Información sobre el texto

Título del texto editado:
Del estilo propio de la sátira (carta al Conde de Lemos)
Autor del texto editado:
Leonardo de Argensola, Bartolomé (1562-1631)
Título de la obra:
Sátiras menipeas
Autor de la obra:
Leonardo de Argensola, Bartolomé (1562-1631)
Edición:
Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2011


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EL RECTOR DE VILLAHERMOSA, BARTOLOMÉ LEONARDO DE ARGENSOLA AL CONDE DE LEMOS

[Discurso de la sátira]


Todas las objeciones que en Italia han puesto a los sonetos satíricos que vuestra excelencia me ha hecho merced de comunicarme me parecen ingeniosas. Van a parar a que se guarde en ellos el precepto de Horacio en su Arte poética, donde, conformándose con el que se colige de Aristóteles en el principio de la suya, manda que, pues la materia trágica no se ha de cantar en versos humildes, a la humilde y cómica no se le atribuyan versos trágicos y pomposos como lo son los de aquellos sonetos cuyo estilo, que es el de Marcial en sus epigramas y el que pertenece a las narraciones satíricas, no se ha de diferenciar del cómico y pedestre. A esto añaden varias razones y pudieran añadir otras muchas, porque, demás de las que tienen escritas los comentadores de Aristóteles y de Horacio, es fecundísimo el tratado de los preceptos.

Pues vuestra excelencia manda que le diga lo que cerca de esto siento, harelo con brevedad. Yo, señor, toda la vida he respetado estas leyes por ser justas y por la autoridad de sus autores; pero he procurado que este mi respeto no llegue a superstición, porque, por una parte, es cierto que el sumo derecho es suma injuria y, por otra, algunas veces el buen escritor debe contravenir a la ley o subirse sobre ella, como en las acciones y ejercicio de las virtudes lo suele hacer la de la epiqueya, y más en estas facultades lógicas, cuyas leyes se fundan en la autoridad o consentimiento de varones sabios, y ellas prescriben con el uso; pero como este suele ser el tirano de esta república, al paso de las alteraciones de los tiempos altera él sus preceptos, estrecha algunas licencias y admite otras que estaban excluidas; y ansí Aristóteles, cuando constituye la tragedia y la comedia, con la diversidad de los tiempos se conforma; y cuanto a la sátira, que en sus primerías se ejercitó en yambos, él confiesa que se dijeron ansí de la voz griega ἰαμβιζειν, que quiere decir denostar; de manera que correspondía a las matracas de ahora. Mire, pues, vuestra excelencia qué buena estuviera la sátira reducida a las pullas y apodos y a las injurias descorteses de la matraca. Este fue su principio, y poco a poco, de la manera que un río que nace pequeño, pero en alejándose, vires acquirit eundo, ha cobrado la sátira tanta autoridad, que por ser reprensión de costumbres es la poesía que más provecho puede hacer en la república, Y ansí Horacio, a honor de la nueva gravedad de la sátira, a una gran parte de las suyas las llamó sermones, que es lo mismo que si dijera razonamientos sesudos y graves; y no se juzgó por transgresor de ninguna ley cuando se determinó a hablar figuradamente y con elocuciones graves y a templar la risa con la comiseración y reprender con majestad, y ansí dice:

Non ego inornata, et dominantia nomina solum
verbaque, Pisones satyrorum scriptor amabo, etc.


Todos los preceptos que a estos propósitos se traen son hijos de la autoridad, porque los observamos en los escritos de los autores sabios; y por la misma razón no ha de juzgarse por ofensa del arte el adorno de que se ha vestido la comedia y la sátira, porque la autoridad del uso lo ha permitido no sin justos respetos; demás que cuando Horacio puso la ley diciendo:

Versibus exponi tragicis res comica non vult;
indignatur item privatis ac prope socco
dignis carminibus narrare coena Thyestae.


Luego añadió la excepción de esta regla general, y dijo:

Interdum tamen et vocem comoedia tollit,
iratusque Chremes tumido delitigat ore;
et tragicus plerumque dolet sermone pedestri.


De manera que aprobando aquella nueva gravedad que Terencio introdujo, dice que aunque la comedia calza zuecos y no coturnos y habla en lenguaje plebeyo, lícitamente alza la voz; y Cremes (que es figura terenciana), cuando se enoja, riñe con la voz autorizada, y alguna vez el trágico se lamenta en voces humildes. También dice que la flauta antigua solía ser pequeña y no como en su tiempo.

Tibia non, ut nunc, orichalco vincta, tubaeque,
aemula, sed tenuis, simplexque foramine pauco
aspirare et adesse choris erat utilis atque
nondum spissa nimis complere sedilia flatu.


Y de esta manera da a entender que se pueden traspasar los preceptos antiguos, y que cuando se vio Roma en la grandeza de su edad concedió mayor licencia a los estilos y a los versos:

Postquam cœpit agros extendere victor et urbem
latior amplecti murus, vinoque diurno
placari Genius festis impune diebus;
accessit numerisque modisque licentia maior, etc.
[…]
et tulit eloquium insolitum facundia præceps. [5]


Y en otra parte testifica lo mismo de los griegos, los cuales llevaron a Roma la poesía ruda, y que hasta después de las guerras púnicas no trataron los romanos de mejorarla.

Serus enim Graecis admovit acumina chartis.


Y tan descubiertamente fue Horacio de esta opinión, que en dos o tres partes reprehende a Lucilio porque corrió en sus sátiras con pies incompuestos, como él dice, es a saber, porque no les dio la gravedad ya introducida, como lo podrá vuestra excelencia ver en uno de sus sermones, que comienza: Nempe incompositis, etc., donde muy largamente se extiende en esta materia, y en otro se ríe de los que le tachaban a él de severo y de que atropellaba las leyes de la sátira, y le comienza diciendo:

Sunt quibus in Satyra videar nimis acer et ultra
legem tendere opus, etc.


Cuán lleno esté Juvenal de estos ejemplos, todas sus sátiras lo dicen, sin que haya ni un verso que no sea selecto y grave. Si no, léase la sátira 12, donde trata de Nevio Histrio Pacuvio, captador de testamentos, materia tan poderosa a mover la risa, y oya vuestra excelencia la gravedad con que la trata:

Nulla igitur mora per Nevium, mora nulla per Histrum
Pacuvium, quid illud ebur ducatur ad aras
et cadat ante lareis Gallitae victima sacra
tantis digna deis, et captatoribus horum.
Alter enim, si concedas, mactare vovebit [5]
de grege servorum magna et pulcherrima quaeque
corpora, vel pueris et frontibus ancillarum
imponet vittas, et si qua est nubilis illi
Iphigenia domi, dabit hanc altaribus, et si
non sperat tragicae furtiva piacula cervae... [10]


De las de Persio, más particularmente enseña esto la cuenta donde su Maestro Cornuto, filósofo, le reprehende la pompa con que la comienza y el pedir cien bocas para cantar, no siendo poeta trágico sino satírico, y le dice:

Quorsum haec? Aut quantas robusti carminis offas
ingeris, ut parsis centeno gutture niti?


Pero no le niega las elocuciones exquisitas y raras de que resulta sonido más que ordinario: «Tú hablas (le dice) palabras de paz, es a saber, estilo satírico y cómico»; y luego añade: «pero ajuntadas y reducidas astutamente a frasi poderosa y grave y en generoso juego, es a saber, generoso lenguaje, castigas la culpa», que así se han de entender los versos:

Verba togae sequeri iunctura callidus acri.
Ore teris modico, pallentis radere mores
doctus et ingenuo culpam defigere ludo.


De Marcial no trato aquí por la opinión de truhan en que le tienen algunos, no sé con cuánta razón. Es cierto que en muchos epigramas mezcla entre las burlas tanta gravedad que se excede a sí mismo.

En Italia han escrito muchos sátiras y comedias, pero ninguno ha llegado en ellas a poderse ladear con el Ariosto, y verá vuestra excelencia, de cuando en cuando, que vuela desasido de la humildad y cobra espíritus, y en las elocuciones se sale con atrevimientos trágicos. Acuérdome que cuenta en una de ellas cuán mal le fue en la embajada que llevó al Papa Julio II, que era tan bravo y belicoso, y dice que fue a Roma

a placar la grand' ira di Secondo.


Verso gravísimo, pasándolo por todas las consideraciones, y como este hay muchos en sus sátiras. Pues las del Ronsardo, poeta francés de mucha gallardía, ansí las que escribió reprendiendo vicios como las que son contra los herejes hugonotes, véase si son graves y tienen junturas que causan maravillas.

Según lo dicho, que es verdadero y llano, ¿por qué no pudo vuestra excelencia decir «sofística hermosura, estrella paradójica» y las demás junturas cálidas, guardando el decoro de la persona que habla y el de la materia de que se trata? No lo hallo, ni que sea seguro humillar la gentileza del natural con tantos preceptos. Sirvan, sirvan los que hay y no aspiren a mandar a su dueño. Yo, en esta materia, no puedo dejar de alabar el que decía que nunca había estado sano hasta que dejó de vivir medicinalmente. Verdad es que, ansí como no es bueno para la salud andar continuamente con purgas y jarabes, tampoco se han de hacer excesos ni vivir precipitadamente. Y, por lo menos, quien da tanto lugar a los rigores del arte, a peligro se pone de ser áspero, y el que ama el peligro suele perecer en él, y en ninguna cosa falta más al arte que en seguirla con demasía. Tunc perit ars quando apparet ars. Pregunto: ¿quién puede ser el Aristarco de nuestros tiempos como Julio César Escalígero? Pues véanse sus poesías y si guardó en ellas las censuras rígidas que él hizo de los príncipes de esta facultad. vuestra excelencia crea a Platón, a Aristótiles, a Cicerón, a Horacio, a Séneca, a Quintiliano y a todo el concurso de los sabios que expresamente en mil partes aconsejan que la naturaleza se ayude del arte, pero no se sujete a ella.

Guarde Nuestro Señor a vuestra excelencia, etc.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera