CRITICA DE TEATROS.
Coliseo de la Cruz.
El Hechizado por fuerza,
de don Antonio de Zamora, comedia de figurón.
Es esta una de las
mejores
comedias
de
nuestro
teatro y de las más
chistosas
y
agradables
al público. Es cierto que sus sales y gracias cómicas caen por lo común en lo
bajo
y
chocarrero,
pero, como divierten, seria ridiculez
juzgarlas
con todo
rigor.
Se observa bastante bien la
unidad
de tiempo, y no se violentan mucho-las demás. No está mal formado el enlace y el desenlace; no se apresuran los lances, aunque son algo complicados según el gusto de aquellos tiempos.
El asunto se reduce a que un clerizonte llamado don Claudio,
que hace gala de ser un mentecato,
por no dejar una capellanía, se rehúsa a
casarse
con doña Leonor, y esta, picada de ello, dispone fingir que le da hechizos, para que con el miedo se resuelva al casamiento, como así sucede. La hermana de don Claudio también estaba tratada de casar con el hermano de doña Leonor, y, deshecha una boda, se deshacen ambas, por lo cual todos contribuyen gustosos al enredo, y, como viven en una misma casa, los lances se hacen fáciles y verosímiles. Para aumentar el enredo y hacerle más natural, dispone el autor acertadamente que el médico de la casa esté también enamorado de la hermana de don Claudio; y en esto da lugar a celos, quejas, satisfacciones, escondites, tapadas y desafíos, y aun para hacer la cosa más risible lleva al buen médico disfrazado de mujer al altillo de San Blas, donde se verifica el desenlace.
Cuanto pertenece a los hechizos está
bien
urdido, y las escenas son muy
cómicas
y aun
naturales.
El carácter de don Claudio es cómico, aunque exagerado en su extravagancia, y a veces se burla de los mismos hechizos que cree tiene, lo cual no es muy
propio,
ni tampoco ciertas discreciones que se le sueltan entre sus majaderías.
En la persona del doctor se nos representa un médico ridículo, hablando en
culto
y dando también que reír con sus latinajos, majaderías y extravagancias; es
divertida
la fingida consulta, en la que se
satiriza
la pedantería de los facultativos de entonces, así como en toda la comedia la vana y común creencia en hechizos y encantamientos.
En la primera jornada doña Leonor pinta así la aprensión en que está don Claudio de que haya quien le hechice:
Pues jamás mordió pan que no acabara,
gastó cinta que no queme,
ni tomó dulce, ni alhaja
de mujer que no consiga,
que uno muerda y otro traiga.
En la jornada segunda el vejete Pinchauvas nos retrata así una hechicera:
Lucía filé quién chupó el niño
del letrado, y quien con sola
una voz de una baraja
de naipes algo roñosa
hizo que la sota de oros
requebrase al rey de copas.
No pinta mal Leonor en la misma jornada un hombre enfadado por celos:
¿Qué quieres que me dijese?
Nada, pues solo, aturdido
y con turbadas acciones
cumplió las obligaciones
de todos los que han reñido.
Pisó recio en la escalera,
entró triste, habló turbado,
arrimó la espada a un lado,
arrojó la cabellera,
habló entre sí, suspiró,
sentose a comer sin vida,
dijo mal de la comida,
comió mal o no comió,
levantose e importuno
salió al punto a pisar lodos,
después de reñir con todos
sin responder a ninguno.