Carta
a Góngora en
censura
de sus poesías.
Versión
I
Cuando fuera grande culpa y tan acrecentada con réditos como vuestra merced la representa, bastaba la confesión tan humilde y tan encarecida para entera paga y satisfacción; cuanto más que con otras mil mercedes que me hace en su carta, favoreciéndome y honrándome con palabras y con manifestación de la voluntad, dándome a conocer al señor
D. Pedro de Cárdenas,
communicándome el papel de las
Soledades,
y concediéndome y pidiéndome el juicio del y del
Polifemo,
vence toda deuda y me obliga a nuevas y grandes que nunca he de poder pagar, por mucho que pienso procurar corresponder con amor, afición y
respeto,
reconociendo siempre con servicios mi obligación, que es la que pasa por paga de los que
non
sunt solvendo;
[como dijo] nuestro
filósofo
cordobés:
Beneficium
solvit qui Itbenter debet.
Pocos días ha que llegó a mí la de vuestra merced de 11 de mayo con el papel dicho, y después acá me ha embarazado un catarro tan penoso e importuno, que con dificultad he podido leer nada; pero con muy grande gusto y atención he leído las
Soledades
y el
Polifemo.
De este había una tarde oído leer parte al señor Don Enrique
Pimentel,
en presencia del Padre M[aestr]o Hortensio, y también me había recitado mucho de él el contador Morales, y ambos prometídome
copia,
pero no dádomela.
Oblígame vuestra merced, con encargarme
censura
rigurosa y crítica y pedirme consejo, a muy sencilla y puntual declaración de todo mi sentimiento, sin dejarme
cegar
de la afición y anticipada estimación que tengo mucho tiempo a las cosas que vuestra merced ha
compuesto
en poesía, juzgando de ellas que
exceden
con grandes ventajas a todo lo mejor que he visto de griegos y
latinos
en aquel género,
por
lo nativo,
ingenioso,
generoso,
claro,
liso,
gracioso
y de gusto honesto, moral y sin enfado; por la facilidad y por todas las gracias, que sería largo y sospechoso de lisonja referir más por menudo. En este mismo parecer me afirmo todavía, con verdad y sin pasión, según entiendo, aunque no sin afición, que esta se arrebata forzosamente la belleza. En las materias y poesías más graves en que vuestra merced ha querido hacer prueba de no mucho tiempo a esta parte, reconozco la misma lozanía y excelencia del ingenio de vuestra merced, que en cualquier género de compostura se levanta sobre
todos,
y señaladamente en lo lírico de estas
Soledades,
de que se me ofrece decir lo que un epigrama griego de
Píndaro:
«Que
cuanto
sobrepuja la trompeta, gritando encima las flautas de los coros, resuena sobre todas vuestra lira ». No quiero desacreditar con los loores la entereza del
juicio
que se sigue desde aquí.
Tres cosas dicen los sabios que son
menester
en cada oficio para que el artífice lo ejercite bien y se aventaje: 1.
Naturaleza,
que es ingenio acomodado. 2.
Arte.
3.
Hábito,
experiencia y destreza por el uso. La primera y la tercera de estas partes no faltan en vuestra merced, y se le puede decir lo contrario de lo que de
Calímaco
juzga a Ovidio:
Battiades
toto Semper cantabitur orbe.
Quanvis ingenio non valet, arte valet.
Es muy ordinario, en los que pueden mucho con fuerzas
naturales,
usar de ellas impetuosamente con libertad y sin cuidado, como de cosa que se la tienen de cosecha, y no querer rendirse a
reglas
ni trabajar ni limitarse. Éstos suelen, aun cuando resbalan y se despeñan, parecer bien, conforme a aquel verso de un trágico que trae Dionisio
Longino:
Es
culpa generosa un gran resbalo .
De estas
culpas
generosas hallo yo en estas dos poesías de vuestra merced algunas que nacen de descuido, pero más me desatentan otras de demasiado cuidado, que son las que proceden de
afectación
de hincharse y decir extrañezas y grandezas, o por buscar gracias y agudezas y otros afeites ambiciosos y pueriles (o juveniles a lo menos), que aflojan y enfrían y afean. Estos
ornatos
deseo mucho que deseche y aborrezca con asco vuestra merced; que desfiguran lo bello y nativo y heroicamente resplandeciente de su natural, que solía parecer sencillo, liso, desnudo y
claro
como verdadero, y ahora, por apartarse del todo del
estilo
de las burlas y juegos, huye también de las virtudes y de las Musas y de las Gracias que tiene propias, y se desemeja y oscurece de propósito, que apenas yo le alcanzo a entender en muchas partes. Virtud del decir es la claridad y muy grande virtud; y una de las cosas para que
manda
Horacio
detener en casa nueve años las poesías antes de publicarlas es para enmendar los lugares oscuros:
Dat
lucem obscuris.
Es verdad que sabe vuestra merced decir alta y grandiosamente, con sencilleza y claridad, con breves periodos y cada vocablo en su lugar, como si fuese en prosa. A sus ejemplos propios lo remito:
Sentado,
al alta palma no perdona
su dulce fruto mi valiente mano, etc.
Reconózcase vuestra merced así, que esto es lo propio suyo; y lo intricado y trastocado y extrañado es supositicio y ajeno,
imitado
con mala
afectación
de los italianos y de ingenios a lo
moderno;
y se le puede decir a vuestra merced lo que en una
tragedia
de
Eurípides
decía Zeto a Anfión, su hermano:
Tan generoso natural del alma,
con máscara aniñada desfiguras.
No se aflija ni desconsuele vuestra merced, que no son tan graves las culpas cuanto áspera y encarecida esta
reprehensión,
sino que de propósito tuerzo la vara a la contraria parte para retraer a vuestra merced de dichas travesuras y apetitos de lo ajeno, siendo sin comparación mejor lo que a vuestra merced le nace en su huerta. Dionisio
Halicarnaseo
gran maestro de
preceptos
del decir en prosa y en verso, acaba su libro
De compositione mominum
predicando con encarecimiento que no hay tal prosa como la que parece verso, ni tal verso como el que parece prosa; declárase en esto postrero diciendo que sabe muy bien que hay un
vicio
en la poesía llamado de los antiguos
Logoidea,
que a la letra quiere decir semejanza de prosa. Este se incurre cuando los pensamientos y las palabras y modo de decir son del todo viles y vulgares. Yo ejemplifico con aquel
soneto
de nuestro poeta:
Amor,
Amor, un hábito
vestí del paño tu tienda, etc.
Esta otra semejanza de prosa en verso, con palabras propias y escogidas y pensamientos graves, es como la estancia que cité arriba del
Polifemo
de vuestra merced, y como aquello:
En medio del ivierno está templada
el agua dulce desta clara fuente, etc.
Los
griegos
ponen sus
ejemplos
de grandeza y altura en lo más levantado de
Homero,
Eurípides y Simónides; de este trae el Dionisio un admirable
ejemplo,
que por ventura enviaré a vuestra merced
traducido
en castellano, a la letra, sin consonantes.
Aquí envío a vuestra merced dos
papeles
en que fui señalando los lugares que juzgué dignos de
enmienda,
uno de los de las
Soledades
y otro del
Polifemo.
No son sentencias definitivas, que yo sé que habrá muchos que elijan esas partes que a mí me desagradan por diamantes o por estrellas. En
Homero
y en Píndaro y en todos los mejores, notaron y notan los críticos las culpas; a estas señalaban con esta letra: X, a la margen; y a los lugares insignes que lucían como estrellas, con un asterisco, de esta manera: *; este pongo yo a estas dos obras de vuestra merced desde el principio al fin, quitándoles los lunares y
manchas
que señalo criticísimamente como vuestra merced me mandó. Y para que vuestra merced me juzgara por blando antes que riguroso y muy menos cruel, quisiera que tuviera noticia de este fuero crítico, que es muy puntual e inexorable, y que
viera
otros
juicios
antiguos contra los que han delinquido en materia de metáforas, translaciones y comparaciones, en transposición y mala composición de vocablos, en bajeza de conceptos, alusión ridícula y juego de
vocablo.
Crucificaban o empalaban a los
Homeros,
Píndaro, Platones, Jenofontes Timeos por una cosa de estas. Lea vuestra merced, si topare por allá ejemplares, castigos destos en un librito,
De Elocutione,
de Demetrio Falereo, y en otro admirable,
De Sublimitate,
de Dionisio
Longino,
que a fe que ponen sal en la mollera predicando contra la hinchazón, afectación, bajeza, frialdad,
extrañeza.
Referiré algunos juicios críticos.
Dice
Homero:
Arredor
trompeteó el gran cielo .
Demetrio
dice que las metáforas para engrandecer se han de trasladar de lo mayor a lo menor y no al contrario, porque
deshacen.
Así es mejor decir que tronó la trompeta que no que trompeteó el cielo. Como dice
Jenofonte:
que un escuadrón de gente ondeó o fuchió y se descompuso comparándolo al mar, y no dijera bien, al contrario, del mar que salió de la ordenanza. Aunque lo de Homero se defiende entendiendo que tocó en círculo todo el cielo a una, como si todo fuera boca de una trompeta, lo cual tiene grande énfasis.
El mismo
Demetrio
dice que los que afectan grandeza en el decir, errando caen en
frialdad;
lo cual acontece en diversas maneras, la primera por ser el pensamiento hiperbólico en demasía e imposible, como un poeta dijo que en el peñasco que arrancó el Cíclope y lo arrojó a la nave de Ulises, cabras iban paciendo descuidadas. No desecharían esto nuestros poetas.
A este modo dice también que los que procuran
ornato
y gracia
caen
en la cacocelia,
prava affectatio,
y pone por ejemplos de este vicio que dijo uno del Centauro que «venía
en
sí mismo caballero», y a Alejandro Magno, que era hijo de Olimpia y quería correr en los juegos olimpios, dijo uno: «Corre, Alejandro, el nombre de tu madre »; y otro, que «se reía la rosa», por
abría.
Juzga
Demetrio
que es violenta metáfora.
Dionisio
Longino
nota algunos poetas, que «cuando
piensan
estar inflamados con espíritu y ardor divino, no dicen bravezas, sino chocarrerías; y la hinchazón, que es enfermedad en el decir como en el cuerpo, es muy dificultoso el guardarse de ella. Porque naturalmente, todos los que apetecen grandeza, huyendo de la flaqueza y sequedad, no sé cómo van a caer en hinchazón; y son malos los hinchazos, en los cuerpos y en las composi[ci]ones (de prosa y de verso), el bulto de palabras vacías y sin verdad, que nos llevan a lo contrario de lo que se pretende. Porque (como dicen), no hay cosa más seca que un hidrópico. Pero, en fin, lo hinchado parece que levanta hacia arriba; mas lo pueril o juvenil derechamente es contrario a la grandeza, porque es totalmente vil y humilde, cobarde y nada generoso. ¿Qué, pues, es lo que llamo
juvenil?
(porque es de mozos y novicios): Un pensamiento escolástico de estudiantes y bisoños, que de pura curiosidad y compostura viene a parar en frialdad, y resbalan y caen en este género con el apetito de lo extraordinario y pulido, y principalmente de lo sabroso, y dan al través de los
bajíos
de lo figurado, trópico y afectado o cacozelo. Junto a este habita otra tercera manera de vicio, que es mover afectos (de lástima, ira y otras pasiones) donde no es menester, o moverlas desmoderadas donde habían de ser moderadas. Porque muchas veces, algunos, llevados como de locura, se van a pasiones de su propia condición, o a las imaginadas en las declamaciones de la escuela, y no a las propias del negocio que se trata. De esto se sigue que se apasionan y descomponen con los oyentes que no están nada movidos ni apasionados, y cáusanles risa, con razón, porque salen de juicio delante de los que están muy en su seso. Pero de esto de los afectos, en otro lugar, etc.». Con el gusto de la cordura de esta reprehensión o advertencia, me iba, sin sentirlo,
traduciendo
a hecho y a la letra a
Longino.
Él pone algunos ejemplos de estos
vicios
y excesos en
poetas,
historiadores
y oradores, y después de los versos de un
trágico
que reprehende, dice así: «No son estas ya cosas trágicas, sino tragiqueadas, el vomitar al cielo y el hacer al viento Bóreas tañedor de flauta, y todo lo demás ha hecho está enturbiado con el
modo
de decir, y alborotado y revuelto con los conceptos antes que embravecido; y si sacáremos cada cláusula a la luz de la consideración, de espantosos se volverá poco a poco en vil y ridículo. Si, pues, en la tragedia, que es cosa abultada, y hueca de su naturaleza y que admite estofa y henchimiento, todavía no se perdona a la hinchazón desentonada, muy menos convendrá a las oraciones de veras. A este modo son los dichos de Gorgias el Leontino de que nos reímos, que dijo: Jerjes el
Jópiter de los Persas,
y los buitres, que son
sepulcros vivos;
y algunas cosas de Calístenes, que no son altas, sino ventosas, y más las de Clitarco que es un hombre cortezudo y que hincha los carrillos, como dice Sófocles, etc.».
Poco después dice de Timeo el historiador que teniendo otras partes muy buenas y siendo grande
censor
de lo ajeno, de gana de sacar siempre nuevos pensamientos, muchas veces cae en lo
pueril
y de burla; pone dos ejemplos, y añade:
«Pero,
¿qué hay que espantar de Timeo, pues que aquellos héroes (Jenofón, digo, y Platón), siendo de la palestra de Sócrates, con todo, por decir unas gracias muy pequeñas, se olvidan algunas veces de sí?». Aquel en la «Republica de los Lacedemonios», escribe así: «Menos
les
oiréis palabra que si fuesen hechos de piedra; menos les haréis torcer los ojos, que si de bronce; pareceros han más vergonzosos que las mismas doncellas (niñas) de los ojos ». Cosa era esta no para Jenofón sino para Anfícrates llamar a las niñas que tenemos en los ojos doncellas vergonzosas. ¡Y qué tal es, por Hércules, tener ha hecho por vergonzosas las niñas de todos, siendo así que dicen que en ninguna parte se echa más de ver la desvergüenza de algunos que en los ojos! Y así,
Homero,
al descarado dijo que tenía ojos de perro. Con todo, Timeo, como si se topara con una cosa de hurto, no le quiso dejar esta frialdad a Jenofón, y dice Agatocles: «que
casándose
una prima suya con otro, la arrebató de en medio de las vistas de las bodas y se la llevó, cosa que no hiciera hombre que tuviese niñas y no rameras en los ojos». Pues el divino Platón , queriendo decir que se escribiese en tablas (de ciprés) y se pusiese en los templos dice: «Habiéndolas
escrito,
las pondrán en los templos memorias ciparisinas», y en otra parte, para decir que no se hagan muros a la ciudad: «¡Oh Megilo!
(dice),
yo convendría con Sparta en dejar dormir los muros echados en la tierra y no levantarlos ». No va lejos de esto lo de
Heródoto
cuando llama a las mujeres hermosas
«dolores
de los ojos», aunque tiene alguna defensa en que pone estas palabras en persona de los bárbaros que estaban borrachos en un banquete; pero ni en boca de estos, por poquedad de ánimo (de no tenerlo para despreciar aquel donaire y callarlo)
no convenía afrentarse y descomponerse para con todos los siglos venideros.
Todos estos dichos tan infames resultan y salen en público por una cosa: por la vana
ambición
de decir novedades, que es en lo que más coribantizan (salen de sí, como los coribantes) los de estos tiempos. Porque los
vicios
del decir vienen de las mismas partes de donde nacen las virtudes; van a buscar galanterías, alturas, cosas que den gusto; y por cazar éstas topan con las contrarias y tómanlas por yerro. Prosigue
Longino
en esta su cuidadosa
amonestación
de prudencia, y antes de poner las
reglas
de las verdaderas bellezas y sublimidades, dice una admirable para en lo moral, y en lo racional y oratorio dice así: «Conviene,
carísimo
Terenciano, tener entendido que, como en la vida humana no pueden ser grandes las cosas que es grandeza despreciarlas, como las riquezas las honras, las famas, los reinos y todas las otras cosas que tienen por de fuera mucho de lo trágico y pomposo, que no han de parecer al prudente bienes excelentes, pues que el menosprecio de ellas es bien no pequeño, y así son más tenidos en estimación y admiración los que las desechan por grandeza de ánimo que los que las poseen, a este modo se han de considerar los dichos levantados y extrañados en las poesías y oraciones, no sea que se hallen hinchadas, y vanas después de abiertas y desenvueltas muchas destas sentencias que tienen apariencia de grandeza por lo mucho inútil y baladí con que van envueltas y embarradas».
Ora no hay para qué, ni puedo, traducir aquí todo el libro. Después de las
reglas
y ejemplos de la verdadera grandeza tomados de
Platón,
Demóstenes, Homero, etc., dice: lo más principal para conseguir el intento, como en lo moral, es
leer
mucho los
buenos
escritores y poetas, y no ver ni oír a los modernos y
afectados,
sino como dicen:
llégate a los buenos y serás uno dellos;
que
Stesícoro,
Arquiloco, Sófocles, Píndaro, se envistieron del espíritu de
Homero
con la
imitación
y tomaron aquel entusiasmo suyo. Pluguiera a Dios y yo pudiera comunicarle a vuestra merced la lección de aquellos grandazos y de otros muy mayores,
David,
Isaías, Jeremías y los demás profetas, cómo
suena
con sus propiedades, alusiones y translaciones en sus lenguas originales
hebrea
y
griega;
pero a lo menos lea vuestra merced los buenos
latinos
que imitaron a los
mejores
griegos: Virgilio y Horacio y pocos otros; no se deje llevar de los
italianos
modernos,
que
tienen
mucho de parlería y ruido
vano.
En fin, señor, el cuerpo valiente ha de ser robusto y abultado de huesos y niervos y carne maciza y apretada, y no grueso por gordura, y menos por hinchazón o inflamación, por hidropesía de acuosidad o ventosidad, que este bulto derriba y enflaquece y no tiene cosa de aliento ni fuerzas.
Pondré todavía, traducidos a la letra, algunos ejemplos; y para que sean a la letra, también sin consonantes y aun sin metro; pero antes, por prefación, la primera
regla
de la grandeza: Que el pensamiento sea grande, que, si no lo es, mientras más se quiere engrandecer con palabras y extrañezas, más crece la hinchazón y más ridícula se hace la frialdad.
«Al (monte) Osa encima del Olimpo
intentaron poner, y sobre Osa
al alto Pelio para escalar el cielo;
y aun hubieran salido con la empresa,
si a juventud cumplida se esperaran».
De los Alóadas dice esto, y no contento con el atrevimiento del escalo de montes, imaginación grandísima y espantosa, añadió otro mayor pensamiento:
Y
aun hubieran salido, etc .
En la
Ilíada,
¿cómo procuró alcanzar la
grandeza
debida al encuentro de los dioses en batalla?
«Encuéntranse
trabando
gran batalla.
Tronó espantosamente de lo alto
el padre de los dioses y los hombres;
y Neptuno, de abajo sacudiendo,
temblar hizo la tierra y las cabezas
sublimes de los montes; los pies todos
bambanearon del acuoso Ida,
y sus cumbres también con la Troyana
ciudad, y las Agrivas naves.
Temió allá en el profundo
el Señor de los muertos, Aidoneo,
y saltó de su trono dando gritos,
de temor que la tierra le hendiese
encima Enosicton, y las moradas
infernales se hiciesen manifiestas
a los mortales y a los Inmortales,
(las moradas) horribles y asquerosas
que aun a los mismos Dioses dan espanto».
Véase aquí que con cualesquiera palabras que se pongan en la imaginación, un tan terrible acontecimiento como la tierra hendida por medio en dos pedazos, y apareciendo el infierno con sus habitaciones, tiene grandeza tal que no ha menester hinchazón postiza, mas de palabras
propias
y no viles. Y siempre de suyo tiene grandeza el representar el vivo acontecimiento o afectos espantosos, en que fue excelente
Eurípides.
Introduce a Orestes, acometido de la visión imaginaria del ánima de su madre y que le assusa a las Furias, diciendo:
«¡O madre! Te suplico que no me eches
esas carisangrientas
doncellas coronadas de dragones,
que ya me están saltando a la redonda.
¡Ay de mí ¿Qué haré? ¡Ay, que me matan!».
Pero sin mover tantos afectos, dicen grandezas maravillosas en las poesías líricas los trágicos en los coros, y
Píndaro
con sus
odas.
Algunas
traducciones
así a la letra le he de enviar a vuestra merced en teniendo lugar, y suplicarle las
imite
y mejore con su
ingenio,
que será
honra
de la
lengua
y nación española hacerla decir con ventajas lo mejor de los griegos, que de esta manera se ilustró y enriqueció la lengua y poesía de los latinos, que eran antes bárbaros y no sabían género de verso, sino unos saliares endiablados. Todavía parece que cabe aquí la versión del ejemplo de
sencillez
y
grandeza
que trae de Simónides Dionisio
Halicarnaseo,
y así los pongo:
«Cuando
dentro
del arca artificiosa
bramaba resoplando el viento (airado),
y el lago conmovido,
con espantoso estruendo se hundía,
(Dánae) sobre Perseo
poniendo la amorosa mano, dijo:
¡O, hijo, y en qué cuita me hallo!
Y tú con pecho blando
y corazón de leche estás durmiendo
en cámara penosa,
con tarugos de bronce claveada,
en noche oscura y niebla tenebrosa,
sin curar de las olas
profundas, que por cima
pasan de tus cabellos, sin mojarlos,
puesta tu cara hermosa
en clámide purpúrea.
Pero, si a ti te fuese lo terrible,
quizás aplicarías
la oreja delicada a mis palabras.
Duerme, hijo, en buen´hora,
duerma el Ponto,
duerma el insaciable
mal, etc.».
Si los quisiere vuestra merced en mejor
verso,
hágalo, que sabe. Yo manifiesto mi
afecto
con decir cuanto se me ofrece de bueno o de lo que pienso que lo es, aun sin mirar por mi decir ni mi reputación, sino por la de vuestra merced. Conozca vuestra merced esta largueza y lisura de corazón, y sírvase de ella mandándome muchas cosas de su servicio y gusto. Verá como las hago sin alegar ocupaciones ni otra excusas de
Corte,
sino a aquel buen fuero de los cortesanos de otra corte mejor:
Os
nostrum
patet ad vos, O Corinthii!. Cor nostrum dilatatum est. Non angustiamini in nobis.
No se acorte ni se estreche vuestra merced en mandarme.
Todos los de esta casa tenemos salud, gloria a Dios, y somos de vuestra merced Doña
Inés
y mi
hermano
e
hijo
besan a vuestra merced las manos muchas veces.
Dios guarde a vuestra merced como deseo. En Madrid…de Junio,
1613.
Pedro de
Valencia