Información sobre el texto

Título del texto editado:
Torre del Templo Panegírico de don Fernando de la Torre Farfán. Escudo cuarto
Autor del texto editado:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Título de la obra:
Torre del Templo Panegírico de D. Fernando de la Torre Farfán
Autor de la obra:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Edición:
Sanlúcar de Barrameda: s. e., 1663


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Descúbrese la viga en los ojos que vieron la paja en los ajenos.

Escudo 4º


No sé si le guardarán el decoro a las prendas conocidas de la razón estos cortos de vista para las partes autorizadas de la verdad, empero doy por hierro sin disculpa de todos lo que es obediencia con circunstancia de cualquiera. Pase, pues, por asentado como culpa, lo que parece queda absuelto de pecado. Siendo así, se viene armando una duda desde el astillero de una queja y esfuerza que se oponga la pregunta húmeda y fría de un dictamen a la cólera caliente y seca de un enojo.

Si el parecer autor del sudor propio (con razón sudor propio) es delito, ¿por qué siente un religioso que su trabajo (y bien trabajó) se quite de su cargo para onerar otra culpa? Ya se sabe que se exhaló una imprudencia quejosa por una hora de horno descomedida; resollaba las llamas de un sentimiento imprudente por un volcán de oprobios desatados; pedía por hurto precioso los doblecillos de unos papeles mendigos. Déjase, entonces, recrear la memoria con la frescura de un chiste. Fue, pues, el delirio de un viejo de los del hospital de San Bernardo. Clamaba una noche cuando aquella ancianidad se poseía del sueño. Repetía que toda la casa era cueva de ladrones. Preguntósele de qué lo infería; replicó que le habían hurtado cinco prestiños que tenía guardados en la faltriquera. ¿Por cuatro o cinco jeroglíficos, como cuatro o cinco buñuelos, nos fríen en aceite? Ya me persuado que tiene ingenio el escribir hallullas, pues obliga a que se queje uno de los padres conscriptos de que le usurpe el saber doblar hojuelas y tender hojarascas.

Culpaba Cicerón en Bíbulo que buscase gloria de mucho con armas afiladas en trances que no pasaban de poco. Tenía aquel casi perfeccionado el discrimen de una guerra en Asia y venía entonces este a remendar su laurel con los cortos pedazos que restaban por añedírsele. Esta jactancia, solicitada a tan leve costa del valor, se debe aplicar a cosas adquiridas a tan poco esfuerzo del arte. La frase con que se explicó el orador es de rara energía: dijo que Bíbulo buscaba el laurel in mustaceo. Calepino (digno es su nombre donde quiera) siente de este término que es buscar alabanzas superiores donde solo hay materiales inútiles. Catón, gran médico de curar ignorantes, dejó amplia una receta de componer este bendito emplasto. Parece que había visto las tortas y pan pintado, de los que el padre llama jeroglíficos. Componíase este, que se parece a los otros, de cierto celemín de harina que, ayudado de los ingredientes que van al margen y desdoblado sobre hojas de laurel para entregarlo al horno, era hojaldre parecida a aquellas ingeniosidades; repulgo más a menos. Mofa, pues, que se ostente otro artífice de templos loables y queréllase porque lo excusaron de autor de sopaipillas fritas. Estos son los que para la buena estofa de sus fábricas buscan lana en la piel del asno, ¿quién duda que cumplen con lo propio cuantas veces se quitaren la barba a sí mismos?

Con todo, confieso que tropezó la poca noticia deslumbrada, empero fue (séase cualquiera el dueño) por andar con respeto en tanta vulgaridad. Quien solo pudo justificar la queja fue el que se halló, sin culpa, autor de fábrica tan despreciable. Habilidad preciada de eminencia en dobleces es facultad graduada con borla para chismes; ciencia que estudia en prensar papeles, mejor que doctorar de ingeniosos, debe licenciar de dueñas. Por lo menos, mal calificará de religioso lo que cuando más acredita de jugador de manos. ¡Hay cosa como que el que se calza el grave coturno de la oración se humille a zapatero de lo viejo! Juicios vemos que, en topándose con labores mecánicas, piensan que se hallan la horma de su zapato. Engerir un hombre en árbol y transformar talque dama en calavera no pasa de metamorfoseo ridículo o llega hasta tropelía de saltambanco. Saca un vano este artificio ocioso a la publicidad y, cuando juzga que ha de pasmar a milagros las maravillas de lo gentil, llega solo a enloquecerse de presunciones con las fantasías del pavón. Pierio dice de la soberbia de esta ave que echa el resto de su vanidad a las inutilidades de la cola: guarda doblada en ella, pluma sobre pluma, multitud varia de confusiones; descógelas, arrogante, al engaño de la publicidad; desea que pasen por el camino de la bobería a la admiración de la ignorancia; presume orear en el aire de las maravillas lo que aun no merece ser aventador de las moscas; lee escrito en la mofa de los semblantes lo que pretendía decorar con exageración en las cejas; entonces, convierte la máquina en abanicos que le enfríen la cólera indignada. Tanto monta las locuras de este avechucho presumido; ni pasan de ese precio aquellas labores superficiales. Esto solo se les pega a algunos de todo el jugo de las ciencias; hay habilidades de engreído, que parecen de hacia la cola. ¡Oh sentencia de Séneca! ¡El buen capricho nadie lo merece prestado ni lo consigue vendido! Aun reduciéndolo a precio la posibilidad, lo encarecería de dueño la satisfacción. Empero, cuando se cierran las tiendas de los estudios, ¡qué abiertos se ofrecen los almacenes de las necedades! Eliano refería las de Anníceres, tan desfrutadas de precio como las que ya vuelan con las plumas antecedentes. Preciábase el mecánico de insigne en ciertas acciones frívolas: era su nimiedad presumirse insigne en la destreza de gobernar un carro. Apenas llegaba su virtud a la fama de buen cochero. Arrastró esta habilidad mínima a la publicidad copiosa de una Academia. Presumió merecerle a Platón en alabanzas lo que de los demás había cobrado en admiraciones. Empero halló en reprehensión lo que buscaba en aplauso: «No puede –dijo el filósofo– volar fácil a lo sublime de lo celeste quien se abate pronto hacia lo despreciable de lo ratero». ¿Qué diría el sabio Séneca al padre con las manos en la masa para formar tortas, olvidado del breviario por cantar himnos?





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera