Desbañe.
Podemos
usar vocablos nuevos en nuestra lengua, que vive y florece; en la
latina,
más rara y peligrosamente, porque ya está acabada que no queda el uso de ella sino en los libros, no de la habla, que no sabemos qué vocablo sea latino, sino el que se halla en los autores antiguos. Porque de las lenguas muertas nos quedan solamente las reliquias, guardadas en los escritos de los hombres doctos de aquella edad en que tuvieron vida; porque de su
imitación
se sabe y conoce la fuerza de ellas. Pero en la nuestra, que vive y se escribe y habla y trata, lo que se escribe y trata y habla. Osó
Garcilaso
entremeter en la lengua y plática española muchas
voces
latinas, italianas y nuevas, y sucedióle bien esta osadía; y ¿temeremos nosotros traer al uso y ministerio de ella otras
voces
extrañas y nuevas siendo limpias, propias, significantes, convenientes, magníficas, numerosas y de buen sonido y que sin ellas no se declara el pensamiento con una sola palabra? Apártese este rústico miedo de nuestro ánimo; sigamos el
ejemplo
de aquellos antiguos varones que enriquecieron el sermón romano con las voces griegas y peregrinas y con las bárbaras mismas; no seamos inicuos jueces contra nosotros, padeciendo pobreza de la habla. ¿Qué más merecieron los que comenzaron a introducillas en nuestro lenguaje, abriéndoles el paso, que los
escritores
de esta
edad?
¿Por qué no pensarán que es lícito a ellos lo que a otros, guardando modo en el uso, y trayendo legítimamente a la
naturaleza
española aquellas dicciones con juicio y prudencia? ¿Tuvieron los pasados más entera noticia de la habla que los presentes? ¿Fueron más absolutos señores de ella? Todas las
lenguas
tuvieron infancia o niñez, juventud, perfección y vejez, y ninguna cosa se hizo grande
de
repente.
A todos los
pueblos
fueron siempre nativos los vocablos propios de las cosas, o fueron hallados por necesidad y hechos luego, o por metonimia, ironía, metáfora, sinécdoque. Lícito es engendrar innumerables tropos. ¿Qué? ¿Las figuras que están en las palabras y en las sentencias, por ventura no son comunes de todas las gentes? Así creció la lengua griega, así con la asidua continuación de
Tulio
y de muchos semejantes a Tulio, pudo la lengua latina, como tierra nueva, hacerse fértil y abundosa con este culto y labranza, y crecer en la suma grandeza, donde por ventura no esperaron que pudiese llegar los de la edad antecedente. No hay lengua tan pobre y tan bárbara que no se pueda enriquecer y adornar con diligencia. Con este cuidado y estudio busca y rastrea el extraño de otra nación los pasos y pisadas de Tulio; y acrecienta y engrandece su lenguaje propio con las riquezas maravillosas de aquella divina elocuencia. No hay por qué desespere el amador de su lengua, si se dispone atentamente de la riqueza y abundancia y elocuencia de su habla. Con los más estimados despojos de Italia y Grecia, y de los otros reinos puede vestir y aderezar su patria y amplialla con hermosura, y él mismo producir y criar nuevos ornamentos porque quien hubiere alcanzado con
estudio
y
arte
tanto juicio que pueda discernir si la vez es propia y dulce al sonido, o extraña y áspera, puede y tiene licencia para componer vocablos y enriquecer la lengua.
Aristóteles,
Tulio y Horacio
aprueban
la novedad de las dicciones y enseñan cómo se hallen. Y así dijo Tulio que las cosas que parecen duras al principio, se ablandan con el uso. Y Horacio:
…licuit,
semperque
licebit
signatum praesente nota procudere nomen.
Pero no basta formar bien las
figuras
en el diseño si después coloridas no imitan bien la carne. Porque no conviene a todos la formación de las voces nuevas, que
requiere
excelente juicio, y que sea tal el resto de la oración, que dé autoridad al vocablo nuevo, que se entrepone en ella como una estrella; y ser corto y muy moderado en ellas, y formallas en modo que tengan similitud y analogía con las otras voces formadas y innovadas de los buenos escritores; mas porque un autor excelente no use ni se valga de algunas dicciones, no se deben juzgar por no buenas y huidas de él para nunca usallas; porque otros pueden valerse de ellas y dalles estimación con sus escritos. Voces hay en
Virgilio
que no se hallan en Horacio, y en Horacio que no las conocemos en Catulo, y en este que no las trata Tibulo, y porque no satisfagan a algunos, no son malas e indignas de ser acogidas; que el vino es bueno, y hay gustos que lo aborrecen, y no está en un escritor toda la lengua, ni la puede usar uno solo, ni juzgar, ni acabar.
Divídese en dos
especies
la formación de los vocablos nuevos: por necesidad para exprimir pensamientos de Teología y Filosofía y las cosas nuevas que se hallan ahora, y por ornamento. Y así es lícito y loable en los modernos lo que fue lícito y loable en los antiguos. Mayormente que puede el poeta usar en todo tiempo con prudente libertad por
ornato
de vocablos nuevos; y le ofende y hace grandísima injuria quien le quiere privar de la facultad de ordenar con ellos su poema. Porque como dice
Tulio,
los poetas hablan en otra lengua y no son las mismas cosas que trata el poeta que las que el orador, ni unas mismas las
leyes
y observaciones. Pero no solo osan esto, mas pueden servirse de voces de todas lenguas y por todas estas y otras cosas los llama
Aristóteles
tiranos de las dicciones. Porque es la poesía abundantísima y exuberante y rica en todo, libre y de su derecho y jurisdicción sola, sin sujeción alguna y maravillosamente idónea en el ministerio de la lengua y copia de palabras por sí, para manifestar todos los pensamientos del ánimo y el hábito que representare y obra y efecto y grandeza, y todo lo que cae en sentimiento humano, sin que le falte mensajero de la voz, que signifique claramente todo lo que quisiera. Porque casi padece necesidad de todas las cosas el género humano, antes que de la voz y de la dicción. Porque de estas solamente posee admirables riquezas que nunca se acaban y deshacen, mas con inmensa fertilidad crecen y se renuevan perpetuamente. Y de todas las cosas que vienen al sentido, ninguna hay menesterosa y necesitada de voz que la declare y señale. Porque luego se imprime y estampa una señal manifiesta del nombre de aquella cosa entendida. Y muchas veces da y pone muchas voces a una sola cosa, que cada una de ellas proferida hace un entendimiento casi tan cierto como el nombre verdadero. Y así tienen los hombres gran potestad y fuerza en las palabras, para demostrar las cosas que son, sin que haya alguna que les deje de reconocer esta sujeción.
Las voces son oscuras en nuestro uso por muchos modos: de la gente, cuando traemos vocablos propios y particulares de otra nación; de la arte; de las leyes y ritos y ceremonias; de la traslación; de la erudición; de mucha novedad, como si dijésemos, con imitación latina,
último
por
primero;
y de mucha vejez, renovando las voces desusadas; pero las que ahora son voces viejas, en otro tiempo fueron nuevas y al contrario. Y así dice
Quintiliano
en el
capítulo
10 del
Libro
I, que así como son las mejores voces de las nuevas las más viejas, así de las viejas son mejores las más nuevas. Y también hacen las dicciones inusitadas más grave la oración; porque estas admiramos y de la admiración nace la
jocundidad;
mas esto tiene lugar con mayor frecuencia en la poesía, porque las cosas y las personas son más ecelentes y más graves.