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Título del texto editado:
Torre del Templo Panegírico de don Fernando de la Torre Farfán. Escudo noveno
Autor del texto editado:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Título de la obra:
Torre del Templo Panegírico de D. Fernando de la Torre Farfán
Autor de la obra:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Edición:
Sanlúcar de Barrameda: s. e., 1663


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Hállase la descendencia de este uso noble.

Escudo 9º


Esto ha sido buscar el uso tolerable de los vejámenes. Conviene ahora hallarle la descendencia. Fue, sin duda, el origen nobilísimo; es hoy de cierto su continuación ilustre. Dionisio el halicarnaseo prestará la primera noticia de su venerabilidad. Hallola este usada en los triunfos romanos. Su principal uso fue el denuesto y la sátira aplicada a la vanidad del triunfante; facultad concedida a los soldados cantar juguetes a sus insignes capitanes. Insinúase que era tradición de los atenienses, quien semejantes pompas disparaban voces satíricas a la majestad que exaltaban los generosos carros. Elegíanse aquella sazón, cuando engreída en los estruendos marciales prorrumpía más tonante la humanidad, sin que extrañasen la carga festiva aquellos hombros tan acostumbrados a sufrir solo el peso noble de los imperios. Quizá por eso lo extravían ahora los viles jumentos, mal hallados con los jaeces que engríen géneros o al caballo.

Pomponio Leto versifica la costumbre de esta ceremonia. Dice, pues: «¡cuánto se mezclaba el donaire de las sátiras con las voces de los clarines, que la alegría militar hace el son para las danzas tocando en los oprobios del capitán!». Esto es cuanto a la fe desta ceremonia, que parece dura, resta su tradición que se juzga dificultosa.

Plinio se la halló entre otras obscuridades de su tamaño. Supo buscarla en los lejos últimos, aunque primeros, términos de la edad. Descubrió, pues, esta excelencia en Baco. Dice que, en aquel tiempo, introdujo este la invención recíproca de los comercios, el igualar la estimación de la moneda a la costa de la mercadería. Introdujo, además, el dominio de la corona y, entonces, usó de la pompa grave del primer triunfo.

Pomponio Leto añadió a la acción soberana, el clima remoto donde tuvo Oriente. Celebrose en la India, habiéndose ensangrentado en ella las armas victoriosas de Baco. Entonces, sus domésticos, alimentados de su propia milicia, le mezclaron la vanidad con el vejamen. Las hojas de la higuera les cubrieron el rostro para descubrir mejor los donaires; la sal pretendió hacer sabroso, cuanto los oprobios guisaban desabrido.

Los poetas, después, ejemplificaron por este los triunfos de los sucesivos héroes; fue, desde entonces, exageración de semejantes solemnidades. Tal la halló Silio, maestro Itálico, para retratar a Escipión cuando adquirido el renombre cartaginés; les volvió a los conscriptos de su patria, botas con más gloria las picas, que lucidas cuando se las entregaron acicaladas. Tal es su texto:

Sil. Ital. Tb 1

Ipse adstans curru atque auro decoratus et ostro
Martia praebebat spectanda Quiritibus ora:
Qualis odoratis descendens Liber ab Indis
Egis pampineos frenata tigride currus.

En pie, pues, sobre el carro sostenido,
con el oro y la púrpura adornado,
a los nobles mostraba, enrojecido,
Marcial el rostro grave deseado;
cual Baco, descendiendo esclarecido
del indio perfumante ya domado,
hizo freno el sarmiento pampanoso,
para el tigre que el carro tira hermoso.


Sidonio Apolinar se acordó también deste modelo de los triunfos. Lisonjeaba, entonces, con números panegíricos el palacio de un familiar suyo cuyo nombre fue Poncio. Aquí, se darán a Pilatos los que denunciaron las autoridades por hurtos, presumiendo que se le roba su Poncio a la escritura. ¡Raro tiempo en que tales jueces nos crucifican! El texto es tan humano como se sigue:

Sid. Apol. Carm. 22

Forte sagittiferas evan populatus erithreas
vite capistratas cogebat ad esseda tigres.

Baco, por fuerza, vencidos
los sagitiferos pueblos,
enfrenaba para el carro
los tigres con el sarmiento.


También mereció este triunfo en la Eneida la grave trompa de Virgilio. Sonó en la exhortación de Anquises en la amenidad de los Elíseos para la magnanimidad de Eneas, instándole a la opulencia de Italia. Entre los muchos espejos pasados que le puso para que se mirase, presente fue uno esta gloria antigua de Baco.

Virg. Tb. 6 Eneid.

Nec qui pampineis victor iuga flectit habenis
Liber, agens Celso Nysae de vertice tigris.

Ni Baco, el que victorioso,
de la alta cumbre de Nise
bajando, forzó a las riendas
de pámpanos a los tigres.


Menos se le pasó a Marcial esta tradición. Acordose della cuando Domiciano trajo a Roma los despojos de Sarmacia. Celebraba el poeta, entonces, los aplausos de Estela al triunfo de su monarca. Hizo antes recuerdo del castigo de los gigantes y ocurre luego a este propósito:

Mart. Tb. 9 Epig. 78 at lauro Stella.

Quos cuperet Phlegraea suos victoria ludos,
indica quos cuperet pompa, Lyaee, tuos.

Los que la flegrea victoria,
por juegos suyos optara,
¡oh Baco! O los que por tuyos
quisiera la pompa indiana.


Miraron los siglos tan elevado este triunfo, empero, no por eso le perdieron de vista. Curcio, trayéndonos a la memoria las proezas de aquel grande hidrópico de mundos a cuya sed de imperios fueron tasas no muy penadas ambos mares, dice que le imitó trasladada la pompa. Ni le perdonó las circunstancias más emparentadas con lo divino. Había también llegado a los mismos términos orientales, donde alcanzó antes la espada de Baco, y quiso imitar en la gloria lo que había conseguido con el valor. Ni le perdonó los juegos, que del nombre de su dueño se denominaron bacanales. Esta ceremonia pone el autor sobre el cúmulo de la soberbia. Empero, sus milicias intentaron que los nuestros moderasen la vanidad. Además, se añadió el ministro más horrible de la República para la morigeración. De todo se buscará singular noticia.

Ya se ha descubierto, por mayor, la descendencia de esta costumbre. No será inútil ver, en particular, los sujetos que la toleraba. Dionisio Halicarnaso pintó la majestad de Rómulo, lleno de la soberanía de la púrpura y ceñida la frente de lo sacro del laurel. Además, porque lograse todo cuidado el decoro regio, coronando la alteza magnífica de un carro. Tal le seguían las tropas de los caballos y las escuadras de sus infantes, lisonjeando la fuerza de los ánimos con la hermosura de las galas; entonces, dice que se le atrevían con los cantares resueltos, que se suponen los vejámenes. Empero, adviértase que con esto dice que los exaltaban. No faltará quien dude que lo significa extollentes. Véase si esta culpa irá por cuenta de su rudeza o habrá de correr por daño del texto.

Más ha de alumbrar estas cortedades de vista la buena luz que ofrece Alejandro de Alejandro, si bien en vano si despabila la antorcha para el cielo. Propone triunfante al héroe que crio en su nombre propio el apellido de los césares futuros. Volvía de domar la ferocidad de las Galias; acompañábanle la majestad aquellas legiones victoriosas, tan adornadas de las armas cuanto del regocijo. Dividíalas, atadas al rigor militar, el orden de las escuadras. A un tiempo leían al pueblo los vítores en las hojas de los laureles y al mesmo escupían al capitán las chanzas por costumbre de los vejámenes. Tejíanse, sin embargo, a las ramas pomposas las flores lascivas. Con el embarazo rico de los despojos oprimían la espalda y en las cantilenas alegres de la sátira recreaban la voz. Disparábanse de la audacia de tantos labios, a flechar solo al oído del triunfante. Los delitos disimulados en los retretes de Bitinia se atendieron patentes a las puertas de Roma. No obstó para retraerse de lo público la gravedad de haberse cometido nefandos. Allá los había ayudado la amistad de Nicomedes, y acá lo denunciaba la licencia de los soldados. El semblante del héroe toleraba por la costumbre lo que pecaría en insolencia sin la necesidad. Hacíanse entonces importantes los clamores que, después y antes, pasarían de sacrílegos.

Si esta verdad zozobrare en el golfo de la duda, búsquela quien supiere allá en el piélago elegante de Suetonio y hallará tranquilo. Ayudarán esta fe los propios versos que sonaron entonces en los despojos militares y quedaron después para entretenimiento del ocio vulgar.

Gallias Caesar subegit, Nicomedes Caesarem.

César sojuzgó las Galias
con el valor y la fuerza,
pero por más blandos medios
Nicomedes venció a César.

Ecce Caesar nunc triumphat qui subegit Gallias.

Admira a César que, ahora
triunfante, su espada muestra
que sobre todas las Galias
el alto dominio asienta.

Nicomedes non triumphat, qui subegit Caesarem.

Y advierte que Nicomedes,
que a César rindió la fuerza,
estando sobre el triunfante,
no triunfa como debiera.


Tanto héroe sufrió tanto oprobio, si fue por oponerse el miedo de tanta hueste al valor del ánimo, testigos viven de su esfuerzo en los cuerpos de varios volúmenes. Merece en muchos su nombre el apellido de clarísimo. Alcanzole de la alteza de voces universales por las luces que no solo le alumbraron el acierto en las políticas de la paz, empero, le ilustraron la espada en las distribuciones de la guerra. Su disciplina militar consumó la elegancia de ambos manejos. Opondríase la fe en el oído contra su tolerancia a no acompañarse de la práctica de los ojos para la evidencia. Desmontado, procedía los primeros peligros de sus ejércitos. Ni le hicieron huirles, la frente descubierta, las flechas doradas del sol, ni los dardos líquidos de la pluvia. Este ánimo tan exento a los peligros toleró los vejámenes. Conócese que no le obligaría el tedio, pues solo, varias veces, supo restituir muchos miedos fugitivos al valor de constantes y reducir su presencia los hielos de la cobardía a todo el calor del aliento. Nótese que de muchos vejados, los que mejor han sufrido las chanzas, son los de más experimentados alientos. Expresaríanse aquí los nombres a no haberlo contradicho su modestia. Quisiera que fuese demostración lo que parece hipérbole.

No faltará quien arguya que no permitiría el ingenio aquello que disimuló el valor; que los estruendos marciales no tienen que ver con las justas literarias. Tanta respuesta pide más volumen, empero, algo replicará Suetonio con el mismo César. No disimuló el héroe solo con la tolerancia de fuerte, sino con la suficiencia de docto. No cupiera su elegancia menos en toda la de Cicerón; mereció en tanta pluma volar sobre los oradores de aquella edad. Llegó así hasta la noticia de Bruto. Éralo, entonces, este en Roma solo en el nombre, a diferencia de algunos que hoy lo son en Sevilla de todos cuatro pies; bien que árboles mal trasplantados para dar tales frutos. A Cornelio Nepote le llenó la noticia también con excelencias de tanto varón. Quien supiere leerá parte dellas al margen. Muchas otras multiplican los Doce Césares, en la historia deste que les dio el nombre y el ejemplo. Ya sé que quien no las puede alcanzar las despreciará en ambas partes. Todavía hay zorrillas que culpan de agraces las dificultades de las uvas. Empero, no podrán oponerse todo el ceño bestial a la verdad de los vejámenes y a la certeza de la tolerancia de los parientes, siendo héroes consultados en deidades y se agravia un consulto a quien no se le ha podido brujulear la facultad, y la que se le sacó por la pinta aún no merece llamarse humana.

Subió el buen aire desta ceremonia a ser el primer crédito del triunfo. Sin esta gracia desnudaría el mejor ropaje de su gloria; no es fantasía de la conjetura. Pasa, empero, a demostración de la evidencia. Livio cuenta el triunfo de Cneo Manlio Vulsón, menguado del superior adorno por faltarle las chanzas militares; acreditose de capitán que disimuló faltas de buena disciplina pues la licencia veterana le perdonaba oprobios satíricos; llamose pompa más regocijada del favor, que conseguida del mérito; bien que le añadía a Roma, rendidas las crestas de los gallos de Asia.

No se olvidó sedicioso Surena de tan importante ceremonia, alegrando a Seleucia con despojos de Craso. Cuenta Apiano las armas deste flojo, desfavorecidas del orden militar, más afeminadas con el lujo que municionadas de la disciplina; intiman los ardides de aquel himno, pertrechados del rigor marcial, no menos enfurecidas con el poder que guarnecidos del arte. Entonces, dice, que de las armas flojas de Craso formó triunfo ridículo para el desprecio. A este quiso no quitarle circunstancia de verdadero. Dispuso, pues, que se adornase del vejamen usado, diferente solo en que en los heroicos jugaba con las chanzas la alegría de los soldados y en este ridículo mofaba con los oprobios la libertad de unas rameras. Tanto vivía en el uso la memoria desta costumbre. Habiéndose de carear esta ironía con la verdad, nace sito de esta ceremonia, pena de faltar la imitación en lo más importante.

La cortedad en la noticia hace tropezar en lo más llano. Quien ignora la puerta del alcázar no es fácil que llegue a las amenidades. Ignóranse los principios; cierto es no acertar con los fines. El desta ceremonia se introdujo para grave dirección. No lo arbitró tanto el regocijo victorioso de la milicia, cuanto la enseñanza providente de la moralidad. El oprobio que se bebía con color desabrido obraba con facultad de traca; era antídoto a la vanidad que corría a paso de veneno. Desde el cúmulo del carro alcanzaba el triunfante a subirse al solio de las deidades; necesitaba, entonces, de las aldabas de la memoria para apercibir las puertas del entendimiento.

Autor hay que halló pendiente al trono triunfal del diosecillo que se fingió opuesto al maleficio de los ojos. Valiose del parecer de Plinio.

Tanto autor presumió esta medicina, ocupada no solo para antídoto de la terneza de los infantes, empero por defensivo de aquella locura de los emperadores. Atendía a la hermosura del triunfo, acechado del maleficio de tantos ojos. Empero, otra elegancia favorecida de la autoridad de Tertuliano llega más a raíz de nuestra intención. Formaban pocas letras mucha moralidad; decoraban a despecho de tanta gloria, la certeza de la humanidad ciega con los humos aparentes de lo divino. El propio autor tomó de Zonaras (y no ha habido ignorancia que lo denuncie por hurto) que entre la fragancia de las flores se enroscaba la fealdad del áspid; junto a la majestad de la corona mediaba el rigor del cuchillo. Ayudábanse todo de la providencia empeñada en que el cúmulo que empezó honor no subiese hasta soberbia. Además, se añadían otras ceremonias porfiadas contra lo mortal que se desengañase de lo sacro. El margen las tañe para quien las sabe.

Toda la representación destas fantasías no hacían más papel entonces que ahora los vejámenes; no se diferencian en otra cosa sino en el tiempo. O hacer aquella edad tanta copia de sabios, o padecer esta era tanta lista de bestias. Bien que Rodiginio vende una coceando contra esta tradición, aunque pastaba la erudición de aquel tiempo. Empero, si se le atiende al nombre se disimulará el delito. El ignorante de entonces (sombra de los de ahora) se llamó Ermolao Barbaro:

Conveniunt rebus nomina saepe suis.

Muchas veces suelen
convenir a tiempo
los extraños nombres
con sus propios dueños.


Parece que a este lo bautizó su pecado y que a esotros los confirmó su bestialidad. Fue socorro de la suerte porque no se perdiese la semilla de tan gentiles hierbas. Trasplantaronse acá en variedad de famas y con su estiércol permanecen en diversas figuras; fácil sería el descubrirlos, empero sería difícil el enseñarlos. ¡Oh, cuántos Barbaros Ermolaos crecen hoy entre las buenas mieses, con pretexto de malditas cizañas! Alguna se esparció en palabras, como la grama suele multiplicarse en hojas. Atrévese, así, a frecuentarse en el Parnaso, bien que nota Plinio que dedica su agrado al pasto de los jumentos. Empero, esta que se simboliza en traje racional tiene de anapelo las costumbres. Suele esta hierbezuela con el traje de los berros malquistar la sazón de las ensaladas; ni aun perdona las genovesas. Tiene, además, las propiedades del pimiento. Muestra insignias purpúreas en la piel, empero, descubre mordaces intenciones en el corazón. Aristófanes puso el nombre que después se quedó por adagio a las parlerías de tales avechuchos; llamole bien clase de golondrinas. Erasmo después le definió el sentido: abultan estas avecillas la conversación más del estrépito de la molestia que de las sazones del agrado. Parece providencia, aun más que erudición, el hallazgo de las golondrinas. Acuérdese de la hirundo, quien, a tiento, la buscaba en Calepino, siendo más fácil el adquirirla en uno de los borbotones de su ignorancia. Este es el sofista que leía al valor de Cleómenes, cátedra de fortaleza, y escuchó la respuesta en carcajadas. Dice Plutarco que extrañó la mofa el necio en la boca del rey y más tratando de tan alta virtud. Empero, satisfizo así la duda el capitán: callaría la mofa si hablase del brío, la generosidad de la águila, empero hará lo mesmo el desprecio cuantas veces hablare del valor la golondrina. ¿Quién mete a la golondrina en la nobleza de los estudios al que necesita de que le lean la vulgaridad de esta cartilla? No hay cosa como contentarse con malbaratar el tiempo en malas coplillas y probar con ellas las paciencias de buenas amistades. Prender la atención de un paciente y gastarle, leyéndole un auto (que llamará sacramental) toda la cera de los oídos. Si en esto no quiere parecerse a la garrulidad de la hirundo, no podrá negarse de la tenacidad de la hirudo, que todo lo hace una n, más a menos. A esta sabandija tenaz comparó Horacio la facundia prolija de semejantes lectores, sanguijuela cuyas garras no sueltan hasta llenarse de la sangre de quien parece su flujo.

Horat. Flac. Tb. De Arte Poetica

In doctum doctumque fugat recitator acerbus
quem vero arripuit, tenet occiditque legendo
Non missura cutem, nisi plena cruoris hirudo.

Lector, acabo, pues, cuanto enfadoso
al indocto ahuyenta, y al sapiente,
pero al triste que prende cauteloso
tiene, y mata leyendo eternamente.
Sanguijuela que el daño no refrena,
sin que tenga la piel de sangre llena.


Semejantes críticos más se oponen con el enfado, que se ostentan con el valor. Todas sus acciones no pasan de molestas, sin que lleguen a razonables. Pretenden que el bullicio haga papel de esfuerzo. El Ariosto en su Orlando introduce un ríñelo-todo, fiadas la razones de la espada a las cuchilladas de la ligereza. Con tan leves armas quiso defender el peso de las de Roldán, empero llegó al término del desaire por el camino que buscó la gloria. Halló golpes que no consistían en la liviandad de los pies y examinose en la experiencia sin el socorro de las manos. Una de las estancias del poema es la siguiente. Vea las demás del canto 24 quien deseare la Historia.

Lud. Ariost. Orlan. Fur. Cant. 24 Stan. 70

Zerbin di qua di lá cerca ogni via
né mai di quel che vuol, cosa gli avviene;
che l’armatura sopra cui feria,
un piccol segno pur non ne ritiene.
Da l’altra parte il re di Tartaria
sopra Zerbino a tal vantaggio viene,
che l’ha ferito in sette parti o in otto,
tolto lo scudo, e mezzo l’ elmo rotto.

De acá y de allá, Zerbín tienta la vía
de cuanto emprende allí, nada le aviene,
pues la armadura sobre quien hería
ni una corta serial de daño tiene;
de la otra parte, el rey de Tartaria
sobre Zerbino a tal ventaja viene
que en siete partes u ocho herirlo pudo,
medio yelmo deshecho y sin escudo.


Hay ánimos fáciles que se dejan creer de la sofisterías de su estómago; juzgan que es fuego del entendimiento la humareda del capricho. Escuchaba Zeuxidamo, cuerdo, la travesura de su hijo fantástico; voceaba aquel ímpetu ciego a los oídos de su padre provenido. Clamaba por batalladura con los atenienses no mollares. Empero, replicáronle aquellos años llenos de experiencia: «Hijo o más caudal de fuerza, o menos contratación de bríos». Epigrama hay moderna que parece que se destinó al consejo de esta necedad, que se debe purgar sojuzgada de la invidia, antes que favorecida de la discreción.

Duarte Núñez de León. Orig. De la leng. Lusitana.

Invide quid tetro haec suffundis scripta veneno,
et carpis quae non efficere ipse potes?

Invidioso, ¿por qué viertes,
torpe, en mi escrito el veneno
y deshaces eso mismo
que no has de poder hacerlo?

Si non assequeris cur taxas? Si bona quam sint
agnoscis cur non laudibus usque vehis?

Si no adquieres, ¿por qué infamas?
Y si conoces lo bueno,
¿por qué más que a la alabanza,
te inclinas al vituperio?

Aut calamo scribe arrepto meliora vel atro
inclusum tacitus pectore virus habe.

O arrebatada la pluma
escribe en más blanco acento;
o ten callado en el alma
incluso el mortal veneno.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera