CRÍTICA DE TEATROS
Coliseo de la Cruz
La niña de Gómez Arias,
de don Pedro Calderón de la Barca
Viva Calderón para enredar y desenredar una
comedia;
viva su
ingenio
y gracia, y quédese en pacífica posesión de ser el mejor de nuestros cómicos
antiguos;
ello es cierto que la
moral
de sus comedias es por lo común muy mala, que sus enredos llegan a ser una maraña
inverosímil
que a veces rompe el autor, no pudiendo desatar; que sus gracias suelen ser frías, y que su ingenio peca las más veces en sutileza y
culteranismo;
pero, si no tuviera estos defectos ¿qué cómico nacional o extranjero le
igualaría
en las comedias, que los franceses llaman de intriga, que por lo común son las nuestras de capa y espada?
Sirva de ejemplo la presente. El fin que el poeta pudo proponerse aquí parece sea el pintar la licencia y desenfreno de algunos soldados; ello es cierto que el protagonista, o sea primer galán, es un soldado disoluto y vicioso, que
corteja
a cuantas damas ve, solo con la buena intención de gozar de ellas, deshonrarlas, sacarlas al campo, abandonarlas y aun venderlas a los moros, como, en efecto, hace con la dama principal. Ya tendría aquí un autor a la
dernière
un muy buen sujeto para pintarnos un
roué
o vicioso a la francesa, no tan chistoso como el español, pero sí tanto o más perverso. Ni uno ni otro deben presentarse jamás en las tablas, por el malísimo
ejemplo
que dan y porque se hacen como modelos amables, que la mocedad, siempre propensa a lo malo, no deja de imitar en parte o en todo, siendo muy leve remedio el castigo que se les suele dar al último.
Así es aquí, como se verá por el siguiente argumento. Gómez Arias, soldado de los que han acudido a la guerra contra los moros de las Alpujarras, trae engañadas a dos damas, la una en Granada, la otra en Guadix: la primera se llama Beatriz, la segunda Dorotea; a esta infeliz roba de casa de sus padres, la saca a un monte donde la abandona, dejándola dormida; y, diciendo a su criado que es para él
un áspid, un basilisco, una víbora pisada, ponzoñosa a sus ojos,
y esto ¿por qué? Por
que el amor
es mercader que trata
en piedras, que solamente
la estimación las ensalza,
y no valen nada el día
que la estimación les falta.
que es muy convincente y donosa razón.
En fin, la abandona, y ya tiene el autor prevenido al paño los moros y al negro Cañeri, que es su caudillo, el cual se enamora al instante de Dorotea, porque en su vida ha visto
belleza más soberana,
y
porque es divina deidad, y Venus y Diana,
y que sé yo que más. Despierta Dorotea, y por primer requiebro le dice a Cañeri
Dime, ¿qué has hecho del día,
atezada nube parda?
No se da por sentido el negrote, pero sí la hace entender que su gente ha dado muerte a su galán, que es peor, aunque por otra parte la promete coronar
no solo reina de la Alpujarra, sino del mundo.
En esto, don Diego Mendoza, padre de doña Beatriz, que era capitán y corría la tierra contra los moros, encuentra a Cañeri y le quita su presa, precisamente cuando ya la iba a coronar por
reina del mundo,
cuando nada menos.
En tanto, anda en su casa una terrible batahola entre tres galanes que pretenden a su hija, y el malvado Gómez, que es el preferido; llega a hallarse en el medio el buen don Diego, que trae consigo a la infeliz Dorotea; hay celos, quejas, escondites y encuentros, por manera que llega a decir Beatriz con suma razón.
Cuatro riesgos tengo, pues
tengo mi esposo y mi padre
aquí, mi amante en mi cuarto
y a mi enemigo en la calle.
Ni aun esto es todo, pues en tal laberinto Dorotea viene a hallarse de manos a boca con su padre, don Luis, que la busca furioso y la quiere dar muerte; se apaga la luz; don Gómez, que estaba escondido, acude a defenderla, porque cree que es Beatriz. Dorotea se ampara de él, creyendo que es don Diego, y Gómez la dice:
Sigue presto mis pasos.
Dorotea.
Contigo voy.
Gómez.
Ya de una desdicha, cielos,
saqué una dicha, pues ya
a Beatriz conmigo llevo.
Pero aquí es ella cuando, al comenzar la tercera jornada, ve que es la aborrecida Dorotea; la desprecia, la injuria, la envilece, la dice
que va ahora a abandonarla despierta, si antes la abandonó dormida.
La infeliz ruega, suplica y se arroja a sus pies; nada conmueve a aquel perverso, antes bien llama al Cañeri, que siempre está a mano, y trata de vendérsela. El Cañerí, que desde la historia pasada estaba antojadizo de ella, dice:
Cuanta plata se recata
en los centros de la tierra
daré, haciendo aquesta sierra
sierra nevada de plata.
.......
En fin, cuanto gran tesoro
tengo en piedras, plata y oro,
daré, cristiano, por ella.
En tanto que el Cañeri va por la
sierra nevada de plata,
Dorotea, que no lleva a bien la venta, por ver si puede ablandar a su traidor esposo, le dice que es un
monstruo, un bruto, una fiera inculta,
un
áspid traidor, un ladrón neblí
y otras semejantes ternezas, y, no pudiendo entrarle por aquí, le llama
mi señor, mi bien, mi esposo,
y le desea mil bienes; y aun la infeliz, por no caer en manos del negrote, ni que la haga
reina de todo el mundo,
se aviene a ser esclava de Beatriz, diciendo:
…y a mí me mande
quien te ha enamorado a ti,
que este es el último medio
a que se puede rendir
el desengañado amor;
de una altivez mujeril.
Por último, apela a toda la historia natural, que es buen remedio en tan apretado lance, le dice que el cielo, el sol, la luna, las estrellas, los hombres, las aves, las fieras, los peces, los montes, el agua, el fuego, la tierra y el viento,
atentos a acción tan fea, se volverán contra él;
pero el protervo, burlándose de tan terrible batallón, la vende, y a su criado, que
se
atreve a reprenderle, por añadidura, diciendo
que en mujer y criado echa dos enemigos de sí.
¿Pues no inventa el maldito, no menos necio que malvado, írselo a contar todo a Beatriz, que ya andaba de sobreaviso, y esto como para hacer mérito con ella? Sucedió lo que debía suceder, que Beatriz justamente irritada
le diga que huirá su tirano empleo.
En fin, la reina doña Isabel, informada de tal maldad, manda cortar la cabeza a Gómez Arias, y, haciendo que su ejército acometa a los moros, recupera a la infeliz Dorotea, y se concluye la comedia pidiendo el autor
de piedad siquiera un víctor.