Título del texto editado:
Torre del Templo Panegírico de don Fernando de la Torre Farfán. Escudo octavo
Buscase
la
ceremonia
antigua de los vejámenes.
Escudo 8º
También la
ignorancia
mostró los dientes contra los
vejámenes.
Tiénelos el infeliz que se dejó cargar desta
ignominia
suficientes, en la apariencia, para roer peñascos. Mal año para cuantos elefantes pacen la India Oriental, bien que los verdaderos colmillos fueron de otros distintos animales. Estos son aquellos pecadores, sin qué ni para qué, cuyo castigo parece que se complacía la justicia de David que los juzgaba rotos; morderíanle, descarnados de causa. Hay gulosos de oficio; tienen tienda mecánica de morder; comen las superfluidades de otros. Por eso, el
sabio
persuade a huir sus manjares, enseña a excusarse de sus mesas. La razón dio
Crisóstomo:
parece que veía, con indignación, malos
teólogos
y peores jurisconsultos en tinelo de escarabajos. ¿Quién ignora que tales putrefacciones de la tierra engordan con el ajeno estiércol?
La
costumbre
sola bastaría a disculpar los
vejámenes.
Curcio
le concedió
fuerzas
superiores aún a los alientos de la naturaleza. Sobre otros que desecha la pluralidad estimó el parecer de
Cicerón.
Exclama el orador de parte de la fuerza de la
Antigüedad,
no olvidada del noble paso de la costumbre. Sus canas, ricas de plata, que en ella atesoran los siglos, consideró obediente no solo cuanto consiste animado, empero todo lo que aun carece de alma. Hoy solo se alimentan animales desentendidos a esta veneración, aun la esquivez opuesta con los rigores de la antipatía. Juzgó
Ovidio
posible a la fuerza de la costumbre, presume su
uso
fuerte sobre todo.
Ovidio
Art. Aman.
Tb 2
Fac
tibi consuescat: nil consuetudine maius
quam tibi dum capias, taedia nulla fuge.
Haz
como a ti se repita;
nada es más que la costumbre.
En tanto que no la alcances,
ningún enfado te excuse.
No se apartaría de la
razón
que los más extraños oídos estuvieran ya usados al sonido de los
vejámenes
por muy repetidos de la costumbre. Adviértanse cuán tolerable se ha hecho por esta causa, en los actos más graves de las
escuelas,
tanto que pasa a congruente. Comenzárase a brindar con textos en
castellano
líquido porque puedan hacer la razón los aguados de
erudiciones
puras. Véanse, pues, las palabras del
licenciado
Francisco
Bermúdez
de la Pedraza en las
Antigüedades de Granada.
Su tenor procede así:
Llegando
con este paseo a las
escuelas
le da el
vejamen
el
doctor
más moderno antes de el grado. Esta palabra, «vejamen», significa decir o fingir con agudeza y gracia,
motes
y faltas al que se gradúa. Tuvo principio en los pomposos triunfos de los
romanos:
los cuales ponían un esclavo en el carro del triunfador para que le dijese sus faltas y no se elevase con la gloria del soberbio triunfo. Lo mismo hacen con los que se gradúan de doctores para que la honrosa borla de la ciencia no les de
soberbia,
presumiendo que han triunfado de la ignorancia.
No solo
consuena
este autor con la
congruencia,
empero con la antigüedad del acto: «Tuvo principio en los romanos». Además previene la
razón
para su ceremonia: «porque no se elevasen». También liquida los materiales de que ha de constar la obra: «Decir o fingir
motes
y faltas». Ni se olvida de la correlación a
nuestro
intento: «Porque la honra de la borla de la ciencia».
Lo
profano
deste uso se ha perdonado siempre por lo
moral.
Pocas severidades se unieron más con la
religión
que aquella que
resplandeció
en el
cardenal
arzobispo toledano Silíceo. No obstante, la ilustrísima
Universidad
de Alcalá de Henares celebró su recibimiento, entre otra festivas demostraciones, con ese antiguo acto. No se cuenta que lo vituperase; nadie sabe que lo dejase desaplaudido. El
contexto
es del
doctor
don Diego Castejón y Fonseca,
obispo
de Lugo, gobernador del Arzobispado por el señor infante cardenal presidente de Castilla, después obispo de Tarazona, arcediano de Talavera y
marqués
de Camarena, del Consejo de dicha. Pónense estas runflas de titulados porque se advierta del cuales pareceres nos debemos descartar. Además se vea qué peso pueden hacer autores de
mojigangas
en la balanza de varones de tan dignas historias. Sus renglones son los siguientes:
Las
alegrías comunes que tocaron a la villa se redujeron a fuegos artificiosos. La Universidad [habla de Alcalá de Henares] seminario de los ingenios y las ciencias, con actos, conclusiones, reclamaciones, grados y vejámenes mostró en público el gozo interior que la acompañaba.
Véase que dice «vejámenes» sin que disonase entre tanta circunspección de solemnidades.
Dentro de nuestros muros hallaremos también defensas. Si por la poca expidición no puede el huevo duro, vaya el pasado por agua al Archivo de la Universidad de nuestras tantas veces noble Sevilla, podrá ser que recoja lo perdido. No sé si aceptará con sus estatutos; por sí o por no, sepa que son confirmados por nuestro muy católico
monarca
Felipe IV. Juzgo que para que lo sepa conocer necesita de ser tan grande. Halláralos confirmados en el año
1621.
Pregunte allí por el título 16 y luego busque quien le lea lo que se sigue, en esta conformidad:
E luego se
dé
el
vejamen,
el cual haya de dar el
doctor
más nuevo de la
facultad.
E si por justa causa se excusare, el inmediato, y así por los demás teniendo justa causa de excusarse hasta el último. Y si en la facultad no hubiere quien le de el recto entre todos los doctores y maestros de todas las facultades le cometa al que más a propósito le pareciere porque no pueda faltar vejamen. Y este nombramiento de vejamista se haga diez días antes del grado.
Adviértase cuán precisa es tal ceremonia, pues dice el estatuto: «Porque no pueda faltar vejamen».
Esto es cuanto a la oportunidad de esta ceremonia, no extrañada en el mundo hasta que se aparecen en nuestros climas
monstruos
de allende el mar. Gracias a la providencia, que los conocía
Europa
antes que sacasen su infición de las aflicciones de la
América;
vestiglos que llevaron allá ropas fieras que remedaron de pellejos humanos y vuelven acá a
acusar
mucho,
ignorándolo
todo.