Información sobre el texto
Título del texto editado:
Torre del Templo Panegírico de don Fernando de la Torre Farfán. Escudo segundo
Autor del texto editado:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Título de la obra:
Torre del Templo Panegírico de D. Fernando de la Torre Farfán
Autor de la obra:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Edición:
Sanlúcar de Barrameda:
s. e.,
1663
Transcripción realizada sobre el Ms. 58-2-25 de la Biblioteca Capitular de Sevilla
Encoding: Ioannis Mylonás Ojeda
Transcriptor: Esther Márquez Martínez
Sevilla, 06 febrero 2023
Defiéndese
la
inmunidad del
Templo.
Escudo segundo
Audacia ha habido tan ciega que a tiento se atrevió a profanar el
Templo Panegírico;
ya que no se defendiera con la majestad de la obra, debiera
respetarse
por la soberanía del nombre. Empero quien viere el
semblante
del autor de la mancha, disimulará la mala cara del delito: las mojarrillas, siendo tan feas, disculpan el horror del rostro con lo ridículo de las acciones; hay pollo que presume encaramarse en las acciones de gallo, mas debe reírse quien ve que no vuela sobre la
facultad
de pollo. Ya
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le vimos de molde piando por coger las migajas de la impía mesta de
Calvino
¿Qué mucho el hallarlo en lo que es
peor
que
sátira,
escupiendo
las efigies de un
Templo?
No se ignora que ambos delitos los vendió a corto
precio.
La moderada porción de pocos
maravedises
le alejó la consideración de ambos miedos: imperó el
hambre
mísera sobre el temor valiente; valiose del
adagio,
no por noticia, sino por
instinto:
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el asno hambriento no teme el palo.
Hay quien anteponga las complacencias del vientre necesitado a las ignominias del semblante enrojecido. Sacó lo descubierto en un
Festín,
bien que la torpeza de las mudanzas necesitaba de
mascarilla;
empero en un rostro ignorante en todo e
ignorado
de todos sobran los artificios de los disfraces. El suelo de la cima se oculta en su propia obscuridad. Por arrimarse a una sinrazón, aunque
eclesiástica,
se adornó de lo campanudo de Torre: erró
primero
la elegancia del
traje
y después la
alteza
del
apellido.
Exageraba un cerdo que había semejante a la de
Sevilla
una torre en Marruecos; replicó otro, considerado, que les atendiese a las situaciones: una apoyando las infidelidades de África y otra coronando la
religión
de
Andalucía;
esta guarnecida de sus escudos sacros, envilecida aquella con sus troneras profanas; una se arrima al desprecio por sacrílega, otra se erige la estimación como católica. Tanto va del punto de barbarizar zancarrones a la distancia de construir templos.
Disculpara la torpeza de su necedad con que lo hizo reo el interés, sin considerar que lo anticipaba al suplicio, eso que presumió que lo prefería a la
comodidad.
Pagole
un
cauteloso
lo ignorante por que se permitiese primero en delincuente. Quiso aquel valerse de la cautela del arriero que remedió la contingencia de la fatalidad con el daño de uno de sus borricos. Hallose Alejandro
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estando de superior motivo obligado a la muerte de lo que ocurriese primero a la entrada de una ciudad. Fue, inmediato al voto, la contingencia de un hombre que sacaba del pueblo una recua de pollinos. Mandó el monarca ejecutar en el triste la promesa devota. Dudó el paciente la causa de su calamidad. Enterose de que se cumplía con un oráculo sacrificando su inocencia por primera en ocurrir: “Entonces, delante si es esto”, replicó el borriquero, “el asno que va antecedente a mí es el comprehendido”. Hasta aquí parece que llegó la intención de los que anticiparon la simpleza de este jumento; tanta ignorancia pagada echaron por delante para incurrir en aquella profanidad simple. Aún a más énfasis se pudiera haber alargado el
precio
de esta bestialidad: mereciera alcanzar a ser paga del delito y reprehensión de lo mal
obrado.
Cicerón,
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defendiendo a Arquías, alabó en Sila, que condenó en corto precio los versillos de un mal
poeta,
que se lo atrevieron con
zalama
enjuagada en lisonja; había herido el edito de que no hiciese otra vez a su pluma cómplice en la maldad de su entendimiento. A esto también se dice que aludió la papa de cierto embajador extranjero que le murmuró más impiedades a nuestra religión, parecidas a otras
antecedentes
(herejía
más a
menos).
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Todo lo volvió a nuestra memoria el Roterodamo (autor
dañado,
hasta contra escritos de tan mal olor): a ese precio, dijo, que se le había comprado el silencio a aquella
musa
desentonada; con tal coste, rescató el gusto de aquel ángel de los oídos. Hay quien, por redimirse de las manos del mal barbero, paga doblado el martirio de su navaja. Empero lo que parece agradecimiento de la
mala
obra es liberalidad para la conveniencia: suele pagarse más el alejar un daño que al acercar un gusto. No es tan preciso el anticipar lo feliz, cuanto arredrar lo
molesto.
Mordieron,
pues, muchos dientes aquel libro, bien que tantas rabias procedieron de una sola sequedad; lo que otros
gustaron
por comida, estos buscaron como zarazas. Aunque se multiplicaron las mordeduras, señalaron las instancias de un solo
mordedor;
lo
ineficaz
del veneno descubrió la especie de la
sabandija;
la cólera de las picadas, aunque señalaron una cuya bajeza no se levanta del suelo, descubrieron otra que solapaba el tósigo entre las flores de una
religión.
¡Oh lástima, que silencios gloriosos disimulen víboras mordaces! La
América
se inficiona con la malicia de un áspid que, aunque mudo, lo descubre un cascabel que tiene en la cabeza. Raras propiedades malquistan la naturaleza de algunos avechuchos criollos. Débame que no agravie la gravedad de un instituto con lo
desconocido
de su nombre (declínese por donde se declinare) que yo deseo
escudarme
de ese solecismo. ¡Cruel suerte la de aquel que persuadió a que se hablase tan
mal,
viviendo entre tantos que enseñan a callar tan bien! Asistiendo Agesilao,
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rey de Lacedemonia, a uno de sus sacrificios, le picó un animalillo de
aquellos
que excrementa la fragilidad de nuestra naturaleza. Sacolo a la publicidad, sin enrojecerse, y castigándolo en el cadalso de la una dijo a las atenciones que quizá la extrañaban: “Al traidor, aunque sea sobre el ara”. No obstante, deseo proceder
menos
vengativo que ocasionado, que si pican semejantes sabandijas, propensiones son de nuestras humanidades.
Culpose sin autoridad toda aquella fábrica; íntimo se lee la maldad, empero no se supo comprobar el
delito;
querella que no se socorre de probanza, antes que delatación, parece calumnia. Con todo, no se disculpa si ella no supiere disculparse. Muchas atenciones menos ciegas han visto la causa y ninguna ha hallado letras en el proceso. Solo la ignorancia ha querido hacer papel sin saber escribir. Deseo toda lección para
juez
deste pleito: recíbaselo el dicho a cualquiera de mil y
quinientos
testigos
que se ofrecen a la información, tantos cuerpos se presentan para la probanza. No hay voces tan
claras
como las que pronuncia la prensa, sus palabras desinteresadas se dejan decir todo cuanto saben; responden la verdad sin tormento a la pregunta de cualquiera vuelta.
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Confieso que hay labores que las evita el estudio porque no las soborna la utilidad. La curiosidad, empero, se ciñe tal vez la toga de Aristipo;
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este no se hurtaba a los frutos de la especulación para aprovecharse de las flores de la materialidad. Con todo, algún ocio lo arrancaría de filósofo por trasplantarlo en hombre.
Pídesele,
pues, al que menos horas pierde ganándose en mejor lección, que se desperdicie algún tanto para este de otros superiores estudios. Llámele la
curiosidad
a lo que no llevaría el interés: respétese por juez en causa ajena, aunque no se lo merezca el beneficio propio. Muchas veces llama la razón hacia donde no vive la conveniencia y se halla imperiada la justicia en lo que siempre se excusaría de pedir la comodidad.
1. Escribió con muchas impiedades, la entrada del embajador de Inglaterra, más atento a la codicia que a la religión.
2.
Asinus
esuriens fustem negligit. In eos congruit qui ventris complendi ve gratia quamuis contumelia perferunt. Erasm. in Adag. Ex Aut.
3.
Cum
Alexander Macedonum rex sorte monitus ut eum qui sibi porta egresso primus occurrisset interfici iuberet; asinarium sorte ante omnes obviam factum abripi imperavit, eoque quarente quidnam se immerentem capital supplicio innocentemque addiceret, cum ad excusandum factum suum oraculi praeceptum rettulisset, Asinarius: Si ita est rex, alium sors huic morti destinavit: nam asellus, quem ego ante me agebam, prior tibi occurrit.
4.
Quem
nos in concione vidimus, cum ei libellum malus poeta de populo subjeciffet, quod epigrama in eum feciffet tantum modo alternis versibus longiusculis, statim ex iis rebus, quas tunc vendebat, jubere ei praemium tribui sub ea conditione, ne quid postea scriberet. Cic. Bo. Arch.
5. Existimaba tille etiam mali poetae operam aliquo dignam praemio. Simul autem et silentiu redemit ab eo qui scribere nesciret: quemad modu facetus quidam apud nos si quando incidisset in malum tonsorem, dabat duplum pretium hac lege, ne rediret. Eras. Apoph. Tb. 6.
6.
Asistens
aliquando Chalciaci, ara ad rem divinam cum momordi ibet eum pediculus, non ennbuit verum captum palam, inspectantibo omnibus occidi adderus ego Hercle insiatorem vel ipsa in ara.
7.
Est
curiositas perscrutandi ea quae scire que nulla est utilitas. D. Angel. Tb. D. Simil.
8.
Quum
quida obriceret Aristippus ac diceret: propter te ager perit. An inquit melius est propter me agrum perire? Ant. In Melis. Serm. 4 per. 2.
GRUPO PASO (HUM-241)
FFI2014-54367-C2-1-R
FFI2014-54367-C2-2-R
2018M Luisa Díez, Paloma Centenera