Información sobre el texto

Título del texto editado:
Conclusión del Análisis de la cuestión agitada entre románticos y clasicistas
Autor del texto editado:
López Soler, Ramón, 1806-1836
Título de la obra:
El Europeo: periódico de ciencias, artes y literatura, año I, número 8
Autor de la obra:
Edición:
Barcelona: Imprenta de José Torner, calle de Capellans, 1823


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CONCLUSIÓN DEL ANÁLISIS DE LA CUESTIÓN AGITADA ENTRE ROMÁNTICOS Y CLASICISTAS


He aquí, pues, cómo la religión y las costumbres causaron una singular mudanza en la literatura, porque la habían causado en la sociedad y en el corazón. Deberemos reconocer dos épocas excelentemente poéticas: una, en los tiempos fabulosos de la Grecia, y otra, en los siglos de la Media Edad. Entrambas han prestado asuntos a las naciones civilizadas; entrambas nos llenan de admiración y nos inspiran respeto por su venerable antigüedad. Una y otra tienen distinta religión y distintas costumbres y, por consiguiente, han creado un estilo a tenor de la naturaleza de sus composiciones. Los clasicistas, sin pararse en la consideración de esta diferencia, han querido que todo se revistiese a la homérida; pero los románticos, más cuerdos en esta parte y más conocedores de las bellezas de sus argumentos, han adoptado un diferente rumbo, desentendiéndose de las críticas de sus contrarios.

Pero tal vez esta cuestión literaria se ha sostenido con demasiado encono y preocupación por una y otra parte, más atacando a las personas que a las cosas, y a los poemas que a la poesía, y aun por esto hemos nosotros procurado darla un giro filosófico, sujetándola a un riguroso análisis y examinando si las causas que influyeron en el romanticismo son de tal peso que pidan por sí mismas tamaña innovación.

Ya hemos visto cómo la religión cristiana, más sensible y más espiritual que la de Homero, la autoriza; cómo las costumbres enteramente cambiadas en virtud del influjo que tiene sobre ellas la religión parecen apoyarla, y cómo la naturaleza, distinta también y creada cual a propósito para la nueva religión y las nuevas costumbres, ofrece a la parte descriptiva del estilo romántico, en vez de países magníficos y brillantes, cuadros nebulosos y melancólicos. Deduciremos de aquí que los románticos han debido escribir con el orden y estilo que les reprenden los clasicistas, pero que éstos no han de advertir en su sistema injuria al autor de la Odisea, pues cuando nuevas causas piden un nuevo estilo, esto no supone que se haya destruido el antiguo, sino que la literatura se ha enriquecido con un nuevo género.

Si tal vez se hubiesen penetrado los clasicistas de esta verdad, no hubieran perseguido con tanto encarnizamiento a los románticos: si hubiesen fijado su atención en el largo encadenamiento de causas que han concurrido a la formación del nuevo sistema, y comparándolas con las que contribuyeron a la del que ellos tan vigorosamente defienden, no vieran en los románticos unos superficiales innovadores, enemigos de los antiguos padres de la poesía y tanto más peligrosos cuanto más diestros en mover el interés y excitar la compasión. Pero cuando a pesar suyo han debido concederles estas ventajas por el convencimiento de sí mismos, les han acusado de poco exactos en guardar las reglas que un espíritu geométrico dictó a la imaginación, y en su consecuencia, han graduado de absurdas y monstruosas a sus composiciones, lo que les ha sido, a la verdad, mucho más agradable y natural que atreverse a dudar de la infalibilidad de Aristóteles.

Hemos manifestado cómo la religión de Homero favorece menos a la fantasía que el cristianismo; cómo aquella es tan propia para excitar las pasiones groseras y turbulentas cual lo es esta para calmarlas y poner luego en acción las más bellas y delicadas; cómo, por lo tanto, la una necesita para brillar y para presentarse en la escena los espléndidos adornos con que la imaginación de un gran hombre supo engalanarla, al tiempo que la otra no se necesita sino a sí misma, pues dondequiera es tierna, es poderosa y augusta. No tiene nada de extraño que una poesía inspirada, o por mejor decir, adornada de dioses como los del autor de la Iliada, pudiese sujetarse a una forma puramente mecánica, y que lo que hizo el poeta con sus divinidades hiciese un filósofo con el poeta, diciéndole no pasarás de aquí; al paso que no dejaría de serlo el que un poeta de la Edad Media, poseído de los sublimes sentimientos que tan gravemente inspira el cristianismo, y abandonada su alma a la majestuosa melancolía de que parece alimentarse esta religión, hubiese de ocuparse en el mecanismo de las unidades, escribiendo con una mano versos llenos de fervor, de armonía y de amable ternura, y tirando líneas geométricas con la otra. La nueva religión espiritualizó a los poetas, y ensanchando su sistema moral creó para ellos una sublime metafísica, y embebecidos desde entonces en sus espléndidas abstracciones, esclavos de su imaginación y arrebatados por un espíritu de poesía más bella y fervorosa que la de los antiguos, porque se formó de la reunión de más poéticos elementos, ¿pudieran detenerse en sujetar sus producciones a una forma mezquina no hallada en la naturaleza, sino aprendida en las escuelas? Adoptan, sí, una forma orgánica que podemos considerar como innata, y de cuyo género, según observa Schlegel, son todas las formas que nos presenta la naturaleza, desde la cristalización de las sales hasta el cuerpo humano; pero prescinden de unas reglas para cuya aplicación es necesario andar con el compás en la mano y contener dentro del espacio de algunas líneas los vuelos de la fantasía.

No es esto decir que deje de haber en los antiguos un sinnúmero de bellezas muy dignas de ser incesantemente leídas y filosóficamente imitadas, pues el declararse contra ellas sería carecer de sentido común; nos declaramos únicamente contra esa idolatría literaria que pretende divinizar hasta los errores en que incurrieron, no por falta de talento, sino por falta de recursos que aquellos siglos no pudieron proporcionarles. Los clasicistas tienen modelos en su género que se acercan mucho a la perfección e igualmente los tienen los románticos; unos y otros escriben según el carácter de las causas que han concurrido en la formación de sus sistemas, y aunque seamos de parecer que las del género romántico son más poéticas, no por esto desconocemos el gran mérito de las que inflamaron la imaginación de Homero. Románticos y clasicistas, bien que con distintos medios, saben interesar al corazón y han hallado el secreto de deleitar enseñando, que es el objeto de toda buena poesía, habiendo en los unos más imaginación y en los otros más regularidad. Consultemos a las dos religiones, de donde sacan los poetas de ambos partidos sus inmensos materiales, y nos convenceremos de que tan bien parece la observancia de las reglas en los que adoran al Júpiter de los griegos como el abandonarse a los raptos de la fantasía en los que adoran al Jehová de los cristianos. Y, en efecto, la mitología griega no nos ofrece sino divinidades aisladas, al paso que el cristianismo nos presenta una sola, omnipotente e inmensa. Por esto los clasicistas, menos espirituales y más pintorescos, separan cuidadosamente todas las especies y consideran a cada objeto como en su existencia privada, sin penetrarse de las mágicas y secretas relaciones de la naturaleza; y de esta manera, sujeta su musa a una liga material, no puede remontarse a contemplar la encantadora armonía establecida entre los innumerables seres de la creación. Pero los románticos, elevados sobre lo terreno y vagando por una región más sublime, todo lo abarcan y todo lo confunden, imitando el secreto del Universo. Los griegos, pues, como más artistas, saben presentarnos en sus composiciones grupos más bien combinados y dispuestos, pero grupos estériles en los que vemos únicamente, como en los juegos olímpicos, el enlace o el contraste de las partes físicas de los atletas; mientras, nos dan los románticos cuadros divinos y metafísicos, donde más se ven las almas que los cuerpos, la naturaleza que el arte y más que el lenguaje de los razonamientos se entiende el de los suspiros.

Entre las sectas filosóficas de los antiguos hubo una que se aproximaba mucho en sus ideas al romanticismo de los modernos. Esta era la pitagórica, muy conocida en la Magna Grecia. Podríanse hacer sobre esto investigaciones muy útiles y filosóficas, de las que prescindimos por la razón de que nos desviarían en demasía de nuestro objeto. Hemos procurado manifestar en este análisis que uno y otro sistema encierran bellezas superiores, aunque de distinta especie, y que entrambos deben, por lo tanto, ser cultivados según el carácter particular y la inclinación de los escritores. De todos modos, sea que hayamos acertado o que no en la demostración de lo que nos habíamos propuesto, hemos seguido los impulsos de nuestro corazón, declarándonos contra un fanatismo literario, que ha ocupado en inútiles y vergonzosas discusiones a los primeros ingenios de Europa, y que es a veces tan perjudicial a las letras, como lo han sido a la humanidad el político y el religioso.

L. S.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera