*
Por muy grande y acrecentada con réditos, como vuestra merced por su modestia y gusto de hacerme m[erced] la considera que haya sido la deuda de
escribirme,
la paga vuestra merced con tales usuras, que se truecan los nombres, y de acreedor quedo de nuevo deudor, como siempre lo he sido y lo seré más y más de muy buena gana, a vuestra merced, cumpliendo con aquella manera de pagar con que dice n[uest]ro filósofo que pagan los pobres:
Beneficium
solvit, qui libenter debet.
Parece que, como vuestra merced está ahora tan lleno del espíritu lírico, se le propuso aquel pensamiento de
Píndaro:
Del
vencedor de Olimpia, Del hijo de
Arquéstrato,
leedme aquí en qué parte de mi alma
el nombre tengo escrito;
que siéndole deudor de dulce himno, tardado
he por olvido de pagarle.
Pero tú, o Musa,
y la Verdad, que es hija
de Júpiter, con mano derechera
defenderme de dichos mentirosos.
Porque el tiempo, corriendo,
a profundado y hecho vergonzosa
mi deuda; mas la usura
puede satisfacer por la tardanza
y deshacer la nota de los hombres.
Las partidas grandísimas con que vuestra merced me obliga de nuevo, demás del testimonio de su loor con que me honra y engrandece, son: el haberme dado a conocer al señor don
Pedro
de Cárdenas, comunicá[n]dome el
papel
de las
Soledades,
concediéndome y pidiéndome el juicio de él y del
Polifemo.
Cosas mayores que para mí, pero que se las merezco a vuestra merced con el amor y
respeto
que mucho tiempo ha estimo la persona e ingenio y todas las cosas de vuestra merced,
juzgando
de sus poesías que se aventajan con grande exceso a todo lo mejor que he leído de
griegos
y latinos en aquel género, por lo nativo, generoso, ingenioso, gracioso y de gusto honesto, con provecho moral, sin enfado, y por todas las Musas y Gracias. En este parecer me confirmo cada día más, pienso que sin pasión, pero no sin muy grande afición, que esa con mucha razón se la arrebata a la belleza juntamente con el loor, como cosas que le son debidas. Este mismo sentimiento tengo en las poesías de argumentos más graves, en que vuestra merced ha querido hacer prueba estos días, que también en ellas reconozco la excelencia y lozanía del ingenio de vuestra merced, que se levanta sobre todos, señaladamente en estas Soledades, porque se me ofrece decir lo que de
Píndaro
dicen los griegos y latinos.
Horacio:
Multa
Dircaeum tollit aura cygnum;
y
Antipatro
en un epigrama:
Que
cuanto se levanta la trompeta
encima de las flautas de los corzos,
resuena sobre todas vuestra lira.
Pero no quiero desacreditar los loores, aunque tan justos, la entereza y verdad del juicio a que me obliga el haberme vuestra merced encargado esta
censura
pidiéndome consejo. El cual dice una antigua sentencia proverbial que es cosa sagrada, y que no se ha de profanar con engaño, mentira ni lisonja, sino darse con llaneza y verdad. Entre las maldiciones de Buciges, dice Clemente
Alejandrino
que era una contra quien daba consejo a otro que él no tenía por bueno ni tomaría para sí. Con este recato religioso, y con el amor y
respeto
que tengo a vuestra merced, digo: Que de tres cosas que decían los estoicos que
han
de concurrir en un artífice para que las obras salgan perfectas, que son: 1.
ingenio;
2.
arte;
3. hábito o
uso
y experiencia, la primera, que es la naturaleza, es la fundamental y principal, y en la poesía es casi el todo. Como lo dice
Píndaro
notando a su competidor
Baquílides,
que tenía más arte
que
ingenio:
Sabio
es el que en ingenio se aventaja;
que los que con el arte
crecen en muchedumbre de palabras,
como cuervos inútilmente graznan
contra la ave Júpiter divina.
Mucho dice en esta razón
Platón
en todo un diálogo que se llama
Ion,
y en el
Fedro
lo resume así:
Quicunque
vero sine Musarum furore ad Poëseos lores accesserit, confidens se arte quapiam satis bonum poetam evasurum, imperfectus remanet el mancus: cordatique ipsius poesis a furiosorum poesi superatur ac obscuratur.
Mucho agravia el más
ingenioso
de los poetas latinos
Calímaco
concediéndole
el loor del
arte,
y negándole el del ingenio.
Battiades
toto Semper cantabitur orbe:
Quanvis ingenio non valet, arte valet.
A vuestra merced le pertenece principalmente el loor del
ingenio
sobre todos los
modernos
y muchos de los
antiguos,
y también tiene en grado muy aventajado la facilidad de uso, y no niego a vuestra merced el
arte
ayudada de discreción y prudencia
natural
que suple mucho por el arte y hace buena elección. Pero acontécele a vuestra merced lo que de ordinario a los que hallan en sí muchas fuerzas naturales, que confiados en ellas y llevados de su ímpetu con soltura descuidada, no se dejan atar con preceptos ni encerrar con definiciones o aforismos del arte ni aun con advertencias de amigos. Estos suelen, aun cando se arroja y despeñan, alcanzar loor y admiración, conforme a un verso de un trágico, que sin nombrar al autor refiere
Dionisio
Longino:
Es
generosa culpa un gran resbalo.
De estas generosas
travesuras
hallo yo algunas en las dos poesías,
Polifemo
y
Soledades,
y las llevo o disimulo con gusto y admiración. Las que no debo disimular, para cumplir con el
mandato
y comisión de
censura
de vuestra merced, son otras diferentes, que nacen, no del
ingenio
de vuestra merced, son otras diferentes, que nacen, no del ingenio de vuestra merced, sino de cuidado y
afectación
contraria a su natural, que por huir y alejarse mucho del antiguo estilo
claro,
liso, y
gracioso,
de que vuestra merced solía usar con excelencia en las materias menores, huye también de las virtudes y gracias que le son propias, y no menos convenientes para las poesías más graves. Huye la
claridad,
y oscurécese tanto, que espanta de su lección no solamente al vulgo profano, sino a los que más presumen de sabidos en su aldea. También, por extrañar y hacer más
levantado
el estilo, usa trasponer los vocablos a lugares que no sufre la frasis de la lengua castellana, y cae en el
vicio
que los artífices de retórica llaman cacosínteton y mala compositio. También, siguiendo esta novedad, usa de vocablos peregrinos italianos y otros del todo latinos, que los antiguos llamaban glosas, lenguas, y ahora llamamos así a las interpretaciones de los tales y de todo lo oscuro. Estos conviene moderar y usar pocas veces; y no muchas tampoco unos de que usa con particular significación, y parece que afición, como
peinar, purpúreo,
la partícula
si
o
si bien
para excepción, y otros tales. Lo metafórico es generalmente muy
bueno
en vuestra merced, algunas veces atrevido y que no guarda la analogía y correspondencia que se requiere; otras se funda en alusiones burlescas y que no convienen a este estilo alto y materias graves, como convenían a las antiguas
quae
ludere solebas.
En estos
vicios
digo que cae vuestra merced de propósito y haciéndose fuerza, por extrañarse e
imitar
a los italianos y a los modernos afectados, que se afectan o afeitan por falta de ingenio y hermosura propia; pero vuestra merced, que tiene belleza propia y grandeza natural, no se desfigure por agradar al vulgo diciendo gracias y juegos del vocablo en poema grave y que va de veras.
Quiero decir a vuestra merced lo que en una tragedia de
Eurípides
decía Zeto a Anfión su hermano:
Tan
generoso natural del alma
con máscara aniñada desfiguras.
A esta
advertencia
(o sea reprehensión) me atrevo con
estimación
grandísima y consiguiente amor y celo del ingenio de vuestra merced, que lo tengo por muy poético y muy grande, y sé que nos puede producir partos muy generosos y grandes que honren nuestra patria y nuestra nación. Tan solamente quiero y suplico a vuestra merced que siga su natural, y hable como en la estancia 7ª y en la 52 del
Polifemo:
Sentado,
al alta palma no perdona
su dulce fruto mi valiente mano, etc.,
y como en casi todo el discurso de estas
Soledades,
de alta y grandiosamente, con sencilleza y claridad, con breves períodos y los vocablos en sus lugares, y no se vaya, con pretensión de grandeza y altura, a buscar e
imitar
lo extraño, oscuro, ajeno, y no tal como lo que a vuestra merced le nace en casa; y no me diga que
la camuesa pierde el color amarillo en tomando el acero del cuchillo,
ni por absolvelle escrúpulos al vaso,
ni que
el arroyo revoca los mismos autos de sus cristales,
ni que
las islas son paréntesis frondosos al periodo de su corriente;
por más y más que estos dichos y sus semejantes sean los recibidos con mayor aplauso.
Nam
quaedam vitiosae oraciones eo ipso quibusdam placent quo vitiosae sunt;
y los buenos escritores han de querer agradar antes a los buenos que a los muchos, como lo profesa
Terencio;
y siendo tan lindo y tan
alto
este poema de las
Soledades,
no sufro más que se afee en nada ni se abata con estas gracias o
burlas,
que pertenecían más a las otras poesías que vuestra merced solía
ludere
en otra
edad.
Si vuestra merced considera el rigor antiguo de las
censuras
de los críticos, le parecerá la mía muy
moderada,
especialmente que esta puntualidad se usaba con solos los muy grandes autores, en que hallaban raras culpas que a uno que no sabe lo que se tañe o canta no hay para qué notarle falsas. Azotaban o empalaban los gramáticos y retores a los Homeros y Píndaros por una cosa de estas, señalábanles las culpas con obelos, chies, y thetas, y los lugares insignes con asteriscos o con dos LL. Terrible es la
sentencia
de Dionisio
Longino
contra
Heródoto
porque llamó a las mujeres hermosas dolores de los ojos, y esto no en su persona, sino por boca de unos bárbaros persas después de que bien bebidos en un banquete; dice:
«Que
ni en persona de estos no convenía que por flaqueza de ánimo (y falta de valor para callar un donaire que se le ofrecía) se descompusiese y afrentase un tan grande escritor para con todos los siglos venideros». Pone este crítico una buena comparación:
«Que,
como en la moral, hay cosas en la vida muy estimadas y apetecidas, como las riquezas, pompas e imperios, que los sabios las menosprecian y es mayor grandeza» de ánimo desecharlas que tenerlas, así en el decir hay muchas gracias
«que
los grandes oradores y poetas aborrecen y echan a mal». Esta distinción conviene mucho entender, que hay muchos buenos poetas compuestos, adornados y sin culpas, que agradan y parecen bien. Pero grandes son solamente aquellos que por la grandeza y alteza del ingenio bien cultivado y ejercitado hacen obras y dicen cosas que no solamente agradan, pero admiran y sacan a los hombres de sí. De estos ha habido
rarísimos
en el mundo, un
Homero
y un Píndaro, Sófocles y Eurípides; entre los latinos un Virgilio (y aún plega a Dios que a éste le concedan los críticos griegos el título de
Grande)
y no más. De estos, pues, pienso yo que es o puede ser, si quiere, vuestra merced, mire si tengo razón de celarlo y suplicarle nos dé partos propios y dignos de su ingenio, cual me parece que va naciendo este de las
Soledades.
Prosígalo vuestra merced con esta presunción y no admita en él cosa indigna de tal poema, que no dejará de ser bellísimo aunque tenga
naevos,
manchas
o lunares ; pero mejor es que no los tenga. Algunos envío notados a vuestra merced en particular; pero lo principal es la advertencia general que aquí he hecho de guardarse de extrañezas y gracias viciosas y de toda prava
emulación
de
modernos,
que es
vicio
general, a que los artífices llaman
cacocelia,
Dionisio
Halicarnaseo
acaba su libro
De compositione nominum
predicando con encarecimiento que no hay tal prosa como la que es tan numerosa y sonora que parece verso, ni tal verso como el que parece prosa por la facilidad y claridad con la que corre, salva a gravedad y grandeza. Ejemplo sean las dos estancias del
Polifemo
que cité arriba, y aquello de Garcilaso:
En
medio del invierno está templada, etc.
Es verdad, dice, que hay un vicio en la poesía que llaman
logoidea
y semejanza de prosa; este es con humildad y vulgaridad de pensamientos y palabras, como aquel soneto:
Amor,
Amor, un hábito vestí.
De eso otro sencillo y grande ponen los griegos grandes ejemplos.
Pluguiera a Dios yo me hallara donde pudiera proponerlos a vuestra merced para
imitación
traducidos
a la letra, aunque fuese en prosa castellana, que vuestra merced conocería
disjecti
membra a poetae,
y les daría de su espíritu y los resucitaría.
Lo que ahora quiero hacer, aunque de priesa (que me dieron tarde la de vuestra merced y después acá he estado con un gran catarro, y ahora me pide un criado del señor don Pedro de
Cárdenas
que
responda
luego), es referir algunas censuras de las culpas de los grandes antiguos para que vuestra merced escarmiente en ellas. Demetrio
Falereo
culpa a
Homero
porque dice:
«Arrededor
trompeteó el gran cielo», porque, contra la regla de engrandecer, toma la metáfora de lo menor, la trompeta, a lo mayor; que mejor se dice que tronó la trompeta. Nota las
hipérboles
que se hacen ridículas por increíbles o incogitables, como la del que dijo que en el peñasco que a la nave de Ulises arrojó el Cíclope,
«cabras
iban paciendo descuidadas (por los aires)». Por ejemplos de
cacocelia
nota al que dijo que el centauro
«Venía
en sí mismo caballero», y que a Alejandro, que quería correr en Olimpia, le dijo otro:
«Corre,
Alejandro, el nombre de tu madre».
Dionisio
Longino dice que hay poetas que cuanto más empinan y piensan que se inflaman con furor divino, no dicen furores ni grandezas, sino hinchazones levantadas con ventosedad y bulto de
palabras
vanas, que hacen lo contrario de lo que se pretende. Porque no hay cosa más flaca ni más
seca
y falta de carne maciza y de niervos que el hidrópico; que en este género coribantizaban y salían de juicio los modernos oradores y poetas. Da larga
doctrina
para huir este
vicio
y conseguir la verdadera
alteza,
y pone por ejemplos de aquellas culpas que un trágico dijo
«vomitar
al cielo», y que el viento Bóreas
«tañía
flauta»; que
Gorgias,
orador, llamó a Jerjes
«el
Júpiter de los persas», y a los buitres
«sepulcros
vivos». Que
Jenofón
dice que los mancebos lacedemonios eran «más vergonzosos que las doncellas de los ojos», llamando a las niñas «doncellas», y haciendo vergonzosas en general a las que en los más son muy
desvergonzadas.
Que
Platón,
para decir que las leyes se escribiesen en tablas de ciprés y se pusiesen en los templos, dijo: «Escritas las pondrán en los templos memorias ciparisinas, que es materia incorruptible», y que los muros «los dejasen dormir y no los levantasen de la tierra». Largo e
importuno
sería referido todo; su principal
regla
es: que el
pensamiento
sea grande, que si no lo es, mientras más se quisiera engrandecer y extrañar con estruendo de palabras, más hinchada y ridícula sale la frialdad: y que se
imiten
los poetas grandes. Recita algunos ejemplos de ellos, de
Homero
y Eurípides. Yo solo quiero
traducirle
aquí a vuestra merced casi sin verso, porque sea más a la letra, uno de Simónides que trae Halicarnaseo por muestra notable de aquella
llaneza
con grande que él loa y aconseja tanto. Hablaba el poeta de Dánae, cuando iba por el mar en el arca con su hijo Perseo:
Cuando
dentro del arca artificiosa
bramaba resoplando, el viento (airado),
y el largo commovido
con espantoso estruendo se hundía,
(Dánae) sobre Perseo
poniendo la amorosa mano, dijo:
«O hijo, y en qué cuita me hallo,
y tú con pecho tierno
y corazón de leche estás durmiendo
en cámara penosa,
con tarugos de bronce claveada,
en noche oscura y niebla tenebrosa,
sin cuidar de las ondas
profundas, que por cima pasan de tus cabellos, sin mojarlos,
puesta tu cara hermosa
en clámide purpúrea.
Pero si a ti te fuese lo terrible terrible
quizás aplicarías
la oreja delicada a mis palabras.
Duerme, niño, en buen hora, duerma el Ponto,
duerme el mal insaciable (que nos sigue) ».
Si quiere vuestra merced esto en mejor verso y estilo, hágalo, que sabe; que yo solo manifiesto mi
afecto
de servir y
agradar
a vuestra merced muy de corazón, y saliendo de mí a bailar y hacer lo que no sé. Acepte vuestra merced esta voluntad, y téngame por tan suyo como lo soy y he de ser siempre, y mándeme con llaneza muchas cosas de su servicio o gusto, que yo las haré todas sin escusas ni alegación de ocupaciones de Corte, sino con toda la verdad y llan[eza], con[forme] al estilo que enseñan aquellos cortesanos,
quorum
conversatio in coelis erat: «Os nostrum patet ad vos, o Corinthij) cor nostrum dilatatum est: non angustia mini in nobis»;
y así vuestra merced tampoco se estreche ni acorte en servirse de mí. Todos los de esta casa tenemos salud, gloria a Dios, y todos somos de vuestra merced doña Inés, y el licenciado Juan Moreno, mi hermano, y Melquior y los demás mis hijos besan a vuestra merced las manos muchas veces.
El señor don Enrique
Pimentel
ha estado ausente; vino pocos días y ha le di de vuestra merced, y dije le daría las
Soledades;
el señor don Pedro las comunicó al señor don Alonso Cabrera antes que a mí, que yo las celara y celaba por ahora. Dios guarde a vuestra merced como deseo. En Madrid 30 de junio de 1613.
Pedro de Valencia.
Perdone vuestra merced los borrones,
que
no hubo lugar para copiar ésta y enmendarla.