Información sobre el texto

Título del texto editado:
Introducción
Autor del texto editado:
Jáuregui, Juan de 1583-1641
Título de la obra:
Rimas de don Juan de Jáuregui
Autor de la obra:
Jáuregui, Juan de 1583-1641
Edición:
Sevilla: Francisco de Lyra Varreto, 1618


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Fuentes
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Estas rimas que me pareció entresacar de algunos borradores ofrezco a los ingenios que favorecen las buenas letras, mientras de la misma oficina pueden salir a la luz mayores obras. Contiene este volumen al principio el Aminta, que ya se imprimió en Italia; síguenle luego diversas composiciones humanas y, entre ellas, una pequeña muestra de la traducción de Lucano y, a lo último, las obras sacras.

Bien querría (aunque no me será posible) notar con brevedad algunos requisitos de la fina poesía, no porque yo presuma haberlos conseguido, sino porque deseo que todos los conozcan, y remiren con advertencia lo que leen para preciar con justa estimación el mérito de cualesquiera versos. Dejando, pues, aparte preceptos particulares, imaginemos en común que toda obra poética, por pequeña que sea, se compone de tres partes: alma, cuerpo y adorno, y considere primeramente que el alma es el asunto y bien dispuesto argumento de la obra. Y quien errare en esta parte no le queda esperanza de algún merecimiento. Luego se adviertan las sentencias proporcionadas y conceptos explicadores del asunto, que estos dan cuerpo, dan miembros y nervios al alma de la composición. Últimamente, se note el adorno de las palabras, que visten ese cuerpo con aire y bizarría. En todas tres partes luce con ingenio el gallardo natural, esto es el ingenio propiamente poético, sin cuyo principio no hay para qué intentar los versos; mas no se entiende que aprovecha a solas, porque es incomparable y forzoso el resplandor que le añaden las buenas letras y capaz conocimiento de las cosas, por cuyo defecto de ordinario sucede que andan a ciegas y dan de ojos infinitos ingenios poco enseñados. Y advi[é]rtase que no solo el conocimiento del arte es necesario en la poesía, sino el aparato de estudios suficiente para poner en ejecución los documentos del arte (digo esto por algunos que, en llegando a sus manos una Poética vulgar de las muchas de Italia, ya les parece que lo alcanzan todo). No nos basta, sin duda, el entender preceptos, ni solo de su ignorancia proceden los comunes errores. Vemos unas poesías desalmadas, que no tienen fundamento ni traza de asunto esencial y digno, sino solo un cuerpo disforme de pensamientos y sentencias vanas, sin propósito fijo ni trabazón y dependencia de partes; vemos otras que solo contienen un adorno o vestidura de palabras, un paramento o fantasma sin alma ni cuerpo. Esto resulta de que los escritores mal instruidos en la noticia de su facultad y sin caudal de estudios embisten con la materia por donde primero pueden, y asen de ella a veces por los pies o por los retazos del vestido, donde meramente emplean todo su furor poético. Y aun muchos de los que presumen veremos de ordinario que se abalanzan en sus composiciones con lo primero que se les viene a la boca y, sin ver el camino que siguen ni el fin que los aguarda, van a parar donde casualmente los lleva el ímpetu de la lengua. Otros más considerados, que ya alcanzaron algo en el argumento y conceptos, faltan en el primor y gala de las palabras. Acertaron con la buena sentencia, mas no se acomodan a explicarla en términos elocuentes ni distribuirla cabal y justa en los versos, antes la desaliñan y abaten con voces humildes, o ya la tuercen y desavían con frases violentas, duramente amarradas al metro y consonancias. Y no se ha de dudar que el artificio de la locución y verso es el más propio y especial ornamento de la poesía, y el que más la distingue y señala entre las demás composiciones, porque la singulariza y la reduce a su perfecta forma con esmerado y último pulimento. Mas también se supone como forzosa deuda que esa locución trabaje, empleada siempre en cosa de sustancia y peso. No es sufrible que la dejemos devanear ociosamente en lo superfluo y baldío, contentos solo con la redundancia de las dicciones y número. Antes vamos siempre cebando así el oído como el entendimiento de quien oye, y no le dejemos salir de una larga o breve lectura ayuno en la sustancia de las cosas y sobradamente harto de palabras. Ni se puede llevar el corto juicio de muchos cuando encarecen algunos versos solo por hallarlos nueva o pulidamente razonados; y si les advertimos que la sentencia de ellos es impropia o frívola, responden con mucha satisfacción que por lo menos está bien dicha. Sépase que en la escuela de Apolo no hay acción tan fácil como el decir bien en cuanto a las palabras, si se nos consiente usarlas en cualquier impertinencia. Y por ser tanta su facilidad, es su plaga tan común y se extiende no solo a los faltos de doctrina, sino también a muchos estudiosos que se hallan desnudos de agudeza y gracia cuanto revestidos de lectura y arte. Así que no pretendan estimación alguna los escritos afeitados con resplandor de palabras si en el sentido juntamente no descubren mucha alma y espíritu, mucha corpulencia y nervio. Por tan estrecha senda caminaron los autores célebres que, con dulzura, afecto y eficacia rara, hoy mueven y deleitan a quien los lee. Y esto es ya lo difícil y terrible: ajustarse al buen asunto y señalado tema, reforzándole siempre con pensamientos y sentencias vivas y, sobre ese fundamento sólido, ir galanteando el adorno de argentadas frases sin que la obligación de darse a entender y decir precisamente buenas cosas nos violente y quebrante la continua dignidad del lenguaje, ni ellas y él se embarace y dificulten con la estrecheza del verso y sujeción de sílabas y cadencias. Entonces sí merece venerable aprecio la elocución sublime, su pureza y flor, su lustrosa y abierta claridad, que no fácilmente se aviene con lo magnífico y excelso la armonía suave y pompa resonante de los versos, parte eficacísima al oído, cuyo regalo tanto procuran los más cultos. Mayor hazaña efectúa el que en pocos pliegos observa estas calidades que cuantos sin ellas despenden innumerables resmas. Débese también procurar que en toda virtud poética haya perpetuada continuación, porque el amontonar no menos paja que grano es dado a muchos, y levantar con buen garbo una docena de versos atropellando otros tantos no lo consiguen pocos, y son más que infinitos los que compran cualquier ilustre locución a costa de un par de ellas soeces. Raro será el escritor que, doquiera que le asalten sus versos, le hallen siempre, en cuanto al sentido de las cosas, despierto y aprovechado y, en el tenor de las palabras, apacible, galante y engrandecido según la calidad de la materia; y si el asunto es humilde o mediano, la misma perseverancia se reconozca en el estilo y método que le perteneciere.

A semejantes extremos de dificultad puedo decir que han aspirado siempre mis trabajos y es sin duda que habrán quedado cortos, mas si en algo se ajustasen a lo que pretendieron, en solo eso merecían ser correspondidos con alguna estimación.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera