Hállase
la
descendencia de este uso noble.
Escudo 9º
Esto ha sido buscar el uso
tolerable
de los
vejámenes.
Conviene ahora hallarle la descendencia. Fue, sin duda, el
origen
nobilísimo; es hoy de cierto su continuación ilustre.
Dionisio
el
halicarnaseo
prestará la primera
noticia
de su venerabilidad. Hallola este usada en los triunfos romanos. Su principal uso fue el
denuesto
y la
sátira
aplicada a la vanidad del triunfante; facultad concedida a los
soldados
cantar juguetes a sus insignes capitanes.
Insinúase
que era tradición de los atenienses, quien semejantes pompas disparaban voces satíricas a la majestad que exaltaban los generosos carros. Elegíanse aquella sazón, cuando engreída en los estruendos marciales prorrumpía más tonante la humanidad, sin que extrañasen la carga festiva aquellos hombros tan acostumbrados a sufrir solo el peso noble de los imperios. Quizá por eso lo extravían
ahora
los
viles
jumentos, mal hallados con los jaeces que engríen géneros o al caballo.
Pomponio
Leto
versifica
la
costumbre
de esta ceremonia.
Dice,
pues: «¡cuánto se mezclaba el donaire de las
sátiras
con las voces de los clarines, que la alegría
militar
hace el son para las danzas tocando en los
oprobios
del capitán!». Esto es cuanto a la fe desta ceremonia, que parece dura, resta su tradición que se juzga dificultosa.
Plinio
se la
halló
entre otras
obscuridades
de su tamaño. Supo buscarla en los lejos últimos, aunque primeros, términos de la edad.
Descubrió,
pues, esta excelencia en
Baco.
Dice que, en aquel tiempo, introdujo este la invención recíproca de los comercios, el igualar la estimación de la moneda a la costa de la mercadería. Introdujo, además, el dominio de la corona y, entonces, usó de la pompa grave del primer triunfo.
Pomponio
Leto
añadió a la acción soberana, el clima remoto donde tuvo Oriente.
Celebrose
en la India, habiéndose
ensangrentado
en ella las armas victoriosas de Baco. Entonces, sus domésticos, alimentados de su propia milicia, le mezclaron la
vanidad
con el
vejamen.
Las hojas de la higuera les cubrieron el rostro para descubrir mejor los donaires; la sal pretendió hacer sabroso, cuanto los
oprobios
guisaban desabrido.
Los
poetas,
después, ejemplificaron por este los
triunfos
de los sucesivos héroes; fue, desde entonces, exageración de semejantes solemnidades. Tal la halló
Silio,
maestro Itálico, para retratar a
Escipión
cuando adquirido el renombre cartaginés; les volvió a los conscriptos de su patria,
botas
con más gloria las picas, que lucidas cuando se las entregaron acicaladas. Tal es su texto:
Sil. Ital. Tb 1
Ipse
adstans curru atque auro decoratus et ostro
Martia praebebat spectanda Quiritibus ora:
Qualis odoratis descendens Liber ab Indis
Egis pampineos frenata tigride currus.
En
pie, pues, sobre el carro sostenido,
con el oro y la púrpura adornado,
a los nobles mostraba, enrojecido,
Marcial el rostro grave deseado;
cual Baco, descendiendo esclarecido
del indio perfumante ya domado,
hizo freno el sarmiento pampanoso,
para el tigre que el carro tira hermoso.
Sidonio
Apolinar
se acordó también deste modelo de los
triunfos.
Lisonjeaba, entonces, con números
panegíricos
el
palacio
de un familiar suyo cuyo nombre fue Poncio. Aquí, se darán a Pilatos los que denunciaron las autoridades por hurtos, presumiendo que se le roba su Poncio a la escritura. ¡Raro tiempo en que tales
jueces
nos crucifican! El texto es tan humano como se sigue:
Sid. Apol. Carm. 22
Forte
sagittiferas evan populatus erithreas
vite capistratas cogebat ad esseda tigres.
Baco,
por fuerza, vencidos
los sagitiferos pueblos,
enfrenaba para el carro
los tigres con el sarmiento.
También mereció este
triunfo
en la
Eneida
la
grave
trompa de
Virgilio.
Sonó en la
exhortación
de Anquises en la amenidad de los Elíseos para la magnanimidad de Eneas, instándole a la opulencia de Italia. Entre los muchos espejos pasados que le puso para que se mirase, presente fue uno esta gloria
antigua
de Baco.
Virg. Tb. 6
Eneid.
Nec
qui pampineis victor iuga flectit habenis
Liber, agens Celso Nysae de vertice tigris.
Ni
Baco, el que victorioso,
de la alta cumbre de Nise
bajando, forzó a las riendas
de pámpanos a los tigres.
Menos se le pasó a
Marcial
esta tradición. Acordose della cuando Domiciano trajo a
Roma
los despojos de Sarmacia. Celebraba el
poeta,
entonces, los aplausos de Estela al triunfo de su
monarca.
Hizo antes recuerdo del castigo de los gigantes y ocurre luego a este propósito:
Mart. Tb. 9 Epig. 78 at lauro Stella.
Quos
cuperet Phlegraea suos victoria ludos,
indica quos cuperet pompa, Lyaee, tuos.
Los
que la flegrea victoria,
por juegos suyos optara,
¡oh Baco! O los que por tuyos
quisiera la pompa indiana.
Miraron los siglos tan
elevado
este
triunfo,
empero, no por eso le perdieron de vista.
Curcio,
trayéndonos a la memoria las
proezas
de aquel grande hidrópico de mundos a cuya sed de imperios fueron tasas no muy penadas ambos mares, dice que le
imitó
trasladada la
pompa.
Ni le perdonó las circunstancias más emparentadas con lo
divino.
Había también llegado a los mismos términos orientales, donde alcanzó antes la espada de Baco, y quiso imitar en la gloria lo que había conseguido con el valor. Ni le
perdonó
los juegos, que del nombre de su dueño se
denominaron
bacanales. Esta ceremonia pone el autor sobre el cúmulo de la
soberbia.
Empero, sus milicias intentaron que los nuestros moderasen la vanidad. Además, se añadió el ministro más
horrible
de la República para la morigeración. De todo se buscará singular noticia.
Ya se ha descubierto, por mayor, la descendencia de esta costumbre. No será inútil ver, en particular, los sujetos que la toleraba.
Dionisio
Halicarnaso
pintó la
majestad
de Rómulo, lleno de la soberanía de la púrpura y ceñida la frente de lo sacro del laurel. Además, porque lograse todo cuidado el
decoro
regio, coronando la alteza magnífica de un carro. Tal le seguían las tropas de los caballos y las escuadras de sus infantes,
lisonjeando
la fuerza de los ánimos con la hermosura de las galas; entonces, dice que se le atrevían con los cantares
resueltos,
que se
suponen
los vejámenes. Empero, adviértase que con esto dice que los
exaltaban.
No faltará quien dude que lo significa
extollentes.
Véase si esta culpa irá por cuenta de su
rudeza
o habrá de correr por daño del texto.
Más ha de alumbrar estas cortedades de vista la buena
luz
que ofrece
Alejandro
de Alejandro, si bien en vano si despabila la antorcha para el cielo. Propone triunfante al
héroe
que crio en su nombre propio el apellido de los césares futuros. Volvía de domar la ferocidad de las
Galias;
acompañábanle la majestad aquellas
legiones
victoriosas, tan adornadas de las armas cuanto del regocijo. Dividíalas, atadas al rigor militar, el orden de las escuadras. A un tiempo leían al pueblo los
vítores
en las hojas de los laureles y al mesmo
escupían
al capitán las chanzas por costumbre de los vejámenes. Tejíanse, sin embargo, a las ramas pomposas las flores lascivas. Con el embarazo rico de los despojos oprimían la espalda y en las cantilenas alegres de la
sátira
recreaban la voz. Disparábanse de la audacia de tantos labios, a flechar solo al oído del triunfante. Los delitos disimulados en los retretes de Bitinia se atendieron patentes a las puertas de Roma. No obstó para retraerse de lo público la gravedad de haberse cometido nefandos. Allá los había ayudado la
amistad
de Nicomedes, y acá lo
denunciaba
la licencia de los soldados. El semblante del héroe toleraba por la costumbre lo que pecaría en insolencia sin la necesidad. Hacíanse
entonces
importantes los clamores que, después y antes, pasarían de sacrílegos.
Si esta
verdad
zozobrare en el golfo de la duda, búsquela quien supiere allá en el piélago
elegante
de
Suetonio
y hallará tranquilo.
Ayudarán
esta fe los propios
versos
que sonaron
entonces
en los despojos militares y quedaron
después
para entretenimiento del ocio
vulgar.
Gallias
Caesar subegit, Nicomedes Caesarem.
César
sojuzgó las Galias
con el valor y la fuerza,
pero por más blandos medios
Nicomedes venció a César.
Ecce
Caesar nunc triumphat qui subegit Gallias.
Admira
a César que, ahora
triunfante, su espada muestra
que sobre todas las Galias
el alto dominio asienta.
Nicomedes
non triumphat, qui subegit Caesarem.
Y
advierte que Nicomedes,
que a César rindió la fuerza,
estando sobre el triunfante,
no triunfa como debiera.
Tanto
héroe
sufrió tanto
oprobio,
si fue por oponerse el miedo de tanta hueste al valor del ánimo,
testigos
viven de su esfuerzo en los cuerpos de varios volúmenes. Merece en muchos su nombre el apellido de
clarísimo.
Alcanzole de la
alteza
de voces
universales
por las luces que no solo le alumbraron el acierto en las
políticas
de la paz, empero, le ilustraron la espada en las distribuciones de la guerra. Su disciplina militar consumó la
elegancia
de ambos manejos. Opondríase la fe en el oído contra su tolerancia a no acompañarse de la práctica de los ojos para la
evidencia.
Desmontado, procedía los primeros peligros de sus ejércitos. Ni le hicieron huirles, la frente descubierta, las flechas doradas del sol, ni los dardos líquidos de la pluvia. Este ánimo tan exento a los peligros toleró los
vejámenes.
Conócese
que no le obligaría el tedio, pues solo, varias veces, supo restituir muchos miedos fugitivos al valor de constantes y reducir su presencia los hielos de la cobardía a todo el calor del aliento. Nótese que de muchos vejados, los que mejor han sufrido las chanzas, son los de más experimentados alientos. Expresaríanse aquí los nombres a no haberlo contradicho su
modestia.
Quisiera que fuese demostración lo que parece hipérbole.
No faltará quien arguya que no permitiría el
ingenio
aquello que disimuló el valor; que los estruendos
marciales
no tienen que ver con las justas
literarias.
Tanta respuesta pide más volumen, empero, algo replicará
Suetonio
con el mismo César. No
disimuló
el héroe
solo
con la tolerancia de fuerte, sino con la suficiencia de docto. No cupiera su
elegancia
menos en toda la de
Cicerón;
mereció en tanta pluma
volar
sobre los
oradores
de
aquella
edad.
Llegó así hasta la noticia de Bruto. Éralo, entonces, este en Roma solo en el nombre, a diferencia de
algunos
que hoy lo son en Sevilla de todos cuatro pies; bien que árboles mal trasplantados para dar tales frutos. A Cornelio Nepote le llenó la noticia también con excelencias de tanto varón. Quien
supiere
leerá parte dellas al margen. Muchas otras multiplican los
Doce Césares,
en la
historia
deste que les dio el nombre y el ejemplo. Ya sé que quien no las puede alcanzar las despreciará en ambas partes. Todavía hay zorrillas que
culpan
de agraces las dificultades de las
uvas.
Empero, no podrán oponerse todo el ceño bestial a la
verdad
de los
vejámenes
y a la certeza de la tolerancia de los parientes, siendo
héroes
consultados en deidades y se agravia un
consulto
a quien no se le ha podido
brujulear
la facultad, y la que se le sacó por la pinta aún no merece llamarse humana.
Subió el buen aire desta ceremonia a ser el primer crédito del triunfo. Sin esta gracia desnudaría el mejor ropaje de su gloria; no es fantasía de la conjetura. Pasa, empero, a demostración de la
evidencia.
Livio
cuenta el
triunfo
de Cneo Manlio Vulsón, menguado del superior adorno por faltarle las chanzas militares; acreditose de
capitán
que disimuló faltas de buena disciplina pues la licencia veterana le perdonaba oprobios
satíricos;
llamose pompa más regocijada del favor, que conseguida del mérito; bien que le añadía a
Roma,
rendidas las crestas de los gallos de Asia.
No se olvidó sedicioso
Surena
de tan importante ceremonia, alegrando a Seleucia con despojos de Craso.
Cuenta
Apiano las armas deste
flojo,
desfavorecidas del orden militar, más afeminadas con el
lujo
que municionadas de la disciplina; intiman los ardides de aquel himno, pertrechados del rigor
marcial,
no menos enfurecidas con el poder que guarnecidos del arte. Entonces, dice, que de las armas flojas de Craso formó triunfo ridículo para el desprecio. A este quiso no quitarle circunstancia de verdadero. Dispuso, pues, que se adornase del
vejamen
usado, diferente solo en que en los
heroicos
jugaba con las
chanzas
la alegría de los soldados y en este ridículo mofaba con los oprobios la libertad de unas rameras. Tanto vivía en el uso la memoria desta costumbre. Habiéndose de carear esta ironía con la verdad, nace sito de esta ceremonia, pena de faltar la imitación en lo más importante.
La
cortedad
en la noticia hace tropezar en lo más llano. Quien ignora la puerta del alcázar no es fácil que llegue a las amenidades. Ignóranse los principios; cierto es no acertar con los fines. El desta ceremonia se
introdujo
para grave dirección. No lo arbitró tanto el regocijo victorioso de la
milicia,
cuanto la enseñanza providente de la
moralidad.
El oprobio que se bebía con color desabrido obraba con facultad de traca; era antídoto a la vanidad que corría a paso de veneno. Desde el cúmulo del carro alcanzaba el triunfante a subirse al solio de las deidades;
necesitaba,
entonces, de las aldabas de la memoria para apercibir las puertas del entendimiento.
Autor hay que halló pendiente al trono triunfal del diosecillo que se fingió opuesto al maleficio de los ojos. Valiose del parecer de Plinio.
Tanto autor presumió esta
medicina,
ocupada no solo para antídoto de la terneza de los
infantes,
empero por defensivo de aquella locura de los
emperadores.
Atendía a la hermosura del triunfo, acechado del maleficio de tantos ojos. Empero, otra elegancia favorecida de la autoridad de
Tertuliano
llega más a raíz de nuestra intención. Formaban pocas letras mucha
moralidad;
decoraban a despecho de tanta gloria, la certeza de la humanidad ciega con los humos aparentes de lo
divino.
El propio autor
tomó
de Zonaras (y no ha habido ignorancia que lo denuncie por
hurto)
que entre la fragancia de las flores se enroscaba la fealdad del áspid; junto a la majestad de la corona mediaba el rigor del cuchillo. Ayudábanse todo de la providencia empeñada en que el cúmulo que empezó honor no subiese hasta soberbia. Además, se añadían otras ceremonias porfiadas contra lo mortal que se desengañase de lo sacro. El margen las tañe para quien las sabe.
Toda la representación destas fantasías no hacían más papel
entonces
que ahora los
vejámenes;
no se diferencian en otra cosa sino en el
tiempo.
O hacer aquella edad tanta copia de
sabios,
o padecer
esta
era tanta lista de
bestias.
Bien que
Rodiginio
vende una coceando contra esta tradición, aunque pastaba la
erudición
de aquel tiempo. Empero, si se le atiende al
nombre
se
disimulará
el delito. El
ignorante
de
entonces
(sombra de los de ahora) se llamó
Ermolao
Barbaro:
Conveniunt
rebus nomina saepe suis.
Muchas
veces suelen
convenir a tiempo
los extraños nombres
con sus propios dueños.
Parece que a este lo bautizó su pecado y que a esotros los confirmó su
bestialidad.
Fue socorro de la suerte porque no se perdiese la semilla de tan gentiles hierbas. Trasplantaronse acá en variedad de famas y con su estiércol permanecen en diversas figuras; fácil sería el descubrirlos, empero sería difícil el enseñarlos. ¡Oh, cuántos Barbaros Ermolaos crecen
hoy
entre las buenas mieses, con pretexto de malditas cizañas! Alguna se esparció en palabras, como la grama suele multiplicarse en hojas.
Atrévese,
así, a frecuentarse en el
Parnaso,
bien que nota
Plinio
que dedica su agrado al pasto de los jumentos. Empero, esta que se simboliza en traje racional tiene de anapelo las costumbres. Suele esta hierbezuela con el traje de los berros malquistar la sazón de las ensaladas; ni aun perdona las genovesas. Tiene, además, las propiedades del pimiento. Muestra insignias purpúreas en la piel, empero, descubre mordaces intenciones en el corazón.
Aristófanes
puso el nombre que después se quedó por adagio a las parlerías de tales avechuchos; llamole bien clase de
golondrinas.
Erasmo después le definió el sentido: abultan estas avecillas la conversación más del estrépito de la molestia que de las sazones del agrado. Parece providencia, aun más que
erudición,
el hallazgo de las golondrinas. Acuérdese de la
hirundo,
quien, a tiento, la buscaba en Calepino, siendo más fácil el adquirirla en uno de los borbotones de su ignorancia. Este es el sofista que leía al valor de Cleómenes, cátedra de fortaleza, y escuchó la respuesta en carcajadas. Dice
Plutarco
que extrañó la mofa el necio en la boca del
rey
y más tratando de tan alta virtud. Empero, satisfizo así la duda el
capitán:
callaría la mofa si hablase del brío, la generosidad de la águila, empero hará lo mesmo el desprecio cuantas veces hablare del valor la golondrina. ¿Quién mete a la golondrina en la nobleza de los estudios al que necesita de que le lean la vulgaridad de esta cartilla? No hay cosa como contentarse con malbaratar el tiempo en malas
coplillas
y probar con ellas las paciencias de buenas
amistades.
Prender la atención de un paciente y gastarle, leyéndole un
auto
(que llamará
sacramental)
toda la cera de los oídos. Si en esto no quiere parecerse a la garrulidad de la
hirundo,
no podrá negarse de la tenacidad de la
hirudo,
que todo lo hace una
n,
más a menos. A esta sabandija tenaz comparó
Horacio
la facundia prolija de semejantes lectores, sanguijuela cuyas garras no sueltan hasta llenarse de la sangre de quien parece su flujo.
Horat. Flac. Tb.
De Arte Poetica
In
doctum doctumque fugat recitator acerbus
quem vero arripuit, tenet occiditque legendo
Non missura cutem, nisi plena cruoris hirudo.
Lector,
acabo, pues, cuanto enfadoso
al indocto ahuyenta, y al sapiente,
pero al triste que prende cauteloso
tiene, y mata leyendo eternamente.
Sanguijuela que el daño no refrena,
sin que tenga la piel de sangre llena.
Semejantes
críticos
más se oponen con el enfado, que se
ostentan
con el valor. Todas sus acciones no pasan de molestas, sin que lleguen a razonables. Pretenden que el bullicio haga papel de esfuerzo. El
Ariosto
en su
Orlando
introduce un ríñelo-todo, fiadas la razones de la espada a las cuchilladas de la ligereza. Con tan leves armas quiso
defender
el peso de las de
Roldán,
empero llegó al término del desaire por el camino que
buscó
la gloria. Halló golpes que no consistían en la liviandad de los pies y examinose en la experiencia sin el socorro de las manos. Una de las estancias del
poema
es la siguiente. Vea las demás del canto 24 quien deseare la Historia.
Lud. Ariost.
Orlan. Fur.
Cant. 24 Stan. 70
Zerbin
di qua di lá cerca ogni via
né mai di quel che vuol, cosa gli avviene;
che l’armatura sopra cui feria,
un piccol segno pur non ne ritiene.
Da l’altra parte il re di Tartaria
sopra Zerbino a tal vantaggio viene,
che l’ha ferito in sette parti o in otto,
tolto lo scudo, e mezzo l’ elmo rotto.
De
acá y de allá, Zerbín tienta la vía
de cuanto emprende allí, nada le aviene,
pues la armadura sobre quien hería
ni una corta serial de daño tiene;
de la otra parte, el rey de Tartaria
sobre Zerbino a tal ventaja viene
que en siete partes u ocho herirlo pudo,
medio yelmo deshecho y sin escudo.
Hay ánimos
fáciles
que se dejan creer de la sofisterías de su estómago;
juzgan
que es fuego del entendimiento la humareda del capricho. Escuchaba
Zeuxidamo,
cuerdo, la travesura de su hijo fantástico; voceaba aquel ímpetu ciego a los oídos de su
padre
provenido.
Clamaba
por batalladura con los atenienses no mollares. Empero, replicáronle aquellos años llenos de experiencia: «Hijo o más caudal de fuerza, o menos contratación de bríos».
Epigrama
hay moderna que parece que se destinó al
consejo
de esta necedad, que se
debe
purgar sojuzgada de la invidia, antes que favorecida de la discreción.
Duarte Núñez de León.
Orig. De la leng. Lusitana.
Invide
quid tetro haec suffundis scripta veneno,
et carpis quae non efficere ipse potes?
Invidioso,
¿por qué viertes,
torpe, en mi escrito el veneno
y deshaces eso mismo
que no has de poder hacerlo?
Si
non assequeris cur taxas? Si bona quam sint
agnoscis cur non laudibus usque vehis?
Si
no adquieres, ¿por qué infamas?
Y si conoces lo bueno,
¿por qué más que a la alabanza,
te inclinas al vituperio?
Aut
calamo scribe arrepto meliora vel atro
inclusum tacitus pectore virus habe.
O
arrebatada la pluma
escribe en más blanco acento;
o ten callado en el alma
incluso el mortal veneno.