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Título del texto editado:
Torre del Templo Panegírico de don Fernando de la Torre Farfán. Escudo sexto
Autor del texto editado:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Título de la obra:
Torre del Templo Panegírico de D. Fernando de la Torre Farfán
Autor de la obra:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Edición:
Sanlúcar de Barrameda: s. e., 1663


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Determinase el laurel infalible para adorno del retrato.

Escudo 6º


Tres plantas anduvieron tan bien que llegaron a coronas de la poesía. Todas siempre expresaron el arte; alguna, tal vez, elevó su apellido. Sea la hiedra, ahora, la primera que se enrede en este ejercicio. Fue, pues, la que coronó la cadencias líricas. Horacio, preciado de tales números, se contó ceñido de esas hojas.

Horat. Tb. 1 Od. 1

Me doctarum ederae praemia frontium
Dis miscent superis […]

El adorno de las yedras
de frentes doctas ambages,
me igualan con los supremos,
me implican a las deidades.


El mirto diferenció otro apellido poético. Estas ramas coronaron la lira que se llamó erótica, tal nombre se le debe a los versos amorosos. Ovidio blasonó siempre de ese numen, comprado bien a costa de su comodidad, bien que dándole el arte, le pusieron el nombre. Persuade, pues, que depone la trompa de la marcial por la cítara de la musa amorosa.

Ovid. Tb 1 Amor. Eleg. 1

Sex mihi surgat opus numeris, in quinque residat:
ferrea cum vestris bella valete modis.

En números cinco y seis,
levanten su obra mis versos
guerras duras, dios os guarde
allá con los modos vuestros.

Cingere litorea flaventia tempora myrtho
Musa, per undenos emodulanda pedes.

Las nubias sienes, oh musa,
ciñe con el mirto fresco,
que en números seis y cinco
ha de resonar mi plectro.


Esta corona de mirto pide Ovidio a la musa cuando quiere cantar aquello que llama Arte de Amor; juzga insinuarse, no desvanecerse. Nuestro Fernando de Herrera, príncipe de la poesía andaluza, además, persuade esta erudición. Óigase en lengua tan clara como la que adornó de todo al primor castellano.

Fernando de Herrera tb. 3 canc. 3

Febo y el coro eterno de Helicona,
de mirto delicado y oloroso
en honra de mi intento cuidadoso
tejiendo de sus manos la corona
dijeron enlazándome la frente;
que cantase de Amor la fuerza ardiente


La modestia de este insigne varón solo se explicó poeta erótico permitiéndose la corona el mirto. Véase si ha habido vulgaridad, lo que permitió por insignia.

Además el laurel concedió sus ramas a semejantes honores; estos calzaron el más grave coturno. Valíanse de superior cítara. Fue aquella en quien sonaban los hechos magnánimos, tales metros se llamaron heroicos. Debió de ser favor particular de Apolo dispensado a aquel árbol que reconoce suyo. Así para cantar los hechos de Aquiles se le pidió Estacio.

Stac. Papin. Achileid. Tb. 1

Da mihi fontes Phoebe, novos ac fronde secunda
Necte comas: neque enim Aonium nemus advena pulso.

Dame, Apolo, nuevas fuentes
y teje en hojas felices
mi frente que, no extranjero,
tocó el bosque de Aganipe.


Para el vigilante sobrará el aclarar que las «hojas felices» refieren los buenos aspectos del laurel; para la ceguedad del pedante no bastará alumbrarle con toda la erudición. Suficiente luz, empero, aclaró ya la amistad de Apolo con esas ramas.

El que no perdió de vista el oficio de esas coronas fue el Taso, y esta en particular tantas veces merecida de su frente. Diósela el rigor de la epopeya. Reconoce que se le debe por el intento; y a tiento, no así, sino al asunto, pide otra que signifique más lo sacro. Bien se dice que no se pretende por locura, sino por ceremonia. No se debe presumir que aspiró a gloria del poeta que componía, sino en culto de la acción que cantaba. Es respeto que supo guardar a su Jerusalén, donde entonces se rescató el mármol santo:

Torq. Tass. Jerusalen liberata Cant. 1 est 2

O Musa, tu, che di caduchi allori
non circondi la fronte in Helicona
ma su nel cielo infra i beati cori
hai di stelle immortali aurea corona;
tu spira al petto mio celesti ardori,
tu rischiara il mio canto, e tu perdona
s’intesso fugi [sic] al ver, s’adorno in parte
d’altri diletti che de’ tuoi le carte.


Por si a algunos les oliere esto a latín de contrabando, le daremos un perfume de traducción romanceada.

Oh, musa, tú que a frágiles laureles
no rodeas la frente en Helicona,
mas sobre el cielo entre los coros sueles
dorar las estrellas la inmortal corona;
tú le inspiras a mi pecho ardores fieles,
tú suaviza mi voz y tú perdona
si altero la verdad, si adorno en parte
de otro dulzor que de ese tuyo el arte.


También desde su Tebaida se promete el mismo Papinio a Domiciano, coronado de esta insignia, sin que se deba achacar a soberbia de ánimo lo que se arroga por demostración de heroico. Cantó así, pues, como vaticinando cuando le dedicaba su poema al príncipe:

Papin. Stat. Theb. Tb. 1

Tempus erit, cum laurigero tua fortior oestro
Facta canam, nunc tendo chelym satis arma referre
Aonia et geminis sceptrum exitiale Tyranis.

Tiempo vendrá cuando obligado cante
con laurígero honor, furor ardiente,
tus hazañas, tus glorias, arrogante
yo canoro, además, si tu valiente;
en instrumento ahora resonante
las tebanas batallas diligente
daré al viento veloz y a dos hermanos
aquel cetro infeliz, aunque tiranos.


Hasta aquí ha pleiteado la defensa común; dudase si persuade su justicia. Ahora, pues, informará el laurel su uso en particular. Autores antiguos dirán como mayores sobre toda excepción. Las hojas destos doctos llenan la distribución de estas ramas. Sea Farnobio primero, elegante testigo del proceso. Comentaba a Ovidio y notó los citaredos laureados cuando le prestaban la voz a sus ritmos. Valíanse de la razón de sus ejercicios consagrados a Apolo. El propio Ovidio le dio la noticia del afecto de la deidad a la soberanía de este árbol, dedicándole como padre de los poetas todos los instrumentos de su ejercicio:

Ovid. Tb. 1 Metamorph.
Fabul.

Hanc quoque Phoebus amat positaque in stipite dextra
[…]
arbor eris certe», dixit «mea. Semper habebunt
te coma, te cytharae, te nostrae, laure, pharetrae […].

Esta, aunque laurel, ya la adora Apolo
y aplicada la diestra al tronco, dijo:
«Árbol mío, sin duda, serás solo
¡oh, lauro! y a este fijo
verdor que ostentas el afecto aspira
de mi frente mi aljaba y de mi lira».


Quizá el Nasón recibió la noticia de Aristófanes a quien cita Pierio. Dice, pues, persuadido de aquella autoridad, que los poetas usaban la corona de laurel, estos son los vaticinantes.

Por eso nuestro don Luis de Góngora, persuadiendo a don Tomás Tamayo de Vargas a las notas de Garcilaso, le pide que desprenda deste árbol los instrumentos de aquel varón grande, persiguiendo así uno de sus artificiosos sonetos:

D. Luis de Góng. Sonet. 32

Descuelga de aquel lauro enhorabuena
aquellas dos, ya mudas en su oficio,
reliquias dulces del gentil Salicio,
heroica lira, pastoral avena.


Elegantísimo, el insigne cordobés persuade la propiedad de la poesía pendiente de tan con dignas ramas. Estas se explicaron en coronas; así definían el arte poética. Marcial se valió desta locución como frase, además, por uso de los poetas que atendidos de la publicidad recitaban sus versos. Quejábase de la desatención de Roma a la poesía moderna, inclinando el respeto a la casi desaparecida en los lejos de la Antigüedad. Bien bastará, además, para conocer la edad de la costumbre, al tiempo de la queja.

Mart. Tb. 5 epig. 10

Rara coronato plausere theatra Menandro,
Norat Nasonem sola Corinna suum.

Raros actos aplaudieron
con la corona a Menandro,
solamente su Corina
a Ovidio conoce caro.


Aquí solo insinúa la profesión, no la bondad. El diálogo de los oradores que se mezcla con las obras de Tácito (bien que hay quien lo añade a las de Quintiliano) diferenció en eso las estatuas de los oradores de las de los poetas. Aquellos funestos y tristes, estos alegres y coronados. Véase si hay quien note que se elevaba en alguno para vanidad, siendo que en todos se quedaba en insignia. Plinio habló de su uso, empero no pasó de la misma circunstancia. No se ignora que es de yedra la corona que este dice, mas para el intento basta que sea corona.

Nuestro divino Fernando de Herrera la usó también como elegancia de frase. Para prometerse a la música poética se insinúa con la corona del Parnaso. Sin propósito sería culparlo de soberbio, cuando solo se convida a oficioso.

Fern. De Herrera tb. 3 Canc. 4

Escriba otro la guerra,
y en turca sangre el ancho mar cuajado,
y en la abrasada tierra
el conflicto terrible,
y el lusitano orgullo quebrantado
con estrago increíble;
que no menor corona
teje a mi frente el coro de Helicona.


¿Será esto alabarse de la poesía que ha de componer? ¿O preferirse a la acción que presume cantar? Eso fuera vulgarizar el nombre el que a tanto que divinizó el apellido.

Tampoco fuera precepto de la modestia de Lope de Vega a las adolescencias de Juan Pérez de Montalbán, dándole suave, no inaccesible, el camino del Parnaso. Es una silva que antecede a su Orfeo.

Lop. De Vega. Silv. A Mont.

Tú, mancebo dichoso
si del laurel comienzas deseoso,
camina a los cristales del Parnaso
por donde van Herrera y Garcilaso;
y si atajar quisieres el camino
sigue de Borja el resplandor divino.


No excede la instancia de si desea el laurel, pregunta que llega solo a si quiere ser poeta. Váyase el censor cuadrúpedo trotando por esos rastrojos castellanos, mientras al advertido se le ofrece pasto digno de su paladar. Sea, pues, de las elegantes despensas de Claudiano. Este no se contenta que el lauro tenga símbolo para significación, sino que merezca virtud que constituya propiedad. No como indicio de los versos, sino por esencia de la misma poesía. Reprehendiendo a su musa tarda en volverle obsequios a la emperatriz serena, prenda de Estilicón, procede así.

Claud. In laud. Serenae

Dic mihi Calliope, tanto cur tempore differs,
Pierio meritam serto redimere serenam?

Calíope, dime, ¿por qué
tan largo tiempo recelas
darle la musea corona
a la emperatriz serena?


Esta corona que dice que se ha tardado de ofrecer a la emperatriz son los versos que ha dejado de cantarle como poeta.

No ha habido alguno insigne en la facultad que no lo enseñe así con la demostración. Virgilio, para reconvenir a Augusto con la dirección de una égloga, dice que ha de entretejer la corona de sus números propios con la de las victorias de César, sin pasar al peligro de soberbia desde la fuerza de significativo:

Virgil. Ecclog. 8

[…] accipe iussis
Carmina coepta tuis, atque hanc sine tempora circum
Inter victrices hederam tibi serpere lauros.

Reciba, pues, tu agrado
a tus leyes mi plectro rodeado;
tejeranse en las sienes superiores
mis yedras con tus lauros vencedores.


No se puede argüir de vano al que ejecuta de obediente. Mandole quien tenía dominio de poderoso, ministró lo que le daba el caudal de poeta. El Marino se hizo celeste con esta imitación. Fue en su Adonis, hablando con el cristianismo de Francia, cuando en el real semblante aún no se atrevía la bronquedad de la barba a confundir el decoro de la belleza.

I. Bap. Marin. 1 Adon. Cant 1 stad.

E te, ch’Adone istesso, o gran Luigi,
di beltà vinci e di splendore abbagli,
e, seguendo ancor tenero i vestigi
del morto genitor, quasi l’agguagli,
per cui suda Vulcano, a cui Parigi
convien che palme colga e statue intagli,
prego intanto m’ascolti e sostien ch’io
intrecci il giglio tuo col lauro mio.


No quisiera que a algunos les pareciera turbia el agua de lo toscano y así irá mezclada con lo corriente de nuestra lengua castellana.

Y tú, que Adonis mesmo, oh Luis valiente,
en beldad vences, de esplendor desluces,
y siguiendo el ardor del gran pariente
casi igual a sus rayos te reduces
por quien suda Vulcano, a quien luciente
cuelga palmas Paris y entalla luces
que me atiendas te ruego, y sufras, pío.


Que a tu lirio se enlace el laurel mío. También ayudó a valerse de lo lícito de estas coronas la oportunidad feliz de la poesía. Lo fausto de la acción mereció varias veces coronarse de estas guirnaldas. Además, la sazón del tiempo no se aborreció por ceñirse de tales adornos. Así, el Guarini, dedicando su celebrada comedia a la serenísima Catarina de Médicis, le propone en vaticinio la corona elevada a la monarquía, partida con su real consorte y, entonces, pide que la suya prenda del Parnaso, no caiga en el desprecio de aquella majestad.

Bapt. Guar. Prol. D’l Past. Fido

Ma voi mentre v’annunzio
corone d’oro, e le prepara il fato,
non isdegnate queste
nelle piagge di Pindo
d’herbe e di fior conteste
per man di quelle virgine canore,
che mal grado di morte, altrui dan vita.


Siempre se abrirán puertas a las traducciones que cierren bocas de ignorantes, aquellos que aun no bastará el dárselo comido para satisfacerles el buche hambriento de necedades.

Mas vosotros, en tanto que os anuncio
coronas de oro y las prepara el cielo,
no desdeñéis aquestas
en las playas del Pindo
de flor y olas compuestas
por las canoras vírgenes tejidas
que, a pesar de la muerte, a otros dan vidas.


¿A qué ceguedad se le perderá de vista la ingenuidad con que todos se insinúan poetas con esta frase? Los más clásicos lo cuentan con menos melindre. Nuestro Herrera, que alargó su noticia aun a los bárbaros, ninguno le calumnió esas locuciones tan repetidas de su erudición. Ahora quiso que no solo fuese insignia de poeta, empero de dichoso.

Fern. De Herr. Lib. 1 Sex. 1

Un verde lauro, en mi dichoso tiempo,
solía darme sombra, y con sus hojas
mi frente coronaba junto a Betis:
entonces yo en su gloria alzaba el canto.


Acordose que Ovidio había hecho la melancolía del mérito de su corona; arguyese que las felicidades se dejaban apadrinar de los laureles. Si quien calumnió el retrato por laureado, mofase del dueño que se notaba de dichoso, sacaría bienquista su calumnia. La sentencia de Ovidio procede así bien a medida de ambas fortunas:

Ovid. Trist. Tb. 1 Eleg. 6

Si quis habes nostris similes in imagine vultus;
Deme meis hederas, Bacchia serta, comis […]

Si tú, cualquiera que fueres,
tienes mi rostro estampado,
quítales a mis cabellos
esa corona de Baco.

Ista decent laetos felicia signa poetas.
Temporibus non est apta me corona meis.

A los alegres poetas
feliz les viene ese ramo;
para el rigor de mis tiempos
no es a propósito el lauro.


Además, los poetas que cantaban triunfos se insinuaron con esta nota: la insignia ayudaba la explicación del ritmo. Pudiera ser antítesis la elegancia de Papinio Estacio para comprobación de este intento. Quejábase que las exequias de su padre difunto le enlutaron en la frente el laurel de los héroes victoriosos; que la lira bélica sonó trompa funeral; y que, entonces, lo festivo de aquellas hojas se quemase en lo mustio de tales teas. Para persuadir la elegancia de lo que calla, propone lo lúgubre de lo que llora; no porque siente el desposeerse de aquellos ramos, sino porque se agravia despojándose de sus insignias. Esto se persuade a los puros sumulistas, que de tantos signos cuantos se les proponen bien que todos de razón solo conocen el ante tabernam.

Stat. Pap. Tb. 5 Silv. Epiced. In Pat.

Extimui trepidamque nefas arescere laurum
certe ego, magnanimum quif acta attollere regum
ibam altum spirans Martemque aequare canendo.

Yo que a esforzar los hechos me encendía
de los reyes heroicos, no sin arte,
y altamente aspirando la voz mía
a igualarme cantando iba al gran Marte;
mi lira estremeció la melodía
y cobarde dudé, recelé en parte,
en los graves ardores, pero fieles,
marchitar temerosos mis laureles.


No sucederá indigna a este texto la parte de una estancia de canción real que, en su libro de la muerte del señor rey don Felipe II, pone por de un anónimo no vulgar el licenciado frey don Antonio Cervera de la Torre, sacristán mayor de la orden de Alcántara, capellán de su majestad. Es su principio imitación de Petrarca, «Mai non vo’ piú cantar como’io soleba»:

Discurs. 3 Cap. 15

Deponga de su frente el sabio Apolo
el sagrado laurel, y de las musas
las lágrimas confusas
resuenen desde el uno al otro polo.


La necesidad de pruebas en romance acuerdan, por fuerza, de los autores castellanos. Las que ofrece nuestro Herrera son todas de la nobleza de su ingenio, contra los que han jurado con la villanía de su incapacidad. Propuso también a Apolo encendido de poeta para cantar la victoria de Júpiter contra la insolencia de los gigantes. Entonces, para adecuar la acción al oficio lo coronó de laurel; además, prosiguió lo heroico del asunto de su cítara:

Herrer. Tb 2 can. 1

3. En el sereno polo,
con la süave cítara presente
cantó el crinado Apolo
entonces dulcemente,
y en oro y lauro coronó la frente.

6. Cantaba la victoria
del ejercito etéreo y fortaleza,
que engrandeció su gloria,
el horror y la aspereza
de la titania estirpe y su fiereza.


Parece que dicen los versos que no se laurea por el mérito de deidad, sino por la oportunidad de la acción; no ciñó la frente vano de príncipe de la poesía, pero como elegido para artífice de aquella fábrica. Bien que no faltara nube loca que presuma hacer sombras las que son luces cuerdas.

¿Qué sería si lo que se infamó como intento de soberbia se insinuase por culto de humildad? ¿Que se apease a lo común de todos cuanto se calumnió por fausto particular de alguno? Claudiano será el primero que empiece a desatar el nudo de la dificultad. No se desconsuele el torpe de paso con la dificultad de frases crespas, que no faltará quien lo lleve de cabestro a la fuente de traducciones llanas. Es en la elegancia de su Hércules. Allí se ofrece a Apolo coronado de laurel, empero añadido a la vulgaridad. Con el honor de la corona en símbolo de poeta y en la turba de todos por circunstancias de humilde.

Claud. In Laud. Hercul.

Famaque tuam non nunc novus advena turbam
Ingredior, laurosque gerens et florea fertis
Tempora vincta tuis […]

No en nombre peregrino, ahora nuevo,
a tu plebe común me añado, oh Febo,
y usando tus laureles o esmeraldas
entretejen mis sienes tus guirnaldas.


Parece que este ingenio se previno entones, advertido, para responder ahora a torpezas crasas. Véase que no se hace singular con los laureles ceñidos a la presunción, empero común con la insignia añadido a la multitud. No solo no se engríe con el ilustre ramo particularizando su soberbia, sino se mezcla a la plebe insinuando su templanza.

Aun la elación dignísima de nuestro sacro andaluz don Luis de Góngora, en notándose ceñido de laurel, se añade el atributo de la humildad. Aplaudía las veneradas prensas del ilustrísimo don Antonio Venegas, presul de Sigüenza, cuando, aunque se ciñó el laurel como poeta, desesperó del acción como humilde, por tanto, la cede a la música de Apolo, coronado de otro resplandor. Allá va a la salud de los tenebrosos de juicio, la claridad de la razón de sus versos:

D. Luis de Góngora Sonet. 6

Canten otros tu casa esclarecida,
mas tu palacio, con razón sagrado,
cante Apolo de rayos coronado,
no HUMILDE musa de laurel ceñida.


La dicción «humilde» se ha socorrido de letras sagradas de cuerpo por que no se desparezca a los que se debe prevenir, que se embarazarán con otras más menudas de talle. Véase si dice «humilde», aunque la nombra a su musa «ceñida de laurel». Todavía porfiarán los pedantones a que pueda más su ignorancia hembra, que el juicio de tanto varón. Por si fuere atascarse en la elegancia pura de este insigne, les bridaremos con otra, no inferior, pero hecha agua. Es de nuestro divino Herrera, en una de sus elegías eróticas o amantes. Entonces que se ciñe de laurel (así debe construirse el árbol que llama «de victoria»), la lira dice que era «humilde» sin que la acción amorosa, en que cualquiera eleva el pensamiento, le permitiese que defraudase a aquella insignia de su atributo. Deseo que sus versos no me ayuden a mentir. No peligrarán por obscuros: ni ellos, ni yo tendremos la culpa de malquistarnos con malos entendimientos.

Fern. De Herr. Tb 2 Eleg. 1

Un tiempo ledo en él y venturoso
canté la gloria ufana de mi llanto
con lira y verso HUMILDE y piadoso.
Betis se apareció con fresco manto
de verdes hojas, y escuchome atento
y agradó a Galatea el vario canto.
Entonces con dichoso y noble aliento
ciñó mi frente el árbol de victoria
y di en mi patria a Amor primero asiento.


Hasta aquí suben en mi investigación los oficios de los laureles. Cualquiera de estos puntos halló por meta de sus ramas. Nótese que esparciendo estas, para tantos intentos lícitos, las encaminase la malicia a un solo motivo profano. Plutarco notaba esta propensión armada de las viles astas del vituperio, opuesta al noble escudo de la alabanza. Así comparó Casiodoro a las sutilezas de la araña esta malicia oficiosa de los necios. Es aquel animalillo atenuado de fuerzas, cuanto estos ignorantes son débiles de capacidad; arman trampillas donde prenden puerilidades, como las arañuelas tienden redecillas en que cazar mosquitos. En este oficio se les gasta el aceite de la razón y manchan la tela de los años. Fuerte cosa el haber de templarse el ingenio a tan débil especie de sabandijas. Queja fue de Filipo, nube del rayo macedonio. Cuando vagaba su ejército, desalojando el ocio de otras naciones, le socorrió contra la esterilidad de las campañas la amenidad de un sitio. Empero, desazonó los oídos con la noticia de que donde estaba oportuna la abundancia para la conveniencia de los soldados era estéril el pasto para los jumentos. Clamó entonces la impaciencia, repetida por los labios del monarca. «¿Dónde están –dijo– las felicidades de la vida, si padecemos el acomodarla a la bestialidad de los asnos?» ¡Rara cosa que hubiese tantos caminos para la buena razón de los laureles y hallase uno solo la ignorancia por donde trotase su mal entendimiento! ¿Qué tolerancia basta a sufrir la necesidad de temperarse al pasto de semejantes bestias? Véase en cuántas razonables ramas se divide el laurel, convidando al poder asirse de su conocimiento; véase, además, cuánto las erraron los que es indigno que se calcen zapatos cuando hay herraduras. El desacierto por grande puede preciarse de insigne; puede desvanecerse al premio. Atento el emperador Galieno a uno de sus espectáculos, ocupó un toro la arena cuya magnitud del cuerpo era semejante a su ferocidad. Convidose un montero a hacer gustoso el tiempo, repitiendo heridas en aquella braveza; prorrumpió el acto y enmudeció el concurso. Diez veces multiplicó las astas a su corpulencia, más llenas de vanidad que de tino, y otras tantas erró la ingencia del bruto, más confundido del cansancio que de la vergüenza. Galieno, entonces, mandó darle corona de vencedor. Murmurose la acción entre la disonancia del pueblo y satisfizo el príncipe con tal respuesta: «¡errar de tantas veces un toro dificultosa empresa me parece!».

¡Cuál sería si esta oposición al laurel fuese antipatía diabólica! Hallaremos a Eusebio muy de este sentir. Dice que esta planta dedicó la Antigüedad al mejor planeta y que desde allí la aborrece el demonio. Así, estos ministros suyos usaron del laurel como del agua bendita, bien que la vieron en la caldereta y ahora la sienten con el asperges. Adviértase que, acompañándose los laureles con diversidad de instrumentos, solo fue la ira en la oposición de su decoro. También mediaba el caduceo de Mercurio; debió, sin duda, de indultarlo contra este rencor el lazo de las sierpecillas que se ostentarían símbolo de su pecado. No así quien dude que también significa la poesía y, que no tardose aquello por vanidad, también incurría esto en el propio delito. En cuanto a que es tan atributo de la poesía el caduceo como el laurel, se verá en que siendo esta prenda de Apolo, es el otro instrumento de Mercurio y de este dice Horacio lo siguiente:

Horat. Tb 1 Od. 10

Mercuri, facunde nepos Atlantis,
qui feros cultus hominum recentum
voce formasti catus et decorae
more palaestrae
te canam, magni Iovis et deorum
nuntium curvaeque lyrae parentem […]

Sobrino de Atlante,
tú que de los hombres
el primor hallaste
formando en las voces,
con método amable,
para las palestras,
la curia y el arte
cantárete nuncio
de Júpiter grande,
de los dioses y
de la lira padre.


De suerte que Mercurio es padre también de la poesía; no hay quien dude que la significa aquel instrumento, ni que el caduceo represente esta deidad es controvertible. Librose esta insignia de la calumnia que no respetó al laurel. Aquella, enredada en dos siepercillas formas duplicadas del demonio; esotro, aborrecido de esa malignidad como símbolo de la virtud. Harto os he dicho, miradlo.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera