Información sobre el texto

Título del texto editado:
Disertación por D. Cándido María Trigueros sobre el verso suelto y la rima, para leer en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla
Autor del texto editado:
Trigueros, Cándido María 1736-1801
Título de la obra:
Disertación por D. Cándido María Trigueros sobre el verso suelto y la rima, para leer en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla de D. C. M. T.
Autor de la obra:
Trigueros, Cándido María 1736-1801
Edición:
[Sevilla?]: s. i., 1766


Más información



Fuentes
Información técnica





Disertación Por D. Cándido María Trigueros Sobre el verso suelto y la rima, para leer en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla de D. C. M. T. 1766


No se ha fundado, después que los hombres comenzaron a juntarse en sociedad, república alguna tan feliz en la cual no hayan acontecido muchas y muy grandes revoluciones, ni hubo revolución alguna de estas que no tuviese principio en la ambición o de los que tienen parte en el gobierno de ellas o de los que aspiran al mando y a la tiranía. La República Literaria no debía esperar verse libre de estos acasos, y como las repúblicas más libres y mejor establecidas son las que más frecuentes revoluciones han padecido, la literaria, que a ninguna cede en aquellas calidades, se ha visto turbada con no menores mutaciones.

Sin retroceder a las edades remotas, saben todos cuál ha sido en los últimos siglos la suerte de la Filosofía, la Medicina, las Matemáticas y las demás Ciencias y Artes. Nuevos descubrimientos, nuevos planes, nuevos instrumentos, nuevos sistemas y mil otras novedades han hecho mudar de semblante a cuanto aprenden los hombres. Ya se han renovado ideas envejecidas y olvidadas, ya se han vestido de modo desconocido las más comunes, ya se han abierto sendas jamás holladas por los sabios de los siglos pasados.

La Poesía, que no es la provincia menos principal de la república literaria, y que a lo menos es la más fértil y la más hermosa, no podía esperar mucha quietud en estos movimientos universales, ni ser la más estable en tan general trastorno. Los que la cultivan no cederán en ambición a los cultivadores de las demás ciencias, y la fuerza de imaginación que hacen los poetas parece que es naturalmente a propósito para formar genios revoltosos y amigos de mudanzas. En efecto, la poesía ha experimentado muchas revoluciones después del restablecimiento de las Letras, que comenzó por ella. Pero yo no pienso gastar este rato en tratar de más que de una de ellas, que en el día no deja de estar muy promovida y patrocinada dentro y fuera de España.

Después que el Trisino sacudió el yugo de la rima, y que su poema, aunque de poco mérito, tuvo imitadores de primer orden que huyeron del retintín de los consonantes, y después que el famoso Milton dio a la Inglaterra un poema que oponer a la Ilíada en su Paraíso perdido, en verso blanco, comenzó toda Europa a querer libertarse de la antigua servidumbre de aquellos.

Como en los tiempos de revoluciones jamás faltaron algunos hombres que, o por no tener bastante talento para conocer la razón de los renovadores, o por un disculpable amor al antiguo gobierno, se opusiesen con todas sus fuerzas a la novedad, así en esta ha habido y hay hombres de gran mérito que se han opuesto a la desmesurada y mal entendida libertad que se intenta conceder a los poetas. Entre tantos, pretendo ser el menor, y procuraré recoger a favor de la rima lo que otros han pensado y lo que pudiere dictarme mi tal cual conocimiento en esta disputa.

Propondré las principales acusaciones que se acostumbran oponer al uso de la rima, y para libertarla de ellas haré ver lo universalmente que se ha usado, en qué consiste su gracia, cuál es su verdadero origen, y las dificultades e inconvenientes del verso suelto o ríthmico en lengua vulgar.

Como no pienso amontonar una erudición superflua, ni referir hechos que no puedan y deban ser conocidos de todos los doctos miembros de esta Academia, me juzgo dispensado de hacinar citas y disquisiciones críticas, que no permiten escribir con gusto ni claridad, de cuyo modo solo me parece se deben tratar los asuntos delante de tan respetable cuerpo.

Las principales acusaciones, pues, con que suelen perseguir el uso de la rima, se reducen a estos capítulos.

Que es un retintín frívolo y enfadoso, que no pasa del oído; invención fría y pueril de los pueblos del norte, entre los cuales todo es tan frío como su clima, según un autor francés. Se infiere de aquí que es una invención moderna, desconocida en los felices siglos antiguos, no obstante que otro escritor de la misma nación cree que los griegos y romanos la conocieron, pero la despreciaron, juzgándola indigna de sus versos.

La rima, dice el inmortal autor del Telémaco, no es otra cosa que la uniformidad de los finales, que por pueril y fastidiosa procuran evitar todos los que aspiran a escribir prosa correctamente. Además de esto, la rima hace perder a los versos la variedad, la facilidad y la armonía.

Los godos, dice el autor del Diccionario de las bellas artes, tenían, cuando se establecieron en las Galias, unos poetas que se llamaban runers, y cuyas poesías eran dichas runes, de donde después se ha derivado el nombre de rima que aplicamos para significar la uniformidad de los finales.

Aun hay quien la crea menos antigua quizá por degradarla más; quien la da por origen las reformas que en el siglo VII hizo el Papa León II en el canto de la Iglesia, introduciéndola en algunos himnos; quien, como el abate Massieu y el ilustre Mr. Huet, cree que los árabes la introdujeron en Europa, y quien como el cardenal Bembo la hacen más moderna aún, creyendo que los poetas lemosinos o provenzales fueron los primeros que usaron de ella.

La rima, añade otro excelente crítico, estropea frecuentemente el sentido de los versos. Por un pensamiento bueno, que facilite el ansia de rimar con buena elección y acierto, se ven obligados los poetas a usar de cien otros fríos e insípidos, que hubieran evitado si no tuviesen esta sujeción. La gracia de la rima no se puede comparar con la del ritmo y la armonía… El gracejo y placer de la rima es brevísimo, oscuro y superficial… La rima, como los feudos y los duelos, debe su origen a la barbarie de nuestros antepasados.

No ha faltado escritor de la misma nación que, por un desconcertado furor de aborrecer la rima, después de tratarla de baja, ridícula, bufona e indigna de asuntos grandes, no hallando género de poesía vulgar que llene su gusto y explique bien las pasiones, quiere que se introduzca un género de prosa llena de figuras y compuesta de cláusulas medidas y armoniosas, y que en adelante no haya otros versos serios en lengua vulgar. Cree que las obras de Corneille y Racine puestas en esta prosa serían más grandes y patéticas. No juzgo que sea necesario examinar la ridiculez de una prosa semejante, y la experiencia ha hecho ya ver lo contrario de lo que se proponía.

En Italia, en Alemania, en Inglaterra, no tiene la consonancia menos censores que en Francia; entre los sabios es ya preocupación de moda predicar en desierto contra ella. Ni es mejor tratada entre los nuestros que entre los que no conocen verso suelto.

Verdad es que los ignorantes y los coplistas no solo defienden y aman la consonancia, pero ni saben concebir que puedan hacerse versos sin ella, ni buscan otra cosa por esencial a la poesía que los consonantes; mas entre todos ellos no tiene otra defensa que un millón de malos versistas, que envuelven en ella sus disparates, y otro millón de necios que los admiran.

Entre los sabios y los hombres de gusto, ¿cuántos pudiera nombrar que la persiguen? ¿Cuántos, y cuáles? No me parece necesario poner aquí una larga y molesta lista de nombres famosos: los Casaubones, los La Mothe, los Fenelones, los Du-Bos, los Montianos, los Gravinas, tendrían en ella los primeros lugares, y, sin nombrar otros, sería preciso confesar que es muy terrible el partido de sus enemigos. Pero solo quiero copiar aquí las palabras del erudito autor de una muy buena tragedia por ser de data más reciente y porque contienen lo principal que contra la rima se puede decir:

No se me ofreció dificultad ―dice― en la elección del verso libre como el más proporcionado, el más conveniente y más natural para la imitación del lenguaje común de los grandes personajes, porque efectivamente él solo puede explicar con libertad la fuerza de las pasiones, que es casi imposible y absurdo sujetar a las ligaduras y precisiones de la rima. Bien conozco que aquellos a quien la inteligencia en esta parte no les pasa de los oídos, o que tienen hecho su gusto al cascabel de la consonancia, desprecian este género de versificación, reputándola por extravagante y desabrida; pero los que penetran el fondo de las cosas, y tienen radicada su inteligencia sobre más sólidos y muy diversos principios, conocen que el espíritu, belleza y demás calidades de la poesía no están constituidos en la material puerilidad de las sílabas consonantes, que afianzan con la sola razón general de que los famosos griegos y latinos, que fueron los mayores poetas del mundo, no tuvieron necesidad, ni aun conocimiento, de la rima, que no tiene ni tan noble ni tan autorizado origen…

Si yo, que escribo a favor de la rima, tuviese por intento declamar contra el autor de la Jael, con facilidad podría hacer ver incontestablemente que las más proposiciones de este parágrafo son a lo menos dudosas, aunque explicadas con aquel aire de posesión y evidencia.

Los doctos que defienden la rima no han dicho jamás que la consonancia es constitutivo de la poesía en general, sino de la poesía en tal o tal lengua, que tiene tal o tal mecanismo natural, y aun entonces no dicen ser un constitutivo esencial, sino un adorno necesario.

No sé yo si los sabios de Europa dispensarán de un poco osada la proposición que indica ser más sólida, más radicada y más fundamental la inteligencia poética de los que defienden el verso suelto que la del autor de los poemas de La Gracia y La Religión, y del de La Henriade, que con otros muchos se ponen de parte de la consonancia.

Ni tampoco sé si se aprobará, entre los eruditos que prefieren la Henriade a la Ilíada y la Eneida, y los Racines, los Voltaires, los Crebillones, a los Sófocles y los Eurípides, que se renueve la proposición que antepone los griegos y romanos a todos los demás; esto es, el estado de niñez de la poesía al de la juventud más vigorosa.

Mas ni en esto ni en otra ninguna cosa es mi ánimo escribir contra ninguno; mi intento es defender según pueda la consonancia, a la cual, si son ciertos los defectos que la suponen, la aplicaré, como otro hizo, aquel verso que el tierno Tibulo escribió hablando de su Delia:

Perfida, sed quamvis perfida, cara tamen.

He dicho ya que la rima tiene contra sí en todas naciones hombres muy grandes, pero de estos se deben descontar aquellos que tienen en su amor propio un poderoso incentivo que les mueve a ajar lo más encantador que la versificación tiene para con el vulgo, no sintiéndose con fuerzas para hacerse famosos por los versos. No creo cometer un arrojo culpable si entre otros muchos me atrevo a poner en esta lista al erudito Mr. Du-Bos y al elocuente Mr. Fénelon: este último, según el testimonio de sus mismos compatriotas, no hubiera salido de la línea de mediano versificador si se hubiese entregado a ganar solamente el nombre de poeta, no obstante aquella célebre oda que anda con el Telémaco, y que a fuerza de estudio, arte y corrección parece muy buena.

Aquellos a quien falta lo que Horacio llama mens divinior y os magna sonaturum, que entre nosotros se dice genio poético, don que solo puede dar el Supremo Hacedor de las almas, y que da a mucho menor número de lo que comúnmente se juzga, están muy expuestos en los juicios que forman de la poesía, aun cuando por otra parte se vean adornados de la mayor lectura y penetración. Buen ejemplo puede ser Mr. Pascal, aquel genio sublime que por sí solo adivinó muchas y difíciles proposiciones de geometría aun antes de haberla saludado y de saber ni aun los nombres de línea, círculo, triángulo; este genio creador y elevado, las pocas veces que habló de la poesía, solo dijo claras y decididas falsedades, dignas de compasión y de risa, que hicieron ver su absoluta ignorancia de esta facultad. Para conocer los buenos versos y distinguirlos de los malos basta tener entendimiento e instrucción; para decidir de la poesía es necesaria un alma poética o un juicio muy superior.

Se deben también descontar de los enemigos de la consonancia que pueden hacer opinión aquellos que, por afectar un aire paradójico y extraño, y buscar siempre novedad, se empeñan en defender, no digo esta opinión, pero verdaderos despropósitos. Entre estos tiene buen lugar Mr. Houdard de la Mothe, traductor, imitador y enemigo declarado de Homero y Píndaro: este hombre, de un genio superior y ciertamente nacido poeta, después de pasar lo más de su vida y ganar toda su fama entregado a los versos, escribió a favor de la prosa contra el verso y la rima; tradujo o imitó algunas odas de Píndaro; tradujo, o estropeó, en versos la Ilíada (sin entender el original, dicen algunos de sus compatriotas), y después escribió contra Píndaro y Homero, y movió la gran disputa literaria con Madama Dacier, en la cual esta escribió como un hombre de mucha literatura y poco gusto, y aquel como una mujer de mucho gusto y más encaprichamiento. Después pasó a negar a su propio idioma la armonía, que a ninguno falta; entretanto, no dejó de escribir y publicar rimas y versos. No sé si habrá quien juzgue qué hombre con estas señas puede hablar sinceramente. Buen ejemplo tuvo en su Edipo en verso, sin rima: no halló quien tuviera la extravagancia de leerle.

Tampoco se deben contar los que por un género de pasión culpable, que pudiera llamarse misopatria o desprecio de las cosas de la Patria, y a quien Cicerón llama insolens domesticarum rerum fastidium, nada aprueban de lo que es del gusto de su nación en general, y desean que se acomode a cosas nuevas a ella, aunque acaso sean ridículas o imposibles. La lista de estos sería un libro de a folio en el día de hoy.

Menos se deben contar aquellos que con desmesurado amor de las lenguas muertas, y encantados de una hermosura, grande a la verdad, pero que les ciega demasiado, culpan todo lo que no es griego o latín. Yo no llamaré ridícula esta manía, como algunos han hecho, ni culparé la aplicación y deseo de poseer con perfección aquellas lenguas muertas, y aun de hacer buenos versos en ellas, pero quisiera que los grandes ingenios que han aspirado a competir con Homero y Virgilio en la poesía de las lenguas muertas no hubieran intentado empresa tan de ningún provecho, y se hubieran aplicado a perfeccionar la lengua y poesía de su patria, ciertos de que sin duda es mayor gloria ser el primer poeta de la lengua castellana o francesa que el segundo o tercero de la griega o latina. No puedo dejar de notar que jamás a Píndaro ni Homero se les puso en la cabeza escribir en persa o egipcio, ni a Virgilio u Horacio en griego, no obstante que estos sabían mejor el griego que nosotros el latín. Amar todo lo que dice relación a mi patria lo he mirado, y lo miraré siempre, como una obligación de la hombría de bien: cegarse por ella mostraría alguna falta de talento, mas cegarse por las extrañas es a lo menos un desamor muy reprehensible.

Descartados todos estos, son muy pocos los que se oponen al uso de la consonancia por verdadero conocimiento propio de que es malo, principalmente si se descuentan también los que defienden el verso libre por parecerles más fácil de hacer, como lo es cuando no es bueno; yo pudiera señalar algunos con el dedo, como suele decirse.

Mas si se examinan los hombres que puedan dar voto, o por poetas, o por eruditos, ¿quién contará los que favorecen la consonancia fuera y dentro de España? Entre los escritores podría formar una larga lista, pero pues no lo he hecho con sus opuestos, no debo hacerlo con sus amigos; baste decir que entre estos se hallan también nombres famosos, como los Racine, los Des-Preaux, los Voltaires, los Martellos y otros muchos.

No disimulo que dentro y fuera de España han usado y escrito grandes obras en verso sin rima muchos y muy célebres poetas.

Juan Jorge Trisino (que nació en Vicenza el año de 1478) escribió en el gusto griego la Sophonisba, que pretenden los italianos que sea la primer tragedia en lengua vulgar, y la Italia liberata, poema épico, copia muy endeble de la Ilíada: entre las novedades que introdujo, fue una el verso suelto de la prisión de la rima, y en esto ha tenido por imitadores muchos de los mejores poetas de Italia. Aunque en verso suelto no hubiese producido Italia más que el Aminta, el Pastor Fido, la Amarilli y la Merope de Maffei, bastaría para prueba de lo que puede un genio poético, aun desayudado del verso.

Contemporáneo del Trisino fue Alonso de Fuentes, natural de Sevilla, que imprimió en ella en 1547 su Philosophia natural, en que están sueltos los versos no solo de siete y once sílabas, pero aun los de ocho. Su introducción ha tenido en España muchos imitadores, y una nación que se gloría con los nombres de Boscán, Aldana, Bermúdez, Montiano, y mil otros, no negará lo que estos poetas trabajaron en verso suelto. Aun hubo entre nosotros quien no se contentó con abandonar la rima, pero, aspirando a la perfección del ritmo griego y latino, han hecho versos con su propia medida. En esto creo que se aventajó a todos el dulce y armonioso don Esteban Manuel de Villegas, y fray Jerónimo Bermúdez imitó casi todos los géneros de verso lírico latino y griego, pero con especial perfección el sáfico y adónico.

Juan Milton (que nació en Londres en 1606, comenzó en 1658 su Paraíso perdido, y le finalizó en 1667) introdujo en la poesía inglesa el verso que llaman blanco, esto es, sin rima, y la gran fama que después de muerto adquirió su nombre, y que fijó para siempre el talento, buen gusto y autoridad del ilustre Addison, hizo que los mayores poetas que después ha tenido Inglaterra siguiesen su ejemplo. Tales son el mismo Addison, Tompson, Dryden, Ayre, Hume, Roscommon, Prior y muchos otros.

Entre los escitas, que acaso son los primeros inventores de la rima, fue más moderno el intento de dejarla. El príncipe Demetrio Cantemir, uno de los mayores eruditos de este siglo, dio a la Rusia un nuevo género de verso suelto; en él escribió algunas sátiras y tradujo muchas obras de Anacreonte, Horacio y otros poetas. La dulzura de su versificación y la justa preocupación que nace de su erudición y su dignidad, han hecho que sigan algunos su ejemplo, y sus traducciones de Mr. Fontenelle y otros fueron causa de que por medio de Mr. Guasco, su estimador y escritor de su vida, fuese conocido y celebrado en París.

Las naciones góticas, a quienes comúnmente se atribuye la invención de la rima, pretenden también sacudir su yugo. Klopstok había ya publicado en 1762 diez cantos de su celebradísima Messiade, que contiene veinte. No contento con apartarse de la costumbre de rimar, que todos sus antecesores habían seguido, quiso transportar a su idioma el ritmo y armonía de los griegos y los romanos: sus versos son hexámetros, sobre la medida de Homero y Virgilio. “El oído de sus compatriotas ha encontrado en su versificación la armonía de sus modelos, y la Alemania se ha dado prisa a adoptar esta feliz invención”. Los mejores poetas de Alemania van siguiendo su ejemplo. Bodmer, Breitinger, Wieland, Gleim, Rost, Schmidt, Gellert, Gaenert, creo se pueden nombrar entre ellos, y muy especialmente Gesner, autor del Poema de Abel, de varios Idilios, si no son mejores, iguales a los de Teócrito, Mosco y Bión, y de una excelente Pastorela, que creo se habrá ya publicado. Mas no debo omitir al famoso Kleist, su íntimo amigo y competidor de su fama, autor de Cicides y Paches, y el Poema de la Primavera. Su valor no era menos conocido que la dulzura de su genio. En la última guerra mandaba el Regimiento de Hausen, en el ejército del Rey de Prusia, cuando se dio la batalla de Kunersdorf; en ella recibió gran número de heridas, de las cuales murió poco después en Francfort-sobre-el-Oder, llorado de todos, y entre todos de su erudito soberano. Sus versos son en unas obras rimados, en otras de la nueva invención.

Lo que he dicho de Mr. Houdard de la Mothe hace ver que también en Francia se ha suscitado recientemente la idea de semejante innovación; pero Mr. Olivet, en una carta al presidente Mr. Bouhier, dice que aunque la intentan vender por un nuevo descubrimiento filosófico, es, no obstante, un pensamiento que ha sido presentado mil veces al público, y desechado otras tantas de doscientos años a esta parte, y aun pudiera añadirse a lo menos otro medio siglo según mi parecer. Los mentores de esta novedad en Francia son varios según los autores. Juan Antonio de Baïf, que nació en 1532, en Venecia; Esteban Jodelle, en el mismo año en París, y Nicolás Rapin en 1535 tuvieron la misma idea, y a ninguno de ellos (sin contar otros) faltaron sus protectores que procurasen conservar el honor de la invención. Pero según Mr. d’Aubigné, Mousset tradujo la Iliada y la Odisea en versos hexámetros franceses sin rima, y su traducción se había ya impreso antes de que Baïf ni Jodelle vinieran al mundo. Sea como fuere del inventor de los versos cadencés como los llaman los franceses, Esteban Pasquier, Juan Paserat, Felipe Des-Portes, Francisco Gaucher de Sainte-Marthe (llamado comúnmente Scevola Sanmartanus), Blas de Vigènere, Honorato de Urfé, Méziriac, d’Aubigné, y algunos otros han seguido este pensamiento, mas ninguno ha conseguido con él ser contado entre los mayores poetas de Francia, y en el día está aquella nación tan desengañada de que a su idioma conviene mal ese género de versificación, que sería objeto de la risa pública quien se empeñare en renovarla.

Este es el por mayor de la historia literaria del verso no rimado, y considerándola es justo y necesario confesar el mérito de los escritores referidos en ella. Mas la lista de todos ellos podrá acaso ponerse en comparación con la de los que escribieron en el modo trillado con igual acierto. ¿Quién negará al Dante, al Petrarca, al Ariosto, al Taso, el honor de ser los mayores poetas de la Italia moderna? ¿Cuántos excelentes poetas tuvo la Inglaterra antes de que Milton introdujese el verso blanco? Y aun después, ¿en todas las obras de corta extensión no le usan con aprobación los mejores poetas modernos, reservando el verso blanco para las obras dramáticas y las demás que son por naturaleza largas? En Alemania son los versos rítmicos tan modernos como se ha visto; ¿habrá por esto quien se atreva a decir que ha estado hasta ahora sin grandes poetas aquella docta nación? Oppitz, Rollenhaguen, Schedss, Newkirch, Günther, Hagedorn, Canitz, el Padre Diego Baldo de Elsisheim, y mil otros desmentirían al que tal quisiera decir. Quien compara el Poema de la práctica de los labradores de Frisia de Pedro Baart, célebre poeta flamenco, con las Geórgicas de Virgilio y las Obras y días de Hesíodo, y los que llaman Ovidio Sármata a Sebastián Acerneim, o Acerno, famoso poeta polaco, ¿se detienen en la rima de que usaron felizmente? Mas sin que nos detengamos ni vaguemos de nación en nación, ¿cuál es, o dónde está el que ose afirmar, que los Fr. Luises de León, los Argensolas, los Garcilasos, los Arias Montanos, los Ercillas, los Borjas, los Lopes no son en nuestra España los príncipes de la poesía? Todas sus mejores obras están rimadas sin que esta ligación les haya servido de estorbo, o para explicar sus sublimes pensamientos, o para decirlos con gracia, pureza y felicidad.

¿Quién negará que los mejores poemas épicos en lengua vulgar son la Gerusalem de Taso, la Lusiada de Camoens, y la Henriada de Mr. Voltaire? ¿Habrá acaso alguno que diga que el Taso fue mejor poeta en el Aminta que en el Gofredo, porque aquel está en verso suelto y este en octavas? ¿Disputa nadie al teatro francés la preferencia sobre todos? No obstante, los Racines, los Corneilles, los Crébillones, los Voltaires, los Riouperoux, los Pirones, los De Belloy, no han intentado desamparar la rima.

¿Cuál será la razón tan poderosa que baste a desacreditar tales, y tantos varones? Y sin desacreditarlos, ¿quién desaprobará el uso de la consonancia que han aprobado y aprueban todos ellos?

La poesía debe tener, y ha tenido siempre, un lenguaje aparte, y este lenguaje le constituye la rima: sirve para fijar la atención y la memoria, da gracia y fuerza a los versos, atrae y lisonjea el oído, hermosea la expresión, da brillantez a los pensamientos más sencillos y nueva fuerza a los más sublimes; quítese la rima a las mejores octavas de Camoens, Taso u Ercilla, y nos parecerán insípidas y frías.

Si el mayor número de los que defienden el verso suelto quisiese hablar una vez según el testimonio de su conciencia, confesarían sin duda que cuando leen sin mucha reflexión aun las mejores obras escritas en él, les parecen frías, insípidas y secas, se les escapan los más delicados primores poéticos de ellas, y solo perciben su mérito releyéndolas y masticando, digámoslo así, los pensamientos y las expresiones.

No se puede negar sino por capricho o ignorancia que la poesía tiene, y tuvo siempre y en todas las naciones, tres legítimos jueces: el entendimiento, el corazón o sentimiento, y el oído, que no es el menos delicado de los tres. En nuestra lengua no se puede satisfacer completamente al oído sin la consonancia. Es verdad que la sustancia de la poesía son los pensamientos, el entusiasmo, la invención, las figuras, etc., etc. Mas todo esto se halla (aunque rarísima vez con acierto) en la prosa poética. Lo que distingue a esta de la verdadera poesía pertenece al oído, y este decide a favor de la consonancia sin disputa.

Las dos excelentes tragedias de nuestro ilustre académico, el Sr. D. Agustín de Montiano y Luyando, justísimamente alabadas de propios y extraños, que le valieron su admisión en la Arcadia de Roma, y que aun en Francia se han dignado traducir, no obstante ser una obra dramática de España, ha días que han comenzado a parecer insípidas a algunos de nuestros eruditos. Uno de estos puso en tercetos una escena de la Virginia, convencido de que la causa de la frialdad era la falta de consonancia, y el efecto lo convenció. Cuando la leí me pareció oír a Voltaire o Racine hablando en castellano.

La misma prueba he hecho yo con la segunda escena del acto cuarto de la Jael, que se puede contar entre las mejores tragedias españolas por la regularidad. Vi esta escena, que es un razonamiento de Débora, llena de fuego, invención y entusiasmo profético y sublime; su estilo entre ático y asiático: ni tiene la sencillez de Sófocles y Eurípides, ni la arrogancia y rigor de Isaías, Jeremías, etc., pero sigue un medio entre estos dos extremos, sublimes cada uno en su género. Su expresión es noble, digna, pura, corriente, natural, fácil, elevada; tiene mucho arte, no manifiesto ni afectado, y parece en ella no sé qué desaliño y desorden superficial muy propio del asunto. No obstante esto, me parecía el razonamiento desfallecido, moribundo y yerto. Solo mudé en él las precisas palabras para acomodarle un asonante seguido, y con esto hizo tan distinta impresión en mí, que, admirándole, me llenó de lástima, porque formé desde entonces juicio de que la Jael, que hoy leen muy pocos, adornada de consonantes o asonantes no cedería a la Débora de Martello, ni a la de Mr. Duché-de-Vancy, o a cualquiera otra de las más célebres.

Pero quiero poner a la vista un ejemplo más sensible, que consiste en dos excelentes descripciones: una en octavas, de don Alonso de Ercilla; la otra en verso suelto, del capitán Francisco de Aldana. Yo confieso que no he tenido aún el gusto de leer las poesías de muchos de nuestros buenos poetas, cuyas obras son muy difíciles de hallar; mas, entre los que he visto, ninguno me ha desagradado menos en verso libre que Aldana, no obstante lo que hallo una notable diferencia en estas dos descripciones, que por otra parte son, a lo menos, iguales.

La de Francisco de Aldana, que se sirve de ella para una notable comparación, es pintura de un ejército español puesto de improviso en arma por aviso de las centinelas, y repentinamente sosegado; dice de este modo:

¿Vistes alguna vez en la campaña
ejército español, fiero y lozano,
cuando la noche con sus alas negras
esparce por el aire tenebroso
silencio, miedo, sobresalto, y sueño?
¿Vistesl’ estar durmiendo y reposando
debajo la despierta vigilancia
de la real, nocturna centinela,
qu’ está con recatado azoramiento
mirando al derredor por s’ y por otros?
La cual, echando el ojo atento y firme,
retificando con la oreja atenta,
descubre, o le parece que columbra,
confusamente oscuro y bajo bulto
de algún acechador, cauto enemigo.
Mira y torn’ a mirar, se abaja y alza,
ech’ adelante un paso y vuelve al puesto;
se impone, se apercibe, se apareja,
s’ empina, para, parte, prueba y pasa
su paso a paso de una en otra parte,
y requiere a sí mismo no despacio.
Tiene continuado el rostro siempre
al bulto, y duda, y no se determina;
quiere gritar: ‹‹¡Arm’ arma!››, y se detiene
por no causar común desasosiego;
que, si no fues’ el bulto cierta cosa,
viene a diminuir de aquel concepto
y estimación debida a buen soldado.
Mas hete de improviso que descarga
el contrario furor sobre su pecho.
‹‹¡Arma, arma, Santiago, arm’ arma!››, grita;
luego veréis la voz multiplicada,
difusa, y repetida en toda boca.
Hacia el primer rumor ya corren todos,
las sonorosas cajas ya retumban;
aquel toma el escudo, este el estoque;
este y aquel la lanza, otro la pica,
otro la espada, este otro el instrumento
que relámpago, trueno y rayo junto,
echa de sí con daño de mil vidas;
aquel su mecha enciende, ‘ste su mecha
sopla, de balas este boca y bolsa
llena; quién la trabada y vieja malla
cubre, quién la celada y la manopla
toma, quién el arnés trabado encima
carga, quién el almete y la coraza
traba, quién l’ alabarda o la jineta
coge, quién espaldar y peto junto
ata, quién una y otra pieza luego
trueca, quién el quijote sobr’ el muslo
pega, quién la escamosa coracina
ase, quién greba, bufa y contrabufa
pone, quién tachonadas taherías
ciñe y s’ enlaza con presteza el yelmo.
Veréis tras esto el fiero y generoso
caballo, al alto son de la trompeta,
alzar la frente alegre y plateada,
sacudir la cabeza y el copete,
el cuello encaramar, erguir la oreja,
el ojo ensortijar, volar las crines,
las narices abrir, temblar los labios,
el suelo patear, tender la cola,
los dientes rechinar, torcer la boca,
la cerviz abajar, tascar el freno,
las ancas recoger, doblar las corvas,
el pecho dilatar, volar los cascos;
luego entonar relinchos atronados
que no puedes dudar qu’ en su lenguaje
quiere decir: ‹‹¡Arm’ arma, cierra, cierra!››;
ahora lo veréis, fácil y diestro,
con las manos triscar, todo empinándose
firm’ en los pies; ora estribando todo
sobre los brazos, despedir al aire
dos coces, que a una piedra de diamante
reduciría en polvorosa nube;
sobre manos y pies fundado ahora
un brinco despedir, tan licencioso,
tan repentinamente suelto y libre,
que pensaréis que sube al alto cielo
a competir con el caballo alado.
……………………………………….
Estando en est’ error tumultuoso,
y los cuerpos de guardia más cercanos
ya rebatido viendo el enemigo,
pasa la voz que cada cual se vuelva;
y así las centinelas reforzadas,
el belicoso pueblo y las cabezas
tornan a sus amados pabellones,
sus viudas chozas, tiendas y barracas. Etc. etc.


Ercilla describe el saco de la ciudad de la Concepción de Chile, saqueada e incendiada por los araucanos, en estas excelentes octavas:

Corren toda la casa en un momento
y en un punto escudriñan los rincones:
muchos, por no engañarse por el tiento,
rompen y descerrajan los cajones;
baten tapices, rimas y ornamento,
camas de seda y ricos pabellones,
y cuanto descubrir pueden de vista,
que no hay quien les impida ni resista.

No con tanto rigor el pueblo griego
entró por el troyano alojamiento
sembrando frigia sangre y vivo fuego,
y talando hasta el último cimiento,
cuanto de ira, venganza y fuego ciego
el bárbaro, d’ el robo no contento,
arruina, destruye, desperdicia,
y aun no puede cumplir con su malicia.

Quién sube la escalera, y quién abaja;
quién a la ropa, y quién al cofre aguija;
quién abre, quién desquicia, y desencaja;
quién no deja fardel ni baratija;
quién contiende, quién riñe, quién baraja,
quién alega y se mete a la partija:
por las torres, desvanes y tejados
aparecen los bárbaros cargados.

No en colmenas de abejas la frecuencia,
priesa y solicitud cuando fabrican
en el panal la miel con providencia,
que jamás a los hombres comunican,
ni aquel salir, entrar, y diligencia
con que las tiernas flores melifican,
se puede comparar, ni ser figura
de lo que aquella gente se apresura.

Alguno de robar no se contenta
la casa que le da cierta ventura,
que la insaciable voluntad sedienta
otra de mayor presa le figura;
haciendo codiciosa y necia cuenta,
busca la incierta, y deja la segura,
y llegando, el sol puesto, a la posada,
se queda, por buscar mucho, sin nada.

También se roba entr’ ellos lo robado,
que poca cuenta y amistad había
si no se pon’ en salvo a buen recado,
que allí el mayor ladrón más adquiría:
cuál lo sac’ arrastrando, cuál cargado
va, que d’ el propio hermano no se fía;
más parte a ningún hombre se concede
que aquello que llevar consigo puede.

Como para el hibierno se previenen
las guardosas hormigas avisadas,
que a l’ abundante troje van y vienen
y andan en acarreos ocupadas,
no se impiden, estorban, ni detienen,
dan las vacías paso a las cargadas,
así los araucanos codiciosos
entran, salen, y vuelven presurosos.

Quien buena parte tiene, más no espera,
que presto pone fuego al aposento;
no espera que los otros salgan fuera
ni tiene al edificio miramiento.
La codiciosa llama de manera
iba, en tanto furor y crecimiento,
que todo el pueblo mísero se abrasa
corriendo el fuego ya de casa en casa.

Por alto y bajo el fuego se derrama,
los cielos amenaza el son horrendo;
de negro humo espeso y viva llama
la infelice ciudad se iba cubriendo.
Treme la tierra en torno, el fuego brama,
de subir a su esfera presumiendo;
caen de rica labor maderamientos
resumidos en polvos cenicientos.

Piérdese la ciudad más fértil de oro
que estaba en lo poblado de la tierra,
y adonde más riquezas y tesoro,
según fama, en sus términos encierra. Etc., etc.


Vemos aquí dos descripciones excelentes, muy individuales, ciertas y circunstanciadas, tales que al leerlas parece estamos presentes al rebato o al saqueo, y que vemos los escarceos del caballo o los estragos del fuego. El estilo y el lenguaje es igual en ambas; los pensamientos no menos en una que en otra son tomados del natural, y felizmente explicados. Aun si alguna de ellas tiene algún leve defecto, es la de Ercilla; v.g. aquel verso

los cielos amenaza el son horrendo,


que ciertamente es un pensamiento falso, o una expresión sonora, que nada dice. No obstante, si entre los poetas y los hombres de verdadero buen gusto se encuentra uno que prefiera la de Aldana, se hallarán sin duda ciento que voten por la de Ercilla. ¿Cuál podrá ser la razón sino el encanto de la rima, y la satisfacción que con él se da al oído, que es el primer juez de la poesía?

A la verdad, si el oído es quien ha de informar al alma, ¿por qué no se ha procurar contentarle?

Quizá porque si el oído gusta de la consonancia es en fuerza de costumbre y preocupación: hiciéramosle, dirán, a la armonía y número, y saliendo de su preocupación, desamaría la rima.

Quien así respondiese debería no olvidar que comenzar una costumbre contraria a la recibida es empezar un abuso, y empeño, especialmente en estos asuntos, quimérico; mas aun cuando así no fuera, tiene sus dudas la respuesta.

Vemos cada día que la gente inculta, los niños, las mujeres sin doctrina, hacen y cantan sus coplillas sin método, pero a las cuales jamás falta la rima, bien o mal dispuesta. ¿No podríamos decir que así lo dicta la Naturaleza? Pudiera sin duda decirse, y yo creo que es así.

Nace esto de la índole de nuestra lengua, y de las demás que son como hechas para consonancia. Nuestra lengua tiene la misma proporción para la poesía rimada que la griega y latina para el número y la armonía, y las mismas dificultades tienen que vencer estas para lograr la buena y abundante consonancia que la nuestra para la armonía de aquellas.

Las lenguas griega y latina componen todas sus palabras de sílabas reposadas, sílabas precipitadas y algunas pocas indiferentes, cuya varia textura y enlazamiento hace los dáctilos, pirriquios, espondeos, yambos y demás pies, que, alternados con cierto orden y método, forman los versos de que se compone su poesía.

Aunque ignoramos la verdadera pronunciación de aquellos idiomas, sabemos que la prudente y arreglada alternación de estos pies producía un género de música muy sencillo, gustoso y dulce. Un verso de doce o trece sílabas y otro de diecisiete eran igualmente hexámetros, y, aunque escritos parecían a la vista muy desiguales, pronunciados eran para el oído de una misma duración. Conseguían esta igualdad deteniéndose en unas sílabas y precipitando la pronunciación en otras, cuya interpolación de breves y largas daba a los versos un no sé qué musical y armonioso.

Estamos nosotros tan lejos de esta pronunciación que, aunque más hagamos, tardaremos mucho más en pronunciar uno que otro verso. Y aun cuando determinásemos de una vez cuáles sílabas son largas en nuestra lengua y cuáles breves, para lo cual falta mucho en el mayor número de nuestras palabras, jamás conseguiríamos aquella sonora consonancia que sabemos había, y ni la tenemos, ni entendemos cómo era. De modo que nuestra armonía (que sin duda cada lengua tiene la suya), para sostenerse por sí sola, y sostener el verso, queda, con mucha distancia, inferior a la griega y latina.

Para compensar esta falta tiene nuestro idioma, y todos los más, un recurso en su natural constitución: una prodigiosa abundancia de finales uniformes, que colocados de tal o tal modo, según el arte o el uso prescribe, producen un efecto muy de otra clase, pero siempre agradable y sonoro. ¿No pudiera ser este el verdadero origen de la rima?

Si lo fuese, es de creer que el mayor número de idiomas que tienen esta proporción para la consonancia usen de ella en sus versos. Esta legítima consecuencia de mi sistema le pondría ciertamente en un grado de más que probabilidad, si fuese cierta; y por buena ventura de la causa que defiendo lo es, a mi parecer, fuera de duda.

Todas las naciones europeas hacen versos, y todas los riman, a lo menos desde que la lengua latina dejó de ser vulgar; y aunque después en algunas se comenzó a usar el verso suelto, jamás les han faltado grandes poetas que empleen en sus obras la consonancia con acierto y aprobación.

Los tártaros, los siameses, los de Tonquín, del Japón, de Cochinchina, riman igualmente sus versos, y aunque los chinos tienen versos sin rima ni medida, que consisten en un fastidioso género de antítesis, y cuya gracia y esencia es que si en un periodo o verso se habla del cielo, se hable en el siguiente de la tierra; si en el uno se trata de la nada, en el otro de todo, etc.; pero la poesía más usada, la más antigua, y de que están llenos sus inmemoriales libros canónicos, es feliz y sonoramente rimada, a lo que da lugar la abundancia de monosílabos rimados que tiene aquel idioma, cuyas palabras son todas monosílabas.

Adison en su Espectador publicó la traducción de una oda lapona, que en su original era rimada, y que se compone de pensamientos muy nobles, y llenos de entusiasmo y fuego poético.

Los americanos rimaban sus canciones, y todas las silvestres naciones del Nuevo Mundo cantan sus coplillas rimadas. Aun los feroces isleños caribes, que tan pocas veces hablan según el padre Labat, cantan también sus coplas con rima. Sus mujeres, que hablan lengua distinta, y que sacarían la cabeza rota si en cualquiera otra cosa quisieran introducir en su idioma algo de lo que es propio del de sus maridos, les imitan en esta costumbre.

Todos los africanos conocidos usan de consonancia en sus versos; y sus famosos antepasados los penos seguían el mismo uso probabilísimamente.

Los asiáticos, que hasta en la prosa son poetas, riman todos sus versos; los siros, los mogoles, los turcos, los indios orientales de aquende y allende del Ganges usan de la consonancia. Los persas modernos, y entre ellos los parsis o guevros, que conservan la antiquísima lengua y religión de los persas, sus costumbres, y los inmemoriales libros de las historias de sus príncipes y magos contemporáneos, o quizá más antiguos que el famoso Zerdus, o Zaradust (que nosotros llamamos Zoroastro, o Zoroastres) siguen a los demás asiáticos en esta costumbre.

Solo por ignorancia, pirronismo o espíritu de contradicción se puede ya negar que los antiguos hebreos, no contentos con usar de la rima, la usaron en versos tan cortos y desiguales, que muchas veces un versículo de la versión es una estancia entera del original.

Por modo de digresión quiero apuntar aquí una observación nueva sobre la Sagrada Escritura, que me parece puede ser muy útil. Un rabino de Liborna, muy docto en su lengua, me ha asegurado que, además de ser indubitable la rima en los libros poéticos del Testamento Viejo, había observado que en algunos versos donde no se encuentra la rima, o había alguna de aquellas palabras que solo se hallan una vez en la Biblia hebrea, o eran de sentido muy oscuro y dificultoso; por consiguiente, que se pudiera sospechar error de copiante la falta de la rima, y que, poniendo una letra final por otra, había quitado la consonancia, y causado oscuridad o formado sin querer una palabra nueva.

Yo paso a más. Como el conocimiento de la cantidad ha servido para restituir la verdadera lectura de muchos versos griegos y latinos, y los ha vuelto muy claros, de ininteligibles que antes eran, y como el conocimiento de nuestra consonancia nos hace enmendar fácilmente las malas copias de nuestros poetas, y adivinar, digámoslo así, con certeza lo que verdaderamente escribieron, de este modo, si trabajásemos sobre la pronunciación de las lenguas hebrea y caldea, sobre su índole y sobre su rima, por los rastros de esta se podrían restablecer y hacer claros muchos oscuros pasajes de la Sagrada Escritura, desvaneciéndose al mismo tiempo las aparentes contrariedades o antilogías que resultan de aquella oscuridad.

Para ponerse en tal estado sería necesario trabajar y adelantar mucho. Como los versos hebreos no son iguales, sino al contrario, unos largos y otros cortos, alternando a veces un verso de muchas sílabas con otro de dos, de tres, o de cuatro, era indispensable comenzar por un exacto conocimiento de su medida y construcción, de cuáles alternan con cuáles, cómo, dónde, y en qué ocasiones y géneros de poesía, sin lo cual no podría saberse dónde se debe buscar la consonancia, y sería inútil todo el trabajo empleado.

Si este proyecto no es quimérico, y si es posible reducirle a práctica, como a mí me parece, no es necesario ponderar la grande utilidad que puede acarrear a la erudición cristiana. Pero basta de digresión: vuelvo al asunto.

Lo referido hasta aquí pertenece a los hebreos antiguos. Los rabinos modernos no se contentan con rimar sus versos, pero usan de rimas escogidas y sonoras, tanto como la más culta lengua europea.

Los árabes, ya más antiguos, ya contemporáneos, ya posteriores a su célebre legislador Mouhamet o Mahoma, riman, igualmente, no solo en las cánticas que cantaban en sus caravanas, cuando iban en la romería de la Mecka, que de tiempo inmemorial hacían los ismaelitas imitados después de los mahometanos, sus sucesores, pero en las demás poesías, y en las historias en verso, que son entre ellos las más antiguas y comunes.

Mahoma, que en cuanto pudo imitó y contrahizo la Sagrada Escritura en su obra, que son las pandectas de su religión, y que con el mismo espíritu de imitación llamó al-Korán, como quien dice el Libro por excelencia, como nosotros llamamos la Biblia a los sagrados libros canónicos, Mahoma, digo, escribió su Korán en un género de prosa rimada, muy común en algunas partes de Asia.

Abubeker, Omar y los demás que concluyeron el Korán siguieron el ejemplo de su legislador. Era tan del gusto de los árabes aquel género de poesía, que aquel famoso fanático se alaba a sí mismo varias veces de que ni los ángeles ni los demonios podrían igualar la elegancia de su estilo.

Los etíopes riman sus versos muy diversamente de las demás naciones. Consiste su consonancia en acabar los versos con letras consonantes de un mismo orden y sonido, aunque con distintas vocales, de modo que sus versos a la vista no tienen rima, pero en boca etiópica la tienen muy sonora.

Los habitantes de la provincia de Gales en la Gran Bretaña, que conservan aun en nuestros días con bastante pureza la antiquísima lengua céltica con todas la señales y distintivos de lengua tan primitiva como la hebrea, china, árabe, etc., y que sin duda ni disputa es más antigua que la latina, que es hija de la céltica y la griega, y que la griega, que lo es de la misma céltica, y de la cananea o fenicia, ambas dialectos de la hebrea, convienen con las demás naciones en rimar sus versos, y con los orientales en el modo de la rima.

Los cantares en lengua vascongada son también rimados, y probablemente lo han sido siempre sus poesías, cuando no nos atrevamos a decir que de estos países aprendieron los lemosines, que contribuyeron tanto a renovar su uso en Europa. Como la lengua que se habla en todo el país cántabro es un resto de la lengua celtibérica, podemos, sin temeridad, conjeturar que nuestros antiguos celto-españoles rimaban sus versos, y que los antiquísimos poetas españoles, que según Strabon pusieron en versos las leyes de los antiguos celtas-turdetanos, convenían en la rima con los modernos.

Lo mismo se puede presumir de los gallegos antiguos, de quienes dice Silio Itálico: "Barbara nunc patriis ululantes carmina linguis," donde el ululantes, y el barbara carmina parece indicar no solo unos versos en lengua extranjera, sino cuya constitución y método era distinto del romano, consistiendo su gracia en el sonido, a lo que alude el ululantes; todo lo cual me parece hablar de la rima: a lo menos no sabemos qué poesía pudiera ser que ni fuese rimada ni rítmica.

Lo que he referido de la provincia de Gales es una nueva prueba de esta conjetura, que recibirá mayor probabilidad con lo que voy a decir de los antiguos irlandeses.

Los fileas, fear-danas o bardos de los scoto-milesios o irlandeses antiguos escribían en verso las genealogías, las acciones, guerras y demás partes de la historia milesia, y sus obras, que aun existen en gran parte, eran todas rimadas; pero esta observación, nueva entre nosotros, merece pararse un poco más.

Los más exactos historiadores de aquella nación, entre los cuales se hallan los grandes nombres de O’Sullivan, Ware, O’Flaherty, Keating, Vsser, Stanihurst, Linch, O’Reylli, Harris, Cambden, Mac-Geoghegan y otros muchos, convienen en dar un origen antiquísimo a los irlandeses, y apenas se disputa ya que su primer rey milesio vivía muchos siglos antes de la era vulgar.

Estos milesios, o Clanna-Mileagh-Easpaine, esto es, los descendientes de Mileagh-Easpaine, se derivan de un rey escita, cuyo hijo Niul casó en Egipto con hija del rey que pereció en el Mar Rojo en el tiempo en que Moisés salió de Egipto.

Niul, cuya descendencia fue echada de aquel reino como por ostracismo, por medio de sus descendientes pobló parte de su antigua patria la Scitia, la Isla de Creta, la Getulia, y últimamente la España, en especial parte de Portugal y Galicia.

Bratha, uno de sus descendientes, por medio de sus hijos Briogan, o Breogan (que en milesio quiere decir domador de ciudades), se hizo señor de las provincias septentrionales de España, expeliendo de ellas los antiguos habitantes, que probablemente eran los celtas, descendientes de Gomer, venidos por los Pirineos, si no creemos neciamente la fábula de la población de España por Tarsis o por Túbal en persona.

Briogan, que se supone fundador de Briogancia, en latín Brigantia, hoy Braganza, y del país de los brigones de la falda del Idubeda, donde hoy está Briones del Alcarria, y de cuyo nombre traen su origen tantos pueblos españoles en que se hallan las palabras Briga, Brica, Bric-, Brig-, Britium, etc., derivados de Briog, o Brig, ciudad; Brigan, digo, tuvo diez hijos, el último de los cuales fue Gallamh, o Callamh, de donde parece haber tomado su nombre el Puerto Cale (hoy O-Porto), del cual le tomaron los callaici, o gallegos, y después los portu-callenses, hoy portugueses.

Gallamh fue por otro nombre llamado Mileagh-Easpaine, de donde se derivó el nombre de España, y que pudo dar motivo a las fábulas de Hispan y de Hespal, que traen tantos de nuestros historiadores: el doctísimo Samuel Bochart pretende que el nombre de España se derive del fenicio saphan, pero ni esta etimología parece natural, ni verosímil: ni saphan significa precisa y propiamente el conejo, ni este animalillo, aun siendo peculiar de España, debería darla el nombre sino entre poetas como Catulo, que la llama cuniculosa, por modo de epíteto.

Mileagh-Easpaine con algunos suyos volvió al país de sus antepasados, la Scitia asiática; se instruyó en sus costumbres; volvió otra vez a Egipto, donde fue general del faraón Nectaneb contra los etíopes, y tuvo por recompensa a Scuite, o Scota, hija de Nectaneb. Mientras su estada en Egipto hizo instruir doce de los suyos en las ciencias, artes y letras de los egipcios, con ánimo de que instruyesen a los españoles.

Cuando este gran príncipe se halló en el estado que deseaba, volvió a España, donde hizo instruir a los druidas, o fileas, o bardos, en la ciencia de los egipcios y los escitas, que en aquellos tiempos era cuanto había que saber.

Poco después se envió la colonia que pobló la isla de Ire, o Irlanda, gobernada por 40 jefes, de los cuales fueron los principales ocho hijos de Mileagh-Espaine. Uno de estos se llamaba Heiber, o Heber, del cual puede venir el nombre de Iberus, de Iberia, y de Celtiberi, aunque estos nombres pudieran muy bien ser célticos, pues en céltico Iber significa al otro lado, y, así, Celtiberi significa los celtas del otro lado de los Pirineos. Desde el tiempo de estos nuevos pobladores hubo en Irlanda fileas, que cantaron en versos sus acciones. O’Flaherty cita y pone algún fragmento de Amergin, nacido en España, hermano de Heremon, primer monarca de Irlanda el año del mundo 2292. Estos versos fueron rimados, o por mejor decir, una especie de prosa rimada, compuesta de periodos muy cortos acabados en consonantes unos de otros desiguales, y sin otro gracejo artificial que la rima, como lo que he dicho de los árabes.

De esta brevísima relación se deduce que los antiguos españoles usaron la rima, pues la usaban los bardos cuando salieron de nuestra península. Y pues Mileagh-Easpaine trajo de Egipto y de Scitia las letras y artes, podemos sospechar con razón que estas naciones rimaban sus versos en aquel tiempo. En efecto, los coptos, descendientes de los egipcios y conservadores de su lengua, y todas las naciones que habitan hacia el Boristenes y el Mar Caspio, han usado hasta ahora de la consonancia.

Quien esté poco informado de las antigüedades irlandesas podrá oponer a esta relación el tal cual aire que tiene de fabulosa, el silencio de los escritores griegos y romanos, el testimonio de César que asegura que los druidas y bardos no usaban la escritura, y cosas semejantes.

Pero los que hayan hecho estudio de las historias extranjeras, que pueden contribuir a declarar las de su patria, podrán dar solidísimas respuestas a estos frívolos reparos.

César está averiguado que se engañó en muchas de las cosas pertenecientes a las Galias y la Germania, y jamás pudo hablar de las de Irlanda, porque jamás pusieron en ellas sus águilas los romanos.

Los autores griegos y romanos, aunque no cuentan estas cosas porque ellos mismos, como Estrabón y otros, confiesan su ignorancia en la historia de esta isla, no obstante, no dejan de esparcir algunas noticias que pueden servir para confirmar lo referido hasta aquí.

Estamos en la necia posesión de creer sobre su palabra a los escritores griegos y romanos aun en las cosas que pertenecen a naciones que apenas conocieron, no obstante que vemos cómo se contradicen unos a otros, y no obstante de haberles averiguado tan repetidas falsedades, tantos anacronismos y tantas ignorancias.

Mas cuando vemos historias antiguas que no están escritas en griego ni en latín, aunque sean las más auténticas, nos persuadimos luego a que son falsas. Suele llamarse esto crítica, pero no es más que una preocupación contra toda la crítica y la razón natural.

No es lugar de hablar de los anales chinos, persas, mogoles, etc., pero los irlandeses son del día. Eran estos compuestos desde el principio por los bardos empleados por autoridad pública para escribir en ellos la historia y la genealogía, asunto en aquella isla de la mayor importancia, pues servía para las elecciones de sus monarcas, que solo podían ser de ciertas familias.

Estos anales se registraban, corregían y archivaban cada tres años en las juntas de toda la nación en Teamor. Un príncipe, un anticuario y un druida eran los principales intendentes de esta revisión, y cuando alguno de sus escritores era cogido en descubierto, y se hallaba haber escrito algo que fuese falso, era severamente castigado, a veces con pérdida de la vida.

Todas estas obras después de revistas y corregidas se archivaban en Teamor, y formaban un libro o registro público llamado en su lengua Psaltuir theavair, como quien dice, salterio, o cancionero de Teamor.

Cuando el célebre francés Saint Patrick, o San Patricio, apóstol de la grande Scocia, y tenido comúnmente, aunque sin razón, por el primero que llevó la luz del Evangelio a los irlandeses, asistió a las cortes de Teamor, y fue nombrado por uno de los revisores de estos libros, los aprobó y dejó existentes, habiendo hecho quemar (con dolor de la literatura) muchos centenares de libros de la religión y filosofía de los bardos, que eran no solo los poetas, sino los filósofos de Irlanda.

Entonces se ordenó que de el Psaltuir theavair se hiciesen muchas copias, y se depositasen en todas las catedrales para mayor comodidad de los que necesitasen consultarle: de aquí nacen el Psalterio de Cashil, y otros que aún existen, y son copia auténtica de una de las historias más autorizadas que se ha escrito, antiquísima sin duda y más digna de fe que Herodoto, Xenophonte, Tito Livio, Plutarco y los demás historiadores griegos y romanos.

Creo se me perdonará esta especie de digresión que no sale del asunto, pero vuelvo a él más derechamente. Si sobre todo lo referido se hicieren las reflexiones posibles, vendríamos a parar en que todas o casi todas las naciones antiguas y modernas convinieron en el rimar con los habitadores del Septentrión, a quien hacen inventores modernos de este género de verso.

Observemos solamente que todas las naciones que están tenidas por primitivas riman sus poesías: tales son la hebrea, la escítica (ya eslavónica, ya tártara), la céltica, la china, la árabe, la etiópica. Esta observación confirma la sospecha de que la rima es más conforme a la naturaleza que el ritmo.

Todas las referidas naciones rimantes tienen sus diferencias unas de otras en el modo, y si estuviésemos bien enterados en sus idiomas hallaríamos sin duda la causa de estas diferencias en la mayor o menor abundancia de consonantes de cada una, y la índole y clase de ellos.

Creamos, pues, que el uso de la rima es natural a tal y tal lengua, o casi a todas, por efecto de su constitución, o que es una antiquísima tradición, que todos los pueblos derivan de su primer origen.

Necios seríamos si disputásemos su mérito a los poetas de Grecia y Roma. Los nombres de Homero, Virgilio, Teócrito, Anacreonte, Mosco, Bión, Calímaco, Ovidio, Tibulo, Catulo, Horacio, Píndaro y tantos otros serán famosos hasta el fin de los siglos. Pero, ¿diremos por eso que estos héroes del Parnaso fueron precisamente los mejores poetas del mundo?

¿No se les podría oponer los Voltaires, los Tasos, los Racines, los Corneilles, los fr. Luises de León, los Gésneros, los Villegas, los Despréaux y mil otros? Aunque esto no fuese así, como lo es, si hemos de confesar la verdad libres de preocupación, Moisés, Job, David y los demás autores de los salmos, Débora, Salomón, Jesús-ben-Sirach y los profetas llevan innumerables ventajas a los poetas griegos y latinos en la sublimidad de los pensamientos, en el arte de las figuras, en el fuego poético o entusiasmo, en la nobleza, pureza y sencillez del estilo.

¿Cuál es la pasión que no esté noblemente expresada con mil ventajas a los griegos y romanos en los poetas asiáticos y europeos? No sé cómo después de tan grandes poetas que han rimado sus versos puede llegar a tanto la preocupación de un hombre, sin duda erudito, que decida, como con los ojos vendados, que es casi imposible y absurdo sujetar a las ligaduras de la rima la fuerza y expresión de las pasiones.

Por otra parte, ¿quién será tan poco versado en la cronología que ignore que los hebreos, los egipcios, los escitas, los chinos, los celtas, los persas, los scoto-milesios, son antiquísimos, y muy modernos en su comparación los griegos y los romanos? Los primeros habitadores de Italia, llamados aborígenes, fueron celtas; otros dan fuertísimas pruebas de esta proposición. Por ahora baste el observar que los antiquísimos nombres que los latinos dieron a sus dioses son todos célticos, aunque suponen haber vivido en su terreno, v.g., Júpiter es Jou, a que añadieron pater; Saturnus viene de Sadorn, o Satorn; Mars, o Mavors, de Mawors, y así de los demás.

Los griegos son colonia de los egipcios y los fenicios, y muchos, descendientes de los escitas, y aun de los celtas, que en la opinión más probable no son otra cosa que los pelasgos de quien descienden.

Los antiguos libros canónicos de los chinos exceden muchos años a la antigüedad de Cadmo, como está demostrado por los eclipses referidos en ellos, y verificados por tantos hábiles astrónomos europeos, a no ser que intentemos seguir a los pirronianos modernos, que niegan esta antigüedad con levísimos fundamentos.

El Zundawestaw de Zerdust y los demás libros de los persas son de poco menos antigüedad.

Los scoto-milesios no les ceden el paso. Plutarco da a esta isla el nombre de Ogigia, esto es, antiquísima. Orpheo de Crotona, contemporáneo de Pisístrato y de Ciro el grande, según Suidas, en su poema de los Argonautas y Aristóteles en el libro del mundo dedicado a Alejandro, hablan de ella con el nombre de Ierna sobre lo que un juicioso escritor hace la reflexión de que no pueden los romanos producir autor de igual fecha que sea testigo de su antigüedad.

Pero a lo menos, a Moisés nadie osará negarle su mayor antigüedad, y si todos estos antiquísimos pueblos usaron de la rima, ¿no se podría graduar de ligereza la decisión de que el uso de la rima y su origen no es tan antiguo como el de los versos rítmicos?

Tenemos, pues, que aunque la inteligencia poética pase más allá de los oídos, aunque se penetre el fondo de las cosas, y aunque se radique el conocimiento en los principios más sólidos, puede y aun debe el poeta castellano anteponer el verso con rima al que no la tiene.

Tenemos que la rima tiene un origen más antiguo, más autorizado y más universalmente seguido.

Y tenemos que no es el rimar una fría y pueril invención de los bárbaros pueblos del norte. Verdad es que se puede decir que debemos su renovación a los septentrionales; pero si nos detenemos un poco sobre esto, hallaremos que no hay razón para darla aquellos epítetos, y que, reflexionando, es preciso creer que no hicieron más que renovarla.

La rima moderna debe su origen, a mi parecer, después de la natural proporción que nuestros idiomas tienen para ella, a los versos latinos leoninos. Como en el tiempo que se suele llamar Edad Media no era tenido por buen poeta el que no hacía versos latinos con rima, cuando se comenzó a escribir en lengua vulgar los primeros poetas siguieron en su idioma la costumbre de los versos latinos que entonces se hacían.

Se imitaron todos los géneros de versos latinos y se les puso la consonancia, porque ni entonces se conocía la verdadera armonía, ni eran capaces nuestros idiomas de toda la que tenía la antigua lengua latina.

Sirvan de ejemplo el verso alejandrino de los franceses y los primeros versos de nuestro idioma, que son una imitación del verso hexámetro, y lo mismo pudiera demostrarse de otras clases de versos. El verso alejandrino, que deba o no su nombre a la traducción de la Alexandreida de Alejandro de París, es muy antiguo, tiene la medida del hexámetro, como estos:

Je chan - te le - Heros - qui reg - na sur la - France,
et par - droit de – conquê - te et par - droit de nai - sance
qui par - le mal-heur me - me apprit - a gou-verner,
perse - cuté - longtems - sut vain - cre et par - donner, etc., etc.


Los versos del epitafio de don Juan Dávila, obispo de Ávila, escrito en la era de 1388, son imitación de los hexámetros:

Don San - cho obis - po de Ávi - la como - señor hon - drado,
dio mui - buen e - xemplo - como - fue buen per - lado,
fizo es - te Mones - terio - de San Be - nito lla - mado,
y dio - le mui gran - des al - gos por do - es susten - tado.


Lo mismo son los versos del monje de Berceo, v.g.:

Quiero - fer u - na pro - sa en ro - man pala - dino, etc.


Y los del Arcipreste de Hita, v.g.:

Fis vos pe - queño li - bro de - testo - más que de - glosa
non cre - o que es - peque - no an - tes mui grant - plosa, etc.


Y los del rey don Alonso el Sabio en la Vida de Alejandro Magno , v.g.:

Subiu - gada E - gipto - con to - da su gran - día,
con o - tras mun - chas tier - ras que con - tar non po - dría, etc.


En fin, en un antiquísimo manuscrito que poseo, y que procuraré se conserve entre los papeles de esta erudita comunidad, poniéndole por apéndice al fin de esta disertación, se trata de una anécdota de Rui Díaz de Vivar, en versos de la misma clase, v. g.:

Vio puer - tas a - biertas - y v - zos sin can - nados,
alcánda - ras va - cías - sin pie - lles e sin - mantos,
e sin – falco - nes e - sin ad - zores mud - dados,
sospi - ró mio Cid - ca mu - cho avie - grandes cui - dados, etc.


Se ve, por poco que se reflexione, que estos y los demás versos semejantes eran una imitación del verso hexámetro que entonces más se usaba, que era el leonino o rimado, como apunté. Pudiera hacerse ver la misma imitación en las obras del Infante don Manuel, en los cancioneros antiguos, y en todas las naciones que se formaron de las ruinas del Imperio Romano, en todas las medidas y clases de versos. En efecto, esta fue la opinión de Lope de Vega y de Argote de Molina, y varios otros, mucho más verosímil que juzgan algunos de nuestros eruditos.

De estos versos leoninos han escrito muchos, y sus opiniones sobre su antigüedad y el autor de su nombre son diversísimas. Los doctísimos Papebrochio, Leisero, S. Alb. Fabricio, Sixto de Siena, Gil Menage y otros, juzgan ser invención del siglo duodécimo, y deber su nombre a un monje de aquel siglo del cual hacen poca o ninguna mención las historias. Morof y el autor del Diccionario de las Bellas Artes atribuyen uno y otro a no sé qué Leonino o Leonio, del mismo siglo, natural de París, y canónigo de San Víctor, de quien hay dos cartas en verso dirigidas a los Papas Adriano IV y Alejandro tercero. El marqués de Saint Aubin los concede más antigüedad, pero atribuye su nombre a este Leonino. Christobal Augusto Heumann cree deberse el nombre, aunque no la invención, al papa León IV que vivía en el siglo nono. Este sumo Pontífice, según Platina en su Vida, puso su nombre a una parte de Roma, y la llamó Urbs Leonina; fijó en su puerta unos versos de esta clase, que eran compuestos por Su Santidad, y de aquí tuvieron el nombre estos, y sus semejantes, según sospecha Heumann. Otros piensan de otro modo. Pero como esta clase de versos es mucho más antigua, como haré ver después ¬Mariano Víctor sospecha que deben su origen a los que observa en el Cántico de los Cánticos, Sidonio Apolinar hace a cada paso mención de un tal Leonio, poeta famoso del siglo V¬, ¿no pudiéramos imaginar, como alguno ha hecho, que le deban su nombre estos ridículos versos? La mutación que el Papa León segundo introdujo en el canto de la iglesia usando de la rima en algunos himnos pudiera dar ocasión a sospechar que en el siglo VII tomaron estos versos el nombre de este Papa que hizo tal novedad. Pero después diré mi opinión, aunque el mejor partido es confesar que ignoramos de donde nace su nombre, como hizo Scaligero. Sea como fuere, lo cierto es que se hicieron muy de moda, y que se compusieron algunos muy buenos.

Aun los grandes poetas del siglo de Augusto se recrearon alguna vez empleando la uniformidad de los finales en sus versos, según notan Jano Dousa, o Juan van der Does, y otros, y cuando así no fuese, lo que es sin duda es que apenas hay poeta grande (sin exceptuar a Horacio), latino y aun griego, en quien no se hallen algunos versos de los que después se llamaron leoninos.

Mas esto, que usado con acierto y tino era gracia aun en aquellas lenguas, en tiempo de Nerón comenzó a ser abuso, según critica y burla Persio. Sparciano en la Vida de Adriano, y Fl. Vopisco en la de Aureliano, dan otros dos ejemplos del uso de la rima. Aunque este fuese un abuso pasajero, no dejó de contribuir a que, dispuestos ya y viciados los poetas por este y otros rumbos, se hiciese al fin en la poesía una gran mutación. En la Vida de san Farón de Meaux se halla un fragmento de una oda latina rimada que pertenece al año de 627, y Casiodoro, que vivió más de un siglo antes, asegura, como un uso anterior, que las rimas o semejanzas de finales eran estimadas de los poetas.

La mutación referida comenzó probablemente poco después de la famosa victoria de Atila en el siglo quinto. Su amor a la lengua gótica le hizo, según refiere Alcionio, expedir un edicto para que nadie hablase la lengua latina, y traer de su patria personas que enseñasen la gótica. Parece venir bien esto con lo que en el mismo siglo V escribió Sidonio Apolinar, que juzgaba que dentro de poco tiempo se ignoraría absolutamente la lengua latina en Francia.

Entre nosotros debió de suceder lo mismo a corta distancia de tiempo; pero, sin pararnos a otras averiguaciones, consta por la Vida de San Eulogio que hacia la mitad del siglo no se ignoraba en España absolutamente la construcción de los versos latinos. Y Álvaro de Córdoba, en la Vida de aquel santo, dice que después que salió de la prisión, esto es, hacia el año 852, enseñó su artificio a los sabios de España. De donde con razón infiere don Luis Velázquez que los versos rítmicos, que se sabe hizo en su juventud, eran solo unos versos latinos rimados, sin número ni cadencia; a mi parecer, semejantes en algo a los versos políticos de que hablaré después. Mas no creo que estos tales versos fuesen el origen de la rima vulgar, como se intenta persuadir.

Lo referido arriba me confirma en la idea de que los versos leoninos son invención del siglo V, esto es, que entonces comenzaron los poetas a hacer gala de la rima, primero en lengua latina, que aún subsistía, y después en las que se formaron de ella y las septentrionales mezcladas. Y pues el santo papa León I tuvo la parte que se sabe en templar el furor de Atila cuando el año 452 le salió a persuadir sobre este asunto, no creo sería necedad juzgar que tomasen su nombre aquellos versos que comenzaron a hacer viso en su pontificado.

He aquí del modo que se puede decir que debemos nuestra rima a los septentrionales. Entre tanto, no dejo de observar que ya en el siglo IX se hallan unos versos rimados en lengua vulgar tudesca de Otfrido, religioso de Weisembourg, según refiere el abad Tritemio.

No disputaré yo si con los septentrionales vinieron o no los runers, cuyo nombre parece tener la misma derivación que la lengua rúnica esto es, venir de la voz ryne o rune, que significa propiamente el arte mágica; en tal caso, la voz runers parece que significa los profetas o adivinos, que sabemos por los escritores latinos y griegos tenían los antiguos germanos mejor que los poetas, distintos de ellos y de los druidas o sacerdotes, aunque no falta quien los confunda. Lo natural es que la voz rima se derive del griego Ῥὑθμός. En la Edad Media usaron los latinos, y aun se usa, entre otras acepciones, como equivalente de similiter desinens; y aunque es verdad que solo puede tener esta significación abusivamente, no parece quedar duda en que de ella se ha formado la voz rima, lo que en algún modo se confirma con que los antiguos castellanos llamaron la rima ritmo.

Sea como fuere, el nombre de poeta que no tiene duda había entre esta gente era el de skaldro o skhaldro, o skhaldo, que según Loccenio trae su origen de la palabra skal, o skhal, que se halla a cada paso en sus poesías, y que a mi parecer puede tener otra derivación.

El famoso Woden (Goden, Guodan, Othen, Odin, o Gothen) que fue el primero que de la Scitia asiática pasó a Europa, y dio a su colonia el nombre de Godos, trajo al país que estos poblaron la lengua rúnica, enseñó la poesía a los septentrionales, y fue llamado padre de los skhaldos; un hijo suyo, poblador y rey de Jutlandia, se llamaba Skhial o Skiold (cuyos descendientes, los reyes de Dinamarca, tienen el nombre de Skaldungar, o Skhioldungar, raza de Skhiold): ¿no se pudiera decir con mucha verosimilitud que de su nombre se llamaron Skaldos los poetas septentrionales?

No son los godos una nación moderna, como se discurre, y aunque su nombre no se conoció en muchos siglos, los que le tienen fueron conocidos de los griegos y latinos, y nombrados ya getas, ya sármatas, ya melanclenos, ya saurómatas, ya escitas, ya mesagetas, ya dacios, y otros muchos nombres que se hallan en los escritores antiguos, si se leen con reflexión, y que, aplicándose a los descendientes de Magog y Meseck, significan todos una propia nación. Esta nación es antiquísima, y no tan ruda y bárbara como se juzga: se sabe cuántas antiquísimas odas rimadas recopiló Salmundo Sigfusonio, que murió en 1133, y Snorron Turlesonio, que escribía en 1215, en sus obras intituladas Edda antigua y Edda posterior, que son dos colecciones de la mitología de los septentrionales. Estas obras, que son rarísimas, fueron traducidas en latín y dinamarqués por varios; las odas que comprehenden son un claro testimonio contra la vanidad de los eruditos de nuestros países, que publican la absoluta barbaridad de los antiguos godos, y les quieren acumular una frialdad de ingenio que jamás han tenido, y contra la cual deponen también las sabias leyes que establecieron en España y otros países de su dominación.

Los godos ocuparon toda la mayor parte del Asia, mucha de Europa, quizá la China, y probabilísimamente poblaron la América, o por el lado de Laponia, Nueva Zembla y Groenlandia, o por el de Kamtschatka; y pues en todas estas partes se halla la rima, y es tal la antigüedad de esta nación, aunque se quiera suponer a los godos únicos introductores de la consonancia, será necesario confesar que aun por este lado tiene un origen más antiguo y un uso más extendido que la poesía griega y latina.

Pero dice el elocuente autor del Telémaco que la uniformidad de los finales se evita en la prosa por el fastidio que causa, de donde pasa a inferir que debe evitarse también en el verso.

No sé yo si los lógicos modernos admitirán sin examen la legitimidad de esta consecuencia. Algunos quizá, porque se evita en la prosa, sospecharían que podría servir al verso, pues que no ignora alguno que aquella huye y rehúsa todo lo que es propio de este, y que lo que es gracia y primor en la elocuencia poética es grave defecto en la oratoria. A esto se agrega que tampoco es cierto absolutamente que se haya evitado siempre en la prosa la semejanza de los finales: todos saben que la retórica enseña una forma llamada similiter desinens, y quien lea con cuidado las obras de Cicerón hallará que el más correcto y elocuente orador de la antigüedad no desdeñó de afectar la semejanza de los finales en sus mejores obras, en lo que Tulio hace lo mismo que los demás excelentes oradores.

Pero para responder, quizá sin réplica sólida, usemos de una semejanza que se viene a los ojos. Como todo género de verso nuestro, y todo género de rima se suele hallar en nuestra prosa cuando no se corrige y se escribe sin cuidado, de este modo en la prosa latina y griega, si no se liman mucho, se hallan todas las clases de sus versos con toda la armonía y número que les es propia.

Y como los que, entre los modernos, aspiran a escribir la prosa correctamente, procuran evitar la rima y semejanza de verso en ella, así en la latina y griega los que desean escribirlas con perfección la liman y descomponen los versos que la casualidad ha hecho, porque aquella armonía y número es en la prosa ridículo y defectuoso.

Conque si la rima es mala en nuestro verso porque se evita en nuestra prosa, será también mala la armonía poética, el número y los demás constitutivos de la poesía latina y griega, pues huye de ellos la prosa de aquellas naciones.

Pero la rima, dirá otro, es un trabajo pueril y ridículo: ¿qué cosa menos digna de un grande ingenio que buscar palabras que acaben de un mismo modo para expresar un pensamiento? ¿Y qué fatalidad más triste que haber de excluir de buena poesía una idea sublime, y bien expresada, porque se usó mal de la rima, o porque no se acomodó un consonante donde convenía?

Mas si se mira sin preocupación, ¿es trabajo menos ridículo y pueril la constitución de los versos latinos? ¿Qué cosa menos digna de un grande ingenio, se podría responder, que sujetarse a expresar precisamente sus ideas en tal o tal género y número de sílabas, de modo que con tantas breves alternen necesariamente tantas largas? ¿Y qué mayor fatalidad que quedar destituido del nombre de buen verso un pensamiento aunque sea felicísimo, o porque se hizo larga una sílaba que es breve, o porque se usó mal de la cesura, o semejantes defectos?

No se puede oponer defecto alguno al mecanismo de nuestra poesía que no tenga otro semejante en la latina. Las cosas de institución humana no pueden ser perfectas. Y si se registran de cerca, y si se desmenuzan, digámoslo así, no podremos negar que aun las más perfectas y brillantes en la apariencia tienen muchas faltillas en sus adentros.

Pero este verso suelto que nos sustituyen en lugar del rimado, parece que no las tiene, según nos lo ponderan. Yo no estoy en estado de hacer ver todos los defectos del verso blanco inglés, ni del rítmico alemán, aunque podría acaso encontrarle algunos inconvenientes; pero ciñéndome al italiano y español, que son de una misma clase, no me parece que dejan de tener sus peros.

Solo la preocupación puede hacer que no veamos la languidez y decaimiento de este género de verso, y, como observé al principio, aun las poesías más vivas parecen en él yertas y desanimadas.

No es menor trabajo, ni menos ridículo o pueril, el evitar los consonantes que naturalmente se presentan que buscar los que no se proporcionan por sí mismos. Los antiguos poetas españoles e italianos, que usaron de este verso, no quisieron imponerse este ridículo trabajo; pero los modernos han dado en creer, quizá con razón, que el verso libre no es bueno mientras no esté exento de todo lo que parezca rima. Y con esa mira, huyendo de un trabajo que llaman pueril, se han prescrito una ley no menos molesta, irregular y extravagante.

Como el verso suelto subsiste solamente por la armonía, es delicadísimo en su constitución: una elisión no muy sonora, un leve defecto en el señalar el hemistiquio o la cesura, una palabra de más, o fuera de su lugar, son en él defectos gravísimos. Aunque no tuviese el verso libre más inconveniente que la suma dificultad (que los más no comprenden), deberían huir de él todos los que no tienen un talento cierto y decidido, que se pudiese comparar con el de Homero u el de Virgilio.

Si el estilo, que debe ser natural, es en el verso suelto sin distinción de lo que hablamos, se hace tan llano y bajo que deja de ser verso y pasa a ser mala prosa a causa de la medida y número de las cláusulas.

Si, por evitar este inconveniente, se quiere diferenciar mucho el estilo de la conversación ordinaria, se abusa de las figuras, se buscan metáforas enormes y desusadas, modos de hablar nuevos, y se forma un género de estilo que

projicit ampullas et sesquipedalia verba.


A lo menos, aun cuando se procura huir de estos escollos, se da comúnmente en uno de otros dos. El que huye de que sus versos parezcan prosa, y no quiere tampoco dar en la afectación, usa con tiento de las figuras, y en especial de la que llaman períphrasi, con lo cual infaliblemente se hace difuso. Es ninguno, o casi ninguno, el poeta no rimante que se ha libertado de este escollo.

Pero si alguno ha puesto tanto cuidado que ha logrado escapar de él, huyendo de Scila da en Caribdis: por no ser difusos se procuran hacer sentenciosos y concisos; afectan el estilo ático y dan en un mal laconismo; se libran de pecar por largos, y pecan por cortos, sucediéndoles lo que dice Horacio:

"…brevis esse laboro,"
"obscurus fio..."


A la verdad han sido pocos los que han caído en este tropiezo, pero menos fueron los que se libraron de los antecedentes.

Los que no conocen estas dificultades, o no aspiran a escribir con esta delicadeza, suelen juzgar fácil el verso suelto y reducir toda su dificultad a huir los consonantes y asonantes que naturalmente se presentan, y, aunque ponderan este trabajo, nos confesarían, si hablasen según el testimonio de su conciencia, que el encontrar facilidad es lo que les determina a seguir este modo de versificación.

En lo que llaman Media Edad se inventó un género de versos a quien dieron nombre de políticos, como quien dice vulgares, o usados por hombres de capa y espada y gente sin estudio. Estos versos, de que hay muchos ejemplares griegos y latinos, constaban de 15 sílabas, a manera de los trochaicos, sin guardar la cantidad y cadencia como en estos se guarda, ni otra regla que acabar el verso con palabra acentuada en la sílaba antepenúltima, y que la octava cierre una palabra. Creo no hacer ofensa alguna al verso suelto, y a los que le usan, si le comparo con estos versos políticos, que nada fueron menos que pruebas de buen gusto y talento poético.

No quiero insistir más sobre un asunto de esta calidad. Creo que la opinión más segura es que pecar contra la rima en verso castellano no es menos reprehensible que pecar contra la cantidad en verso griego o latino. Virgilio y Horacio hubieran rimado si hubieran nacido entre nosotros, y en nuestros días. ¿Por qué, pues, nosotros, que no hemos nacido en el siglo de Augusto, hemos de intentar dar a nuestra lengua las gracias de que no es capaz, abandonando las que le dio la naturaleza?

A la verdad, si alguna nación europea carece de disculpa al querer introducir tales novedades, es sin duda la nuestra. Nosotros, además de la rima, tenemos la semirrima o asonante, que no tiene nación alguna (aunque algún italiano la ha comenzado a usar) y que ni aun conocen las más naciones extranjeras. Sobre lo cual no puedo dejar de reírme cada vez que me acuerdo de los desmedidos elogios que algunos franceses dan a Mr. Voiture por haber compuesto no sé qué romance castellano que anda con sus obras: no falta entre ellos quien ose decir que los mismos españoles le equivocaban con los de Lope. No obstante, no puedo creer que haya habido español de tan mal oído y conocimiento que no perciba que ni es verso castellano, ni tiene asonante, ni consonante, ni es otra cosa que un mal centón español, en renglones de ocho sílabas sin rima alguna.

Nuestro romance, sea de cinco, seis, siete, ocho u once sílabas, es fácil, no tiene retintín tedioso, y se acomoda a todos los estilos imaginables; en él se puede cerrar el sentido cuando conviene, y tiene todas las proporciones para la buena poesía. Si el Sr. don Agustín de Montiano y el autor de la Jahel hubiesen escrito en este verso sus apreciables dramas, serían estos el honor de nuestro teatro, mas por no haberlo hecho se contentarán con ser estimados en las bibliotecas de los eruditos.

Pero este verso suelto, ¿no será bueno para nada? ¿No se podrá admitir en alguna clase de poesía? No es mi opinión tan austera que redondamente proscriba en toda poesía este género de versificación. La poesía pastoral creo que le podría admitir siempre que tuviese todas las calidades que requiere para ser bueno: la misma languidez y desfallecimiento que es uno de sus defectos le hace bueno para esta sencilla poesía, que rehúsa toda afectación. Acaso no sería del todo culpable en un poema largo, siempre que se consiguiese el casi imposible de hacerle con total perfección y de dar a los versos la armonía que comúnmente se encuentra solo en alguno de ellos.

Mas en toda poesía lírica, y en las obras destinadas para el teatro, en las epigramáticas, y otras semejantes, creo que ningún español hará pasar su nombre a la posteridad en obras en verso libre.

He defendido la causa de la rima según han alcanzado mis fuerzas. Creo haber hecho ver la universalidad de su uso en todos tiempos y naciones, no habiendo nombrado otras, de quien discurro siguen la misma costumbre, por no tener materiales en que afianzarme. He manifestado lo que los godos contribuyeron a su restablecimiento, después que de la suya y la latina se formaron las lenguas modernas, y en uno y otro creo haber asegurado la antigüedad de la consonancia. Las razones que contra ella se suelen citar quedan, a mi parecer, desvanecidas. Y puede ser haya en mi disertación materiales para que otro de más talento desarraigue del todo esta preocupación, si hasta aquí no lo han conseguido Mr. Racine, el digno hijo del célebre trágico Racine, Mr. Voltaire, Pedro Diego Martello, célebre en uno y otro género de verso, y tantos otros escritores de primer orden.

Yo que, en una lista de asuntos que repartió la Academia algunos años hace, escogí entre otros los que pertenecían a la poesía española, no podía dejar de presentarla una memoria de los materiales que tengo recogidos sobre este asunto.

Vos caetera dicite, Patres.




Cándido M. Trigueros. 1766








GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera