio de Castro, Pedro
Edición:
Sevilla: Juan Francisco de Blas, 1700


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Fuentes
Información técnica





Bético vellocino de la Europa,
laurel sagrado de la sacra frente
del orbe, que, recíproco, venera
la superior diadema de tus sienes.
Alible fuego de uno y otro polo,
vital arqueo de uno y otro oriente,
que ocasos fueran ya si en alimentos
no socorrieras tú sus escaseces.
Física de la máquina del mundo,
que a morbo estéril ya su luz palente,
en el oro potable que le aplicas,
vitales cobra alientos nuevamente.
Corazón de la fábrica del orbe,
cuyo áureo calor en mil corrientes
arterias el espíritu reparte,
sin que se quede miembro que no aliente
Sevilla, ¡oh, tú, objeto del rugido
del león castellano, cuyo vertex
veneran más esferas que el sol gira,
ni asalta el mar con cristalinas huestes!
¿Qué causa superior del firme asiento
de tu tibia quietud rompió las leyes,
transformando en festivas inquietudes
hasta del jaspe fijas solideces?
¿Qué causa que las márgenes doradas
del Guadalquivir metas reverentes,
a pesar del escarchado Arturo,
pululen a porfía hojas virentes?
¿Qué causa que del pecho cristalino
argentadas repúblicas del Betis,
no cabiendo en sus diáfanas mansiones,
rompan los tegumentos transparentes?
¿Qué causa que tus pueblos, mariposas
mendigas de tu alible ardor luciente,
con desacostumbrado impulso busquen
tus dulces giros paternales siempre?
¿Qué causa que tus nobles individuos,
racionales abejas obedientes,
en susurros festivos como nunca
las celestiales colisiones pueblen?
¿Qué causa que a las tardas, perezosas,
incultas de ese vulgo estolideces,
retóricas bocinas las permute
a emulación de asombros elocuentes?
¿Qué causa que en tu noble Maestranza,
afrentas de Neptuno tus ecuestres
de la equítica ciencia las cuestiones
más improbables con valor las prueben?
¿Qué causa que omniformes Amalteas,
jardines vivos de la alma Ceres,
a compasadas rúbricas reduzcan
tus cuadrillas las brutas altiveces?
¿Qué causa que, guerreramente amables
y vengativos amorosamente,
fingidas lanzas por los aires vibren,
siendo la envidia sola a quien ofenden?
¿Qué causa que del bosque las cervices
de semicircular ebúrnea frente
se ofrezcan voluntarios hecatombes,
siendo antes sacrificio que deleite?
¿Qué causa que, Neptunos más ilustres,
reduciendo a una punta los tridentes,
tus valerosos venatores burlen
las corvas puntas de las fieras reses?
¿Qué causa que de Flora las capillas,
dejando facistores de cipreses,
de Orfeo los canoros diapasones
harpados desafíen sus diapentes?
¿Qué causa, sapientísima Sevilla,
el sacro imperio de tu poder mueve
a apurar obsequiosa los tesoros
de los sagrarios de la gran Cibeles?
¿Qué causa, en fin, que en dulce terremoto
toda la universal esfera mueves,
de los reinos del ocio rescatando
todas las armonías de los entes?
¿Qué causa? Pero ya, discreta madre,
confieso mi ignorancia impertinente,
que es especie de agravio la pregunta
de lo que a todo el orbe le es patente.
Ya, emporio de prodigios, ya discurro
soberano el motivo que te impele,
sobrado objeto que de entrambos mundos
termina adoraciones y laureles.
¿Cómo excusar podían tus lealtades,
científicos raudales Hipocrenes,
al mayor Cadmo que celebra el Pindo
ofrecer tanto culto reverente?
Ya de oír sus elogios sin su nombre
de tanta voluntad la sed recrece,
que la ponderación de los cristales
es el mayor martirio de las sedes.
Y así, satisfaciendo a los oídos
sevillanos, amantes impacientes,
digo que de Castilla el Almirante
pisa de tus almenas los linteles.
Ya lo dije, no tengas a delito
que sencilla mi rauca vos celebre
su magno nombre, porque un nombre magno
mucho mejor lo explican sencilleces.
Con tu licencia, pues, Sevilla cara,
y en tu nombre, mi labio balbuciente
sacrificar intenta norabuenas
a la venida de tan alto héroe.
¡Venga muy en buen hora vuestra excelencia,
Atlante en cuyos hombros se mantiene
toda la esfera de nuestro gran Carlos,
a quien de Jove el hijo no se atreve!
¡Venga muy en buen hora vuestra excelencia,
porque el más fino amor experimente,
sin que de Anteros las menores notas
salpiquen sus leales candideces!
¡Venga muy en buen hora vuestra excelencia
a donde, venerándole, le obsequien
rendidos los cariños, desterrando
las sombras melancólicas del Lete!
¡Venga muy en buen hora vuestra excelencia,
aunque la nave del deseo teme
zozobrar de alegría en el escollo,
que también tiene amor Escilas alegres!
¡Venga muy en buen hora vuestra excelencia,
que amante Berecintia le previene
más norabuenas que al celeste bordan
manto sagrado antorchas relucientes!
¡Venga, venga, mil veces norabuena,
vuestra excelencia a Sevilla, que le ofrece
en el sagrado solio del afecto
el más alto lugar nobleza y plebe!
Para que la belígera bocina
del veloz Boreas hasta el Noto cuente
las más finas de amor demonstraciones
que guardan los eternos caracteres.
Para que de la envidia los membrudos
hórridos monstruos de vipéreas sienes,
a vista de tan altas gratitudes,
al lago de Aqueronte se despeñen.
Para que de Sevilla los obsequios
suban a Tracia y el laurel encuentre
en vuestra excelencia el mérito más justo
que jamás conocieron sus pimpleides.
Para que viva en inmortales aras
de vuestra excelencia la real progenie,
pospasando sus términos vitales
a la fingida duración del fénix.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera