Información sobre el texto

Título del texto editado:
Torre del Templo Panegírico de don Fernando de la Torre Farfán. Escudo décimo
Autor del texto editado:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Título de la obra:
Torre del Templo Panegírico de D. Fernando de la Torre Farfán
Autor de la obra:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Edición:
Sanlúcar de Barrameda: s. e., 1663


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Despréciase la calumnia de llamar hurtos a las autoridades.

Escudo 10º


Las destemplanzas en que incurre la infamia, muchas veces, piden el castigo; no pocas, merecen la lástima; y ninguna, obligan a la respuesta. ¿Quién creerá que pudo saber, aun en la mayor causedad de la ignorancia, el acusar por delito de hurto el uso de las sentencias de los autores? Hay cosas que se oponen a la posibilidad mientras no las explica la demostración; o indican hombres indignos, que habiendo volúmenes tantos no han llegado a la comunicación fácil de alguno de todos. El sacro Agustino, como predicador grande, enseñó la doctrina de perdonar ignorancias, bien que fueron aquellas sotaventadas a las voces de los maestros, las que no alcanzaron el buen aire de la enseñanza. No, empero, las otras que hallando en cada libro una escuela permanecen en su incapacidad a despecho de la enseñanza. ¡Qué mal se deja llevar a la playa de la ciencia quien bien navega en el piélago de la ignorancia! Vaso roto se llama en la mejor lección el corazón del necio; mal guardan el licor la vasija quebrada. Así, estos, aunque se depositase en su buque desaparecido, todo el jugo de las librerías, no retendrían esta evidencia. ¡Qué sería ver un sí-es-no-es monje, pared en medio de otro que no ha acabado de comenzar a ser letrado y ambos mezclados con otro que no acertó a ser pintor y lo escupe (qué lindo tres en carro) hinchados de soplones de la erudición sobre acusar los lugares con sus citas por hurtos! Repare cualquiera, ¿quién debe ser el descaminado? Parece que vía Alciato este ridículo triunvirato cuando ideó su emblema de la esfinge, y si no, cuenta con ella:

And. Aliat. Embl. 187

Quod monstrum id? Sphinx cur candida virginis ora
et volucrum pennas, crura leonis habet?

¿Qué monstruo aquel? La esfinge
porque cara recoleta,
plumas de letrado y
¿de bruto tienes las piernas?

Hanc faciem assumpsit rerum ignorantia, tantis
cilicet est triplex causa et origo mali.

La ignorancia de las cosas,
esta forma adquiere mesma:
triplicado viene a ser
el origen desta mengua.


Este es aquel prodigio de Tebas y tal parece la ingeniosidad de su enigma. Quisiera, empero, que se hallase Edipo. Sea la claridad de Séneca, responderán docto a la tropelía de pies de banco. Ya se vio la fábula opuesta en cuatro necedades, continuada en dos boberías y dada a ciegos portes obscuros de razón. Todo paraba en hacer delito el no acertar el dueño de los enigmas que, con el nombre mal puesto de jeroglíficos, han vagado en traje de cosi cosa. Empero, ya descifrado el embeleco, sin duda, se dejará caer del monte de su ignorancia.

Quedó Séneca a la respuesta de la calumnia, mal encarada a los hurtos de los autores siendo gracia de los volúmenes. Extrañó el filósofo, escribiendo a Lucilo, haber él mesmo pronunciado ajenas las sentencias de que se vale. Reconvínose a sí propio en tal querella: «¿Por qué noté ajeno –dice– lo que sin injuria pude hacer propio?» Cuanto el ingenio adquiere bien dicho, puede usarlo por suyo. Esta sentencia se opone a la definición del hurto, porque este es manejo de la prenda ajena a despecho del dueño, arrancada de la voluntad del poseedor. Esotro es adquirido de las letras, minas registradas a merced del trabajo. ¿Quién culpó de ladrón al vaso que toma la plata líquida de los manantiales? ¿Cuándo fue hurto del labio usar, con sed, el caudal de las fuentes?

No sé si podrán disculpar así sus rapiñas propias los denunciadores de latrocinios ajenos. Véanse en la mariona de su Festín (no de tres, sino con tres mil gracias) las cabriolas que están dando los esdrújulos del religioso de San Antonio sobre el volver a hacer sus mudanzas a la celda de su mismo dueño, no bien halladas entre herejías y proposiciones mal sonantes. Pues mírensele a los pies a las coplitas de los jeroglíficos. Si tuviera miramiento deshiciera la rueda; empero, sobre ser arañadas parecen suyas. Por lo menos, si los que denuncia se le antojaron hurtos, no serían en mal latín; véase, pues, si lo suyos lo son en buen romance. ¿Quién no juzgará que se hizo para estas habilidades aquella copla tan a propósito en la substancia, como antigua en el lenguaje?

Mal ladrón, mal trovador,
ya que pretendes trovar
¿cómo no sabes hurtar
lo malo, y no lo peor?


Además, no solo son malos hurtos los del Festín, empero los estelionatos de los papeles doblados son otros que bien bailan. Ya se sabe el pleito con talle de tumulto de verduleras sobre él: «toma tu media calabaza y daca mi guadaña», porque en esto es el que a nadie no perdona. Mal se compadece a verse alzado con el caudal estañado de los jeroglifiqueros, y acusar a otro de ladrón del tesoro rico de las frases latinas. Culpaba un limpión afeitado con estiércol y agua de fregar a un beneficiador de minas; decíale que le hurtaba a los escondrijos de la tierra las entrañas preciosas de oro. Empero, respondiole, apretada la nariz con los dedos: «fue si, que con lo que le robas a los albañares estamos todos para echar las tripas». No es lo mismo zurcir una zarabanda lasciva con otra postrimería funesta que carear erudiciones lícitas para ayudar doctrinas decentes. Bueno es que quien traduce tridentes en manos de mortero, mofe del que esmalta joyas castellanas con diamantes latinos; que acuse fábricas sacadas de cimentos para grandes mansiones, quien ocia el tiempo en hurtos vanos con nombre de chaconas. Cicerón es uno de los capaces que se indignaron contra esta libertad; y aunque en su edad no los había tan sagrados como ahora, fue el enfado contra los que eran conventuales en su siglo. ¡Oh, quién viera aquella elocuencia magistral resolviendo ignorancias para purgar los malos humores deste tiempo! No extrañaba la otra que la saludasen con el nombre de las pascuas, sino que quien le refrescaba la memoria fuese la Méndez. Ya llegó la era en que la desvergüenza mortal de la cicuta calumnia de nocivos los perfumes saludables del romero. ¡Oh, qué dientes de la boca obscura de la malignidad! Míresele a la cara al que la tuvo para dejar que se la sacasen en un Festín que fue vergüenza. Valerio Máximo no hallaba modestia que supiese huirle el cuerpo a esta indignación; qué saludador ha preservado los escritos de semejantes rabias. Esta es una y no la menos nociva injuria de la naturaleza. Aborrécele el sosiego, mas no puede evitarlo la necesidad. Tales monstruos hace el mundo y después los padece. Si la vigencia del orbe se obliga a sustentarlos, debiera ser donde ellos no lo corriesen sino donde los castigase. Marcial le volvió a Domiciano en obsequios los pasos desterrados de otros indignos hijos de Eva. Estos, bien que en distinta malicia, fueron también partos bastardos de aquella gran República: Padeciolos, entonces, Roma, como ahora los aborrece Sevilla.

Mart. Tb. 1 epig. 4 ad Caesar.

Turba gravis paci placidaeque inimica quieti,
quae semper miseras sollicitabat opes.

La turba, opuesta a la paz,
enemiga de otros bienes,
que las míseras riquezas
solicitaba insolente.

Traducta est getulis nec cepit harena nocentis:
Et delator habet quod dabat exilium.

Ya es desterrada a los Getas,
ni tal daño el Ponto quiere,
y aquel destierro que daba,
el acusador padece.


¡Oh Talión bendito! ¿Quién habrá que no te bese la disciplina por la que les das a los que asisten en semejantes tinieblas? Buena económica se llamaría la que desterrase estas larvas caseras. Empero, ¿qué destierro como el odio común? Si deseasen hacerse invisibles como pretenden parecer notables, lograrían la pretensión, pues consiguen que no los puedan ver. A estos no se les inclina el consejo porque no es zarcillo digno de sus orejas; entonces, se les debería cuando se llamasen arracadas. Con todo le pediré a Propercio algunos de los versos de una de sus elegías en que el modesto se rindió, entonces, a la elegancia de Mecenas. Ahora den donde dieren:

Propert. Tb. 3. Eleg. 5 ad Mecen.

Turpe est quod nequeas capiti committere pondus
et pressum inflexo mox dare terga genu.

Torpe cosa es que no puedas
darle a la cabeza el peso,
y sin postrarte afligido
no volver la espalda luego.

Omnia non pariter rerum sunt omnibus apta
fama nec exaequo ducitur ulla iugo.

No son las dificultades
comunes a todo, empero,
ni la Fama le sujeta
a cualquier coyunda el cuello.






GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera